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Eclipses de Sol inscritos en caparazones de tortuga

Por Montserrat Villar (CSIC)*M. Villar

Los huesos del oráculo o ‘huesos oraculares’ son reliquias con más de 3.000 años de antigüedad. Se remontan a la segunda mitad de la era de la dinastía Shang que reinó en China central entre aproximadamente el 1550 y el 1050 aC. Se trata de pedazos de huesos de animal y de caparazones de tortuga inscritos con una forma primitiva de escritura china. Los adivinos de la corte los utilizaban para hacer profecías consultando a los espíritus ancestrales, pues se les atribuía el poder de influir en los vivos. Para ello, se preparaban las superficies puliendo los huesos de animal o la parte inferior de los caparazones de tortuga, y los adivinos preguntaban a los ancestros e interpretaban las respuestas a partir de las grietas que aparecían al aplicar calor con un metal incandescente. La pregunta y la respuesta se inscribían en el hueso, de ahí el nombre de huesos del oráculo.

No fue hasta 1899 cuando el académico Wang Yirong (1845-1900) descubrió los huesos oraculares y se dio cuenta de su importancia. Ocurrió en una botica. Se vendían como ‘huesos de dragón’ a los que, reducidos a polvo, se les atribuían propiedades curativas. Wang Yirong notó que algunos de ellos tenían inscripciones que identificó con escritura china antigua.

Desde entonces se han desenterrado más de 150.000 fragmentos cerca de la actual ciudad de Anyang, donde estuvo la capital de la dinastía Shang entre aproximadamente 1360 y 1050 aC. Los contenidos de las inscripciones (no todos las tienen) son variados: ritos y sacrificios religiosos, guerra, caza, viajes reales, etc. Los hay que contienen registros sobre fenómenos astronómicos, como cometas, eclipses, ¡e incluso manchas solares! En uno de estos huesos la inscripción menciona que “tres llamas se comieron el Sol y se vieron grandes estrellas”. Se trata de una alusión a un eclipse de Sol. Las llamas se refieren probablemente a la corona solar, que puede observarse a simple vista solo durante la fase de totalidad de un eclipse solar. El ver estrellas simultáneamente al Sol tampoco puede explicarse en otras circunstancias.

Huesos oraculares de la dinastía Shang. Se atribuía a los espíritus ancestrales el poder de influir en los vivos. Para realizar profecías, se preparaban las superficies puliendo huesos de animal o la parte inferior de caparazones de tortuga. Los adivinos preguntaban a los ancestros e interpretaban las respuestas a partir de las grietas que aparecían al aplicar calor con un metal incandescente. La pregunta y la respuesta se inscribían en el hueso. Crédito: Museo del Instituto de Historia y Filología (Taipei, Taiwan)

Huesos oraculares de la dinastía Shang. / Museo del Instituto de Historia y Filología (Taipei, Taiwan)

 

 

 

 

 

 

 

 

Datar este eclipse conllevó un trabajo detectivesco por parte de un equipo internacional de astrónomos e historiadores en la década de 1980. Las fechas que aparecen en los huesos son en general incompletas (el año, por ejemplo, no aparece). Mediante cómputos de ordenador de las posiciones relativas entre el Sol, la Luna y la Tierra en épocas pasadas, los investigadores calcularon las fechas de los eclipses solares totales observables en la zona de Anyang entre 1360 y 1050 aC. Combinando estos datos con información cronológica, también inexacta, sobre el adivino responsable (cuyo nombre sí aparece) y el rey para el que trabajaba, llegaron a la conclusión de que el eclipse mencionado sólo podía ser el ocurrido el 5 de junio del año 1302 aC.

Se han identificado con certeza 13 menciones a eclipses en huesos oraculares (siete lunares y seis solares), datados entre los siglos XIV y XII aC. Están entre los registros de eclipses más antiguos que han llegado hasta nosotros. Otros huesos contienen referencias (también entre las más antiguas de cualquier civilización) a entidades astronómicas como constelaciones, cometas y el planeta Júpiter.

Sea por la fascinación que los astros ejercen en el ser humano, por la creencia de que nuestro destino está escrito en las estrellas o por la necesidad de comprender fenómenos que se creían presagios de catástrofes (como los eclipses), el ser humano ha registrado los fenómenos astronómicos desde tiempos inmemoriales. En papel, en piedras o en caparazones de tortuga.

 

* Montserrat Villar es investigadora en el Centro de Astrobiología (INTA/CSIC) en el grupo de Astrofísica extragaláctica.