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Sombreros de plumas: el lado oscuro de la moda

Por Carmen Martínez (CSIC)*

La industria de la moda es una de las más dañinas para la conservación del entorno natural. Promueve el consumo insostenible de prendas y sus procesos productivos son, en general, muy contaminantes. Existen zonas del planeta donde cada año los ríos se tiñen del color que marca la tendencia en occidente. Esta realidad ya era palpable en el siglo XIX, cuando el consumo de ingentes cantidades de plumas para decorar vestidos y sombreros condujo a la extinción de numerosas especies. Durante el período conocido como Plume Boom, el auge de la pluma, se pagaban auténticas fortunas por los sombreros con plumas de aves, lo que llevó al exterminio de millones de ellas.

Mujer con sombrero de plumas. / National Audubon Society

Londres era el centro internacional para el comercio de plumas. En las salas de venta londinenses se realizaban periódicamente subastas, en las que los comerciantes ofertaban pieles y plumas de las aves más bellas del mundo. No resulta extraño que el zoólogo americano, William Temple Hornaday, pionero en el movimiento de conservación de la vida silvestre en los Estados Unidos y primer director de la Sociedad Zoológica de Nueva York, fundada en 1895, denominase Londres como «la meca de los asesinos de aves del mundo”.

En el último tercio del siglo XIX, los sombreros femeninos eran cada vez más elaborados y vistosos. Para decorarlos, se utilizaban partes de las aves como las alas, las cabezas, los penachos o el animal completo. Los pájaros disecados se fijaban en armazones para dar la impresión de movimiento; en ocasiones, se colocaban sobre nidos, o bien con las alas extendidas para aumentar su naturalidad.

Decenas de especies afectadas

Eran muchas las especies perjudicadas por esta próspera industria: avestruces, faisanes, pavos reales, patos, garzas, palomas, aves del paraíso, etc. Se ha calculado que entre 1905 y 1920 se habrían exportado cada año entre 30.000 y 80.000 pieles de aves del paraíso con destino a las subastas de plumas de Londres, París y Nueva York. Solo en 1911, 41.000 pieles de colibrí se vendieron en Londres y es posible que otras tantas en París. Y en el invierno de 1886-1887, 40.000 charranes fueron abatidos en Cape Cod (Massachusetts) para satisfacer la demanda de un único comerciante de sombreros.

Fábrica de plumas, ca 1907-1933. / NYPL Digital Collection

En la industria de la sombrerería las avestruces también eran muy solicitadas y su comercio se convirtió en un negocio muy rentable. A mediados del siglo XIX se estaban extinguiendo debido a una caza desmesurada, de modo que se fomentó su cría en cautividad. En 1863 se domesticó la primera avestruz en el Cabo (Sudáfrica) y un año después se patentó la primera incubadora. Después del oro, los diamantes y la lana, era el producto más valioso que se exportaba desde Sudáfrica.

Otras aves muy demandadas eran algunas especies de garzas que, en la estación reproductiva, exhibían unas largas plumas blancas muy bellas. Lo más cruel es que, no sólo se las mataba, sino que su caza se realizaba cuando estaban nidificando, con lo que se condenaba a las crías a morir de hambre. Un detalle que da idea de la magnitud de la masacre proviene de una casa de subastas londinense que en 1902 vendió 48.240 onzas (1.368 kilos) de plumas de garza, lo que suponía el exterminio de casi 200.000 ejemplares, sin contar los pollos y los huevos sacrificados. Otro registro contabiliza más de un millón de pieles de garcillas bueyeras vendidas en Londres entre 1897 y 1911.

Sociedades conservacionistas: el freno a la masacre animal

La situación llegó a ser tan dramática que finalmente las mujeres conservacionistas de ambos lados del Atlántico se unieron para luchar contra esta lacra. Así surgieron los primeros movimientos de conservación, que darían lugar a dos de las sociedades conservacionistas más importantes del mundo: la británica Royal Society for the Protection of Birds y la americana National Audubon Society.

Manguito y esclavina confeccionados con gaviotas argentinas. / Metropolitan Museum of Art, Nueva York

En 1889 se creó en el Reino Unido la Society for the Protection of Birds como grupo de presión contra el comercio mundial de plumas para la confección de sombreros, gracias al coraje y la determinación de dos mujeres victorianas: Emily Williamson y Eliza Phillips. En 1904 el rey Eduardo VII otorgó a la sociedad el título “Real”, convirtiéndose así en la Royal Society for the Protection of Birds (RSPB). La lucha sin tregua de la RSPB consiguió que en 1921 se aprobase una ley que prohibía la importación de plumaje en Gran Bretaña.

Mientras tanto, en Estados Unidos, también fueron dos mujeres las que impulsaron el movimiento para proteger a las aves de este ominoso comercio. En 1896, Harriet Hemenway y su prima Minna B. Hall decidieron organizar una serie de reuniones de té para convencer a las damas de la sociedad de Boston de que no llevasen sombreros con plumas de aves. Estas reuniones culminaron con la fundación de la Sociedad Audubon de Massachusetts en 1896, que, en apenas dos años, consiguieron que el estado aprobase un proyecto de ley que prohibía el comercio de plumas de aves silvestres. En 1905, conforme fueron surgiendo secciones locales en todo el país, pasó a llamarse National Audubon Society, cuyo nombre hace honor al dibujante y naturalista John James Audubon, pionero de la ornitología norteamericana.

Catálogo de plumas y alas./ T. Eaton Co, Toronto

En 1918 el congreso de Estados Unidos aprobó la Ley del Tratado de Aves Migratorias que ilegalizó la persecución, caza, captura o venta de cualquier ave migratoria o cualquiera de sus partes, incluidos los nidos, los huevos y las plumas. Esta ley puso fin al comercio de sombreros de plumas, y salvó con ello a cientos de millones de aves.

Paso a paso, las conservacionistas fueron ganando terreno y, a partir de la Primera Guerra Mundial, esta moda se convirtió en algo del pasado. Con la guerra, las plumas, al igual que los alimentos y la ropa, eran un bien escaso. También había cambiado la vida cotidiana, y las ocasiones de lucir sombreros de gran tamaño había disminuido. Por ejemplo, el automóvil se había vuelto popular, pero los asientos difícilmente eran compatibles con aquellos sombreros tan grandes y extravagantes. Además, en Gran Bretaña se consideraba antipatriótico adornarse con plumas, ya que éstas ocupaban un valioso espacio de carga en un tiempo tan difícil… y solo por vanidad.

Había llegado el final de lo que se describió como “Era del exterminio” y el triunfo de los primeros grandes movimientos de conservación gracias al impulso de cuatro mujeres.

 

* Carmen Martínez es investigadora del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN) del CSIC. Este texto es un extracto del artículo ‘Sombreros de plumas, el lado oscuro de la moda’ publicado en la revista Naturalmente.