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Auroras polares: mucho más que imágenes bonitas

Por F. Javier Martín-Torres y Juan Francisco Buenestado*

Las auroras polares (boreales y australes) son un espectáculo cuya belleza y misterio siguen fascinando hoy como probablemente fascinarían, y quizás amedrentarían, al primer homo que las contempló. La constancia escrita más antigua de su observación data del quinto día del cuarto mes del año 593 AEC y es debida a Anaxágoras, que las describía como fuego y nubes ardiendo en el cielo. Junto a esta atracción contemplativa siempre ha existido una inquietud por encontrar una explicación al fenómeno. Eso llevó a Aristóteles a aventurar que podían deberse al estallido producido en el cielo cuando el fuego solar entraba en contacto con el vapor de agua que el propio Sol hacía ascender desde la superficie de la Tierra.

Aurora boreal

Imagen de una aurora boreal tomada en febrero de 2013, mientras un cohete es lanzado desde Poker Flat Research Range, en Alaska. / Sebastian Saarloos.

Posteriormente fueron muchas las teorías propuestas: océanos de fuego rodeando la Tierra, glaciares luminosos, reflejos de la luz solar en la superficie del agua o del hielo… Sin embargo, sus secretos mecanismos se empezaron a desvelar en el seno de los estudios sobre el campo magnético terrestre y la observación de las manchas solares, que condujeron al físico noruego Kristian Birkeland a identificar a los electrones procedentes del Sol como los principales causantes del fenómeno ya a finales del XIX. No era una explicación definitiva, pero fue la primera en la que se proponía que el origen de las auroras estaba ligado a la interacción de la Tierra con partículas provenientes del Sol.

Desde entonces, aunque gracias a la observación con radares, satélites y otros instrumentos nuestra comprensión de las auroras polares ha aumentado enormemente, todavía sigue siendo mucho lo que queda por averiguar. De hecho su estudio constituye hoy un amplio campo de investigación: desde los procesos atómicos y moleculares implicados a pequeña escala, hasta las observaciones con instrumentos ubicados en la superficie terrestre o en órbita que proporcionan medidas de flujos de partículas, de campos eléctricos o del campo magnético terrestre a escala global.

Aurora austral

Aurora austral fotografiada por el satélite IMAGE de la NASA en septiembre de 2005, cuatro días después de una deflagración solar de plasma / NASA.

Y es que las auroras polares son mucho más que una ocasión de plasmar bellas estampas para los aficionados a la fotografía; son manifestaciones visuales de los procesos complejos que ocurren cuando el viento solar (un plasma o gas ionizado que contiene electrones libres e iones) interactúa con la magnetosfera e ionosfera de la Tierra. En ese sentido, las auroras ofrecen una oportunidad de estudiar esta interacción y entender los procesos físicos fundamentales relativos al plasma, estado en el que se encuentra la mayor parte de la materia en nuestro universo visible.

A este objetivo se dirige la colaboración que acaba de comenzar entre el Grupo de Ciencias Planetarias del Instituto Andaluz de Ciencias de la Tierra (CSIC-UGR) y la Universidad de Luleå en Kiruna, Suecia. Ambas instituciones investigarán conjuntamente las emisiones aurorales en los espectros visible e infrarrojo. Kiruna es, además, un lugar ideal para el estudio de las nubes polares mesosféricas y estratosféricas, las nubes noctilucentes y otros fenómenos de los que os hablaremos otro día.

 

 

* F. Javier Martín-Torres y Juan Francisco Buenestado son investigadores en el Instituto Andaluz de Ciencias de la Tierra (CSIC-UGR).