El circo de Cervantes frente a la ciencia de Ricardo III

Cuánto daño ha hecho el CSI, solía lamentarse un amigo de formación también científica. Él era devoto de la serie, que por otra parte presenta un bien sostenido sustrato de ciencia. Pero las exigencias del guión, que incluyen la resolución de (casi) todos los crímenes en los 45 minutos que dura un episodio –imagino que los policías de verdad también tendrán algo que decir al respecto–, obligan a acelerar los tiempos de las pruebas experimentales de una manera ridículamente irreal. Quienes esperaban, en la rueda de prensa sobre el proyecto Cervantes celebrada esta semana, que una investigación iniciada en enero iba a presentarse en marzo con conclusiones, estudios de ADN y todo, tal vez hayan visto mucho de CSI, pero no tanto de ciencia real.

La alcaldesa de Madrid, Ana Botella, y el antropólogo Francisco Etxeberria, director del proyecto Cervantes, presentan los resultados de la investigación en Madrid el pasado 18 de marzo. Imagen de EFE / Sergio Barrenechea.

La alcaldesa de Madrid, Ana Botella, y el antropólogo Francisco Etxeberria, director del proyecto Cervantes, presentan los resultados de la investigación en Madrid el pasado 18 de marzo. Imagen de EFE / Sergio Barrenechea.

No culpo a mis compañeros de Cultura, sino a sus jefes. Sencillamente, ellos no debían estar allí. Como veterano del periodismo y de la ciencia, hace años comprendí la idea que los directores de los medios de comunicación suelen tener sobre lo que debe ser una sección de ciencia: algo que cualquier lector pueda saltarse olímpicamente y aun así permanecer debidamente informado. No estoy exagerando: en un medio para el que trabajé, las pocas ocasiones en que los mandamases consideraban que alguna noticia científica era una parte imprescindible de la actualidad informativa –como la puesta en marcha del LHC o su descubrimiento del bosón de Higgs–, la noticia se sacaba de la sección y se llevaba a portada, para mantener el principio de que cualquier lector podía utilizar la sección de ciencia para envolver el pescado y aun así permanecer debidamente informado.

Para sostener la tesis que vengo a traer, voy a comparar el caso de Cervantes con otro parecido, el del rey Ricardo III de Inglaterra. En 2012, un nutrido equipo de investigadores, bajo el mando de la Universidad de Leicester, comenzó a rastrear el subsuelo de un aparcamiento de aquella localidad británica en busca de los restos perdidos de Ricardo III, el que en la obra de Shakespeare ofrecía su reino por un caballo. Lo último que se supo del monarca fue que nadie atendió su súplica y que por ello murió en combate, siendo su cadáver enterrado en un monasterio franciscano. Aquel edificio desapareció largo tiempo atrás, y en su lugar se puso un aparcamiento. De ahí el inusual lugar de la búsqueda.

No fue hasta más de un año después que los investigadores anunciaron el hallazgo confirmado de los restos del rey, y este es casi un plazo récord (nota: allí estaba chupado; encontraron solo un esqueleto, y entero). Otro año después, todos los resultados se publicaban en la revista Nature Communications. El proyecto, en el que participaron algunos de los mejores investigadores europeos de todas las disciplinas involucradas, desde la historiografía a la química de isótopos, cuenta con una página web bien estructurada e informativa. Los resultados del mismo fueron difundidos y comentados en todas las webs internacionales de ciencia y en las secciones de ciencia de todos los medios digitales.

Pasemos al caso de Cervantes. Mi primera pregunta es por qué un proyecto de tamaña relevancia mundial discurre bajo la batuta de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, a la que la Wikipedia define como «una de las entidades de mayor significación en el campo de las Ciencias Naturales y Antropológicas del País Vasco». Con todo mi respeto hacia esta noble y antigua institución, de cuyos méritos no dudo, me atrevo a citar la existencia de alguna alternativa: por ejemplo, en España contamos desde hace ya algunos años con un organismo, bastante ignorado por el público, conocido como Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que reúne algunos de los mejores centros científicos en todas las disciplinas imaginables, desde la historiografía a la química de isótopos.

Gloria González-Fortes es una genetista gallega que ha participado en el proyecto de Ricardo III durante su estancia en la Universidad de York, ocupando un rutilante segundo puesto en la lista de firmantes del estudio en el que se publicaron los resultados. Durante una conversación con ella motivada por un reportaje que he escrito para otro medio, ambos nos lamentábamos comparando el penoso circo de Cervantes con la ciencia de Ricardo III. «En Inglaterra, en general, hay más interés por temas de ciencia», me comentaba Gloria. «En otro país, el de Cervantes sería un proyecto estrella. En Leicester están montando un museo, y hubo polémica entre Leicester y York porque ambas querían llevarse los restos. Aquí hay menos interés, y las autoridades tampoco lo hacen atractivo para el público», añadía.

Y una muestra, causa o consecuencia de todo esto, es el hecho de que España tampoco disponga de infraestructuras suficientes para abordar de principio a fin un proyecto como el de Cervantes. «En España faltan laboratorios potentes para tratar la parte molecular de la arqueología, que suele hacerse en colaboración con grupos como los de Leipzig o Copenhague, y eso a pesar del patrimonio arqueológico que tenemos». «Sería bueno que no dependiéramos siempre del extranjero, que no sea una total dependencia en la que solo aportamos las muestras», opinaba Gloria.

En el fondo de todo esto, yace enterrado un concepto decimonónico de la arqueología. «Aquí es una especialización de historia, mientras que en Inglaterra tiene muchas materias de biología molécular, isótopos, ADN, como una herramienta más en la investigación arqueológica. Aquí hay una tradición más de letras en estudios arqueológicos», valoraba Gloria. Lo que me devuelve a, y explica, el revuelo en la rueda de prensa de esta semana cuando los periodistas de Cultura esperaban, supongo, una verdad científica. Parece que entre la gente se entiende el concepto de verdad científica como absoluta e incontestable. Pero verdad científica es, de por sí, un oxímoron. Las verdades de verdad podrán ser políticas, judiciales o religiosas. Si queremos llamar verdad científica a algo, será una verdad que pueda falsarse al día siguiente. Eso es el método científico.

Decimonónico ha sido también el tratamiento del proyecto Cervantes de cara al público. Un empeño de tal trascendencia no parece contar con una página web que informe sobre sus objetivos, planificación, financiación, participantes y resultados. Uno debe emprender oscuras búsquedas en la web del Ayuntamiento de Madrid para encontrar alguna información al respecto. Una página, destacada esta semana, está dedicada a contarnos lo que la alcaldesa tenía que opinar sobre la cuestión. Mucho más enterrada está la única página, hasta donde he podido saber, en la que se detalla la composición del equipo investigador a propósito del inicio de la segunda fase del proyecto el pasado 23 de enero; página que viene titulada erróneamente como «Ayuntamiento de Madrid – La Noche en blanco: dispositivo policial, sanitario y de movilidad». Y en cuanto a los planes previstos y su financiación, lo único que sabemos es que la alcaldesa dijo que, tranquilos, «habrá dinero». Como a un niño se le promete la paga para el fin de semana.

Quizá algún lector esté descubriendo la conclusión de que el objetivo de este post es arremeter contra el Ayuntamiento de Madrid y el partido que lo gobierna. Error. Tal conclusión sería precisamente una muestra más de lo que vengo a vilipendiar. Quien haya leído unos cuantos posts de este blog ya estará advertido de que la política me importa tres rábanos. En Reino Unido, potencia científica envidiable, sería inconcebible que el asunto de Ricardo III se convirtiera en materia de rabietas partisanas, o que existiera la mínima discusión sobre la necesidad o no de financiar un proyecto así. Aquí, las soflamas a favor o en contra de la financiación del proyecto Cervantes han ardido en internet, tanto por parte de los columnistas como del público en general, y normalmente motivadas por su apoyo o no al partido político que gobierna la capital.

Por no hablar, o mira, sí, de las manifestaciones hostiles a la ciencia por parte de determinados personajes públicos. Francisco Rico, académico de la RAE, atacó el proyecto hablando de los ejemplares de El Quijote que se podrían haber comprado con el presupuesto invertido en la búsqueda de los restos de Cervantes, y declaró que «el cadáver es el excremento del cuerpo». Me pregunto si al señor Rico le agradaría que, cuando su vida llegue a un fin que espero muy lejano, sus propios restos sean tratados como tal.

Pero las de Rico no han sido, ni mucho menos, las únicas manifestaciones en esta línea. En las redes sociales y en los comentarios a las noticias en los medios he encontrado incontables descalificaciones del proyecto bajo el denominador común del insoportable gasto –más o menos lo que cuestan cuatro metros de ferrocarril de alta velocidad, o sea, de lado a lado del salón– y concluyendo con distintas variaciones de una sentencia lapidaria: «dejad que los muertos descansen en paz». Y durante la menstruación no hay que lavarse la cabeza. Y masturbarse te deja ciego. Caspa, superstición, caverna y cuentos de viejas. El mismo aire viciado de siempre, la llengua al cul, Basora, César, Kubala, Moreno i Manchón. El eterno hámster español corriendo en su propia rueda y creyendo que así avanza kilómetros. Pan y fútbol.

Epílogo: en junio, Gloria vuelve a marcharse fuera, a la Universidad de Ferrara, en Italia. Tratándose de ciencia, en ningún sitio como lejos de casa.

1 comentario

  1. Dice ser Rompecercas

    El científico tratará los restos de Cervantes como una cosa más. Digo yo, ¿y si para variar NO dejamos el protagonismo, en algo que atañe más al universo simbólico y artístico, a los científicos?

    Identificar los huesos de Cervantes es una cuestión técnica y nada más, y podría ser llevado de forma perfectamente anónima. No es ninguna labor que vaya más allá de lo recetado, como se hace infinitas veces. No sé si los políticos deben hacerse cargo tampoco, ya que es otro ámbito extraño al valor del autor del Quijote…
    Escritores, lectores, ciudadanos…de alguna manera, deberías ser los encargados de hacerse cargo de los restos de Cervantes… Ni ciencia ni política.

    19 marzo 2015 | 22:27

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