Entradas etiquetadas como ‘piel’

¿Por qué no todo el mundo tiene la piel negra?

Por Lluis Montoliu (CSIC)*

Solamente hace falta sentarse unos minutos en un banco de una estación de metro concurrida de una gran ciudad y dedicarse a contemplar a las personas que pasan por allí para darse cuenta de la enorme diversidad que tenemos de colores de piel, pelo y ojos. ¿Cómo es posible que haya gente con la piel, cabellos y ojos tan claros y, a la vez, también existan otras personas con la piel, el pelo y los ojos muy oscuros, casi negros? ¿Por qué no todo el mundo tiene la piel clara? ¿Por qué no toda la gente tiene la piel oscura? Toda esta maravillosa diversidad de aspectos de los seres humanos es producto del funcionamiento de un grupo de genes que determinan nuestra pigmentación, los llamados genes de colores.

Una chica pelirroja en un ascensor suscita el interés de quienes están a su alrededor. / Ilustración de Jesús Romero

Pequeñas variaciones en algunos de ellos pueden causar grandes diferencias en nuestra apariencia externa, pero no debemos olvidar que en lo fundamental todos los seres humanos somos mucho más parecidos de lo que habitualmente algunas personas están dispuestas a asumir. Todos los seres humanos compartimos el 99,9% de nuestro genoma y las diferencias genéticas (0,1%) son fundamentalmente individuales. En otras palabras, por más que algunos se empeñen en seguir refiriéndose a este término, no existen las razas en la especie humana. Más allá de unas variaciones genéticas en algunos genes de colores que determinan el color de la piel, pelo y ojos, dos personas de origen africano pueden ser tan distintas entre sí como dos personas de origen europeo.

El color de piel de los primeros seres humanos

Nuestros antepasados homínidos tenían el cuerpo blanquecino, cubierto de pelo, como los chimpancés actuales. Posteriormente, cuando aquellas poblaciones ancestrales emigraron desde la selva a la sabana, tuvieron que adaptarse a temperaturas más elevadas y mayor radiación solar. Perdieron el pelo para así poder empezar a sudar y regular mejor la temperatura corporal, pero sin pelo tuvieron que desarrollar otro tipo de protección frente al sol. La aparición de mutaciones en algunos genes de colores que ennegrecían la piel fue providencial y así aquellos primeros seres humanos sin pelo con piel oscura pudieron sobrevivir bajo el sol. Esta adaptación les permitió proteger determinadas vitaminas necesarias para la vida y la reproducción que se degradan por el sol, como el ácido fólico, y reducir el riesgo de desarrollar cáncer de piel, que habría acabado con sus vidas.

Posteriormente, cuando los seres humanos emigraron desde África hacia el norte de Europa, llegaron a tierras con mucha menor radiación solar en las que el exceso de pigmentación era un problema, pues no les permitía aprovechar los pocos rayos de sol que tenían al día para poder sintetizar la cantidad mínima necesaria de vitamina D que producimos en nuestra piel por acción de la radiación ultravioleta del sol. De nuevo, la aparición de una mutación en otro gen que palidecía la piel fue providencial y permitió a esos humanos adaptarse a las duras y oscuras condiciones.

El origen de las personas pelirrojas

Esa mutación alteró la composición de la melanina que fabricábamos, tanto que algunas personas pasaron de acumular una mezcla de pigmentos formados por una melanina oscura, que llamamos eumelanina, y otra más clara, naranja-rojiza, que llamamos feomelanina, cuya mezcla es responsable de la gran diversidad de colores de piel que tenemos, a fabricar solamente feomelanina. Habían surgido las personas pelirrojas, cuya piel blanca les permitió adaptarse mejor a aquellas latitudes, además de proporcionarles esos fascinantes colores de pelo y ojos que el resto envidiamos. Y así es como, alterando la función de unos pocos genes de colores, podemos pasar de pieles blancas a más oscuras para luego regresar a pieles nuevamente pálidas.

En Europa es donde se concentra una mayor diversidad de patrones de pigmentación de las personas, y donde coexisten personas rubias, castañas, morenas, pelirrojas y negras formando casi un continuo de aspectos y colores. Erróneamente, tendemos a pensar que África es un continente mucho más uniforme. Sin embargo, existe igualmente una enorme variabilidad genética en personas de origen africano, que difícilmente puedan agruparse como una sola población. Por ejemplo, en cuanto a la pigmentación hay grandes diferencias entre las pieles más oscuras de personas nacidas en la región de Etiopía, Somalia y Sudán y las tonalidades mucho más claras de personas de los extremos del continente, el Magreb y Sudáfrica. Esto nos dice que no hay ‘un’ color de piel oscura, negra, sino muchos. De la misma manera que no hay un color de piel clara, blanca, sino muchos.

Misma cantidad de melanina, distinta capacidad de transportarla

Intuitivamente pensaríamos que una persona de piel negra debería tener más células pigmentarias, más melanocitos en la piel, que una persona de piel blanca. Y no es así. Esta es la típica pregunta de programa de televisión de cultura general que fallaría casi todo el mundo. La realidad es que dos personas, una de piel negra y otra de piel blanca, tienen aproximadamente el mismo número de melanocitos.

¿Cómo puede ser que la primera tenga la piel mucho más oscura que la segunda? La diferencia no está en el número de células pigmentarias, sino en la capacidad que tienen estas de trasladar el pigmento que fabrican, la melanina, a los queratinocitos de nuestra piel. Estas células son las que nos dan nuestra pigmentación, no los melanocitos, que se encuentran situados en capas más profundas de la piel, en el límite entre la epidermis y la dermis. Simplemente alterando la función de otros genes de colores, responsables del transporte de melanina entre melanocitos y queratinocitos, somos capaces de oscurecer significativamente el color de nuestra piel.

Estructura simplificada de las células de la piel, con los melanocitos en la base de la epidermis transfiriendo sus melanosomas repletos de melanina a los queratinocitos. / Ilustración de Jesús Romero

De todo ello se deduce lo absurdo e inútil que es intentar buscar diferencias entre dos personas simplemente porque presenten colores distintos de piel. Con muy pocas diferencias en algunos de los genes de colores somos capaces de cambiar el aspecto externo de una persona, pero en lo fundamental todas las personas, tengamos la piel blanca o negra, somos semejantes. Nunca estuvo justificado ningún tipo de racismo, tampoco desde la genética. Aceptemos y gocemos con la enorme variedad de aspectos que podemos tener los seres humanos sin que por ello haya personas que sean discriminadas o sufran rechazo, persecución o ataques por motivo del color de su piel.

 

* Lluis Montoliu es genetista e investigador del CSIC en el Centro Nacional de Biotecnología (CNB). Este y otros temas relacionados con la genética de la pigmentación forman parte de su nuevo libro de divulgación Genes de colores, con ilustraciones de Jesús Romero y publicado por NextDoor Publishers.

Bacterias en nuestro cuerpo: ¿dónde se aloja la microbiota humana?

Por Carmen Peláez y Teresa Requena (CSIC)*

La inscripción “Conócete a ti mismo”, grabada en el frontispicio del templo griego de Apolo en Delfos, ya indicaba que el conocimiento de lo absoluto comienza por el conocimiento de uno o una misma. Si nos preguntamos ¿qué somos realmente?, y nos ceñimos exclusivamente al pragmático método científico de describir lo que podemos experimentar, podríamos empezar tratando de contestar a la siguiente cuestión: ¿de qué se compone nuestro cuerpo?

Teniendo en cuenta que nuestro organismo está formado tanto de células humanas (organizadas en tejidos, órganos y sistemas) como de células microbianas, podría decirse que ‘somos’ toda esa amalgama de células humanas más la microbiota. En ese ‘somos’ las células microbianas serían ‘los otros’, haciendo un paralelismo con la película de Alejandro Amenábar. Solo que en este caso esos otros, aunque no los vemos, también están vivos y forman parte de ‘nosotros’, pues convivimos en un mismo escenario que es nuestro cuerpo. Si queremos conocernos debemos considerar la presencia de esos otros y la influencia que ejercen en el contexto de nuestra inevitable convivencia. A la unidad que forman la microbiota y las células humanas, y que interactúa como una entidad ecológica y evolutiva, se la denomina holobionte humano.

Considerado como holobionte, el ser humano es un ecosistema formado por millones de microorganismos, entre los cuales se da una relación simbiótica. / Gerd Altmann - Pixabay

Considerado como holobionte, el ser humano es un ecosistema formado por billones de células humanas y de microorganismos, entre los cuales se da una relación simbiótica. / Gerd Altmann – Pixabay

Se ha llegado a afirmar que la microbiota humana puede alcanzar alrededor de 100 billones de bacterias, un número que podría superar en 10 veces al de nuestras propias células. No obstante, estas cantidades se están reconsiderando y las estimaciones más recientes indican que nuestro organismo está compuesto por 30 billones de células y que el número de células bacterianas, sin ser constante –ya que se evacúa cierta cantidad del intestino de manera regular–, sería similar. Es decir, los cálculos recientes estiman que tendríamos, más o menos, el mismo número de células humanas que de bacterias. En cualquier caso, lo que está claro es que la población de bacterias del holobionte humano es extraordinariamente numerosa.

Las bacterias de la microbiota que se reparten por nuestro cuerpo presentan una estructura filogenética muy particular que se asemeja a un gran árbol con pocas ramas principales que, a su vez, se dividen en numerosos brazos. Las ramas principales serían los órdenes o filos, que en el cuerpo humano están representados principalmente por 5 de los más de 100 que existen en la naturaleza: Firmicutes, Bacteroidetes, Actinobacteria, Proteobacteria y Verrucomicrobia. Veamos en qué partes del cuerpo se alojan estos diferentes tipos de bacterias.

Un recorrido por las partes del cuerpo donde se aloja la microbiota humana

La piel está recubierta de microorganismos, aunque de diferente modo según las zonas: en las partes más secas, como brazos y piernas, el número es bajo. Pero en los poros, los folículos pilosos, las axilas o los pliegues de la nariz y las orejas, donde hay más humedad y nutrientes, su número es mayor y su composición, diferente. Las manos se caracterizan por tener la microbiota más diversa y más variable. El filo que predomina en las diferentes regiones de la piel es Actinobacteria, como corinebacterias y cutibacterias, y también los filos Firmicutes y Bacteroidetes, representados por Staphylococcus epidermidis. Esta especie es la más abundante en la piel, participa en la regulación del pH y, entre otras cosas, compite con el patógeno Staphylococcus aureus e impide su asentamiento.

La cavidad oral, puerta de entrada al aparato digestivo, es una de las regiones del cuerpo con mayor abundancia y diversidad de microorganismos. La microbiota se reparte de manera diferente entre la saliva, la lengua, los dientes, las mejillas y las encías, y contribuye a mantener el equilibrio necesario para la salud oral. Si este equilibrio se rompe, la microbiota oral puede ser responsable de la caries dental y de infecciones como la periodontitis.

La cavidad genitourinaria femenina, particularmente la vagina, también está habitada por una microbiota abundante, que durante la etapa reproductiva está dominada por lactobacilos. Estas bacterias constituyen una barrera eficaz frente a la invasión por patógenos bacterianos y fúngicos. En la infancia y tras la menopausia, la microbiota de esta zona se asemeja más a la de la piel y la región anal.

La Escherichia coli es una de las muchas especies de bacterias que pueblan el tracto intestinal humano. / Gerd Altmann -Pixabay

La ‘Escherichia coli’ es una de las muchas especies de bacterias que pueblan el tracto intestinal humano. / Gerd Altmann – Pixabay

Pero es el tracto intestinal la región que contiene la comunidad microbiana más numerosa, densa y diversa del cuerpo humano. El colon posee características fisiológicas y un constante aporte de nutrientes que lo convierten en un eficiente reactor biológico donde puede desarrollarse una microbiota que interviene en numerosas funciones fisiológicas del organismo. Solo los Firmicutes y Bacteroidetes, dos de los cinco filos que comentábamos anteriormente, representan el 90% del ecosistema intestinal y son los mayoritarios en los seres humanos, aunque los géneros que los componen aparecen representados de forma diferente entre los individuos.

Se han identificado más de 1.000 especies distintas en la microbiota intestinal humana, aunque no todas están presentes en todos los individuos. Según Rob Knight, de la Universidad de Colorado, la probabilidad de que una bacteria intestinal procedente de un individuo sea de diferente especie que la obtenida de otro es superior al 90%, lo que indica una alta variabilidad interindividual. Por tanto, la diversidad bacteriana intestinal podría representar un carácter distintivo: una huella microbiana identificativa de cada individuo. Esta diversidad de especies dificulta que se pueda establecer un núcleo taxonómico universal compuesto por un conjunto consistente de especies presentes en la microbiota intestinal humana. También dificulta la descripción de lo que llamaríamos una microbiota normal o saludable. Aún más, la microbiota es muy diferente según la etapa de la vida en que nos encontremos. Sin embargo, sí hay evidencias de los beneficios para la salud que conlleva mantener una microbiota abundante y diversa. Nos adentraremos en ello en un próximo texto del blog.

 

* Carmen Peláez y Teresa Requena son investigadoras del CSIC en el Instituto de Investigación en Ciencias de la Alimentación (CIAL) y autoras de La microbiota intestinal, de la colección de divulgación ¿Qué sabemos de?, disponible en la Editorial CSIC y Los Libros de la Catarata.