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El ‘Informe monja’: ¿qué podemos aprender del alzhéimer en un convento?

Snowdon junto a una monja

David Snowdon con una de las monjas de la Escuela de las Hermanas de Notre Dame.

Por Mar Gulis

¿Puede la educación protegernos del alzhéimer y ayudarnos a envejecer en buenas condiciones? A comienzos de los 80, diversos investigadores comenzaron a formularse esta pregunta. Muchos suponían que sí, pero les resultaba muy difícil encontrar un método para comprobarlo… hasta que aparecieron en escena las monjas de la Escuela de las Hermanas de Notre Dame, en Minnesota (Estados Unidos).

En aquella época, las estadísticas mostraban que a mayor nivel de estudios, mayor esperanza de vida activa; es decir, con  autonomía y buen estado físico. Sin embargo, estos datos no bastaban para establecer una relación causa-efecto porque, por ejemplo, es más probable que una persona que no ha acabado el instituto tenga ingresos más bajos, viva en condiciones peores y reciba una asistencia sanitaria de peor calidad que una persona que ha ido a la universidad. Por tanto, que alguien con menos estudios tenga más probabilidades de vivir menos años o de envejecer con peor calidad podría explicarse por otros factores distintos a la educación, como el nivel de ingresos, la atención médica o los hábitos de salud.

Para poder contestar a la pregunta era necesario encontrar una comunidad en la que sus miembros tuviesen distintos niveles educativos pero una forma de vida similar. Fue entonces cuando al experto en epidemiología David Snowdon se le ocurrió convertir el monasterio de Nuestra Señora en un gigantesco tubo de ensayo.

El convento ofrecía las condiciones ideales para su investigación. Para empezar, se trataba de una comunidad estable en la que era posible realizar un estudio a largo plazo, ya que por lo general los hábitos se toman para toda la vida. Pero lo más importante era que allí monjas con distinto nivel educativo llevaban un estilo de vida homogéneo y saludable: comían prácticamente lo mismo, tenían unos horarios parecidos, contaban con una atención médica idéntica y, si eran disciplinadas, no fumaban, no bebían y no tenían que sufrir el estrés físico del embarazo.

Imagen 3D de un cerebro afectado por el Alzheimer. / Isaac Mao

Imagen 3D de un cerebro afectado por el Alzheimer. / Isaac Mao

En un primer estudio, Snowdon evaluó el estado físico y mental y recopiló informes pedagógicos de 306 religiosas mayores de 75 años que se prestaron voluntarias. La investigación reveló que, efectivamente, las monjas con mayor nivel de estudios tenían más posibilidades de vivir más y de mantener su independencia en la vejez, lo que llevó al científico a concluir que “las consecuencias protectoras de la educación parecían comenzar pronto y durar toda la vida”.

Sin embargo, este trabajo fue solo un ‘trampolín’ para otro mucho más ambicioso sobre el alzhéimer que involucró a 678 monjas de siete conventos de la misma orden. Todas ellas accedieron a realizarse exámenes físicos y mentales cada año y se comprometieron a donar sus cerebros a la ciencia al morir. Esto permitió comparar la información clínica y psicológica con los exámenes del tejido cerebral y obtener valiosos resultados.

En su libro El Alzheimer (CSIC-Catarata), la investigadora Ana Martínez explica que el llamado ‘Informe monja’ demostró “que el ácido fólico puede ayudar a alejar la enfermedad de Alzheimer; que los ataques cerebrales pequeños pueden desencadenar demencia y que la habilidad lingüística temprana puede estar relacionada con un menor riesgo de alzhéimer, porque las monjas que concentraban más ideas en las oraciones de sus autobiografías [que escribieron cuando aun eran novicias] tuvieron menos riesgo de sufrir alzhéimer seis décadas después”. De hecho, Snowdon afirmó que cuando la mente se mantiene ocupada aprendiendo, la salud y el tamaño de la conectividad de las neuronas aumenta”.

En investigaciones posteriores el investigador estadounidense ha seguido explotando el potencial científico de los conventos. En uno de sus últimos trabajos, por ejemplo, afirma que las monjas que en sus autobiografías expresaron un mayor número de emociones positivas tuvieron una vida hasta 10 años más larga que el resto. Parece, pues, que las comunidades religiosas seguirán siendo una fuente de conocimiento científico en los próximos años… Los caminos de la ciencia no son inescrutables, pero cuando menos son bastante originales.