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Una exposición virtual del CSIC te enseña las plantas que vinieron de América y cambiaron nuestra dieta para siempre

Por Mar Gulis (CSIC)

Tomates, pimientos, patatas, cacao, maíz, piña, cacahuetes… ¿Qué tienen en común estos alimentos? Su origen lejano. Porque, aunque hoy sean habituales en nuestra dieta, todos llegaron de las Américas y poco a poco se colaron en los hogares europeos. ¿Cómo se produjo este trasvase de ingredientes? El punto de inflexión tuvo lugar en la noche del 11 al 12 de octubre de 1492, cuando se oyó el grito de “¡Tierra!” y la historia de Europa y de América experimentó un cambio radical. Cristóbal Colón y su tripulación habían descubierto lo que denominarían el Nuevo Mundo.

Papaya y patata

Izquierda: Papaya (Carica papaya L.). 1750-1773, Christoph Jakob Trew; ilustrador: Georg Dionysius Ehret, grabador: Johann Jacob Haid, Real Jardín Botánico-CSIC (CC BY-NC-SA). Derecha: Patatas (Solanum tuberosum L.) 1892-1893, Amédée Masclef, Real Jardín Botánico-CSIC (CC BY-NC-SA).

Las nuevas relaciones entre ambos continentes trajeron grandes transformaciones, pero aquí solo nos vamos a referir a las que tienen que ver con nuestra alimentación. “La manera de comer de los europeos hoy día sería muy diferente si Colón no hubiera tratado de descubrir una ruta más rápida para llegar desde España a las islas de las especias en el sureste de Asia”. Esta idea es el hilo conductor de la exposición Las plantas comestibles que vinieron de América, que te propone un recorrido virtual por los alimentos que, tras viajar miles de kilómetros, cambiaron nuestra dieta para siempre. La muestra, constituida por una selección de grabados del Real Jardín Botánico (RJB-CSIC), da cuenta de cómo algunas plantas que descubrieron los colonizadores “no sólo enriquecieron las cocinas de Europa, Asia y África, sino que tuvieron un enorme impacto en la cultura, economía y política a nivel mundial”.

En la exposición encontrarás varias curiosidades. Por ejemplo, la patata y el tomate, dos alimentos básicos de la dieta mediterránea, inicialmente fueron consideradas plantas tóxicas y se destinaron exclusivamente a usos ornamentales en jardines. Hubo que esperar a finales del siglo XVII para que los tomates fueran incluidos en los menús del sur de Europa. En el caso de la patata, tuvo que transcurrir un siglo más para que el denostado tubérculo fuera ampliamente utilizado en el recetario europeo. La llegada del cacao tampoco generó mucho entusiasmo. En su obra Historia natural y moral de las Indias, de 1590, el jesuita antropólogo José Acosta se refería al chocolate como un brebaje que producía asco, y que sin embargo era muy apreciado en su lugar de origen.

Pimiento y maiz

Izquierda: Pimientos (Capsicum ssp). 1613, Basilius Besler, Real Jardín Botánico-CSIC (CC BY-NC-SA). Derecha: Variedades del maíz (Zea mays L.). 1836, Matthieu Bonafous; ilustradora: Ang.ª Bottione-Rossi; grabador: Dupréel, Real Jardín Botánico-CSIC (CC BY-NC-SA).

Curiosamente, otras plantas traídas por Colón, como el maíz y la batata, fueron bien aceptadas desde el principio. Y algunas especies, como la yuca o la papaya, no llegaron a cultivarse en Europa, pero se llevaron a otros continentes, como África, donde ahora son parte fundamental de la dieta de sus habitantes.

La selección de grabados botánicos que integran la muestra procede de la Colección de libros raros y especiales de la biblioteca del Real Jardín Botánico. Las estampas están dibujadas por conocidos ilustradores y grabadores europeos de diferentes épocas, como Georg Dionysius Ehret (1708-1770), colaborador de Carlos Linneo y uno de los artistas botánicos más importantes del siglo XVIII. O el ilustrador Pierre Jean François Turpin (1775-1840), del que se enseña el grabado de la yuca recogido en la obra Nova genera et species plantarum (1824-1825), donde el naturalista Alexander von Humboldt y el botánico Aimé Bonpland describieron 4.500 plantas recopiladas en su viaje por América del Sur.

La muestra resalta además el trabajo de ilustradoras que, aunque han gozado de un menor reconocimiento, realizaron trabajos de gran calidad y precisión, como la ilustradora y retratista de flores Ernestine Panckoucke (1784-1860) o la acuarelista Angela Rossi Bottione.

Mapa

Mapa de los orígenes de las plantas comestibles americanas. / RJB-CSIC

Las plantas comestibles que vinieron de América se enmarca en las actividades de divulgación del proyecto Linking Biodiversity and Culture Information (LinBi), en el que la biblioteca del Real Jardín Botánico del CSIC participa con otros cuatro socios europeos. Los textos de la muestra, originariamente escritos en inglés, ya están disponibles en castellano.

El grano de dios o cómo los mayas domesticaron el maíz

Pedro-Revilla1Por Pedro Revilla (CSIC)*

El teosinte es una planta silvestre emparentada con el maíz que se encuentra en Centroamérica. Según una leyenda maya, el dios Yum Kaat creó el teosinte, palabra que en el idioma nahuatl significa «maíz de dios«. Otro mito cuenta que el dios Sol y la diosa Luna tuvieron un hijo llamado Cinteotl, dios del maíz. Cuando Cinteotl fue hecho pedazos por otro dios, de sus despojos surgieron el maíz y otras plantas cultivadas. Aunque estas narraciones no son objeto de investigación científica, lo cierto es que el teosinte ya existía cuando los seres humanos llegaron a América, así que obviamente el teosinte no fue creado por la acción humana. Lo que sí estudia la comunidad científica es la domesticación del maíz (Zea mays L.), una práctica que, según la teoría actualmente aceptada, pusieron en marcha hace unos diez mil años los pobladores de Centroamérica –posiblemente los mayas– a partir del teosinte.

teosinte

Teosinte, antecesor del maíz

La domesticación de otras especies es un proceso de selección genética continuo que se realiza por los seres humanos, de forma consciente o inconsciente, para cultivar plantas o criar animales. Volviendo a nuestro grano, las plantas de las variedades primitivas de maíz no son muy distintas de las plantas de teosinte, pero la mazorca de maíz es tan diferente de la pequeña espiga de teosinte que apenas se puede encontrar algún parentesco entre ambas. De hecho, la domesticación del maíz supuso la variación más grande entre una especie silvestre y una cultivada. Si comparamos los frutos silvestres y cultivados de muchas otras especies, observamos cambios cuantitativos y algunos cualitativos que permiten encontrar rasgos comunes. Sin embargo, entre la espiga de teosinte y la mazorca de maíz primitivo hay cambios tan drásticos –como el número de filas de grano, el número de granos por fila, la forma, tamaño y peso de los granos, la cobertura de los granos y su composición– que hacen pensar que son dos plantas no relacionadas.

variedades maiz

Variedades de maíz estudiadas en la Misión Biológica de Galicia del CSIC

Entonces, ¿cómo lo hicieron los mayas? Como en todas las domesticaciones, para el maíz eligieron solo una pequeña proporción de la variabilidad genética disponible en el teosinte, ya que seleccionaron los ejemplares que les resultaban más útiles. Por ejemplo, eligieron los granos más grandes o más blandos, o las mazorcas con más granos que no se cayesen. Aquel maíz primitivo seleccionado disponible en el teosinte ha seguido produciendo variación genética suficiente para permitir extender el cultivo desde los trópicos hasta los círculos polares, desde el nivel del mar hasta los altiplanos andinos y desde América hasta todas las tierras pobladas. Es posible que en aquella selección que tan hábilmente practicaron los mayas fuese implícita la elección de las plantas con mayor capacidad para producir variaciones genéticas. Tanto es así que la diferencia entre dos líneas de maíz actuales supera la distancia genética que hay entre seres humanos y chimpancés.

Con estos antecedentes no es de extrañar que los mayas atribuyesen el origen del maíz a la intervención divina en lugar de arrogarse todo el mérito de tan magna obra. Con todos los conocimientos y tecnologías disponibles en la actualidad, la comunidad científica aún no ha sido capaz de hacer algo parecido a la domesticación del ‘grano de dios’.

*Pedro Revilla es investigador de la Misión Biológica de Galicia del CSIC.