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Mujeres y ciencia: el techo de cristal persiste

Por Mar Gulis (CSIC)

08/ 05 / 2013 DANI DUCH ES PILAR LOPEZ SANCHO

La física del CSIC Pilar López Sancho. / Dani Duch.

“¿Por qué yo todavía no soy investigadora principal de ningún proyecto y mi compañero, que empezó más tarde, sí?”. Esta pregunta se hacían la física del CSIC Pilar López Sancho y otras compañeras cuando, tras unos años de carrera profesional, veían cómo algunos colegas avanzaban en los escalafones más rápido que ellas.

Esto, que no deja de ser una anécdota personal, tiene su reflejo en las cifras. López Sancho, que preside la Comisión de Mujeres y Ciencia (CMYC) en el CSIC, conoce bien las estadísticas desagregadas por sexo del personal investigador que trabaja en este organismo. Y lo que, según ella, revelan los números  es que existe “un sesgo de género en la evaluación de méritos y otros ámbitos”. Esta es la tesis de las expertas del Grupo de Helsinki, que, tras elaborar y analizar las estadísticas de los países de la Unión Europea (UE), señalan que las diferencias entre las carreras científicas de hombres y  mujeres indican que hay fallos en el sistema.

Sobre la evolución de las relaciones de ciencia y género, las cifras de los últimos años revelan aspectos positivos, como el hecho de que haya aumentado sustancialmente el número de investigadoras, pero también negativos, como la persistencia de un techo de cristal en la carrera científica. Esta expresión se refiere a la limitación velada del ascenso laboral de las mujeres en una organización, sea pública o privada. El ‘techo’ alude a una serie de obstáculos que les impiden seguir avanzando profesionalmente. En el CSIC, según datos de 2015, del total de profesores de investigación, que es la categoría superior, apenas un 25% son mujeres.

Si ampliamos el foco al conjunto de la sociedad, los datos nos dicen que en España, desde hace varios años, más del 60% de los títulos universitarios y al menos el 45% de los doctorados los obtienen mujeres. Sin embargo, cuando se asciende en la carrera científica la proporción de las mismas disminuye. Esta es una tendencia común en los 28 países que forman la UE y una de las conclusiones del informe Mujeres Investigadoras 2016, elaborado por la CMYC. De hecho, la Investigación e Innovación Responsables (RRI), el enfoque que propone la UE para abordar las políticas de investigación, incluye la igualdad de género como uno de sus pilares.

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Gráfica elaborada por la CMYC que refleja el porcentaje de hombres y mujeres que llegan a ser profesores de investigación, la categoría profesional superior en el CSIC.

Otra investigadora del CSIC, la socióloga Mª Ángeles Durán, comenta esta pauta: “En las facultades de medicina, arquitectura y ciencias económicas las mujeres éramos minoría y ahora somos mayoría”. Hasta ahí, la nota positiva. “Pero si miras la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas o los porcentajes de profesores de investigación… Ahí falta muchísimo por hacer. En el CSIC no ha habido una sola presidenta”, añade.

Veamos qué sucede entre el personal directivo que dirige los centros e institutos adscritos al CSIC en las diferentes comunidades autónomas. En este nivel, la distribución es la siguiente: hay 104 directores frente a 22 directoras. Es decir, las mujeres que están al frente de centros de investigación representan algo más del 17%, cuando en el total del personal científico que trabaja en el CSIC las investigadoras superan el 35%.

Más allá del techo de cristal, el sesgo de género por áreas también es evidente. Entre las cifras del informe de la CMYC destaca que el área de investigación con mayor porcentaje de científicas es Ciencias y Tecnologías de Alimentos, con un 53,37%, seguida de Ciencias y Tecnologías Químicas (43,95%), y de Ciencias Agrarias (41,44%). En cambio, el área con menor proporción de investigadoras es Ciencias y Tecnologías Físicas (20,62%).

Sobre la persistencia de desequilibrios que afectan a las investigadoras, un dato más del citado informe: aunque entre el personal investigador contratado posdoctoral el porcentaje de mujeres es del 37%, al contemplar las cifras del personal pre-doctoral en formación, el porcentaje de las mismas asciende al 56,69%.

Detrás de esta realidad, además del sesgo de género en la evaluación de méritos del que habla López Sancho, confluirían otros factores como las dificultades para conciliar o el hecho de que las mujeres asuman “el 80% del trabajo de cuidado de salud no remunerado”. Todo ello, según Durán, imposibilita que “compitan en igualdad de condiciones en el mercado laboral”. Por ahora, las cifras parecen confirmar la tesis de esta socióloga. Suya es también esta frase: “El techo de cristal en ciencia se ha movido, pero no se ha roto”.

Padres y madres corresponsables, ¿una utopía real?

Por Teresa Martín García (CSIC)*, Teresa Jurado (UNED) y M. José González (Universität Pompeu Fabra)

Las largas jornadas laborales dificultan el reparto equitativo de las tareas domésticas / Flickr

Las largas jornadas laborales dificultan el reparto equitativo de las tareas domésticas / Flickr

No se conoce un solo país en el mundo que realmente fomente un modelo de familia en la que el padre y la madre se corresponsabilicen por igual en la organización de la vida doméstica y el cuidado de sus hijos. A pesar de que cada vez más jóvenes se identifican con la igualdad de género, el número de parejas con un reparto igualitario de las tareas domésticas y de cuidado sigue siendo minoritario. En el modelo familiar de “dos ingresos y dos cuidadores”, denominado así por Janet Gornick y Marcia Meyers, hombres y mujeres son empleados y cuidadores en diferentes etapas de su vida, sin que ninguno se quede atrás o esté penalizado laboralmente por ausentarse temporalmente del mercado de trabajo o reducir su jornada laboral. Las virtudes de esta familia utópica que planteamos son muchas, pero podemos resumirlas con tres argumentos.

En primer lugar, este modelo implica y fomenta relaciones de género igualitarias. Las mujeres tienen un papel cada vez más importante en el mercado de trabajo, pero nuestras sociedades han sido incapaces de erradicar las desigualdades de género, especialmente entre hombres y mujeres con hijos. Las madres con niños pequeños suelen tener jornadas laborales más reducidas que los padres, generalmente disfrutan de permisos por maternidad más largos, a menudo ocupan puestos de menor responsabilidad y con frecuencia cobran menos que sus coetáneos varones. En ningún país de la OCDE se ha alcanzado la paridad salarial entre hombres y mujeres con responsabilidades familiares. Paralelamente, aunque los hombres se implican cada día más en el cuidado de sus hijos, su dedicación no es proporcional a los cambios que han experimentado las mujeres en el mercado laboral. El reparto de las tareas domésticas sigue siendo bastante desigual, tanto en España como en otros países occidentales.

En segundo lugar, la familia de “dos ingresos y dos cuidadores” no solo valora la dedicación profesional, sino también el tiempo dedicado a los cuidados. La incorporación de la mujer al mercado laboral ha mejorado los ingresos de los hogares, pero también ha generado nuevos problemas relacionados con la escasez de tiempo y con la crisis de los cuidados. En España, en 2013, el promedio semanal de horas trabajadas en una jornada a tiempo completo fue de 42,6 horas para los hombres y de 40 para las mujeres. En Dinamarca, de 39,6 horas para los hombres y 36,8 para las mujeres, según datos de la OCDE. Estas largas jornadas, sobre todo en el sur de Europa, son un hándicap para la implicación de padres y madres en la corresponsabilidad de los cuidados y el reparto equitativo de las tareas domésticas. Generalmente la llegada de los hijos hace que ellas opten por una reducción de la jornada laboral, mientras que ellos la mantienen o incluso la amplían.

 El modelo de familia de "dos ingresos y dos cuidadores" valora también el bienestar de la infancia / Wikipedia

El modelo de familia de «dos ingresos y dos cuidadores» valora también el bienestar de la infancia / Wikipedia

En tercer lugar, las familias de “dos ingresos y dos cuidadores” contribuyen al bienestar de la infancia, porque en ellas los padres tienen tiempo para estar con sus hijos y estos pueden disfrutar de sus padres. Hasta ahora las políticas de conciliación se han preocupado de las necesidades de los progenitores que trabajan y han desatendido las de los niños. Solo se ha pensado en cómo liberar tiempo para el empleo, sobre todo de las madres, mediante la creación de escuelas infantiles. Pero no se ha planteado qué necesita un niño de corta edad o hasta qué punto es beneficioso para un bebé pasar más de ocho horas diarias en un centro educativo. El empleo de los padres o de la madre en particular no es perjudicial para los niños, todo lo contrario, pero determinados turnos y jornadas de trabajo o muchas horas en centros educativos durante los primeros años ponen en riesgo el bienestar de la infancia.

Ahora bien, este modelo de familia –más justo y equitativo– requiere importantes cambios en las políticas públicas, la organización de las empresas y a nivel familiar, por lo que hoy sigue siendo una aspiración más que una realidad. En nuestro país, las trayectorias igualitarias en cuanto al reparto del trabajo doméstico y de los cuidados solo se dan bajo relativamente buenas condiciones laborales de las mujeres y cuando ellas se han emparejado con hombres que tienen ideales igualitarios y, en general, recursos relativos y de tiempo similares a los de ellas. Las condiciones de empleo de los hombres tienen que ser también relativamente buenas para que ellos puedan cuidar o, en su defecto, haber tenido una prestación contributiva por desempleo generosa. Además, ambos miembros de la pareja tienen que nadar a contracorriente de muchos estereotipos de género entre sus referentes, y deben luchar contra sus propias interiorizaciones de ideas y formas de hacer patriarcales. Estas madres y padres no solo se enfrentan a rasgos culturales machistas, sino también a las políticas empresariales y públicas vigentes.

Este modelo familiar con un reparto igualitario del trabajo no remunerado consigue unir igualdad de oportunidades para ambos géneros, satisfacción con la conciliación y seguridad económica para todos los miembros de la familia, pero requiere un apoyo público que vaya más allá de meras campañas de publicidad a favor de un reparto equilibrado del trabajo doméstico y en contra de la discriminación de las mujeres en el mercado laboral. Urgen medidas que fomenten y normalicen –tanto en la sociedad en general como en el mercado de trabajo en particular– nuevas concepciones de la maternidad y la paternidad como un fenómeno que atañe por igual a mujeres y hombres y cuya protección debe garantizarse a ambos sexos. De nuestras investigaciones se desprende que hay aún un gran margen de mejora para favorecer estrategias de conciliación más corresponsables y satisfactorias. Especialmente entre los hombres que en el momento del embarazo presentan actitudes igualitarias y deseos de paternidad compartida, pero cuyos planes se ven limitados por unos constreñimientos laborales muy fuertes. Se trata, en definitiva, de promover el cambio en el mercado de trabajo y en el diseño de las políticas de familia por el que ha abogado el paradigma feminista de Gornick y Meyers con el que abríamos este post y que busca compatibilizar un triple objetivo: promover la igualdad de género, la conciliación y el bienestar en la infancia.

 

* Teresa Martín García es investigadora en el Instituto de Economía, Geografía y Demografía del CSIC. Este post ha sido extraído del libro Padres y madres corresponsables. Una utopía real (Catarata, 2015), del que es coautora.