Mi carta a los Reyes Magos: ministros de competencias científicas con competencia científica

Raramente menciono la política en este blog, a no ser para clamar en el desierto contra la empachosa tripada de ella que a diario nos ametralla desde todos los medios, y no digamos las redes sociales. Dado que la diatriba/apología política parecen ser una de las aficiones favoritas de los españoles (al menos de los que tienen Twitter), mi opinión es que el ruido de fondo tiene un volumen demasiado elevado como para que la mayoría de él tenga alguna significación individualizada. Con esto quiero decir que, si en alguna ocasión escribo sobre política, es porque realmente me parece un asunto de vida o muerte.

Recientemente hemos asistido a la dimisión de la licenciada en Ciencias Políticas y Sociología Ana Mato como ministra de Sanidad, tras haber sido tan incapaz de gestionar una emergencia de salud pública que tuvo que hacer mutis por el foro de forma efectiva mucho antes de renunciar formalmente al cargo. La crisis del ébola le venía grande; una cosa es acomodarse en una poltrona para mirar cómo el agua del belén corre por el río y los pastorcillos acuden a ver a su rey, y otra es saber qué hacer cuando la bomba del agua hace corto y estalla, prende fuego a los pastorcillos y comienza a descarajar todo el belén.

Alfonso Alonso interviniendo en un pleno del Congreso de los Diputados. Imagen de Juan Manuel Prats / Wikipedia.

Alfonso Alonso interviniendo en un pleno del Congreso de los Diputados. Imagen de Juan Manuel Prats / Wikipedia.

Parecería lógico que después de la experiencia de Ana y el ébola hubiéramos aprendido de los errores pasados. Pero no. El nuevo ministro de Sanidad, Alfonso Alonso, es licenciado en Derecho y Filología Románica. En este país los ministerios se reparten para que el agraciado se siente a mirar el belén mientras las figuritas se ocupan de que todo siga funcionando. En España estamos acostumbrados a que el cargo de ministro es un cortijo que se regala en agradecimiento a los servicios prestados; es la corbata de los que mandan. Algunos alegarán que el de ministro es eso, un cargo político, y que para resolver las cuestiones técnicas ya están los escalafones inferiores (esos que cobran más que su jefe; siempre digo que la política es lo contrario de la realidad). Pero este argumento es un burdo pretexto: ¿alguien concibe un ministro de Economía que no tenga la más remota idea de economía? ¿O un ministro de Justicia que piense que In dubio pro reo es lo que le gritaba Max von Sidow a la niña de El Exorcista?

Advierto, para los malpensados, que no tengo absolutamente nada en contra de los filólogos. Es simplemente que a un doctor en genética de poblaciones jamás se le nombraría director del Ballet Nacional, como es lógico. En la realidad, lo contrario de la política, se exige experiencia en un puesto similar hasta para sentarse delante de la caja registradora de un supermercado. Y tengo que revelarles un terrible secreto: las ciencias son más complicadas que el derecho y la economía. Para gestionar no es imprescindible una formación específica; en mis siete años como investigador, pasé por muchos laboratorios cuyos jefes debían ejercer, además de como científicos, también como gestores, sin haber sido entrenados para ello. Algunos debían gestionar grandes presupuestos y equipos muy numerosos. Por supuesto, no todos daban la talla. Pero me atrevería a apostar que la mayoría de los empresarios no han estudiado economía, mientras que nunca he conocido a un científico o ingeniero autodidacta (incluyendo a algunos que creían serlo).

Y sin embargo, una y otra vez en España padecemos la maldición de tener a perfectos analfabetos científicos desempeñando puestos de máxima responsabilidad que cubren asuntos relacionados con la ciencia. Tuvimos una ministra de Sanidad que confundía la médula espinal con la médula ósea, otra que llevaba una pulsera mágica a lo Harry Potter y otra que aprobó el agua y el azúcar para tratar enfermedades. Y todo esto es inaceptable cuando ciertos asuntos de fondo científico, como las pandemias infecciosas, el cambio climático o el fracking, van adquiriendo cada vez mayor protagonismo en la vida pública y en el debate político. Necesitamos ministros que sean capaces de sentarse en una reunión con comités de expertos entendiendo su lenguaje, no como pasmarotes que escuchan una conversación en chino; ministros que no rehúyan una comparecencia en rueda de prensa por miedo a que la pregunta de algún periodista deje en evidencia su completa ignorancia sobre su área de competencia.

El pasado viernes, la revista Science publicaba un editorial sobre la crisis del ébola firmado por tres expertos, dos de ellos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el tercero de la Universidad de Edimburgo (Reino Unido). En el artículo, los autores escriben: «Para eliminar la infección [del ébola] de la población humana para mediados de 2015, como Ban Ki-moon espera, el mundo debe intensificar su lucha contra este virus, pero también deberíamos reconocer que necesitamos mejores formas de combatir riesgos sanitarios internacionales de todo tipo». «Para conseguirlo mejor en el futuro, necesitamos reforzar la vigilancia global y fortalecer la capacidad nacional e internacional para reaccionar adecuadamente», añaden los editorialistas, que recomiendan el liderazgo de una única organización internacional, sea cual sea, para coordinar los esfuerzos en esta y otras amenazas similares. Y subrayan: «La construcción de la capacidad nacional es primordial, y el refuerzo de los servicios nacionales de salud es vital». De forma más concreta, los autores enumeran los aspectos a desarrollar: «Necesitamos mejorar la coordinación y la planificación ante contingencias; desarrollar y acopiar herramientas de diagnóstico, fármacos y vacunas; establecer flujos de secuenciación y protocolos de intercambio de datos; y anticipar cuestiones éticas y de involucración pública».

¿Entenderá Alonso algo de todo esto? A riesgo de equivocarme, mucho me temo que su conocimiento de las enfermedades virales probablemente se limite a haber pasado la gripe. La epidemia del ébola no está ni mucho menos erradicada. Y lo que es peor, muchos expertos temen que en el futuro las amenazas pandémicas van a ser cada vez más frecuentes. Pero probablemente Alonso no sepa nada de esto, porque es muy dudoso que lea el Science, o que siquiera sepa de su existencia. Mi sueño es tener ministros en áreas de competencia científica que lean el Science y el Nature cada semana, que conozcan los estudios que se han realizado sobre los riesgos y beneficios del fracking, que sepan valorar la situación mundial respecto al cambio climático y que estén capacitados para desempeñar un verdadero liderazgo nacional en estas cuestiones. En resumen, que sepan de qué demonios están hablando. Claro que esto es mucho pedir, incluso para los Reyes Magos. Si acaso, déjenlo y tráiganme en su lugar la pelota y la trompeta.

10 comentarios

  1. Dice ser F.

    Desde que Bernat Soria y Cristina Garmendia dejaran de ser ministros, ningún científico ha pisado el gobierno, y así nos va, que vamos a tener que hacer los experimentos con el quimicefa.

    Para que luego digan que la culpa era de Zapatero…

    14 diciembre 2014 | 12:01

  2. Javier Yanes

    F.,

    No creas todo lo que parece, a veces las apariencias engañan. Debo aclarar que el tener un título científico no significa necesariamente ser competente o ser la persona mejor preparada, sino que a veces simplemente se trata de la persona mejor situada a la que además le adorna un título científico. Por citar un ejemplo ya lejano, recordemos a Sancho Rof, doctor en Físicas y ministro de Sanidad con la UCD, que a propósito de la crisis del aceite de colza dijo aquella gloriosa frase del bichito que, si se cae de la mesa, se mata.

    Sobre alguno de los personajes que mencionas tendría algo que decir, pero no puedo.

    Un saludo,
    Javier Yanes

    14 diciembre 2014 | 12:33

  3. «Mucho se ha escrito estos días sobre la situación financiera del CSIC, que su propio Presidente Emilio Lora-Tamayo, llegó a calificar de catástrófica. En efecto, las declaraciones del Presidente CSIC en la reunión anual con los directores de institutos y centros de investigación, la resolución de apropiación de remanentes por la entidad, y la rueda de prensa del pasado 9 de julio, augurando un cataclismo si no se recibían los 75 millones que la entidad necesita, ha desatado un gran conmoción, como comentaba hace unos días en esta entrada.

    El revuelo ha generado a su vez un gran debate. Mientras que muchos se posicionan a favor de que el Gobierno rescate al mayor organismo científico español y han contribuido con su firma en una campaña online, otros consideran que el CSIC debe ser capaz de generar sus propios recursos y no necesitar apoyo público. Estos últimos sostienen que solamente se debe llevar a cabo investigaciones que sean económicamente rentables. Es decir, aquellas investigaciones que tengan una aplicación directa y que generen un beneficio económico a las empresas o instituciones que se beneficien de ellas.

    En muchos casos, este tipo de afirmaciones se deben al desconocimiento sobre el funcionamiento de la ciencia y de la generación de conocimiento científico, a lo que ha contribuido en gran medida la confusión generada por la equiparación de los términos investigación e innovación, sobre todo en España, con la consabida “i” minúscula del I+D+i. Es lo que se ha dado en llamar la “falacia de la investigación rentable”, como se explica magníficamente en este blog y que puede resumirse en el ejemplo del iceberg: para que una investigación sea finalmente rentable, es necesario haber realizado anteriormente muchas otras que no lo han sido y que probablemente nunca saldrán a la superficie. De hecho, muchas de ellas habrán obtenido resultados negativos.

    IcebergQ1

    Infinidad de veces, para obtener descubrimientos científicos realmente rentables, es necesario realizar investigaciones previas, de las que muchas veces se desconoce ya no solo su rentabilidad, sino su utilidad. A este respecto, es conveniente recordar las palabras de Santiago Ramón y Cajal: «Cultivemos la ciencia por sí misma, sin considerar por el momento las aplicaciones. Estas llegan siempre, a veces tardan años, a veces siglos». Por tanto, siguiendo el consejo de Ramón y Cajal, el hombre debería hacer ciencia por el mero hecho de generar nuevo conocimiento, sea éste rentable económicamente o no.

    En el modelo económico actual, parece evidente que la ciencia tiene que estar al servicio de la economía, porque tiene que servir como “motor de crecimiento” y cimentación de la competitividad, y nos lo repiten hasta la saciedad, incluso aquellos mandatarios, que teniendo responsabilidades políticas, son incapaces de hacer una apuesta firme por la investigación y el desarrollo. Sin embargo, y aunque sea cierto que la I+D puede dar réditos económicos, no debe ser planteada exclusivamente en esos términos. La ciencia es consustancial al desarrollo humano en cuanto a sujeto económico, pero también en cuanto a sujeto social y cultural. La ciencia es la traslación práctica de la curiosidad humana y como tal debe ser apoyada por la sociedad, con independencia de los efectos económicos que eso tenga, porque hacer ciencia, es decir, satisfacer nuestra curiosidad generando conocimiento, nos hace más humanos.

    Carl Sagan, en su libro “El mundo y sus demonios” se pregunta por qué debe ser subvencionada la curiosidad, y aporta algunos ejemplos ilustrativos de investigaciones que en un principio no tenían aplicación alguna y que difícilmente podían ser rentabilizadas. Maxwell no pensaba en la radio, el radar y la televisión cuando garabateó por primera vez las ecuaciones fundamentales del electromagnetismo. Newton no soñaba con el vuelo espacial o los satélites de comunicación cuando entendió por primera vez el movimiento de la Luna. Un tal señor Fleming comunicó su descubrimiento sobre la penicilina en 1929, pero hasta la II Guerra Mundial la comunidad científica creyó que la penicilina sólo sería útil para tratar infecciones banales. También hay ejemplos de científicos altruistas aunque sus investigaciones les costarán la vida. Marie Curie y su marido Pierre descubrieron varios elementos radiactivos, pero no quisieron lucrarse con ellos y se negaron a patentarlos, cediendo su conocimiento a la sociedad.

    Como vemos, las grandes aplicaciones que cambian nuestra forma de vida surgen casi siempre de investigaciones que inicialmente parecían no tener ninguna aplicación práctica. Pretender que sólo se haga ciencia con rentabilidad económica a corto plazo es como pedir que sólo se contraten científicos capaces de ganar el premio Nobel».

    por Javier Sánchez Perona (@Er_Pashi)
    Científico Titular del CSIC y miembro de Ciencia Con Futuro
    Publicado en julio 24, 2013 de cienciaconfuturo

    14 diciembre 2014 | 14:22

  4. Dice ser Antonio Larrosa

    Un dia de estos nos atacará una pandemia y nos eliminara a todos, incluso a los que no tenemos culpa de nada.

    Clica sobre mi nombre

    14 diciembre 2014 | 14:44

  5. Dice ser Rompecercas

    No sé, no sé…el cientifismo pretende que puede resolverlo y comprenderlo todo y en general esto no es así. Uno de los peligros más grandes que corremos los ciudadanos es caer en manos de tecnócratas. La tecnocracia pura y dura puede ser una de las más horribles perspectivas que puedan imaginarse. Así que mucho cuidado con dejar a los tecnócratas sin férreos controles superiores, compensables con otros saberes, ideales y valores.

    14 diciembre 2014 | 23:14

  6. Javier Yanes

    Rompecercas,

    En cuatro palabras: ¿prefieres lo que hay?

    Un saludo,
    Javier Yanes

    15 diciembre 2014 | 09:36

  7. Dice ser Chus

    Javier, me suele gustar tu blog. La temática me atrae y además suele estar muy lejos de la política, que ya cansa. Pero hoy me has sorprendido y para bien. Suscribo lo que dices casi palabra por palabra.
    Rompecercas habla de tecnocracia, y tampoco creo que sea eso. Pero que al frente de sanidad esté alguien que sepa de sanidad, al igual que al frente de economía esté alguien que sepa de economía, parece de perogrullo. Pero vamos a ver… ¿Cómo va a gestionar bien un tema sanitario alguien que no sabe nada de ello? Que sí, que los pastores del belén suelen ser suficientes. Pero un día pasa algo, como el ébola, y se ve clarísimo por donde hace aguas el barco. Y ha venido pasando con todos los gobiernos, que no es por tirarle piedras a este, solo que es el que tenemos ahora y está todo como más inmediato.
    Añadiría la educación, pilar fundamental de una sociedad como la nuestra, y que gobierno tras gobierno van maltratando hasta límites que uno no se podía imaginar. Y no lo digo por los recortes. Cada cambio en los planes educativos a ido trayendo una nueva generación con la cabeza un poco menos amueblada que la anterior. Hablo en general, obviamente, que muchachos y muchachas sobresalientes sigue habiendo. No se cuantos ministros de educación han sido realmente educadores, pero sospecho que pocos. Y no solo de título, sino de ejercer. También estoy de acuerdo contigo en que un título no certifica un conocimiento, pero al menos da una base para entender lenguaje y entresijos.

    Gran post el de hoy.

    Un saludo.

    15 diciembre 2014 | 12:49

  8. Dice ser Rompecercas

    Te respondo de dos maneras, Javier:

    – ¿Y si ponemos al frente de la sanidad a gente que sepa y defienda el bienestar y el valor de las personas por encima de todo? Y ojo, que esto no implica solo a la medicina…

    – Hasta prefiero mucha o bastante corrupción, ineficacia etc…antes que una tecnocracia pura y dura: entonces seremos cosas o esclavos, si no lo somos ya. La tecnocracia es una de las peores perspectivas posibles.

    Dicho lo cual, hay que preguntarse: quien y cómo hay que controlar a la ciencia y a la técnica para que no nos controle a nosotros.

    15 diciembre 2014 | 14:44

  9. Javier Yanes

    Gracias, Chus. Coincido contigo en tu apreciación sobre la educación, en efecto no creo que el ministro de educación medio tenga tampoco la menor idea sobre lo que es la docencia salvo al nivel universitario.

    Rompecercas, no puedo estar más en desacuerdo. Esta idea de que la tecnocracia es una especie de despotismo ilustrado maligno y sin el menor atisbo de sensibilidad social es tan absurda como creer que una persona formada en humanidades a la fuerza tiene que ser más humana y solidaria que un científico. Por extendida que esté, no es más que una inmensa falacia, un sofisma populista propagado tradicionalmente por los ignorantes que gobiernan para perpetuarse neutralizando el peligro de que el ciudadano piense por sí mismo, porque conocimiento es poder. En España, además, el sofisma cala muy bien porque no hay más que asociar la tecnocracia al tardofranquismo y al Opus Dei, y con eso ya tienes ganada la opinión popular. También entra fácilmente en la mentalidad popular porque se nutre del viejo atavismo del miedo a la ciencia, y más en estos tiempos en que la complejidad del conocimiento real y profundo se sustituye por el eslogan en 140 caracteres.

    Un saludo,
    Javier

    16 diciembre 2014 | 10:02

  10. Dice ser Rompecercas

    ¿Te das cuenta de cómo tratas de desacreditar a la crítica? Sofisma popular, viejo atavismo, miedo a la ciencia etc… Uno los problemas de la ciencia cientifista es que no admite crítica ni admite que la pongan en su lugar. La ciencia es un poder extremadamente peligroso, que trata de dominarlo todo, con unos intereses económicos, con unas jerarquías científicas, con una vocación hegemónica, que nada tienen que ver con el bienestar de los ciudadanos… Difícilmente la gente podrá pensar por si misma ante el soberbio cientifismo que no admite discusión exterior en la búsqueda de soluciones, porque se cree la más perfecta perpectiva. Tu mismo has usado anteriormente la denominación de «discusión entre pares» como procedimiento crítico que solo muestra la aspiración de casta. Cuando entra la ciencia en juego, rápidamente se desecha cualquier otro ámbito de decisión. y vemos todos los días como se usa la llamada decisión técnica para justificar absolutamente cualquier cosa, yendo de desastre en desastre. Pero la realidad es muy compleja, y aunque les parezca mentira a los cientifistas, hay una racionalidad muy por encima del cientifismo, mucho más completa y avanzada, que engloba otros muchos saberes, valores, filosofías y perspectivas. La ciencia es sólo una perspectiva limitada de las cosas, y hay que bajarla del trono, aunque no les guste.

    16 diciembre 2014 | 16:17

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