¿Tal vez somos una especie resistente al conocimiento?

Tuve un profesor de sociología de la ciencia que nos llamaba nescientes cuando no sabíamos algo. Según él, ignorante era el que desconocía algo que debería saber, mientras que nesciente era quien ignoraba algo que no estaba obligado a conocer. En realidad esto era solo un juego floral eufemístico; el diccionario de la RAE no hila tan fino a la hora de separar los significados de ambos términos, dándolos prácticamente por sinónimos. Pero quizá debería hacerlo, ya que es útil separar los dos conceptos, basados en lo que deberíamos o no saber.

Imagen modificada de Amanda Muñoz / Flickr / CC.

Imagen modificada de Amanda Muñoz / Flickr / CC.

Pero ¿qué deberíamos saber? Ayer conté un estudio basado en una encuesta que evaluaba el conocimiento de la población de varios países sobre ciertos parámetros demográficos. Los sociólogos empleaban los datos para construir un índice de «ignorancia». Podían haber elegido cualquier otro nombre, como «desconexión de la realidad social» o «vivir en el guindo». Cualquiera podrá pensar, incluido un servidor, que no saber cuál es el porcentaje de jóvenes españoles que viven con sus padres no lo convierte a uno en ignorante, si es que a uno este dato le es completamente indiferente.

Alguna vez he visto cómo alguien se hace un lío al tratar de calcular un porcentaje, para finalmente zanjar la cuestión diciendo: «es que yo soy de letras». Como si hiciera falta un conocimiento especializado en ciencia para calcular un porcentaje. Si hablamos de lo que todos deberíamos saber, probablemente quienes hemos pasado por la escuela deberíamos ser capaces de algo tan básico como calcular un porcentaje, ya que esto se enseña en niveles básicos de la educación. Siempre que escucho el típico «es que yo soy de letras» para justificar la falta de un conocimiento de escuela tengo que resistirme a preguntarle a quien lo dice si sabe cuántas novelas escribió Cervantes. Por desgracia, el «es que yo soy de letras» más bien a menudo es otro juego floral eufemístico que en realidad significa «he olvidado prácticamente todo lo que aprendí en la escuela y no me importa lo más mínimo».

Seguramente habrá quien piense que todo esto que a mí parece preocuparme en realidad tampoco importa lo más mínimo. Mi opinión personal es que lo peor de todo es olvidar lo más fundamental que debería habernos grabado en el cerebro nuestra educación escolar, por encima de la importancia o no de saber calcular un porcentaje: el amor por el conocimiento. La sociedad que nos ha tocado hoy glorifica la cultura física (cool) y ridiculiza la cultura intelectual (nerd); a quien es deficiente en la primera se le puede reprochar públicamente su desdén por el deporte y el ejercicio físico sin incurrir en ninguna incorrección social. Sin embargo, adjetivar a alguien de ignorante es un insulto que se vuelve contra quien lo aplica, convirtiéndole en arrogante, pedante y engreído.

Esta mañana he escuchado en la radio la llamada telefónica de una señora que recordaba la llegada del hombre a la Luna, de la cual hablaba en términos parecidos a estos: «Bueno, o cuando nos engañaron con aquello, a los tontos que quieran dejarse engañar, claro, que a mí no me engañaron, porque si de verdad hubieran ido habrían vuelto después». La señora no solo exhibía su ignorancia, sino que presumía implícitamente de ella, ya que es la ignorancia la que guiaba esa opinión de la que parecía tan orgullosa; no solo ignoraba que el hombre sí regresó a la Luna después, sino que, ni conoce por qué se canceló el programa Apolo y, por extensión, la exploración tripulada del espacio profundo, ni obviamente le importa lo más mínimo no saberlo. Y a pesar de ello, sostiene una opinión fundamentada precisamente en la falta de conocimiento.

Todo esto no es simplemente un peloteo mental. La capacidad del ser humano de emplear el cerebro que sus padres le han dado para algo más que separar las orejas es hoy más importante que nunca, por una razón: cada vez son más numerosos, y más críticos, los asuntos que tienen un fundamento científico y que afectan al ordenamiento de la sociedad. En una democracia, son los ciudadanos quienes deberán decidir el rumbo que toman las políticas relativas a estas cuestiones. Pero ¿cómo podrán hacerlo si carecen de la formación necesaria para comprender aquello sobre lo que tienen que decidir?

Si no recuerdo mal, el mítico Carl Sagan ya advirtió de este riesgo. Si los ciudadanos no tienen el conocimiento para opinar y decidir sobre cuestiones como el cambio climático o los limites éticos de la edición genómica, otros tomarán las decisiones por ellos; la democracia se sustituye por la noocracia, el gobierno de los sabios, que no es otra cosa que un juego floral eufemístico para definir una dictadura: déjelo, no se caliente la cabeza con cuestiones que están más allá de su comprensión; usted vote según le parezca bien o no que aumente el salario mínimo, que de esos otros asuntos complicados ya nos ocuparemos nosotros.

Un ejemplo lo ilustra el estudio que motiva este artículo, y que trata de ese crucial asunto que se discute estos días en París: el cambio climático. Un equipo de investigadores de la Universidad Estatal de Michigan (EEUU) ha elaborado una encuesta con 1.600 voluntarios a los que se dieron a leer noticias sobre cambio climático específicamente diseñadas para el experimento. Según los grupos, a algunos se les facilitaron textos que comentaban los riesgos asociados al cambio climático. Pero en la mitad de los casos, los artículos incluían un párrafo que cuestionaba el efecto de la actividad humana sobre el clima, sugiriendo que tal vez era una exageración motivada por sesgos políticos.

Los resultados del estudio, publicado en la revista Topics in Cognitive Science, demuestran que este simple mensaje era suficiente para alterar significativamente las opiniones de los encuestados, inclinándolos hacia una mayor tendencia a negar la realidad del cambio climático; y que esto sucedía con encuestados de derechas y de izquierdas, aunque eran los primeros quienes en mayor medida se apuntaban a la tesis negacionista.

El estudio analiza el efecto de un mensaje mediático, pero lo mismo podría aplicarse a una campaña gubernamental o corporativa; sus conclusiones dejan en evidencia que la falta de un sustrato mínimo de conocimiento convierte al ciudadano en un objeto manipulable a voluntad por cualquier tipo de interés que pretenda esquivar las reglas de la democracia con una buena dosis de propaganda. Hoy no solo importa impulsar el progreso científico, algo que pocos discuten y que está más o menos asentado en todas las naciones desarrolladas; además es importante insistir en la socialización de la ciencia, y esto es algo que los científicos no pueden hacer por sí mismos.

5 comentarios

  1. Dice ser Manuel

    El conocimiento te hará libre! …pero no dice cuándo.

    08 diciembre 2015 | 19:34

  2. Dice ser pmq

    interesante.
    Una de las cuestiones fundamentales hoy es conocer las fuentes en las cuales poder confiar… ¿todo lo que lleve apellido Ciencia?
    Otra es acerca de la socialización de la ciencia y la contribución a robustecer la democracia y no volverla noocracia como el mismo texto lo señala.

    09 diciembre 2015 | 04:44

  3. Dice ser Rompececercas

    La mayor fuente de dogmas y resistencias al conocimiento es la propia ciencia, la jerarquía científica, y los intereses de la industria tecnológica…

    ¿Nos acordamos ya de cuando íbamos a morir todos achicharrados por el agujero de ozono? ¿en qué quedó el aguajero de ozono?

    ¿Nos acordamos cuando la tierra entera quedaría enterrada en plástico por que no se degradaba?… ahora resulta que se degrada en los mares etc..

    El hombre no es que sea resistente al conocimiento, sino más bien víctima de los dogmas religiosos y científicos, víctimas de las jerarquías y de las estructuras sociales del saber. Esto es lo que pasa cuando se quiere sustituir el pensamiento crítico por el «no piense y haga usted caso a los que saben»

    09 diciembre 2015 | 15:08

  4. Dice ser Rompecercas

    No tiene nombre cómo se trata de descalificar cualquier disidencia sobre los dogmas del cambio climático, y sustraerlos al cuestionamiento y debate científico.

    Desde luego que cercenando la posibilidad de libre cuestionamiento, el conocimiento no sale ganando.

    Aquí un par de herejes… contra el amarillismo y sensacionalismo científico.

    http://ciencia.diariodeavisos.com/2013/02/03/manuel-toharia-cree-que-en-el-cambio-climatico-hay-mucho-mito/

    http://ciencia.diariodeavisos.com/2013/01/29/el-motor-del-mundo-la-prensa-amarilla-y-la-ciencia/

    10 diciembre 2015 | 00:55

  5. Dice ser Erick

    Ya que el blog incluye la palabra «Ciencia», te paso a explicar la idea principal del metodo científico de forma sencilla, uno tiene una «Teoría» y la trata de demostrar con experimentos y datos, si los experimentos y datos dan resultados adversos a la teoría, «LA TEORIA SE DESCARTA».
    Espero que estamos de acuerdo en este punto.

    18 anos sin calentamiento global y contando…

    13 diciembre 2015 | 13:15

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