Archivo de noviembre, 2018

Los científicos condenan este experimento de edición genética de bebés. Pero…

El pasado lunes saltaba de forma bastante estrambótica la noticia de que un investigador chino llamado He Jiankui ha producido por primera vez bebés con su genoma modificado por edición genética; dos niñas, presentadas con los nombres ficticios de Nana y Lulu, que según He han nacido sanas, y a las que en su etapa embrionaria se les aplicó la herramienta de edición genómica CRISPR para hacerlas resistentes al virus del sida, del que su padre es portador. He ha revelado posteriormente que existe al menos otro bebé en camino.

He ha recibido innumerables calificativos, ninguno de ellos elogioso. Pero es necesario distinguir entre quienes han tachado su experimento de prematuro o irresponsable y quienes lo han tildado de monstruoso, o han desempolvado el tópico rancio de que los científicos «juegan a ser Dios» (como si quienes rigen a diario con mano divina sobre nosotros fueran los científicos, y no otros, o como si los endiosados en esta sociedad fueran los científicos, y no otros), o se han sumado a la lapidación pública del investigador adjetivándolo extemporáneamente como «fracasado buscador de gloria». El comportamiento de He es reprobable por varias razones, pero es evidente que lo de fracasado no es cierto. Por mucho que tiente ahora culparle también del asesinato de Kennedy o del calentamiento global.

Un embrión. Imagen de Pixabay.

Un embrión. Imagen de Pixabay.

Hay muchos motivos por los que el experimento de He es denostable. En primer lugar, su secretismo y falta de transparencia son impropios de la ciencia y enormemente dañinos para la reputación de la ciencia. Su experimento salió a la luz el pasado domingo gracias a que la revista digital MIT Technology Review, por fuentes no reveladas, supo del registro del ensayo clínico de He. Reaccionando rápidamente a la publicación de la exclusiva, He comunicó oficialmente la noticia a la agencia AP y colgó una serie de vídeos en YouTube en los que explicaba y defendía sus experimentos.

Hasta el momento, He no ha publicado sus resultados en una revista científica, pero los datos facilitados no sugieren que todo sea un inmenso engaño. Sin embargo, cuando este miércoles tuvo la oportunidad de explicarse largo y tendido en la segunda cumbre internacional sobre edición del genoma humano, celebrada esta semana en Hong Kong (y donde se le abrió de urgencia un hueco de una hora en el programa para que pudiera hacerlo), He no se dignó a levantar todos los velos ni a despejar todas las dudas sobre sus procedimientos y motivos, o sobre las acusaciones de falsificación de firmas en los trámites legales.

Claro que también merece mencionarse la sobreactuación de las autoridades chinas –«extremadamente abominable», dijo ayer el viceministro de Ciencia– y de la comunidad científica de aquel país; lo cierto es que el registro del ensayo clínico, que especifica «aprobado por comité ético: sí» con fecha de marzo de 2017 (posibles falsificaciones aparte), no deja ni la menor sombra de duda sobre cuál era el objetivo del estudio, «obtener niños sanos para evitar el VIH», ni su resultado esperado, «embarazo y garantizar uno o más nacimientos vivos». Es una idea extendida que la regulación legal de la investigación en China se aplica según como se mire, y respecto a transparencia, sobra el comentario.

Otro motivo de crítica ha sido el objetivo elegido por He: la eliminación del gen de CCR5, una proteína que actúa como correceptor del VIH durante la infección. Es decir, no ha corregido una mutación genética dañina, sino que ha modificado genomas teóricamente sanos para evitar un peligro, el contagio del VIH, al que las niñas no estaban sometidas; solo su padre es portador del virus, y en estos casos el riesgo de transmisión es insignificante, más aún en una fecundación in vitro con un lavado previo del esperma. Y al hacerlo, ha privado a las niñas (a una de ellas, por completo; al parecer la otra conserva una de las dos copias intactas del gen) de un componente fisiológico del organismo cuyas funciones aún no se conocen del todo, y por tanto, cuya carencia puede tener efectos adversos aún no descritos. Es más, ni siquiera ha garantizado la protección de las niñas contra el VIH, ya que ciertas cepas utilizan otro correceptor distinto, CXCR4.

Frente a esto, podría argumentarse que tanto CCR5 como la mutación concreta introducida eran dianas técnicamente más asequibles que las necesarias para la curación de una talasemia o una anemia falciforme, que son algunos de los objetivos actualmente contemplados por otros grupos de investigación. Pero esto no deja de convertir a las niñas en meros sujetos de una prueba de concepto experimental, ya que difícilmente van a obtener ningún beneficio de su modificación genética. Ni ellas, ni tampoco la población general: es evidente que, incluso si el procedimiento funcionara a la perfección sin ninguna contrapartida, no aporta nada de cara al progreso hacia la erradicación del VIH.

Pero por encima de todo, lo más reprobado del experimento de He ha sido su carácter prematuro. Cuando aún no terminan de arrancar los ensayos clínicos de CRISPR para corregir genes dañinos en células somáticas adultas, las que forman parte de nuestro cuerpo pero no crean descendencia, He se ha saltado todos los pasos imprescindibles previos para lanzarse al vacío con la gestación de embriones modificados, sin que la seguridad del procedimiento haya sido suficientemente acreditada.

Pero…

Aquí es donde comienzan los matices. En primer lugar, conviene subrayar que los embriones de He no son los primeros editados genéticamente. Ya se hizo por primera vez en 2015, también en China, y se ha repetido después al menos en otros siete estudios en China, EEUU y Reino Unido; se continúa haciendo y se continuará haciendo. En todos estos casos se han utilizado embriones no viables (defectuosos), o bien embriones viables que no iban a destinarse a implantación para obtener una gestación.

Actualmente son varios los países que autorizan o al menos no prohíben expresamente la edición genómica de embriones humanos. Y aunque el uso de estos embriones con fines reproductivos aún no se contempla legalmente en ningún país, es necesario aclarar una confusión: según han publicado todos los medios, la comunidad científica en bloque ha repudiado el experimento de He, lo cual es cierto.

Pero muchos de esos medios, tertulianos y comentaristas han concluido que, ergo, la comunidad científica en bloque repudia la edición genómica en embriones humanos con fines reproductivos; o dicho más llanamente, la creación de bebés con genomas modificados. Lo cual está muy lejos de ser cierto. Como veremos mañana.

Marte y la tarta de manzana: una nueva misión que tampoco buscará vida

Alfredo y Bárbara regresan a su casa al salir del colegio. Mientras cruzan el umbral, Bárbara le pregunta a su hermano: ¿crees que mamá habrá hecho tarta de manzana? ¡Vamos a averiguarlo!, responde él. Alfredo corre a la despensa, mira dentro del cesto de manzanas y descubre que está vacío. Dado que el día anterior había bastantes manzanas en el cesto, y que es dudoso que alguien se las haya comido todas de una sentada, esta observación sugiere que tal vez su madre las haya utilizado para elaborar una tarta.

A continuación, Alfredo comprueba el cubo de la basura, en el que encuentra abundantes mondas y corazones de manzana. Este dato refuerza su hipótesis de que probablemente su madre haya cocinado una tarta, una idea avalada también por el hecho de que junto al fregadero hay un cuchillo húmedo con restos de lo que parece pulpa de manzana, y que es pulpa de manzana, como puede verificar Alfredo al pasar la lengua por la hoja.

Finalmente, Alfredo se acerca al horno, cuya puerta aún está caliente. Cuando la abre, surge de su interior un inconfudible aroma a tarta de manzana, lo cual parece confirmar definitivamente su hipótesis. Alborozado por su descubrimiento, Alfredo corre a buscar a su hermana, y la encuentra sentada tranquilamente frente a la mesa del comedor, degustando un pedazo de tarta de manzana.

Pero ¿qué diablos tiene esto que ver con Marte?, tal vez se pregunten. El ser humano lleva décadas haciendo lo mismo que Alfredo con respecto a la posible vida marciana: en lugar de intentar comprobar directamente si existe o no, envía misiones destinadas a estudiar si el cesto de manzanas está lleno o vacío, si hay mondas en la basura o si la puerta del horno está caliente. No si hay una tarta de manzanas sobre la mesa del comedor.

Como recordé aquí recientemente, desde las sondas gemelas Viking en 1976 no ha vuelto a enviarse ninguna misión a Marte destinada a analizar la presencia de vida, sino como máximo de posibles condiciones de habitabilidad. Pero si el objetivo final es dilucidar si hay vida, y si hoy existen tecnologías aplicables a este fin que hace 40 años eran inimaginables, ¿por qué no se llevan a Marte?

Ilustración de la sonda InSight en la superficie de Marte. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

Ilustración de la sonda InSight en la superficie de Marte. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

Los científicos planetarios, geólogos y climatólogos podrán acusarme de biocentrismo, y con razón. Obviamente, conocer la historia de la formación de Marte y su composición actual o su clima son objetivos científicos valiosos por sí mismos, y no simples hitos en el camino hacia la búsqueda de vida. Pero tampoco ellos podrán negar que durante décadas la biología ha permanecido castigada en el rincón, en lo que se refiere a la instrumentación y los objetivos de las misiones interplanetarias. Como también conté aquí recientemente, incluso los organismos científicos en EEUU lo han reconocido y han instado a la NASA a dar un golpe de timón para incluir objetivos biológicos en sus misiones.

Sin embargo, esto no va a ocurrir de la noche a la mañana. Precisamente hoy está previsto que toque suelo marciano una nueva misión de la NASA, la única agencia espacial que hasta ahora ha logrado explorar la superficie del planeta vecino. InSight (de Interior Exploration using Seismic Investigations, Geodesy and Heat Transport, o Exploración Interior usando Investigaciones Sísmicas, Geodesia y Transporte de Calor), que terminará su viaje hacia las 9 de esta noche –hora peninsular española– en la región volcánica ecuatorial de Elysium Planitia, tiene un aspecto que resultará familiar a quienes siguen la exploración de Marte, ya que para economizar el coste de la misión se ha construido sobre la misma plataforma que ya se empleó hace años para la sonda Phoenix.

Ilustración del descenso de InSight en Marte. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

Ilustración del descenso de InSight en Marte. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

Por medio de sus instrumentos, que incluyen un sismómetro y una sonda de calor, InSight estudiará la estructura del interior de Marte. De hecho, es la primera misión dedicada a la investigación de las profundidades del suelo marciano. Según sus responsables, los datos que esta nueva estación robótica recogerá durante dos años aportarán nuevas pistas sobre el proceso de formación de aquel planeta, y por lo tanto sobre las diferencias en su evolución respecto a la Tierra, Venus o Mercurio.

Sin duda los resultados de InSight, si todo funciona como se espera, serán de enorme valor para la ciencia planetaria –y justificarán la cuantiosa inversión, mayor de lo inicialmente previsto a causa de ciertos problemas técnicos que retrasaron dos años el lanzamiento. Pero por si alguien se lo está preguntando: no, tampoco es esta la misión que nos desvelará si hay vida allí. Por desgracia, parece que la única forma de que InSight detectara vida sería que algún alienígena de tamaño natural se paseara frente a su cámara.

El aterrizaje de InSight podrá seguirse hoy en directo a partir de las 8 de la tarde (hora peninsular española) en la web de la NASA.

Célula de español científico: «Estudio seminal» no es lo mismo que en inglés

Los científicos hablan tan bien o tan mal como el resto de la gente de su mismo nivel cultural, pero en la ciencia existe una inevitable tendencia al Spanglish. Inevitable, no como en el mundo de la empresa, donde quien dice staff en lugar de personal, partner en vez de socio o hacer un break en vez de tomarse un descanso es simplemente un moron.

No, en ciencia es realmente inevitable: continuamente se están nominando conceptos nuevos que antes no existían, y como es lógico los nombres se eligen en inglés, la lengua global de la ciencia. Muchos de ellos se castellanizan para adaptarlos y acaban incorporándose al diccionario; por ejemplo, ribosoma o mitocondria.

En otros casos es más complicado: el complejo encargado de eliminar los trozos sobrantes de los genes se llama spliceosome, ya que esta función se denomina splicing, que significa literalmente empalmar o unir fragmentos separados. El término splicing entró al lenguaje científico español tal cual, sin adaptar ni traducir (pronunciado a la castiza como «esplaisin«); y aunque el spliceosome aparece por ahí referido como espliceosoma, en los laboratorios se oye hablar del «esplaiseosoma«, es decir, puro Spanglish.

Es más, en muchos casos la traducción no hace sino confundir. Durante mis años de estudiante tuve una profesora de genética molecular que había escrito un libro de texto en el que se traducía absolutamente todo, y los resultados eran bastante aberrantes. Por ejemplo, una técnica de marcaje de ADN denominada Nick translation, en la que un hueco en la cadena iba moviéndose a lo largo de esta, aparecía traducida literalmente como «traslado de la mella». Muy correcto, pero tan equívoco como, en el fondo, inútil.

Debido a esta peculiar mezcla de castellano e inglés en los laboratorios hispanoparlantes, y a que los científicos escriben sobre todo en inglés, y a que los estudios (nadie los llama así, sino papers, y de hecho un paper no siempre es un estudio) usan un lenguaje muy estandarizado repleto de fórmulas sobadas y frases hechas, cuando los investigadores hablan o escriben en español tienden a cometer errores procedentes de traducciones demasiado literales que no se corresponden en sus significados en ambos idiomas (algo parecido a lo que suele llamarse false friends), o de la importación directa de estructuras gramaticales que en inglés son correctas, pero no en castellano.

En el último par de años he estado editando libros escritos por científicos españoles para la colección de National Geographic y RBA Desafíos de la Ciencia, y esta experiencia ha reforzado una tesis que sostengo en este blog: la separación tradicional de ciencias y letras como dos sustancias inmiscibles es un error del sistema educativo.

Hoy es más importante que nunca que los científicos hagan un esfuerzo de outreach, y perdón por el anglicismo que tampoco sé muy bien cómo traducir; si acaso, algo así como vinculación con la sociedad. Una parte sustancial de esta tarea consiste en la divulgación, y para ello es necesario adquirir la capacitación adecuada para comunicar y escribir correctamente. Las carreras de ciencias deberían incluir algún módulo o asignatura de redacción y comunicación científica, ya que actualmente debería ser una de las aptitudes de todo investigador.

Así que me he decidido a traer aquí, en forma de células esporádicas, algunos de los errores más comunes en los que suelen incurrir los científicos cuando escriben en castellano, según mi sola experiencia. No pretendo dar lecciones a nadie, porque lo que voy a contar no es mi opinión o mi juicio, sino el de la RAE. Como suelo decir aquí, las leyes que no vienen determinadas por fuerzas de la naturaleza, como es el caso de las normas léxicas o gramaticales, pueden cambiarse si quienes las dictan así lo deciden. Pero si tenemos un organismo regulador del uso del lenguaje, deberíamos hacer lo posible por ceñirnos a su criterio, a menos que tengamos una buena razón para no hacerlo; y el desinterés por conocer las normas o por aplicarlas no cuenta como buena razón.

El caso que les traigo hoy es el de una expresión que me canso de ver y corregir en los manuscritos de los científicos. En inglés se llama seminal study o seminal paper a un estudio que inaugura una nueva línea de investigación, técnica, disciplina… Por ejemplo, en 2012 Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna publicaron su seminal study sobre el sistema de edición genómica CRISPR.

El inglés, a diferencia del español, no cuenta con un único diccionario oficial. Pero uno de los más seguidos y respetados, el de Oxford, recoge como primera acepción de la palabra seminal algo que «influye fuertemente en desarrollos posteriores». El diccionario Merriam-Webster y el Collins, otros dos recursos fundamentales de la lengua inglesa, también recogen este significado. Así que en inglés es correcto hablar de «seminal study» en este sentido.

Pero no ocurre lo mismo en castellano. Según el diccionario de la RAE, «seminal» es «perteneciente o relativo al semen de los animales masculinos», o «perteneciente o relativo a la semilla», o «fecundo». Otra cuestión es si sería conveniente que también se incorporara al diccionario español el significado que esta palabra tiene en inglés. Pero no nos corresponde a nosotros decidirlo. Y mientras no sea así, «estudio seminal» en castellano significa más bien esto:

ESpermatozoides teñidos para un estudio de la calidad del semen. Imagen de Bobjgalindo / Wikipedia.

Espermatozoides teñidos para un estudio de la calidad del semen. Imagen de Bobjgalindo / Wikipedia.

Y claro, es fácil imaginar las consecuencias: en algún caso me he encontrado tantos «estudios seminales» en un texto que aquello parecía otra cosa; el manuscrito llegaba a resultar demasiado espeso. Como alternativa puede emplearse «estudio fundacional», que viene a significar lo mismo, pero que no desvía la atención hacia la equívoca idea de que las nuevas ciencias nacen de los gametos masculinos…

Pasen y vean al pirosoma, un calcetín marino formado por miles de animales

Cuando hace unos días confesaba mi estupor ante el opilión conejo, decía que a estas alturas ya es difícil encontrar una forma de vida capaz de provocar esa estupefacción, al menos para un biólogo. Pero debí matizar que esto se aplica a las tierras emergidas, o sea, a lo que conocemos como tierra firme, donde raramente ya se va a descubrir alguna criatura radicalmente nueva-rara que no sea microscópica.

Pero un caso diferente es el mar. Suele decirse que conocemos mejor la superficie de Marte que el fondo de los océanos marinos. Algunos pretenden desmontar esta afirmación con el dato de que el fondo marino está cartografiado al 100%. Y es cierto. Pero el mapa global del suelo oceánico tiene una resolución mínima de… 5 kilómetros. Lo cual no es precisamente un gran nivel de detalle para un mapa; podría haber ahí abajo toda una flota de naves alienígenas y no tendríamos la menor idea. En comparación, Marte también está completamente mapeado, pero más del 60% se conoce con una resolución igual o superior a 20 metros.

Es más, la resolución actual de los fondos marinos es algo que se ha logrado esta misma década; antes de eso incluso una gran ciudad submarina habría pasado inadvertida. Y si se preguntan qué parte del suelo oceánico conocemos con un nivel de detalle de hasta unos metros, suficiente para encontrar, por ejemplo, los restos de un naufragio, la respuesta es que menos del 0,05%; una superficie equivalente a la isla de Tasmania.

Actualmente existe un proyecto en marcha, Seabed 2030, que pretende mapear para ese año el 97,3% del suelo marino con una resolución mínima de 400 metros, y el piquito restante, los fondos más profundos, hasta los 800 metros. Esto quiere decir que incluso acercándonos a la mitad de este siglo, aún no podremos distinguir en el fondo del mar un barco del tamaño del Titanic.

Así, no es de extrañar que en el mar aún persistan, y vayan a persistir mientras vivamos, criaturas de cuya existencia no tenemos la menor idea. Pero la especie que les traigo hoy no es nueva; de hecho, la describió por primera vez en 1804 el naturalista francés François Péron, después de observarla durante una travesía de exploración por aguas australianas. Y realmente era difícil no verla, porque su rasgo más llamativo es su bioluminiscencia. Por este motivo Péron la llamó pirosoma (Pyrosoma), o «cuerpo de fuego». En 1849 el biólogo británico Thomas Henry Huxley escribía: «Acabo de contemplar la puesta de la luna en toda su gloria, y he mirado a esas lunas menores, los hermosos Pyrosoma, brillando como cilindros calientes en el agua».

Pirosoma. Imagen de Steve Hathaway y Andrew Buttle.

Pirosoma. Imagen de Steve Hathaway y Andrew Buttle.

El pirosoma es un organismo colonial, formado por muchos individuos llamados zooides, cada uno de unos pocos milímetros, que se unen a través de una especie de túnica gelatinosa en forma de cono o clindro. Aunque nos resulte una criatura enormemente extraña, lo cierto es que el pirosoma se parece más a nosotros de lo que podríamos sospechar: sus zooides pertenecen al grupo de los tunicados, invertebrados muy próximos a los vertebrados. Evolutivamente, están mucho más cerca de los humanos que un molusco, un insecto o un gusano.

Los zooides le dan un tacto rugoso como el de un pepinillo, motivo por el cual los pirosomas se conocen también como pepinillos de mar (no confundir con los pepinos de mar u holoturias, que no son colonias, sino animales equinodermos). De este modo los zooides quedan abiertos al exterior, de donde aspiran agua que filtran para recoger su alimento microscópico, y al interior, a donde expulsan el agua filtrada. El pirosoma suele flotar cerca de la superficie en aguas cálidas, pero también puede moverse por propulsión a chorro.

Los pirosomas pueden ser pequeños, como este de 1 centímetro:

Pirosoma. Imagen de Nick Hobgood / Wikipedia.

Pirosoma. Imagen de Nick Hobgood / Wikipedia.

Tomando un detalle de esta imagen podemos observar los diminutos zooides:

Detalle de los zooides en un pirosoma. Imagen de Nick Hobgood / Wikipedia.

Detalle de los zooides en un pirosoma. Imagen de Nick Hobgood / Wikipedia.

Pero también pueden llegar a esto:

Este inmenso pirosoma de unos 8 metros de largo fue filmado el pasado octubre cerca de Nueva Zelanda por los buceadores Steve Hathway y Andrew Buttler, según publicaba el diario The Washington Post la semana pasada. Y ni siquiera es un récord: se han registrado ejemplares hasta de 20 metros.

Pero si tener la suerte de toparse con semejante criatura en el mar debe de ser algo inolvidable, aún más sería contemplarlos de noche: los zooides bioluminiscentes tienden a emitir pulsos de luz cuando detectan a sus compañeros cercanos brillando. Es decir, hacen la ola con pulsos de luz, que además se contagian de una colonia a otra. Como una calle de Las Vegas en el océano.

Pirosoma. Imagen de NOAA.

Pirosoma. Imagen de NOAA.

En las antípodas no caminan cabeza abajo, y por eso ven la Luna al revés

A propósito de mi tema anterior sobre el vuelo de las moscas dentro de vehículos en movimiento, mi vecina de blog y amiga Madre Reciente tuiteaba recomendando su lectura a sus seguidores, sobre todo, decía, «si sois de los que aún no entendéis por qué en las antípodas no caminan cabeza abajo».

El astuto comentario de MR merece una explicación. Alguien podría preguntar: ¿cómo que no caminan cabeza abajo? Sí, ¿no? Es decir, no es que vayan arrastrando la cabeza por el suelo y moviendo las piernas en el aire, pero están al revés. ¿No?

Recuerdo que hace años, durante un viaje a Nueva Zelanda, se me ocurrió de repente pensar que la intuición y la costumbre nos hacen a todos un poco terraplanistas. Es decir, si en aquel momento alguien me hubiera preguntado hacia dónde estaba mi casa, probablemente mi impulso inmediato habría sido señalar hacia el horizonte en dirección noroeste, por el hábito de ver los mapamundis con la proyección de Mercator, centrados en el océano Atlántico y con el norte arriba.

Pero en realidad, si me hubiera parado un momento a pensarlo, tendría que haber apuntado con el dedo en perpendicular hacia el suelo. Porque lo cierto es que la ruta más corta de vuelta a mi casa habría sido, si tal cosa fuera posible, perforando el suelo y siguiendo todo recto, como en aquel desafortunado remake de Desafío total.

Por desgracia solo pude recorrer la isla sur, así que no pude pisar las antípodas de mi casa, que caen en algún lugar de la isla norte de Nueva Zelanda. Habría sido interesante buscar la casa más cercana a la coordenada precisa y contarles a sus habitantes que la mía estaba justo al otro lado del mundo. Igual hasta me invitaban a una cerveza. Siempre que no fueran terraplanistas, claro.

Pero con respecto a las antípodas, sí hubo un detalle que me llamó especialmente la atención, y que no solemos tener en cuenta por muy obvio que sea: en el hemisferio sur la Luna se ve al revés. Es fácil entenderlo si lo pensamos: ellos y nosotros vemos el mismo objeto en el cielo, pero ellos realmente tendrían que caminar cabeza abajo para verlo en la misma orientación que nosotros. Para ilustrarlo he improvisado este gráfico que copio chapuceramente de otro publicado en Science Alert:

Imágenes de la Tierra y la Luna de la NASA. Gráfico de elaboración propia.

Imágenes de la Tierra y la Luna de la NASA. Gráfico de elaboración propia.

La luna llena desde el hemisferio norte (izquierda) y desde el sur (derecha). Imágenes de NASA y A. Sparrow / Flickr / CC.

La luna llena desde el hemisferio norte (izquierda) y desde el sur (derecha). Imágenes de NASA y A. Sparrow / Flickr / CC.

Por supuesto, en realidad todo el firmamento se ve al revés, pero el caso de la Luna es especialmente llamativo. Del mismo modo, las fases lunares también van al contrario: aquí la luna con forma de D es creciente y la C es menguante, mientras que en el sur es al revés.

Otro caso curioso es el de la Luna en el ecuador. Como allí el Sol recorre el cielo, digamos, por su mitad (es decir, al mediodía queda en todo lo alto), cuando la Luna se pone, el Sol está bajo los pies, iluminando la Luna desde abajo. Y por ello la media luna se ve como una sonrisa. Ignoro cómo se llama esto en castellano; en inglés lo llaman wet moon, pero también se conoce como luna de Cheshire, por la sonrisa del gato de Alicia en el país de las maravillas:

Luna de Cheshire. Imagen modificada de John Flannery / Flickr / CC.

Luna de Cheshire. Imagen modificada de John Flannery / Flickr / CC.

Pero sobre nosotros y las antípodas, norte y sur, arriba y abajo, al derecho y al revés… Es necesario aclarar que todos son conceptos convencionales, ya que no hay ninguna razón para que el norte esté arriba; simplemente nos hemos acostumbrado a verlo de este modo porque nuestra representación de los mapas tradicionalmente ha sido eurocéntrica y nortecéntrica, algo de lo que se quejan en el hemisferio sur, y con razón.

O sea, que en realidad no, en las antípodas no caminan cabeza abajo, porque la Tierra flota en el espacio, y en el espacio no hay ni arriba ni abajo. Como en el caso de la mosca y el avión, todo es relativo dependiendo de a qué sistema lo referimos, pero no existe ningún sistema mejor o más correcto que otro.

Precisamente por este motivo el emblema de Naciones Unidas se diseñó con un mapa del mundo centrado en el polo norte con los continentes a su alrededor, para no dar primacía a unos países o continentes sobre otros.

Emblema de las Naciones Unidas. Imagen de Wikipedia.

Emblema de las Naciones Unidas. Imagen de Wikipedia.

Por supuesto, también se podría haber centrado en el polo sur, pero imagino que no tendría mucho sentido colocar la Antártida, que no es un país de las Naciones Unidas, en el centro del mundo. Claro que el sistema elegido es también engañoso, porque crea la impresión de que la Antártida está en el extremo opuesto del mundo al sur de África y América… Cualquier representación mental distinta de un mundo redondo desde todos sus ángulos es equívoca; porque en realidad, como decía Karen Blixen, «la Tierra se hizo redonda para que nunca podamos ver el final del camino». Bueno sí, también está aquello del equilibrio hidrostático. Pero es mucho menos romántico.

Las pseudoterapias inician su campaña de desinformación

El fin de semana suele ser cuando se reposan y se repasan los asuntos de los cinco días previos, y entre ellos, como conté ayer, está la puesta en marcha del Plan para la protección de la salud frente a las pseudoterapias, anunciada el pasado miércoles por María Luisa Carcedo, ministra de Sanidad, y Pedro Duque, ministro de Ciencia.

Entre esos reposos y repasos, he podido escuchar en la radio, literalmente, la siguiente interpretación de lo ocurrido esta semana: «el gobierno planea prohibir las terapias naturales». Cualquiera que escuche esta versión claramente sesgada llegará a la conclusión de que el malvado gobierno se dispone a clausurar su herbolario favorito e impedirle comprar eucalipto para prepararse unos vahos, o tila para relajarse y conciliar el sueño.

La verdadera información está ahí para quien la quiera: el gobierno informará sobre la eficacia o falta de ella de las distintas alternativas terapéuticas con el fin de que la ciudadanía disponga de los suficientes elementos de juicio para elegir sus opciones. Quien quiera elegir pseudoterapias podrá seguir haciéndolo; pero eso sí, ni a sus prescriptores y practicantes se les permitirá la publicidad engañosa, ni podrán ejercer dentro del sistema sanitario, que como cualquiera puede entender a poco que se lo proponga, debe estar dedicado exclusivamente a la administración de tratamientos terapéuticos que sean probadamente terapéuticos.

Homeopatía. Imagen de MaxPixel.

Homeopatía. Imagen de MaxPixel.

Quisiera equivocarme, pero mucho me temo que el nuevo plan del gobierno puede prender una campaña de desinformación y fake news por parte de los defensores de las pseudoterapias. La anterior interpretación de las intenciones del gobierno es una muestra de cómo la manera de presentar un asunto busca interesadamente provocar una reacción de rechazo en la audiencia: ¡prohibir las terapias naturales! ¡Pero cómo se atreven!

A los agentes de la desinformación se ha sumado, de momento, la presentadora Ana Rosa Quintana. Como informó esta casa el pasado viernes, Quintana defendió las pseudoterapias en su programa, afirmando que «la homeopatía o la acupuntura son ciencias milenarias». Es evidente que la opinión de Quintana sobre estos asuntos debería pesar tanto como su hipótesis sobre el origen y la causa de los Fast Radio Bursts, potentes ráfagas de emisiones de ondas de radio de procedencia aparentemente extragaláctica.

Pero también es evidente que no es así, sino que opiniones como la suya pesan; y obviamente Quintana ignora o bien lo que son la homeopatía y la acupuntura (no son ciencias), o bien lo que es la ciencia (la homeopatía y la acupuntura no lo son), o ambas cosas, y desde luego parece desconocer por completo que los 222 años de existencia de la homeopatía no cuentan como un milenio.

Otro indicio de que la maquinaria pseudoterapéutica puede preparar una intensificación de su campaña de fake news me lo ha proporcionado una persona, defensora de la homeopatía, que parece haberse propuesto espamear mi correo. A su primer mensaje respondí amablemente explicándole qué es la homeopatía, que no cura y por qué no cura, como creo que es mi obligación y hago con gusto siempre que se trate de ayudar a fomentar la información y la cultura del pensamiento. Pero descubrí entonces que esta persona no solo es inmune a la información, sino que ahora parece decidida a dejarme en el correo periódicas notas sobre su visión del mundo.

En su último correo (de los dos que me ha enviado esta misma mañana), me informa de que «la homeopatía ya es legal en Suecia», adjuntándome un enlace y añadiendo que «como siempre, en España somos más listos». Sobre lo de si somos más listos y como ya sugerí ayer, la idea de que debemos mimetizarnos con la manera que en otros países tienen de hacer cualquier cosa sí que tendería a indicar que somos menos listos; si no fuera porque no existen datos que demuestren diferencias de capacidades intelectuales al sur y al norte de los Pirineos.

Pero por supuesto, merece la pena indagar en el caso. El enlace me lleva a una publicación en una web de homeopatía en la que, bajo el título «Fin de la prohibición: en Suecia la homeopatía ya es legal», se cuenta que el Tribunal Supremo de Suecia ha tumbado una sentencia que condenaba a un médico por haber tratado con homeopatía a un paciente. «Los jueces están convencidos de que el médico actuó en interés del paciente y aplicó el medicamento que según los conocimientos del médico era más adecuado para el paciente», dice el texto.

Caramba –viene a pretender que interprete mi comunicante–: mientras que en España se planea restringir la homeopatía, justo ahora en Suecia se le da un empujón validando su eficacia. ¿No?

Bueno, lo cierto es que… no. En primer lugar, y aunque resulte muy oportuno pretender que Suecia ahora se pronuncia en favor de la homeopatía, no es exactamente así: al indagar un poco, descubro que en realidad la noticia original se publicó el 24 de septiembre de 2011. Fue hace siete años cuando el Tribunal Supremo sueco anuló la sentencia que sancionaba a este médico. Y en realidad, como voy a explicar, no se ha producido ningún cambio en el estatus legal de la homeopatía en Suecia, al contrario de lo que mi comunicante pretende hacerme creer.

La sentencia original en cuestión (no tengo la menor idea del idioma sueco, pero este enlace al traductor de Google me ofrece una traducción al inglés razonablemente legible) dice lo siguiente: «El Comité Nacional de Salud concede que los remedios homeopáticos no tienen impacto negativo en el organismo humano. Debe considerarse que el tratamiento homeopático no tiene efecto alguno, pero en general se acepta el positivo efecto placebo que se produce cuando el paciente por sí mismo adopta la iniciativa de tomar un tratamiento que cree que pueda tener un efecto en su enfermedad».

En resumen, la sentencia absuelve al médico de negligencia porque le estaba administrando al paciente un tratamiento que no cura, pero que tampoco le perjudica, y que no hay fundamento para una sanción que solo debe aplicarse cuando un profesional «actúa poniendo en peligro la seguridad del paciente», dice la sentencia. En otras palabras, este es el gran triunfo enarbolado por los defensores de la homeopatía: en Suecia se dictaminó (hace siete años) que administrar agua o pastillas de azúcar a un paciente no pone en riesgo su salud.

La sentencia añadía además un detalle. Basándose en ese posible efecto placebo, que no cura, pero que puede favorecer la percepción de bienestar del enfermo, los jueces citaban la postura del Comité Nacional de Salud y Bienestar de Suecia según la cual «en casos excepcionales los remedios homeopáticos pueden aceptarse como un suplemento a la medicina académica». Pero añadía: «Esto no se aplica al tratamiento sistemático o al tratamiento DE MENORES».

Las mayúsculas son mías; y es que, como ya comenté ayer, la defensa de la libertad de elección solo puede aplicarse a adultos que toman sus propias decisiones sobre su propia salud. Parece que no solamente Suecia no mantiene una postura más favorable a la homeopatía que España, sino que además allí existe un especial énfasis en la protección de los niños contra las pseudoterapias que aquí, al menos según lo presentado en las directrices del nuevo plan del gobierno, aún no se ha contemplado.

Pero insisto: la postura oficial sueca no es más favorable a la homeopatía que la española. Dos años después de aquella sentencia, el Comité Nacional de Salud, a resultas de una investigación encargada por el Ministerio de Asuntos Sociales (traducción al inglés aquí), insistía en la excepcionalidad de la administración de homeopatía: «Las ocasiones en las que los profesionales de la salud pueden desviarse de la ciencia y la experiencia demostrada son, por ejemplo, si un paciente terminal ha probado toda la medicina académica y quiere probar los preparados homeopáticos».

La responsable del estudio, Lisa van Duin, decía: «Entonces, los profesionales legítimos de la salud no pueden decir que se niegan a la homeopatía, sino que en cambio pueden ayudar a que se practique con seguridad», añadiendo que «los tratamientos de medicina alternativa no deben interferir con la medicina de modo que suponga un riesgo para el paciente».

Homeopatía. El preparado Aconitum C30 ha sido el probado en el experimento. Imagen de pxhere.

Homeopatía. El preparado Aconitum C30 ha sido el probado en el experimento. Imagen de pxhere.

La realidad es que Suecia, como el resto de los países de la Unión, se ciñe a las actuales normativas comunitarias sobre pseudoterapias. Y para saber cuál es el estado actual de la homeopatía en aquel país, nada mejor que consultar la web de la Agencia Sueca de Productos Médicos (MPA), que por suerte sí ofrece información en inglés. Y este es el estatus actual de los remedios homeopáticos en Suecia: «Deben registrarse en la MPA para poder venderse en el mercado sueco», dice la web.

¿Y qué necesita un producto homeopático para registrarse en la MPA sueca? La web cita los artículos 14 y 15 de la Directiva 2001/83/EC del Parlamento Europeo, así como el 17 y el 18 de la Directiva 2001/82/EC, para el caso de los productos veterinarios. Y aplicando dichas directivas, se exige a todo producto homeopático «la calidad y seguridad del producto final», «que la fabricación se produzca en condiciones aceptables de calidad», que «la fabricación cumpla con los métodos homeopáticos» y que «la materia prima se haya utilizado previamente en homeopatía». Es decir, ni una palabra sobre su eficacia. O sí, pero no en el sentido en que pretenden los propagadores de fake news. La web añade: «La MPA sueca no evalúa la eficacia de los productos homeopáticos. No se requieren estudios clínicos o literatura científica de apoyo para demostrar el efecto de un producto homeopático. Aún más, no pueden sostenerse indicaciones o efectos para un producto homeopático».

Es decir, la ley sueca tolera la venta de productos homeopáticos, aunque no curen, sin importar que no curen, pero únicamente siempre que no se afirme que curan. Respecto a qué tipo de productos homeopáticos pueden venderse, la MPA especifica que estos «no contengan más de una parte en 10.000 del principio original (equivalente a D4 en el producto final)» y que «si se emplea una sustancia activa empleada en un fármaco que requiere receta, el producto homeopático debe diluir este principio al menos 100 veces respecto a la dosis más baja que requiere prescripción».

¿Y por qué esa dilución D4? Bueno, sencillamente porque es la dilución mínima a la que se ha probado que no existe ningún resto del principio original; en otras palabras, la ley sueca garantiza que los productos homeopáticos que se venden contienen exclusivamente agua (o azúcar, en el caso de las pastillas). Y asegurado esto, nadie puede impedir a nadie que compre agua embotellada o caramelos, aunque sea en dosis muy pequeñas a precios comparativamente astronómicos.

Bienvenido el plan contra las pseudoterapias, pero ¿quién protegerá a los niños?

La ciencia y la medicina no son de izquierdas ni de derechas. Y por tanto, la pseudociencia y la pseudomedicina tampoco lo son. Podría hacerse un retrato simplista de los grupos anticientíficos a los dos lados del arco: la derecha milagrera y la izquierda feng-shui (como acuñó el periodista Mauricio-José Schwarz). Estos grupos existen, pero sería muy aventurado decir que son algo más que estereotipos. Lo cual no significa que los estereotipos no existan. Pero no es un carnet político lo que da la razón, ni tampoco lo que la nubla.

En algunos casos sí son factores culturales, anclados en la tradición de un pueblo. En EEUU nadie consigue limitar la tenencia de armas, a pesar de lo probadamente nocivo de la barra libre, no porque lo diga la Constitución de aquel país, sino porque lo hace el espíritu que inspiró esa Constitución. En el terreno de las pseudoterapias, países como Francia y Alemania arrastran una inercia difícil de romper: el inventor de la homeopatía, Samuel Hahnemann, era alemán; y la mayor multinacional del mundo de esta pseudoterapia fraudulenta, Boiron, es francesa.

En este país nuestro existe un consolidado tic mental de dar por bueno todo lo que se hace fuera, todo lo que viene de fuera. Y este es un argumento al que suelen agarrarse los defensores de las pseudoterapias, su estatus legal o su popularidad en otros países. Noticia fresca: no existe ninguna evidencia de que los españoles seamos menos inteligentes que los extranjeros, ni más propensos a dejarnos llevar por supersticiones, mitos o bulos.

Por lo tanto, legislar sobre las pseudoterapias no debería basarse en ninguna necesidad de mimetizarnos con nuestro entorno. Pero tampoco debería depender de qué color gobierne en cada momento.

La ministra de Sanidad, María Luisa Carcedo, y el ministro de Ciencia, Pedro Duque, presentando el Plan de Protección de la Salud frente a las Pseudoterapias el pasado 14 de noviembre. Imagen del Ministerio de Ciencia.

La ministra de Sanidad, María Luisa Carcedo, y el ministro de Ciencia, Pedro Duque, presentando el Plan de Protección de la Salud frente a las Pseudoterapias el pasado 14 de noviembre. Imagen del Ministerio de Ciencia.

El primer (y esperado) paso del actual gobierno contra las pseudoterapias, concretado esta semana en el anuncio de un plan de regulación, no es un producto de una ideología política, sino del hecho de que por primera vez se da la circunstancia de que los dos puestos de máxima responsabilidad gubernamental en Ciencia y Sanidad no están ocupados por filólogos, financieros o abogados inmobiliarios, sino por dos personas (Pedro Duque y María Luisa Carcedo) guiadas por un criterio que debería exigirse en estos casos, un conocimiento profundo de la ciencia y la medicina, respectivamente.

Es decir, no basta con la titulación adecuada, que es el primer requisito esencial; como suelo pregonar aquí, nadie aceptaría a alguien al frente del Ministerio de Economía que no fuera economista, o del de Justicia sin titulación en Derecho. Pero no es un secreto que existen numerosos profesionales de la Sanidad que no solo defienden las pseudoterapias, sino que las prescriben. Hace unas semanas se publicó la estrambótica noticia de que una institución denominada Ilustre Academia de Ciencias de la Salud Ramón y Cajal ha premiado a un homeópata. Lo cual resulta aún más esperpéntico teniendo en cuenta lo que Santiago Ramón y Cajal escribió sobre la homeopatía en su último libro, El mundo visto a los ochenta años:

¿No curan lo mismo hoy los homeópatas, la Christian science de Baker-Eddy y el psicoanálisis de Freud? El hombre dispone de reservas inagotables de fe en lo sobrenatural o simplemente en el absurdo.

(La Christian science era un presunto método de sanación espiritual creado por la estadounidense Mary Baker Eddy, fundadora de la Iglesia de Cristo, Científico, y muy en boga en tiempos de Ramón y Cajal; por su parte, el psicoanálisis ha recibido acusaciones de pseudociencia desde su invención.)

Pero además, al poder y el saber debe sumarse el tercer factor: querer. La voluntad de cambiar el actual estatus de las pseudoterapias no solo se enfrenta a la inercia del sistema, sino también a los numerosos intereses económicos implicados, incluyendo grandes negocios como el de la homeopatía y la penetración de sus practicantes y prescriptores en los órganos de decisión de ciertas organizaciones profesionales.

En resumen, el plan anunciado por el gobierno analizará las propuestas terapéuticas desde el único prisma posible, el de la evidencia científica, para informar a la población sobre las diferencias entre las terapias de eficacia comprobada y las que no la tienen ni se basan en pruebas científicas. Se combatirá la publicidad engañosa de las pseudoterapias, algo espinoso pero muy necesario, y tanto las pseudoterapias como sus practicantes quedarán fuera de los centros sanitarios y de las titulaciones universitarias.

En la presentación del plan el pasado miércoles, Pedro Duque resaltaba que no se trata de dirigir las creencias de cada cual, sino de que nadie elija una pseudoterapia por una falta de acceso a la información veraz. Y si alguien quiere jugar con su salud en contra del conocimiento, que lo haga bajo su propia responsabilidad, a sabiendas de que atenta contra sí mismo.

Sin embargo, este planteamiento deja una vía de agua, y es una de extrema gravedad: ¿quién protege de las pseudoterapias a aquellos que no pueden protegerse por sí mismos? La homeopatía encuentra uno de sus filones en la pediatría, y esto es algo que el enfoque del plan no contempla, como tampoco el hecho de que son los padres quienes toman la decisión de no vacunar a sus hijos. Si se trata de proteger la salud contra las pseudoterapias, la libertad de elección no puede amparar la desprotección de la infancia.

¿Cómo puede una mosca volar dentro de un coche o de un avión en movimiento?

Hace unos días, durante un viaje en coche, una mosca decidió unirse a nuestro periplo en un área de servicio de la provincia de Ciudad Real, para acabar viaje con nosotros en Málaga. Si un insecto supiera geografía y pudiera extrañarse, se habría extrañado de que una mosca manchega hubiera acabado, sin saber cómo ni por qué, en la costa andaluza. Pero hete aquí que, cuando el bicho revoloteaba ante mis narices mientras yo trataba de ignorarlo conduciendo a 120 kilómetros por hora, me acordé de Galileo.

¿Quién no se ha preguntado alguna vez cómo puede una mosca volar tranquilamente dentro de un coche o de un avión, cuando estos a su vez se están moviendo a toda velocidad? Podríamos pensar que la mosca debería quedar estampada contra la luna trasera del coche a poco que intentara emprender el vuelo. Y sin embargo, sabemos que no es así: la mosca vuela tan tranquilamente y sin aparente esfuerzo como lo haría sobre un filete en perfecto reposo sobre la encimera de la cocina.

Lo cual es sorprendente, teniendo en cuenta que una mosca volando pasillo adelante dentro de un avión está sumando sus 7 km/h a los 900 km/h del aparato, alcanzando una velocidad récord de 907 km/h para un observador en tierra, y sin despeinarse, si una mosca pudiera ser despeinada. Pero ¿cómo sabe el movimiento de la mosca que debe descontar el movimiento del avión?

Mosca doméstica. Imagen de Alexey Goral / Wikipedia.

Mosca doméstica. Imagen de Alexey Goral / Wikipedia.

Aquí es donde entra Galileo, quien ya se hizo esta pregunta hace casi 400 años, y logró responderla. En 1632 publicó Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo, donde escribía:

Enciérrate con algún amigo en la bodega bajo la cubierta de algún barco grande, y lleva contigo algunas moscas, mariposas y otros pequeños animales voladores. Lleva un gran cuenco de agua con algún pez dentro; cuelga una botella que se vacíe gota a gota en una vasija ancha bajo ella. Mientras el barco está parado, observa cuidadosamente cómo los pequeños animales vuelan a la misma velocidad hacia todos los lados de la bodega. Los peces nadan indiferentemente en todas direcciones; las gotas caen en la vasija; y cuando lanzas algo a tu amigo, no necesitas hacerlo con más fuerza en una dirección que en otra, a iguales distancias; saltando con los pies juntos, recorres la misma distancia en todas direcciones. Una vez que hayas observado todo esto cuidadosamente (aunque sin duda cuando el barco está detenido todo debe ocurrir de esta manera), haz que el barco se mueva a la velocidad que quieras, mientras el movimiento sea uniforme y no fluctúe. No verás el más minimo cambio en todos los efectos antedichos, ni podrás saber por ninguno de ellos si el barco se mueve o está parado.

A continuación vuelve otra vez a describir los saltos, el vuelo de las moscas, el pez y demás, para añadir:

La causa de todas estas correspondencias de los efectos es el hecho de que el movimiento del barco es común a todas las cosas contenidas en él, y también al aire.

De este modo, Galileo estaba introduciendo algo que hoy nos resulta muy familiar: la inercia. Dos mil años antes de Galileo, Aristóteles se rascaba la cabeza pensando cómo era posible que una flecha o una lanza continuaran su camino en el aire sin una fuerza aparente que siguiera empujándolas. El rascado de cabeza prosiguió durante dos milenios hasta que Galileo fue el primero en explorar y explicar con acierto el efecto de la inercia; aún sin emplear esta palabra, pero definiendo un principio fundamental de la física básica: que las leyes del movimiento son las mismas en cualquier sistema de referencia inercial, y que por tanto no existe ningún sistema privilegiado sobre otro. Medio siglo más tarde, la relatividad galileana se transformaría en las leyes del movimiento de Newton, y otros dos siglos después, serviría como base para la relatividad especial de Einstein.

En resumen, gracias a Galileo sabemos que la mosca posada cuando el coche comienza a moverse experimenta la misma inercia que nosotros en nuestros asientos. Una vez que el coche ya avanza a toda velocidad, la mosca absorbe la inercia del coche y del aire que lleva dentro en su propio movimiento, por lo que puede volar libremente a su manera normal dentro del vehículo, por grande que sea su velocidad. Incluso si la mosca está volando en el momento en que el coche comienza a acelerar, apenas notará un pequeño desplazamiento hacia la parte trasera que podrá compensar rápidamente; el aire dentro del coche se comprime ligeramente hacia atrás cuando empieza a moverse, pero rápidamente adquiere también la inercia del movimiento de todo el sistema.

En realidad, y si lo pensamos bien, nada de esto debería resultarnos sorprendente si tenemos en cuenta que la velocidad de la mosca, del coche e incluso del avión son, en el fondo, ridículas. Cuando Galileo expuso su argumento, lo hizo con un propósito más trascendente que explicar el vuelo de una mosca en la bodega de un barco: aportaba pruebas a favor del sistema heliocéntrico de Copérnico y en contra del sistema geocéntrico de Ptolomeo. Cuando Copérnico propuso que la Tierra y el resto de los planetas giraban en torno al sol, muchos vinieron a decir: tonterías; si la Tierra se moviera, tendríamos que estar continuamente agarrándonos a algo para no resultar arrastrados. Está claro que nosotros estamos en reposo, y que es el resto del universo el que se mueve.

Galileo explicando sus teorías astronómicas en la Universidad de Padua, por Félix Parra. Imagen de Wikipedia.

Galileo explicando sus teorías astronómicas en la Universidad de Padua, por Félix Parra. Imagen de Wikipedia.

Pero con su magnífico argumento del barco, Galileo demostraba que el reposo en el interior de la bodega, o para el caso, en la superficie de la Tierra, es solo una ilusión; y que es perfectamente posible que todo se esté moviendo a gran velocidad sin que nos demos cuenta, siempre que en este movimiento uniforme participe todo lo que existe a nuestro alrededor, un sistema del que somos parte.

Y vaya si nos movemos a gran velocidad: solo con la rotación de la Tierra, cualquier punto en el Ecuador se está moviendo en todo momento a unos 1.600 km/h, una velocidad que disminuye al aumentar la latitud hasta los polos, donde es cero. Y por cierto, este es el motivo de que los cohetes se lancen preferentemente desde lugares lo más cercanos al Ecuador que sea posible: al despegar desde puntos con mayor velocidad de rotación, las naves ya llevan un impulso extra que las ayuda a alcanzar la velocidad de escape de la atmósfera terrestre.

Pero la de rotación es también una velocidad insignificante si la comparamos con la de traslación de la Tierra alrededor del Sol: unos 108.000 km/h. Y esta a su vez es una minucia en comparación con la velocidad del Sistema Solar alrededor del centro de la galaxia: 792.000 km/h. Y esto sin contar el movimiento de la galaxia respecto a otras, la expansión del universo… En resumen, el reposo simplemente no existe. Porque para empezar, habría que definir: ¿reposo respecto a qué?

El argumento de Galileo era tan sólido que la Inquisición, a la que lógicamente no le placía en absoluto quitar a la Tierra del centro del universo, no pudo oponer otra respuesta más inteligente que… condenar a Galileo a reclusión domiciliaria de por vida. Esto acabó con el hombre; pero por supuesto, no con la verdad de su ciencia.

Sin la inercia, probablemente nuestra vida sería mucho más complicada. Aunque pensándolo bien, quizá tendría sus ventajas: podríamos desplazarnos de un lugar a otro del planeta simplemente dando saltitos y dejando que la Tierra corriera bajo nuestros pies. Viajaríamos gratis. Como la mosca.

Pasen y vean a la falsa araña con falsa cabeza de conejo

Uno piensa que ya lo había visto casi todo en formas extrañas de animales y que pocas cosas pueden sorprenderle… hasta que aparece Metagryne bicolumnata, la falsa araña con falsa cabeza de conejo; o de perro, o de lobo, según el gusto de cada cual. Pero para qué tratar de explicarlo. Se trata de esto:

Metagryne bicolumnata. Imagen de Andreas Kay / Flickr / CC.

Metagryne bicolumnata. Imagen de Andreas Kay / Flickr / CC.

No, no es un truco de Photoshop. Esta criatura realmente existe:

Metagryne bicolumnata. Imagen de Andreas Kay / Flickr / CC.

Metagryne bicolumnata. Imagen de Andreas Kay / Flickr / CC.

Y si quieren verla en acción, aquí está:

Todo ello por gentileza del biólogo Andreas Kay, que desde hace siete años se dedica a documentar y fotografiar la increíble biodiversidad de Ecuador, y a dejar el testimonio de su trabajo en Flickr.

Dibujo de Metagryne bicolumnata de Carl Friedrich Roewer, 1959.

Dibujo de Metagryne bicolumnata de Carl Friedrich Roewer, 1959.

En 2017 Kay fotografió en la selva amazónica a esta insólita criatura que sin embargo se conocía ya desde 1959, aunque el dibujo de Carl Friedrich Roewer, el aracnólogo alemán que la describió, era sin duda mucho menos espectacular.

La criatura en cuestión es un opilión; arácnido, pero no araña. Los opiliones están más estrechamente emparentados con los ácaros y los escorpiones, también arácnidos. Aunque a primera vista puedan confundirse con las arañas por sus ocho patas, un vistazo más detallado revela claras diferencias: las arañas tienen el cuerpo dividido en dos partes, cefalotórax y abdomen, mientras que los opiliones tienen ambos fusionados en un único bloque.

A mayor detalle, las arañas tienen varios pares de ojos, mientras que los opiliones solo tienen un par; que en el caso de Metagryne bicolumnata, al que llamaremos opilión conejo, no son los dos puntos amarillos en su falsa cabeza de conejo, sino que aparecen al frente del cefalotórax.

Otra diferencia esencial entre las arañas y los opiliones es que estos carecen de glándulas de seda, por lo que no fabrican tela. Y más importante para nosotros, tampoco tienen glándulas de veneno, por lo que son inofensivos. Para compensar esta falta de armamento, la evolución ha dotado a los opiliones de otras estrategias para defenderse de sus depredadores. Una de ellas, común en estos animalitos, es modificar su aspecto físico, ya sea para camuflarse en su entorno o para asustar.

Por ejemplo, algunos opiliones segregan un fluido defensivo amarillento que es nocivo para los depredadores. Otros, en cambio, carecen de esta defensa; pero alguno de ellos ha desarrollado en su caparazón dos manchas amarillas que simulan el fluido para disuadir a sus atacantes, aunque realmente no posean esta defensa. Estas coloraciones llamativas como advertencia de peligro se conocen en biología como aposemáticas; las serpientes coral, las avispas o las ranas venenosas tropicales avisan con sus colores llamativos de que no es una buena idea meterse con ellas.

En el caso del opilión conejo, el propósito de su estrambótico aspecto realmente no se conoce, aunque parece probable que se trate también de una defensa contra los depredadores. Entre las técnicas de mimetismo, algunas especies inofensivas desarrollan un aspecto parecido a otras peligrosas. Por ejemplo, hay moscas que parecen avispas, y la falsa coral es del todo inocua. Para estos opiliones, tener el aspecto de un temible mamífero puede ser la estrategia perfecta para que a nadie se le ocurra intentar comérselos. Aquellos ejemplares mejor disfrazados logran sobrevivir y pasar a sus descendientes los genes de ese perfecto disfraz, y la evolución sigue su curso.

La fuga de cerebros, un concepto anticuado

En los años 90, el Departamento de Inmunología y Oncología (DIO) del Centro Nacional de Biotecnología (CNB) del CSIC era uno de los grupos de investigación más potentes y punteros de este país, liderado por un tipo de mente tan clara y afilada como excéntrica, Carlos Martínez-A., quien siempre solía preguntarte si habías descubierto algo; pero no en el laboratorio o en la sala de seminarios, sino desde el urinario de al lado.

Además de su brillante director, el DIO tenía algo fuertemente envidiado por otros grupos investigadores: dinero. A través de un convenio con la entonces compañía farmacéutica y biotecnológica Pharmacia, luego Pharmacia & Upjohn, hoy perteneciente a Pfizer, el DIO era entonces un raro ejemplo en España de colaboración público-privada. Los investigadores de la empresa trabajaban codo con codo con los que dependíamos de la rama pública, mezclados en los mismos laboratorios; nosotros vivíamos de magras becas, pero gastábamos también su dinero para nuestras investigaciones. Mucho dinero.

Tanto dinero que, mientras que en otros laboratorios reciclaban las puntas de pipeta, en el DIO el material llegaba a derrocharse con la misma alegría con que Di Caprio despachaba drogas en aquella de Wall Street, y de vez en cuando se nos tenía que convocar a todos para revelarnos la insana cantidad de eppendorfs, puntas o falcons que se habían tirado a la basura en el último mes.

Pues bien, incluso en aquel paraíso investigador de la España noventera, en todo un departamento de más de cien personas solo había un único investigador extranjero, un tipo nórdico afable y sosegado. En una ocasión le pregunté por qué había venido a investigar a España. Y fuera cierto o que se estaba quedando conmigo, me respondió que le habían hablado de que aquí se vivía bien y se trabajaba poco.

Indudablemente, las cosas han cambiado mucho desde los años 90. Pero no lo suficiente. Hoy son notablemente más numerosos los nombres extranjeros alistados en las filas de los centros de investigación españoles. Pero lamentablemente y cuando las actuales fórmulas del sistema han flexibilizado la incorporación de investigadores de todo el mundo a nuestros centros, aún se oye hablar de científicos que han elegido España por el clima y el modo de vida.

Esto viene a propósito de una noticia aparecida esta semana. Cuando leí que una gran compañía farmacéutica celebraba una jornada bajo el hashtag #StopFugadeCerebros, pensé: ¿en serio? ¿Todavía estamos así?

Imagen modificada de Academia Superior / Flickr / CC.

Imagen modificada de Academia Superior / Flickr / CC.

Entiéndase, el fondo y el espíritu son correctos y dignos de beneplácito: un programa de becas que busca impulsar la ciencia en España apoyando y financiando el fortalecimiento del tejido investigador de este país. Pero el enfoque, el recurso a la fuga de cerebros, era válido en tiempos de Severo Ochoa, que se exilió en el 36. En la ciencia del siglo XXI, es solo un gancho publicitario desencaminado, equívoco y anacrónico.

España no necesita retener talento investigador. Lo que necesita es atraer talento investigador. Y llegar a convertirse en una opción que los recién doctorados puedan considerar de igual a igual con la de marcharse a Gran Bretaña o a EEUU. Y que cada uno decida; en el mundo investigador, para muchos la idea de pisar otras tierras no es solo algo impuesto por la necesidad. La ciencia hoy es un asunto global, y muchos investigadores jóvenes quieren realmente vivir esa globalidad; muchos investigadores jóvenes ya no sueñan con ser funcionarios.

En mi trabajo me paso el día explicando avances científicos, y en la mayor parte de los casos la cosa va de esta manera: «el investigador chino-estadounidense…». O coreano-canadiense, o checo-alemán, o indio-británico. Investigadores cuyos trabajos merecen repercusión en los medios, y sobre los cuales es justo precisar que un día abandonaron sus países para establecerse en alguna de las mecas de la ciencia mundial, una decisión sin la cual probablemente jamás habrían alcanzado tales logros.

España no es una de esas mecas de la ciencia. Aquí quieren venir los futbolistas de todo el mundo, no los científicos. Hoy se publica en los medios que un senegalés emigrado a España de niño ha triunfado en un campeonato mundial de kárate. Y bien por él. Pero en otros países, otros senegaleses están triunfando en la ciencia. Y si Babacar Seck hubiera optado por la neurociencia en lugar de por el kárate, con toda probabilidad no se habría quedado en España. Ya, ya, seguramente tampoco tuvo esta oportunidad. Aquí. En otro país, tal vez sí.

Los extremos delirantes llegan cuando un medio de comunicación deportivo de Tenerife habla de un entrenador de fútbol de la isla que trabaja en la Península como un caso de fuga de cerebros. Pero no se trata solo de la aplicación futbolística de la expresión; también en su sentido ortodoxo, tan provinciano sería aplicarlo a un científico de Cuenca que trabaja en Madrid como a otro científico de Cuenca que triunfa en el Instituto Tecnológico de Massachusetts.

Si el objetivo es impulsar la ciencia en España y fortalecer el tejido investigador, el camino no es retener, sino tentar, fascinar, encantar y seducir; ser un país científicamente sexy. Habremos llegado a ser una gran potencia científica no cuando hayamos taponado ninguna fuga de cerebros, sino cuando los mejores investigadores de todo el mundo se peleen por trabajar aquí. Distintos enfoques, un mismo objetivo, un mismo medio; lo que había en el DIO: dinero. Constrúyelo y vendrán. O se quedarán. O no. Ciencia y banderas no casan muy bien. Los cerebros deben ser libres para fugarse a donde les dé la real gana, allí donde sus sinapsis puedan funcionar más a gusto.