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Las dos medallas del Nobel que escaparon a los nazis

Por Mar Gulis (CSIC)*

9 de abril de 1940: el químico húngaro George Hevesy, conocido por haber descubierto el hafnio, acude como cada mañana a su trabajo en el Instituto de Física Teórica de la Universidad de Copenhague, Dinamarca. No es un día como cualquier otro: Alemania está invadiendo el país. Los ataques han comenzado durante la madrugada y el gobierno danés, consciente del desequilibrio de fuerzas, no ha tardado en presentar la rendición.

A su llegada, Hevesy encuentra a Niels Bohr, premio Nobel de Física en 1922 y director del instituto. El ‘padre’ de la mecánica cuántica está preocupado. No es ser hijo de madre judía lo que le inquieta en ese momento –al fin y al cabo, al nacer fue bautizado en el catolicismo–, sino que los ocupantes encuentren lo que obra en su poder. Bohr esconde las medallas del premio Nobel de dos físicos alemanes que, de una u otra forma, se han significado como opositores al régimen nazi: Max Von Laue, galardonado en 1914 por sus trabajos en cristalografía de rayos X, y James Franck, premiado en 1925 por sus investigaciones sobre el comportamiento de los electrones. Ambos han depositado sus condecoraciones en el instituto precisamente para evitar que caigan en manos de las autoridades de su país.

Se trata de un legado demasiado comprometedor. La Alemania de Hitler castiga incluso con la pena de muerte sacar oro del país; y las medallas están hechas con 200 gramos de oro de 23 quilates cada una. Franck, de origen judío, vive exiliado en Estados Unidos, pero Von Laue permanece en Alemania. “El nombre de Laue estaba grabado en la medalla, su descubrimiento por las fuerzas invasoras habría tenido muy serias consecuencias para él”, escribe Hevesy acabada la Segunda Guerra Mundial.

De izquierda a derecha: James Franck, Max Von Laue, George Hevesy y Niels Bohr.

Hay que darse prisa. El húngaro propone enterrar los metales, pero Bohr teme que alguien pueda descubrirlos. Entonces, echan mano de sus conocimientos sobre química. El oro es inalterable por el aire, el calor, la humedad y la mayoría de los elementos químicos, pero puede disolverse con agua regia, una combinación de una parte de ácido clorhídrico y tres de ácido nítrico.

Hevesy se pone manos a la obra y pasa la jornada encerrado en el laboratorio disolviendo las medallas. No es un trabajo fácil: “El oro es extremadamente no reactivo y difícil de disolver”, cuenta años después a Von Laue. Mientras tanto, en las calles de Copenhague ya desfilan las tropas invasoras.

Hasta 1980 todas las medallas del premio Nobel fueron acuñadas en oro de 23 quilates.

Cuando los nazis ocupan el instituto no advierten nada sospechoso. En 1943, Bohr y Hevesy, que acaba de recibir el Nobel por el estudio de organismos vivos mediante trazas radioactivas, parten al exilio. Temeroso de que Alemania se adelante en la carrera armamentística, el primero acaba en Estados Unidos colaborando con el proyecto Manhattan, que da lugar a la primera bomba atómica.

El oro permanece disuelto en agua regia hasta el fin de la guerra. Tras su regreso a Dinamarca, Bohr lo recupera y en 1950 lo envía a la Real Academia Sueca de Ciencias junto con una carta en la que explica lo sucedido. La Fundación Nobel refunde el metal y acuña con él nuevas medallas similares a las originales. Frank recibe el galardón en 1952 en una ceremonia celebrada en la Universidad Chicago. El relato más extendido sostiene que Von Laue también ‘recupera’ su medalla, aunque de esto no queda registro oficial.

 

* Si quieres descubrir más historias sorprendentes relacionadas con la química, consulta la web de la Yincana Virtual Entre Matraces, organizada por el Instituto de Química Médica del CSIC en colaboración con la FECYT. 

¿Habría corrido Ramón y Cajal la Carrera de la Ciencia este domingo?

Por Mar Gulis (CSIC)

Desde bien pequeño, Ramón y Cajal (1852-1934) sintió una precoz obsesión por la actividad física y por destacar entre sus iguales. Mostraba un enérgico empeño por ser el más fuerte, el más ágil, el más fornido. Dado que su entorno era favorable para este fervor por la aventura (nació en un remoto caserío en Petilla de Aragón), desde su niñez pudo dar rienda suelta a ese ansia de exploración de la naturaleza y la montaña, inquietud vital que dejó plasmada en numerosos escritos.

Dibujo de Santiago Ramón y Cajal realizado en 1904. Muestra las neuronas de la corteza cerebral. / Instituto Cajal del CSIC

Dibujo de Santiago Ramón y Cajal realizado en 1904. Muestra las neuronas de la corteza cerebral. / Instituto Cajal del CSIC

Poco conocida es esta vertiente aventurera del premio Nobel de Medicina en 1906. Sin embargo, esta faceta deportista influyó en el devenir de su vida, y no es de extrañar que su habilidad para la ciencia se viera favorecida por su curiosidad y su afición por el medio ambiente y la belleza que emana del entorno natural. No en vano, su especialidad fue el sistema nervioso y la anatomía patológica, y destacó también su lado más estético y artístico, en especial el dibujo. Su obsesión por el riesgo, la montaña y el ejercicio físico (él mismo llegó a denominarla “manía gimnástica”), llevando al cuerpo a situaciones límite, le ayudó también a reponer su maltrecha salud tras sufrir enfermedades como la malaria y la disentería.

Son muchos los investigadores e investigadoras que compaginan la satisfacción por el deporte con la pasión por la ciencia. Una de las citas ineludibles de los aficionados al atletismo y las carreras populares es la Carrera de la Ciencia del CSIC.

Cartel de la XXXVI Carrera de la Ciencia

Cartel de la XXXVI Carrera de la Ciencia 2016

Como todos los años, miles de personas participarán en Madrid este domingo 16 de octubre en un evento que celebra con esta su 36ª edición. Un circuito urbano de 10 kilómetros, que discurrirá por grandes avenidas y lugares emblemáticos como Recoletos, el Paseo de la Castellana o la calle Serrano, será el escenario de la XXXVI Carrera de la Ciencia ICON.

Esta iniciativa del CSIC tiene sus orígenes en una carrera cross-country celebrada en 1925 que formó parte del concurso atlético de la Residencia de Estudiantes. Ya entonces, discípulos de las ideas pedagógicas de la Institución Libre de Enseñanza recorrieron 3.000 metros por los lugares donde se celebra actualmente la prueba.

No sabemos si Santiago Ramón y Cajal habría participado en esta carrera, pero sí que cada año la corren miles de personas, muchas de ellas dedicadas a la ciencia. El punto de partida será el número 117 de la madrileña calle Serrano –sede central de la institución–, donde los corredores se congregarán a las 9:00 para comenzar el recorrido.

Un año más, la Carrera vuelve a sumarse a la campaña solidaria Kilómetros por alimentos (#KmsXalimentos). Todos los participantes podrán aportar kilos de comida, no perecedera y debidamente envasada, que irán destinados al Banco de Alimentos de Madrid.

El único requisito para participar en la Carrera de la Ciencia es ser mayor de edad. Así que, si esta vez se te ha pasado la fecha para apuntarte, la edición del próximo año te espera.

¡A correr!

En la frontera de la química: cómo la materia se convirtió en vida

AutorPor Manel Souto Salom (CSIC)*

Hace tiempo, un redactor de una revista científica le preguntó a Jean-Marie Lehn, premio Nobel de Química en 1987, cuál era el gran interrogante de la química. “Los físicos tratan de desentrañar las leyes del universo. Los biólogos dicen que intentan resolver las reglas de la vida. Pero, ¿cuál es la gran pregunta que los químicos deben responder?” Lehn le contestó que la química tiene el reto de resolver la pregunta más importante de todas: ¿cómo la materia ha sido capaz de convertirse en algo que viva o piense? ¿De qué manera ha podido generar entidades capaces de preguntarse sobre el origen mismo del universo del que surgió?

Desde este punto de vista, la química constituye el puente que hay entre las leyes del universo y su específica forma de vida, es decir, entre la física y la biología. Su objetivo es descubrir y entender el proceso que gobierna la evolución de la materia hacia el aumento de su complejidad, desde las primeras partículas hasta la vida y la materia pensante.

Gran Salar de Uyuni

Imagen microscópica de cristales procedentes del Gran Salar de Uyuni flotando en el agua junto a diversos microrganismos. / María Jesús Redrejo Rodríguez y Eberhardt Josué Friedrich Kernahan (FOTCIENCIA12)

Y la clave de todo ello es la autoorganización, definida por Lehn como “la fuerza motriz del universo”. La premisa básica es que nuestro universo está construido de tal manera que la materia tiende a autoorganizarse; por lo que los seres humanos no somos un accidente, sino el resultado de nuestro universo.

Para estudiar de qué forma se organiza la materia, Lehn propone ir más allá de las fronteras de la química tal y como se la entiende comúnmente. Hoy día hablamos de química supramolecular para describir las interacciones de las moléculas entre sí. Si pensamos que una molécula es una casa compuesta por átomos que funcionan como ladrillos, la química supramolecular se ocuparía de la vida en el barrio.

Pues bien, Lehn parte de la base de que las interacciones entre moléculas son dinámicas y adaptativas. Es decir, que las casas y los edificios son capaces de ensamblarse y reordenarse para dar lugar a un barrio más complejo que el de partida; y que esos procesos responden a las condiciones del entorno en el que se producen. Lehn habla de una evolución predarwiniana – es decir, previa a la vida– para referirse a estas adaptaciones.

En el principio de la explosión original o Big Bang, era la física quien reinaba. Luego, cuando se alcanzaron temperaturas más bajas, vino la química. Las partículas formaron átomos y estos se unieron para producir moléculas cada vez más complejas dando a luz a las primeras células de las que brotó la vida en nuestro planeta. Esto ocurrió hace 3.800 millones de años. Hoy, la tarea de la química es revelar las vías de autoorganización y trazar los caminos que condujeron a la materia inerte hacia la materia orgánica, de ahí a la materia viva y, por último, a la pensante.

 

* Manel Souto Salom (Valencia, 1988) realiza su tesis doctoral en el Departamento de Materiales Orgánicos y Nanociencia Molecular (Nanomol) del Instituto de Ciencia de los Materiales de Barcelona del CSIC. Es autor del blog www.reaccionando.org y colaborador de El Huffington Post y El Periódico de Catalunya.

¿De dónde viene el nombre de los elementos químicos?

JV García RamosPor José Vicente García Ramos (CSIC)

Cada elemento tiene un nombre que, en algunos casos, nos resulta ya familiar: oro, plata, cobre, cloro, platino, carbono, oxígeno, nitrógeno, etc. Pero, ¿por qué se llaman así? Muchos de sus nombres se refieren a una de sus propiedades. Por ejemplo, el nombre del oro en latín (aurum) significa “principio brillante” y el del mercurio (hydrargyrum) quiere decir “plata líquida”. Esta práctica de nombrar los elementos según alguna de sus propiedades ha continuado a lo largo de los años. El cesio fue descubierto en 1860 por el químico alemán Bunsen (el inventor del mechero Bunsen), que lo llamó así porque tiene la propiedad de darle un color azul a la llama, y en latín caesius significa “cielo azul”.

OroSin embargo, hay otros elementos cuyos nombres hacen referencia a una persona. El curio debe su nombre a Marie Curie (1867-1934), quien hizo los primeros estudios sobre la radiactividad, por los que recibió el Premio Nobel de Física en 1903. También obtuvo el Premio Nobel de Química en 1911 por su descubrimiento de los elementos polonio (llamado así en honor de Polonia, su país de nacimiento) y radio (del latín radius, que significa “rayo”).

Otros deben su nombre a lugares geográficos, como es el caso del pueblecito llamado Ytterby, en Suecia, que tiene cuatro elementos dedicados a él (terbio, itrio, erbio e iterbio) por ser el lugar donde se encontraron por primera vez. Otro ejemplo es el californio, que, aunque no aparece en la naturaleza, fue sintetizado por primera vez en 1950 en Berkeley, en el Radiation Laboratory de la Universidad de California.

Cada elemento tiene un símbolo formado por una o dos letras que lo identifican, de la misma forma que nuestro nombre y apellido nos identifican a nosotros. El símbolo de un elemento representa un átomo de dicho elemento. Hay 14 elementos cuyo símbolo es una letra que en general coincide con la primera letra de su nombre, excepto en el caso del potasio. Este elemento se descubrió en 1807 y se llamó así por la potasa, la sustancia de la que se aisló la primera vez. Su símbolo (K) viene de kalium, que significa “potasa” en latín. Casi todos los demás elementos tienen un símbolo de dos letras, de las cuales la primera siempre es mayúscula, y la segunda, minúscula.

Dmitri Mendeléiev

Dmitri Mendeléiev

Basándose en la hipótesis de que las propiedades de los elementos dependen, de forma periódica, de sus masas atómicas, el científico ruso Dmitri Mendeléiev (1834-1907) publicó en el año 1869 una tabla periódica en la que situó todos los elementos conocidos en aquella época, ordenándolos de tal forma que los que pertenecían a una misma familia apareciesen en la misma línea horizontal. Sin embargo, el descubrimiento del helio le causó un gran problema, puesto que este nuevo elemento no tenía un lugar adecuado para colocarse en la tabla. Esto, en el fondo, fue una brillante confirmación de la ley periódica, ya que el helio y los demás gases nobles, descubiertos más tarde, acabaron constituyendo un grupo.

 

José Vicente García Ramos es investigador del Instituto de Estructura de la Materia (CSIC) y autor del libro Las moléculas: cuando la luz te ayuda a vibrar (CSIC-Catarata).