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Cómo llevar un río al laboratorio

Por Mar Gulis

Cerca de 25.000 kilómetros de los cursos fluviales de España, algo así como el 33% del total, están muy contaminados, según indican varios estudios científicos. Los ríos son uno de los ecosistemas acuáticos más amenazados por las actividades humanas. El vertido de aguas domésticas o residuales insuficientemente tratadas o la llegada de pesticidas utilizados en la agricultura empeoran la calidad química del agua, afectando a los organismos que habitan en los ríos.

Detalle recogida porta sustratos

Detalle de la recogida de un porta sustratos, cerca del nacimiento del río Gállego.

Y el papel de estos organismos no es baladí: contribuyen al buen estado de sus aguas e incluso procesan parte de los vertidos y contaminantes que llegan al río; es decir, son parte imprescindible del proceso de autodepuración del río. Precisamente, su estudio en el laboratorio permite predecir el impacto sobre ecosistemas acuáticos de determinados contaminantes y otros factores ligados al cambio climático, como el incremento de la temperatura o la radiación ultravioleta. Pero, ¿cómo se lleva un río al laboratorio?

Quienes se encargan de hacerlo son los ecotoxicólogos fluviales. En el Instituto Pirenaico de Ecología del CSIC son quienes valoran el estado de los ríos y miden los compuestos químicos que puedan resultar perjudiciales para la salud del río. Para hacerlo, estudian los organismos que habitan en ellos, como las algas o los insectos. Las algas están expuestas a todos los compuestos químicos transportados por el agua del río. Además, al estar ‘fijas’ en un lugar determinado del río (adheridas a una piedra, por ejemplo), permiten conocer qué cosas han sucedido en ese punto, como qué compuestos químicos había en el agua durante el periodo en el que han crecido.

Vista canales artificiales en el laboratorio

Vista lateral de los canales artificiales en funcionamiento, iluminados con fluorescentes que simulan la luz solar.

En este sentido, estos microorganismos actúan como indicadores de la calidad del agua, ya que la presencia o ausencia de las diferentes especies es una señal de la presencia o ausencia de determinados contaminantes.

Como los investigadores no se pueden llevar ni el río ni las piedras al laboratorio, utilizan sustratos artificiales. Estos son trocitos de plástico que se insertan en unas estructuras para que no se los lleve la corriente del río. Se dejan un tiempo en el río y se recogen cuando las algas han crecido sobre ellos. Una vez en el laboratorio los sustratos y sus algas son depositados en canales artificiales con agua del río, y sometidos a las mismas condiciones de luz, velocidad, etcétera, que se utilizarán durante los experimentos.

Una vez en el laboratorio se recrean diferentes situaciones. Por ejemplo, para medir el efecto o la toxicidad de un determinado compuesto se comparan los microorganismos de varios canales: en uno de ellos se deja el agua limpia y en los demás se añaden diferentes cantidades del tóxico que se quiere estudiar. Al medir y comparar la fotosíntesis de unas algas con otras se puede conocer con mucha precisión cuánta cantidad del tóxico afecta al alga.

Si quieres saber más sobre cómo llevar un río al laboratorio échale un vistazo al vídeo realizado por el CSIC para dar a conocer sus líneas de investigación. El vídeo forma parte del proyecto de divulgación ‘Investiga con nosotros’, que cuenta con el apoyo de la FECYT.