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¿Cómo se originó el agua de la Tierra?

Por Javier Carmona (CSIC)*

Cerca del 70% de la superficie de nuestro planeta está cubierta por océanos, mares, ríos, glaciares… ¿Te has preguntado alguna vez de dónde ha salido toda esta cantidad de agua?

Sabemos que el agua líquida no estaba presente en los momentos iniciales de formación de la Tierra hace 4.500 millones de años, y lo sabemos precisamente porque el planeta estaba tan caliente que el agua solo podía existir en forma de vapor. Tuvieron que pasar 800 millones de años para que la superficie se enfriase lo suficiente como para poder contener agua líquida de forma estable. En ese momento, las lluvias procedentes de una primitiva atmósfera habrían comenzado a formar los primeros ríos y océanos.

Existen dos teorías que intentan explicar el origen del agua en nuestro planeta: una que dice que esta sustancia es de origen extraterrestre y otra que establece que proviene del interior del planeta.

La primera apunta a un tipo de meteoritos que de vez en cuando impactan en la superficie de la Tierra: las condritas carbonáceas. Estos meteoritos contienen agua o minerales alterados por ella, y su procedencia exterior al Sistema Solar sugiere que esta sustancia posiblemente es más abundante en el universo de lo que se creía.

Condrita carbonácea / Wikimedia Commons (H. Raab)

La teoría de que el agua procede del interior de nuestro planeta nos habla de la desgasificación de los volcanes. Sabemos que el vapor de agua es el gas más abundante en una erupción volcánica. Así pues, la atmósfera habría ido enriqueciéndose en este compuesto con el paso del tiempo, erupción tras erupción.

Posiblemente el origen del agua en la Tierra se deba a los dos mecanismos: el impacto indiscriminado de meteoritos en los estadios iniciales de la formación de nuestro planeta y la continua desgasificación a lo largo del tiempo por las erupciones volcánicas.

Un escudo protector llamado magnetosfera

Hoy sabemos que el agua no es una sustancia tan exótica fuera de la Tierra como se pensaba antes. Existe en la Luna, y en Marte llegó a formar océanos en un pasado remoto. Por tanto, lo que hace único a nuestro planeta no es la presencia de agua, sino la presencia de agua líquida en su superficie.

La distancia al Sol y la composición de la atmósfera de la Tierra permiten temperaturas en las que el agua permanece en forma líquida. Sin embargo, el campo magnético de nuestro planeta ha sido el responsable de que este agua se haya mantenido en la superficie durante miles de millones de años.

El escudo protector que genera, llamado magnetosfera, impide que la atmósfera y el océano sean arrastrados por el viento solar. En el caso de Marte, se cree que su menor tamaño provocó el debilitamiento y la desaparición de su campo magnético, lo que a su vez propició la pérdida de su atmósfera y, posteriormente, la de sus océanos.

¿Un planeta realmente único?

La Tierra no solo es el único planeta conocido con agua en su superficie, sino también el único que alberga vida. Fue precisamente un océano primitivo el lugar donde se originó la vida hace más de tres mil millones de años. Por eso, encontrar otros lugares del universo donde el agua se halle en estado líquido despierta un gran interés científico.

La investigación espacial ha descubierto hielo en otros planetas y asteroides, pero la atención de quienes trabajan en la búsqueda de vida extraterrestre se ha centrado en algunas lunas heladas de Júpiter y Saturno. Europa y Encélado contienen un océano líquido bajo su superficie helada, que, junto a la presencia de volcanismo o zonas geotérmicas, podrían haber generado las condiciones idóneas para la presencia de vida.

Tal vez el futuro nos muestre que nuestro planeta es uno más de tantos otros donde hay agua líquida y vida.

 

* Javier Carmona es responsable de comunicación y cultura científica del Instituto de Geociencias (CSIC-UCM).

Copérnico: el canónigo que revolucionó el mundo después de muerto

Por Pedro Meseguer* (CSIC)

En los talleres de narrativa se insiste en que, en un relato, el autor o la autora ha de proporcionar una forma original de ver el mundo. Pero eso no es exclusivo de la literatura, ni siquiera de las humanidades: también sucede en la ciencia. Este año se cumple el 550 aniversario del nacimiento de Nicolás Copérnico (1473-1543), un personaje esencial en la renovación astronómica de los siglos XVI y XVII. Revolucionó la ciencia europea (entonces se denominaba “filosofía natural”) porque tuvo el atrevimiento de romper con el pasado al interpretar el movimiento de los astros de una manera inédita, diferente.

Astrónomo Copérnico, de Jan Matejko (1873)

Astrónomo, canónigo y médico

Nacido en Torun (Polonia), Nicolás era el menor de cuatro hermanos. Su madre murió a los pocos años y, cuando él había cumplido diez, también falleció su padre. De su educación se ocupó su tío Lucas, un duro sacerdote canónigo en una ciudad vecina. En la universidad de Cracovia estudió astronomía, y entró en contacto con el modelo geocéntrico —en donde el Sol giraba en torno a la Tierra— de Ptolomeo, aunque Copérnico se sentía incómodo con él. Viajó a Italia y continuó su formación en la universidad de Bolonia. Y posiblemente allí tuvo una revelación —en su libro Copérnico, John Banville la cuenta así—: “…había estado analizando el problema desde una perspectiva errónea […]. Si consideraba al Sol como el centro de un universo inmenso, los fenómenos observados en los movimientos de los planetas que habían intrigado a los astrónomos durante milenios, se volvían perfectamente racionales y evidentes…”.

A partir de ese momento, Copérnico se ocupó en construir un nuevo modelo astronómico con el Sol en el centro, en torno al cual giraban los planetas en órbitas circulares. Sin embargo, difundió sus concepciones con mucha cautela, tanta que también podría decirse que las escondió. Volvió de Italia y siendo seglar consiguió una canonjía en Fraudenburg con la ayuda de su tío el entonces obispo Lucas —había ascendido—, que gobernaba Ermeland (un protectorado del reino de Polonia). Allí se dedicó a las obligaciones de trabajo mientras cultivaba en privado su modelo astronómico. También ejerció la medicina y solventó cuestiones económicas.

Pero, años después de la experiencia italiana, publicó su Commentariolus, un cuadernillo resumen de sus ideas que lanzó a modo de ‘globo sonda’ y que, para su tranquilidad, no generó reacciones adversas. Al final de su vida, urgido desde varias instancias, se avino a publicar su modelo de forma completa. Su libro De revolutionibus orbitum coelestium (Sobre las revoluciones de las esferas celestes) vio la luz en 1543, muy cercano al día de su muerte.

Un libro que inspiró a Kepler, Galileo y Newton

Antes de Copérnico, imperaba el arquetipo astronómico geocéntrico desarrollado por Ptolomeo en el siglo II. Era un modelo farragoso, ya que obligaba a utilizar epiciclos para encajar las observaciones. Sin embargo, tenía una ventaja extracientífica: al colocar la Tierra inmóvil, con los planetas y el Sol girando en torno a ella, se reforzaba el concepto del ser humano como el centro de la creación. La iglesia católica hallaba adecuada esta interpretación en consonancia con El libro del Génesis: el universo conocido giraba en torno a la más excelsa obra de Dios, el ser que habitaba la Tierra.

Cuando su libro De revolutionibus se extendió, Copérnico ya había muerto. Esta circunstancia fue beneficiosa no solo para él, que obviamente no fue perseguido, sino para la obra misma, porque permaneció como una mera hipótesis: el libro era muy técnico, comprensible únicamente por astrónomos avanzados y solo entró en el índice de libros prohibidos tras el proceso a Galileo.

Esto permitió que astrónomos posteriores como Johannes Kepler (1571-1630) o Galileo Galilei (1564-1642) pudieran formarse con ese modelo y después realizar aportaciones muy relevantes. Basándose en él y manejando una buena cantidad de observaciones, Kepler postuló sus tres leyes: los planetas describían órbitas elípticas con el Sol en uno de sus focos, barrían áreas iguales en tiempos iguales y los cuadrados de los periodos de las órbitas eran proporcionales al cubo de sus distancias al Sol.

Galileo alcanzó a ir más allá: con el telescopio de su invención —a partir de un prototipo desarrollado por un constructor de lentes holandés— descubrió los satélites de Júpiter, que orbitaban en torno al planeta. Eso era más de lo que la iglesia católica podía soportar. Kepler, un luterano en reinos católicos, estaba lejos de Roma, pero Galileo se hallaba en Italia, cerca del Papa. Fue procesado por la Inquisición, pero astrónomos ulteriores trabajaron a partir de sus resultados. En particular, Newton (1642-1727) descubrió la ley de la gravitación universal apoyándose, entre otros, en las contribuciones de Kepler y Galileo.

Modelo heliocéntrico propuesto por Copérnico

Los mitos caen de su pedestal

En dos centurias el modelo geocéntrico fue reemplazado por el heliocéntrico. Además, la observación del Sol o de las estrellas se popularizó en los siglos siguientes por la navegación marítima. Esto estimuló una formación astronómica básica en donde la experimentación jugaba un papel central y a su vez consolidó la aceptación general del modelo heliocéntrico.

El impacto de las ideas lanzadas por Copérnico fue enorme, tanto en el nivel científico como en el filosófico, y de larga permanencia. La Tierra dejaba de ser el centro del universo: era un astro más, sometida a las mismas leyes que los demás cuerpos celestes.

Esa concepción estaba a un paso de que el ser humano también cayera de su pedestal, lo que sucedió con las obras de medicina que lo asemejaban a otros seres vivientes. En su libro Los errantes, Olga Tokarczuk (Premio Nobel de Literatura 2018) lo refleja muy bien: “La nueva era comenzó […] en aquel año cuando aparecieron […] De revolutionibus orbitum coelestium de Copérnico y […] De humanis corporis fabrica de Vesalio. Naturalmente, estos libros no lo contenían todo […] Sin embargo, los mapas del mundo, tanto el exterior como en interior, ya estaban trazados”.

Así, en 1543 se sentaron las bases de lo que sería la ciencia moderna. Comenzó un proceso de desmitificación progresiva, que se inició cuando la Tierra dejó de ser el centro del universo, siguió con el ser humano abandonando la cúspide de la creación, continuó con una Europa descabalgada del centro del mundo y llega hasta nuestros días. Una evolución que arrancó con las investigaciones de Copérnico y se ha propagado hasta hoy, donde es moneda corriente cuestionar los roles que han sido dominantes durante siglos en nuestra visión del mundo.

 

*Pedro Meseguer es investigador en el Instituto de Investigación en Inteligencia Artificial del CSIC.

¿Puedes ver a Galileo en esta Inmaculada de Rubens?

Por Montserrat Villar (CSIC)*

Durante dos mil años, la Luna se consideró un cuerpo perfecto. A principios del siglo XVII se descubrió lo contrario: que en ella había valles y montañas, como en la Tierra, y se confirmó que nuestro ‘corrupto’ planeta era capaz de iluminarla. Estos descubrimientos no solo impactaron en la astronomía, la filosofía y la doctrina de la Iglesia; también lo hicieron en las representaciones artísticas de la época.

La Inmaculada Concepción de Pedro Pablo Rubens resulta una obra fascinante en este sentido. Pintada entre 1628 y 1629, y expuesta en el Museo Nacional del Prado, es uno de los primeros cuadros en los que la Luna se representa como la mostró el telescopio: imperfecta y opaca, en contradicción con la idea de la pureza lunar defendida desde los tiempos de Aristóteles.

‘La Inmaculada Concepción’, Pedro Pablo Rubens (1628-1629). Museo Nacional del Prado.

‘La Inmaculada Concepción’, Pedro Pablo Rubens (1628-1629). Museo Nacional del Prado.

Galileo versus Aristóteles

En los albores del siglo XVII, la naturaleza y la composición de la Luna seguían sin dilucidarse. Fieles a una tradición de casi 2000 años de antigüedad, muchos mantenían que nuestro satélite era una esfera perfecta, hecha de una sustancia cristalina o vaporosa, reflectante o transparente. Eran ideas heredadas de Aristóteles, que en el siglo IV a.C. había dividido el cosmos en el mundo celestial o supralunar, donde todo era puro e inmutable, y el mundo sublunar, el de la Tierra y el ser humano, sometido a lo corrupto y cambiante. La Luna, habitante del ámbito celeste, se consideraba perfecta, al igual que los demás astros.

En el otro lado estaban quienes proponían que la Luna era un cuerpo sucio y áspero. Así lo mostraban las observaciones realizadas por Galileo Galilei a partir de 1609, para las que utilizó el recién inventado telescopio. El astrónomo descubrió que la Luna tenía relieve, al igual que la Tierra.

El misterio de la luz cenicienta

Había otra pieza que no encajaba en el rompecabezas lunar, y que separaba aún más las posturas. En días próximos al novilunio, cuando nuestro satélite tiene el aspecto de un delgado arco luminoso, se aprecia una luz débil de color grisáceo en la parte oscura. Es la llamada luz cenicienta. Para explicarla, quienes defendían la pureza lunar habían planteado que la luz de Venus o de las estrellas fijas iluminaba débilmente la zona sombría de nuestro satélite. O que quizás este emitía su propia luz. Alternativamente, la explicación también se hacía recaer en la luz del Sol, que en parte se reflejaba y en parte atravesaba la esfera semitransparente de la Luna.

Como antes hizo Leonardo da Vinci (1452-1519), en los primeros años del siglo XVII Kepler y Galileo defendieron la idea rompedora (y correcta) de que la luz cenicienta se producía porque la Tierra iluminaba la esfera sólida y opaca de la Luna con los rayos solares que reflejaba hacia ella. Es decir, de la misma manera que la Luna ilumina nuestras noches con la luz que refleja del Sol, así hace la Tierra con la Luna.

Las consecuencias de este planteamiento eran profundas y polémicas. ¿Cómo podía un cuerpo corrupto iluminar un astro perfecto? Esto implicaba que hay fenómenos del mundo celestial que son el efecto de lo que ocurre en el ámbito terrestre. De ser así, aquella división tradicional del cosmos debía descartarse.

Inmaculadas para frenar el protestantismo

Mientras se producía este debate, los artistas pintaban la Luna. En aquella época, la Iglesia Católica promovía el culto a la Inmaculada Concepción como parte de su estrategia para frenar el avance del protestantismo. Por esta razón, en el siglo XVII proliferaron las representaciones de la Inmaculada, que tomaron como base este pasaje del Apocalipsis de la Biblia: “Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del Sol, y la Luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”.

Esta es la razón por la que la Luna aparece en todas las Inmaculadas. Nuestro satélite se convirtió en alegoría de la pureza de María y, como tal, se representaba siempre como un cuerpo perfecto: llena, creciente o menguante, de alabastro o cristal; siempre inmaculada, como la Virgen.

La Inmaculada Concepción pintada por Francisco de Zurbarán (hacia 1630), izquierda, y Bartolomé Esteban Murillo (hacia 1675), derecha. Ambas obras, expuestas en el Museo Nacional del Prado, reflejan una concepción clásica y prefecta de la luna. 

La Inmaculada Concepción pintada por Francisco de Zurbarán (hacia 1630), izquierda; y la de Bartolomé Esteban Murillo (hacia 1675), derecha. Ambas obras, expuestas en el Museo Nacional del Prado, reflejan una concepción clásica y perfecta de la luna.

La excepción de Rubens

Los nuevos descubrimientos sobre la imperfección de la Luna y el origen terrestre de la luz cenicienta penetraron en círculos religiosos y artísticos, aunque se mantuvo la tradición de representar el astro impoluto por motivos obvios. Rubens fue una excepción. El artista, contemporáneo de Galileo, estaba al tanto de los descubrimientos realizados por el astrónomo y así lo reflejan otras de sus obras, como Saturno devorando a un hijo, donde dejó constancia de la apariencia de estrella triple del planeta Saturno, y El nacimiento de la Vía Láctea, donde nuestra galaxia aparece representada como un conjunto de infinidad de estrellas.

Detalle de ‘La Inmaculada Concepción’ de Rubens.

En su Inmaculada Concepción, la Virgen María está de pie sobre la Luna, que es una bola maciza y opaca, como hecha de plomo, muy diferente del ideal de pureza defendido durante siglos.

Es casi Luna nueva y, aunque solamente se ve iluminado un arco delgado en la parte inferior, identificamos perfectamente el globo completo de nuestro satélite. Rubens podría haber representado la luz cenicienta. El destello en la mitad superior de la esfera implica que el artista interpreta este fenómeno como luz reflejada en la Luna. No es luz emitida por ella o luz del Sol que la atraviesa, como proponían algunos eruditos de la época. La fuente de luz que produce ese reflejo ha de estar en la parte superior izquierda, fuera del plano del cuadro, en la dirección opuesta a la posición del Sol que ilumina el arco brillante. Por lógica, es la posición que esperamos para la Tierra cuando la Luna es casi nueva. La fuente de luz que ilumina y se refleja en la parte oscura de la Luna es, por tanto, la propia Tierra. Indirectamente, Rubens parece plasmar en su pintura el origen terrestre de la luz cenicienta.

La Luna de Rubens es la Luna de Galileo.

* Montserrat Villar es investigadora del CSIC en el Centro de Astrobiología (CSIC-INTA) y creadora del itinerario “Reflejos del cosmos en el Museo del Prado”, que puede disfrutarse hasta el 16 de octubre de 2022.

¿Cómo se mide el tiempo en Marte?

Por Juan Ángel Vaquerizo (CSIC-INTA)*

La respuesta, a priori, es sencilla: en Marte, el tiempo se mide utilizando el Sol. El segundo planeta más pequeño del Sistema Solar y cuarto en cercanía al Sol gira en torno a su eje con un periodo de 24,6 horas, lo que supone que el día solar marciano es aproximadamente un 3% más largo que el día solar terrestre. En concreto, un día en Marte tiene una duración de 24 horas, 39 minutos y 32,55 segundos, lo que se denomina sol.

Amanecer en Marte. / NASA/JPL-Caltech/Doug Ellison/PIA 14293

Amanecer en Marte. / NASA/JPL-Caltech/Doug Ellison/PIA 14293

En la superficie de Marte se utiliza la hora solar local para la medida del tiempo de las misiones que han aterrizado allí. Cada misión tiene su propio tiempo solar local, que estará determinado por su ubicación en el planeta. A pesar de que Marte dispone de un meridiano cero para referir las longitudes geográficas, no tiene zonas horarias definidas a partir de ese meridiano como ocurre en la Tierra. Por tanto, la separación en longitud geográfica de las misiones entre sí determinará la diferencia horaria entre las mismas.

Para determinar el calendario marciano hubo más controversia. Sin embargo, para el día a día de las misiones que han aterrizado en Marte, se ha optado por un criterio más simple: contar los días (soles) en Marte a partir del momento del aterrizaje, que pasa a denominarse sol 0. Por ejemplo, la misión InSight de la NASA (que, por cierto, contiene un instrumento español desarrollado en el Centro de Astrobiología (CSIC-INTA): los sensores mediambientales TWINS) ha sido la última en aterrizar sobre la superficie marciana. Lo hizo el 26 de noviembre de 2018, lo que supone que la nave pasa en Marte hoy su sol 784.

InSight en la superficie marciana. / NASA/JPL-Caltech

InSight en la superficie marciana. / NASA/JPL-Caltech

Las estaciones en el planeta rojo

Del mismo modo que un sol en Marte dura más que un día en la Tierra, la duración del año marciano es también mayor que el terrestre, pues al estar más alejado, describe su órbita alrededor del Sol más lentamente que la Tierra. Un año marciano tiene 668,6 soles, lo que equivale a 687 días terrestres. Esta mayor duración del año hace que las estaciones en Marte sean más largas que las terrestres.

Entonces, ¿hay también estaciones en Marte? Pues sí, en Marte se producen estaciones a lo largo del año debido a que el eje de rotación de Marte también está inclinado respecto al plano de la eclíptica (el plano imaginario en el que los planetas del Sistema Solar giran alrededor del Sol). Esta inclinación del eje, conocida como oblicuidad, es de 25,2° en Marte, un poco mayor que los 23,4393° de la Tierra. Además, la órbita de Marte es más excéntrica que la terrestre.

La órbita más elíptica de Marte provoca que sus estaciones tengan duraciones muy diferentes entre sí, de manera que las primaveras marcianas en el hemisferio norte y los otoños en el hemisferio sur duran 194 soles, siendo así las estaciones más largas. Las estaciones más cortas en Marte son los otoños en el hemisferio norte y las primaveras en el sur, con una duración de solo 142 soles. Los inviernos en el hemisferio norte y los veranos en el sur duran 154 soles; y, finalmente, los veranos en el hemisferio norte y los inviernos en el sur duran 178 soles.

A vueltas con el calendario marciano

Pero, ¿qué ocurre con el calendario marciano? En la Tierra los meses vienen determinados por el ciclo lunar, pero Marte tiene dos lunas, los dos satélites naturales llamados Fobos y Deimos. Como curiosidad, las lunas del planeta vecino reciben sus nombres de la mitología griega: Fobos significa ‘miedo’ y Deimos ‘terror’, y son los nombres de los caballos que tiraban del carro de Ares, el dios griego de la guerra, equivalente al dios romano Marte.

Captura de parte de la órbita que realiza Fobos alrededor de Marte. / NASA, ESA y Z. Levay (STScl)

Captura de parte de la órbita que realiza Fobos alrededor de Marte. / NASA, ESA y Z. Levay (STScl)

Los periodos de Fobos y Deimos son muy cortos, por lo que utilizar el mismo sistema que en la Tierra resulta inútil. Por ello, se eligió dividir el año en segmentos más o menos similares, más largos que nuestros meses, que cubrieran todo el periodo orbital. Los astrónomos Percival Lowell, Andrew E. Douglass y William H. Pickering, Robert G. Aitken y sir Patrick Moore diseñaron calendarios marcianos con mayor o menor suerte, pero no fue hasta 1986 cuando el ingeniero norteamericano Thomas Gangale publicó el calendario dariano, llamado así en honor a su hijo Darius.

En el calendario dariano, el año marciano se divide en 24 meses para acomodarlo manteniendo la noción de un “mes” razonablemente similar a la duración de un mes de la Tierra. El año cero del calendario se situó inicialmente en 1975, año del primer aterrizaje con éxito en la superficie de Marte de una nave estadounidense, con las misiones Viking. Más tarde, se definió como nuevo año cero para el calendario el año 1609, como doble homenaje a la publicación de las leyes de Kepler y la primera observación con un telescopio realizada por Galileo.

MY (martian year) y Ls (longitud planetocéntrica)

La Planetary Society decidió finalmente no emplear un calendario como tal, sino utilizar la longitud planetocéntrica del Sol, conocida como Ls (ángulo que indica la posición de Marte en su órbita alrededor del Sol), para medir la época del año en Marte y que funcionaría a modo de fecha marciana. Así, el valor Ls = 0° corresponde al paso de Marte por el punto vernal, es decir, el equinoccio de primavera en el hemisferio norte marciano; el valor 90° corresponde al solsticio de verano boreal; 180° al equinoccio de otoño boreal y 270° al solsticio de invierno boreal.

En este calendario, el año marciano 1 o MY1 (por sus siglas en inglés) comenzó oficialmente el día 11 de abril de 1955 a las 00:00 h UTC y terminó el 26 de febrero de 1957 a las 00:00 h UTC. El motivo de elegir esta fecha fue hacer coincidir el comienzo del calendario con la tormenta global de polvo que se observó en Marte en 1956. El comienzo de la estación de tormentas de polvo en Marte se produce justo después del paso por el perihelio, el punto de la órbita más cercana al Sol y donde más rápido se desplaza, sobre Ls = 260°.

Posteriormente, el calendario se extendió y se determinó el año marciano 0, MY0, que comenzó el día 24 de mayo de 1953 a las 00:00 h UTC. Cualquier año anterior llevaría delante el signo menos. Por tanto, MY-1 comenzó el 7 de julio de 1951, el MY-2 el 19 de agosto de 1949, y así sucesivamente. Como curiosidad, la primera observación conocida de Marte con un telescopio, realizada por Galileo a finales del año 1610, correspondería al MY-183.

El róver Curiosity en Marte. / NASA/JPL-Caltech/MSSS

El róver Curiosity en Marte. / NASA/JPL-Caltech/MSSS

Así pues, con este criterio de designación de fechas, el róver Curiosity (que lleva a bordo el otro instrumento español en Marte: REMS, la estación medioambiental también del Centro de Astrobiología) aterrizó en Marte el MY31 Ls150, es decir, el 6 de agosto de 2012. Y por su parte, InSight el MY35 Ls112.

Sea cual fuere el modo de medir el tiempo en Marte, dado que la idea de enviar seres humanos a explorar Marte es ya un proyecto consolidado, no estaría de más ir buscando un criterio unificado. No vaya a ser que el primer ser humano que ponga el pie en Marte no sepa cómo poner su reloj en hora.

 

* Juan Ángel Vaquerizo es el responsable de la Unidad de Cultura Científica del Centro de Astrobiología (CSIC-INTA) y autor del libro ‘Marte y el enigma de la vida’ (CSIC-Catarata) de la colección ¿Qué sabemos de?

¿Qué sabemos del cambio climático? Respuestas científicas a 5 preguntas frecuentes

Por Armand Hernández (CSIC)*

Aunque ha habido muchos cambios climáticos a lo largo de la historia de nuestro planeta, sabemos que ahora la Tierra se está calentando a un ritmo sin precedentes.  Ya no hay duda de que el cambio climático actual es un hecho reconocido por la ciencia. Sin embargo, la sociedad sigue haciéndose preguntas al respecto. En este post respondemos a algunas de las más frecuentes.

¿Cómo sabemos que el clima está cambiando?

 Los registros instrumentales a nivel global nos muestran que estamos experimentando las temperaturas más altas desde que se empezaron a medir hace algunos siglos. Diecisiete de los dieciocho años más cálidos desde que existen registros instrumentales se han producido durante el siglo XXI. Además, las observaciones indirectas de registros naturales como el hielo de los casquetes polares, las estalagmitas, los anillos de los árboles, los corales y los sedimentos marinos y lacustres sugieren que este calentamiento no tiene precedentes en los últimos cientos de miles de años.

Gráfica calentamiento

Temperaturas globales anuales entre 1850 y 2017. La escala de colores representa el cambio en las temperaturas en un rango de 1.35°C. / Autor: Ed Hawkins (University of Cambridge). Datos: HadCRUT4 (Climatic Research Unit-University of East Anglia y Hadley Centre-Met Office).

¿Qué está causando el cambio climático actual?

La fuente principal de la energía que consumimos en la actualidad proviene de combustibles fósiles como el carbón, el petróleo y el gas, que producen emisiones de gases de efecto invernadero.

Cuando la comunidad científica trata de reproducir el calentamiento global actual con modelos climáticos, solo se obtienen resultados satisfactorios si se tienen en cuenta las concentraciones de gases de efecto invernadero procedentes, principalmente, de la quema de combustibles fósiles. De esta manera, se descarta que esta tendencia sea causada sólo por procesos naturales.

¿Qué va a pasar?

Con el aumento de la temperatura global, podemos esperar cambios más rápidos y de mayor magnitud en el medio ambiente, con diversas implicaciones para las diferentes regiones del planeta.

El deshielo en los polos, así como la expansión del agua debido a las mayores temperaturas, provocarán un aumento del nivel del mar, que se prevé que alcanzará más de 1 metro a finales del siglo XXI. Esto es muy importante, ya que la mayor parte de la población mundial vive en zonas costeras.

También se espera que los fenómenos climáticos extremos se hagan más frecuentes, duraderos, intensos y devastadores. Una consecuencia de todos estos cambios podría ser un aumento de los movimientos migratorios y la generación de una inestabilidad geopolítica creciente.

¿Cuánto tiempo tenemos hasta que el cambio climático sea irreversible?

Es casi imposible saber cuánto tiempo nos queda para que el cambio climático sea irreversible. En realidad, algunos de los impactos causados por el cambio climático ya no tienen vuelta atrás, mientras que otros se reducirían si se detuvieran de inmediato las emisiones de gases de efecto invernadero de origen humano.

Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC, siglas en inglés), deberíamos reducir a la mitad las emisiones de dióxido de carbono para el año 2030 y alcanzar el “cero neto” para el año 2050, para así poder mantener el calentamiento global en 1,5 °C a finales del siglo XXI.

Esto es importante, ya que mantener el aumento de la temperatura global por debajo de 2°C es vital para reducir los impactos asociados a los efectos de larga duración, como la pérdida de algunos de los ecosistemas más sensibles (los arrecifes coralinos, por ejemplo) o la capacidad de cultivar ciertos alimentos básicos, como el arroz, el maíz o el trigo.

Estas y otras preguntas, así como sus respuestas, las puedes encontrar en el audiovisual “Climate Change: the FAQs” elaborado por un grupo de científicos/as internacionales (entre los que se encuentran dos integrantes del CSIC) para resolver las dudas planteadas por estudiantes de secundaria y bachillerato.

¿Qué están haciendo las instituciones al respecto?

A menudo se hace hincapié en que los pequeños cambios, como por ejemplo el uso del transporte público o la bicicleta, pueden ayudar a reducir las emisiones de CO2. Sin embargo, para que estas acciones sean suficientes, deben ir acompañadas de cambios drásticos en los sistemas de producción y consumo promovidos por los gobiernos e instituciones a nivel internacional.

La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) es el principal acuerdo internacional sobre el clima. Entró en vigor en el año 1994 como medio de colaboración entre los países para limitar el aumento de la temperatura mundial y hacer frente a sus consecuencias.

Veinte años después, en el famoso Acuerdo de París 2015, y siguiendo las directrices del IPCC, se alcanzó un consenso político mundial para detener el incremento de temperaturas por debajo de los 2ºC respecto a los niveles preindustriales. En virtud de ese acuerdo, cada país decide su contribución a la mitigación del calentamiento global. Como no existe ningún mecanismo que obligue a un país a fijar o cumplir objetivos específicos en fechas concretas, el acuerdo tiene un impacto limitado.

A modo de ejemplo tenemos los resultados de la reciente Cumbre sobre la Acción Climática de las Naciones Unidas, en la que sólo 77 países se comprometieron a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a “cero neto” para el año 2050. Además, únicamente 70 países anunciaron que impulsarán sus planes de acción nacionales para 2020 (en el marco del Acuerdo de París) o que han comenzado el proceso para hacerlos realidad.

Si es suficiente o no, sólo el futuro nos los dirá, pero de lo que no hay duda es que nos enfrentamos a un reto global sin precedentes.

 

* Armand Hernández (@armandherndz) es paleoclimatólogo e investigador en el Instituto de Ciencias de la Tierra Jaume Almera del CSIC.

La mineralogía salva la vida a Iron Man

Por Carlos M. Pina (CSIC-UCM) y Carlos Pimentel (UPM, UCM)*

[Contiene spoilers] Han pasado ya casi 6 meses desde que los Vengadores nos salvaron por última vez. Después de que Thanos asesinase a la mitad de los seres vivos del Universo utilizando las Gemas del Infinito, estas fueron utilizadas por Bruce Banner (Hulk) para devolverles a la vida. Tras ello, los ejércitos de Thanos se enfrentaron a los Vengadores y sus aliados en una cruenta batalla. Para detenerla, Tony Stark (Iron Man) utilizó el Guantelete del Infinito, con el que logró destruir a Thanos y sus ejércitos. Sin embargo, las heridas producidas por el poder de las gemas también causaron su muerte. ¿Fue el sacrificio de Tony Stark en vano?

Miremos detenidamente el Guantelete del Infinito. Está compuesto por 6 gemas con distintos poderes y colores, que juntas tienen un poder inimaginable. Pero lo que todos podemos apreciar es su color, no su poder, incluido Thanos por muy titán que sea. ¿Qué hubiese ocurrido si los Vengadores hubiesen sabido algo de mineralogía? Podrían haberle dado el cambiazo a Thanos y haber sustituido las Gemas del Infinito por gemas iguales pero que careciesen de poderes, como la amatista (morado), el rubí (rojo), el zafiro (azul), el crisoberilo (amarillo), el topacio (naranja) y la esmeralda (verde); gemas muy comunes y mucho más baratas que cualquier armadura de Iron Man. Así, los Vengadores hubiesen ganado la Guerra del Infinito antes de comenzar, Tony Stark seguiría vivo y Steve Rogers continuaría siendo el Capitán América.

Partiendo de la idea de que los minerales que aparecen en la ciencia ficción y la fantasía (por ejemplo, Star Wars, Star Trek, Mundodisco o X-men) hemos escrito una Pequeña guía de minerales inexistentes (Ediciones Complutense, 2019) y organizado una exposición con el mismo nombre en Madrid, que podrá visitarse en la Biblioteca María Zambrano de la UCM hasta el 6 de noviembre. En ellos presentamos 16 minerales ficticios, indicando su origen, sus imposibles propiedades y aplicaciones, e incluso información sobre sus imposibles estructuras y composiciones químicas. El libro también describe minerales o materiales similares reales que muestran propiedades análogas.

¿Hay algún mineral tan radiactivo como la kryptonita que aparece en Superman? En la naturaleza existen algunos minerales altamente radiactivos, como por ejemplo, la uraninita, la pechblenda (variedad impura de la uraninita) y la becquerelita. Sin embargo, ninguno de estos minerales sería capaz de derrotar a Superman, para decepción de Lex Luthor.

¿Existe algún material tan duro como el adamantium que recubre los huesos de Lobezno? Sí, aunque sin su increíble dureza. Se trata de la widia, un metal que se usa, por ejemplo, en las brocas de los taladros.

¿Qué minerales se han usado para comerciar como el tiberium del popular videojuego Command & Conquer? Los metales preciosos, las gemas, la sal común (que es un mineral llamado halita) han sido utilizados históricamente como moneda de cambio.

Tiberium realizado con impresora 3D y que forma parte de la exposición.

¿Podemos pensar en algún mineral como los cristales de adegan de Star Wars? Por supuesto. El rubí fue el mineral con el que se fabricaron los primeros láseres, aunque no sirve para hacer sables láser como los de las películas (una lástima para los frikis).

¿Algún mineral mágico como el octirón de Mundodisco? Por supuesto que no, ya que los minerales no tienen propiedades mágicas. Por más que en muchas tiendas de minerales se les atribuyan ciertos poderes, esto es completamente falso.

¿Y por qué es importante saber de minerales? No es sólo para saber cómo salvar a nuestros personajes de cómics, películas o videojuegos preferidos. Los minerales también son esenciales en nuestra vida diaria. Para fabricar el móvil o la tablet en la que estás leyendo esta noticia se han utilizado al menos 13 minerales distintos, la electricidad llega a tu casa a través de cables de cobre que se extraen de minerales y hay minerales y rocas en tu cocina, como la sal o la encimera de granito. Además, los minerales nos cuentan, a geólogos y mineralogistas, cómo fue la Tierra en épocas pasadas. Gracias a su estudio, se ha podido determinar, por ejemplo, cómo era el clima en la época de los dinosaurios o cómo era la Tierra en el pasado.

La exposición podrá visitarse en la Biblioteca María Zambrano de la UCM hasta el 6 de noviembre. El 16 de octubre a las 18:00 habrá un acto de presentación tanto de la exposición como de la guía de minerales inexistentes.

* Carlos M. Pina es profesor titular de Cristalografía y Mineralogía en la Facultad de Ciencias Geológicas de la Universidad Complutense de Madrid e investigador del Instituto de Geociencias (IGEO, CSIC-UCM). Carlos Pimentel es investigador en la E.T.S.I. de Montes, Forestal y del Medio Natural de la Universidad Politécnica de Madrid y colaborador honorífico del Departamento de Mineralogía y Petrología de la Facultad de Ciencias Geológicas de la Universidad Complutense.

¿Cómo se imaginaban la Luna en el siglo XIX?

Fotografía de un molde de escayola construido por Nasmyth recreando la región del cráter Copérnico. Publicada en ‘La Luna: considerada como un planeta, un mundo y un satélite’ (1874).

Fotografía de un molde de escayola construido por Nasmyth recreando la región del cráter Copérnico. Publicada en La Luna: considerada como un planeta, un mundo y un satélite (1874).

Por Montserrat Villar y Mar Gulis (CSIC)*

Mira esta fotografía de un cráter lunar. ¿Dirías que es real o que se trata de una maqueta? Publicada en 1874 por el ingeniero mecánico e inventor James Nasmyth (1808-1890) y el astrónomo James Carpenter (1840-1899), la imagen solo puede ser una recreación…  aunque es sorprendentemente buena para la época.

Pese a que por aquel entonces hacía varias décadas que se habían empezado a obtener fotografías de nuestro satélite, la calidad no era suficiente para resaltar los detalles de su superficie con la nitidez que los autores deseaban. En lugar de esto, Nasmyth construyó moldes de escayola del relieve lunar inspirados en observaciones telescópicas realizadas junto a Carpenter. Los moldes fueron iluminados con diferentes intensidades y desde distintos ángulos, controlando las condiciones con exquisito cuidado, y posteriormente fotografiados.

Hoy en día algunas de esas imágenes siguen dando a primera vista la impresión de haber sido tomadas in situ. Pero hay más. Nasmyth y Carpenter no limitaron su recreación de la Luna a estos moldes –que en la actualidad se conservan en el Museo de la Ciencia de Londres–. En su libro La luna: considerada como un planeta, un mundo y un satélite, donde se incluyeron las fotografías, los autores trataron de describir otras sensaciones que experimentaría en la Luna un ser humano que encontrara un método para poder respirar.

Molde de escayola de una porción de la superficie lunar realizado por Nasmyth. / Museo de Ciencias , Londre (CC-BY-NC-ND-2.0.)

Molde de escayola de una porción de la superficie lunar realizado por Nasmyth. / Museo de Ciencias , Londres (CC-BY-NC-ND-2.0.).

Detallaron, por ejemplo, los efectos de la ausencia de aire. Incluso cuando el Sol o la Tierra brillaran altos sobre el horizonte, al no haber difusión de la luz como ocurre en nuestra atmósfera, se vería un cielo totalmente negro salpicado por las luces de estrellas y planetas, que se apreciarían con mayor nitidez que en cualquier noche terrestre.

Nasmyth y Carpenter también imaginaron los cambios en el paisaje producidos por los marcados juegos de luces y sombras sobre el relieve lunar; o los contrastes de color debidos a la composición de la superficie, donde diferentes minerales darían coloraciones especiales y únicas a la escena.

Además recrearon el espectáculo de un eclipse solar producido por la Tierra. En la ilustración realizada por Nasmyth,  se aprecia el Sol en la distancia eclipsado por nuestro planeta, tal y como lo vería un observador en  la Luna. Su forma empieza a despuntar detrás del círculo terrestre, que tiene un tamaño aparente unas cuatro veces mayor. La corona aparece impresionante. La luz solar atraviesa la fina capa de la atmósfera de nuestro planeta rodeándolo de un halo brillante y rojizo que ilumina un paisaje montañoso y salvaje donde reina la desolación.

El Sol eclipsado por la Tierra visto desde la Luna. / Ilustración de James Nasmyth.

El Sol eclipsado por la Tierra visto desde la Luna. / Ilustración de James Nasmyth.

Junto a sugerentes imágenes, en el libro también hay espacio para el “mortal silencio que reina en la luna”: “Mil cañones podrían ser disparados y mil tambores golpeados en aquel mundo sin aire, pero ningún sonido saldría de ellos. Labios que podrían temblar, lenguas que intentarían hablar, pero ninguna de sus acciones rompería el silencio de la escena lunar”.

 

* Montserrat Villar es investigadora en el Centro de Astrobiología (CSIC-INTA) en el grupo de Astrofísica extragaláctica. 

Te contamos la historia del cosmos comprimida en un año

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Por Ricardo Moreno, Susana Deustua y Rosa M. Ros *

Supongamos que todo el tiempo desde el Big Bang hasta ahora [13.700 millones de años aproximadamente] lo comprimimos en un año, del 1 de enero al 31 de diciembre. Hasta mayo no se formó nuestra Vía Láctea. A primeros de septiembre se formó el Sol, y la Tierra tuvo forma esférica a mediados de ese mes. Pero no es hasta primeros de diciembre cuando el oxígeno se hace presente en nuestra atmósfera. Aunque unas células vivas muy sencillas aparecen enseguida sobre la Tierra, las células con núcleo como las actuales aparecen el 2 de diciembre y el día 12 los primeros organismos pluricelulares. El 19 aparecen las plantas y peces, y el 23 los árboles, insectos y reptiles. El 25 aparecen los dinosaurios, que duran hasta el 28. En el día 30 los mamíferos viven ya sobre la Tierra, pero no es hasta el 31 de diciembre, a las 23:00, cuando aparece el homo sapiens. En el último minuto se pintan las cuevas de Altamira. Cinco segundos antes de las doce de la noche es cuando nace Jesucristo. El último siglo serían las últimas dos décimas de segundo.

Calendario cósmico

 

* Este pasaje forma parte del libro 14 pasos hacia el Universo (2012). Es una de las múltiples iniciativas puestas en marcha por la Network for Astronomy School Education (NASE), con la que colabora el CSIC, con el objetivo de acercar la astronomía al profesorado de Primaria y Secundaria.