Ana Belén Galán Abellán (CSIC)*
Dicen que “no solo de pan vive el hombre” y yo os puedo asegurar que no solo de piedras vive quien se dedica a la geología. Durante una dura jornada de trabajo en el campo, cuando está a punto de llegar la hora de la comida, el hambre altera la imaginación de los geólogos y, de pronto, las sucesiones de estratos pueden convertirse en una rica lasaña o un pastel de chocolate y crema.
Y es que la geología y la cocina están más cerca de lo que parece, pues nuestro planeta puede verse como un enorme cocinero que corta, amasa, cuece y hornea sus propias rocas entremezclando los ingredientes para que el buen comensal encuentre el gusto por la geología. Ahora que están tan de moda los programas de cocina, quizá podamos atrevernos a reproducir algunos de los procesos que se dan en la naturaleza para generar los tres tipos de rocas (ígneas, sedimentarias y metamórficas), pero con resultados mucho más sabrosos.
Las rocas ígneas o magmáticas se forman por enfriamiento de un magma caliente que se encuentra en el interior de la Tierra y que se solidifica al ascender hacia la superficie. Calor, algo viscoso que se convierte en sólido… ¿quién no ha hecho alguna vez un bizcocho? Otros platos como el panettone con pasas, una gelatina con trozos de fruta o un soufflé de verduras pueden ser ejemplos de recetas cuyo resultado se parece a rocas ígneas.
Y si el bizcocho es de chocolate, bien puede parecerse a un basalto de Canarias.
Las rocas sedimentarias, sin embargo, se forman en la superficie por la erosión de todo tipo de rocas (ígneas, metamórficas e incluso sedimentarias). El sedimento producto de esa erosión se va depositando en forma de estratos que se superponen unos a otros. Hay muchas formas de cocinar nuestras propias rocas sedimentarias. Por ejemplo, alternando capas de mascarpone y bizcocho y dejando que el nivel freático de café rellene la porosidad para resultar en un rico tiramisú. Al partirlo con el cuchillo estamos creando fallas que desplazan los estratos y hay que tener cuidado al servirlo porque pueden producirse deslizamientos de ladera o desprendimientos de roca, convirtiéndose en un auténtico desastre natural.
Por otro lado, ahora que acaban de terminar las navidades seguro que todos tenemos en mente esos conglomerados de almendras como el turrón o el guirlache, en los que la miel o el azúcar unen entre sí y solidifican lo que antes eran granos sueltos, formando así una roca compacta.
El caso de las rocas metamórficas es un poco más complejo de reproducir porque se forman a partir de otras rocas que, al estar sometidas a grandes presiones y temperaturas en el interior de la Tierra van replegándose, alterando su estructura y su composición. En nuestra cocina podemos imitar los pliegues con salmón y queso o haciendo un brazo de gitano.
Además, puede que el aspecto hojoso del hojaldre nos recuerde a la estructura de rocas metamórficas como los esquistos:
Finalmente, cuando las rocas son enterradas a grandes profundidades, vuelven a fundirse y a transformarse en magma. ¿Quién no ha disfrutado de la textura de un coulant o volcán de chocolate, cerrando así el ciclo de las rocas?
Por último, nada mejor que concluir esta comida geológica fundiendo un buen chocolate a la taza…
*Ana Belén Galán Abellán es investigadora del Instituto de Geociencias (CSIC-UCM).