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Tecnología punta de principios del siglo XX: instrumentos de los Curie en el CSIC

Por Esteban Moreno Gómez (CSIC)* esteban_moreno_autor-blog

¿Sabías que el CSIC conserva instrumentos científicos que se encontraban a la vanguardia de la ciencia y la tecnología entre 1900 y 1920? Algunos de ellos fueron aparatos desarrollados por el matrimonio Curie. Su interés histórico y científico es indudable y los convierte en un patrimonio que debemos conservar y difundir, pues es la prueba del conocimiento y la práctica científica de aquella época.

El CSIC posee un amplio patrimonio instrumental que ha utilizado a lo largo de su historia o que ha heredado de instituciones científicas anteriores.  De la

Pierre y Marie Curie en su laboratorio. / Wikimedia Commons

Pierre y Marie Curie en su laboratorio. / Wikimedia Commons

antaño Universidad Central, en concreto del antiguo Laboratorio de Radiactividad, proceden los aparatos de los que vamos a hablar hoy. Pero antes, pongámoslos en su contexto.

Entre 1896 y 1897 se realizaron una serie de hallazgos de gran importancia para la ciencia: el descubrimiento de la radiactividad por Bequerel, del electrón por Thomson y de los rayos X por Roentgen. Con ellos se inicia el desarrollo de una nueva física que, en último lugar nos llevaría a conocer la naturaleza más elemental de la materia: el átomo.

Los científicos de aquella época eran conscientes de que la radiactividad (y los rayos X) ionizaban los gases, es decir, hacían que el aire condujera la electricidad. El matrimonio Curie (Marie y Pierre) decidieron utilizar este fenómeno para estudiar la radiactividad de distintas sustancias.

Los Curie pronto se dieron cuenta de que necesitaban aparatos muy sensibles dado que pretendían medir corrientes eléctricas muy pequeñas, del orden del picoamperio, es decir,  0,000000000001 amperios (un hogar convencional suele contratar de 10 a 30 amperios).

Como siempre ocurre, la investigación científica puntera contribuye al desarrollo de tecnología innovadora y esto no fue una excepción en el laboratorio de

Generador piezoeléctrico conservado en el MNCN del CSIC. / Museo Virtual de la Ciencia del CSIC.

Generador piezoeléctrico conservado en el MNCN del CSIC. / Roberto Moreno y Ana Romero, Museo Virtual de la Ciencia del CSIC.

los Curie. Pierre, Marie y otros colaboradores diseñaron y construyeron diversos aparatos para generar y medir corrientes extremadamente pequeñas, y lo consiguieron. Unos pocos años después algunos de estos aparatos llegaron a España.

A principios del siglo XX la radiactividad era un fenómeno muy prometedor no solo en física, sino también en otros campos como la química, la medicina o la agricultura.
En nuestro país se creó en 1904 el Laboratorio de Radiactividad, donde se llevaban a cabo todo tipo de estudios sobre este nuevo campo. Este laboratorio adquirió instrumentación directamente de la Societé Centrale de Produits Chimiques, creada por Pierre Curie para construir y vender aparatos científicos. Entre ellos tenemos un generador piezoeléctrico (cuarzo piezoeléctrico) conservado en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, que aprovechaba un fenómeno descubierto por Pierre Curie (y su hermano), la piezoelectricidad, para generar pequeñas corrientes eléctricas. Otros aparatos diseñados por Pierre y conservados en el CSIC son varios electroscopios que se utilizaron para determinar la radiactividad de muestras de rocas, suelos y aguas, iniciando así la cartografía radiológica de la península ibérica.

Otro de los colaboradores de los Curie, Bela Szilard, huyendo de la Primera Guerra Mundial trabajó durante unos años en el Laboratorio (ahora Instituto de Radiactividad). Szilard también desarrolló instrumentos científicos de precisión para sus investigaciones, algunos de los cuales se construyeron en los talleres del Laboratorio de Automática de Torres Quevedo. Uno de los instrumentos de mayor valor y que, probablemente, el propio Szilard trajo consigo a España, es un electrómetro diseñado por él y que se conserva en el Instituto de Tecnologías Físicas y de la Información Leonardo Torres Quevedo (ITEFI) del CSIC.

Electrómetro de Szilard conservado en el ITEFI. / Esteban Moreno, Museo Virtual de la Ciencia del CSIC.

Electrómetro de Szilard conservado en el ITEFI. / Esteban Moreno, Museo Virtual de la Ciencia del CSIC.

Desde hace dos años el CSIC ha implementado un Plan para la Recuperación de Aparatos de Interés Histórico que está consiguiendo catalogar y difundir instrumentos en línea con otras instituciones científicas internacionales. La conservación de este patrimonio instrumental siempre ha dependido, en primera instancia, de la sensibilidad de los investigadores y gerentes de los distintos centros de investigación. Gracias a estas personas, y a los trabajos de catalogación, recuperación y restauración del instrumental científico-histórico, es por lo que podemos contar hoy con estas valiosas piezas de la historia de la ciencia.

 

* Esteban Moreno Gómez trabaja en la Vicepresidencia Adjunta de Cultura Científica del CSIC y  coordina la Recuperación de Instrumentación Científica de Interés Histórico de este organismo y el programa El CSIC en la Escuela.

Así se vestían los iberos

Por Carmen Rueda Galán (CSIC) y Susana González Reyero (Universidad de Jaén)*

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Estas imágenes iberas del siglo III antes de nuestra era reflejan las diferencias en la vestimenta y el peinado en función de la edad de los personajes representados. / CSIC-Catarata.

Cada cultura tiene sus modas pero es curioso que tendencias de entre los siglos VI y I antes de nuestra era se hayan repetido en otras épocas y culturas. No tienen más que fijarse en cómo vestían los iberos. En entradas anteriores hemos visto cómo los iberos, esos pueblos que habitaron la Península Ibérica en la Antigüedad, representaban la muerte y la familia. Hoy veremos cómo su arte retrató un tipo de vestimenta y peinado para cada edad.

Los bebés fueron raramente representados, lo cual sugiere poco interés por la imagen social de la infancia. Cuando aparecen, lo hacen en santuarios y asociados a ritos de protección, ya que pertenecen a un grupo de edad frágil, sujeto a un alto índice de mortalidad. Tampoco suele haber interés en diferenciar su sexo, pero sí se muestran con vestidos propios de la edad: un tipo de tela que envuelve totalmente a la figura, para evitar posibles rasguños.

Cuando los niños y las niñas van creciendo su imagen se perfila poco a poco, integrada en prácticas sociales y rituales. Algunos rasgos definen ese ideal y uno de los más destacados es el pelo. La juventud se representa con un tipo de peinado que, una vez alcanzada la edad adulta, se abandona, incluso a veces dentro de un ritual. En algunas imágenes, niños y niñas se presentan con dos largas trenzas que les llegan al pecho y que acaban en dos bolas o aros.

Pero la edad más representada en el imaginario ibero es la adulta. Vestido y peinado diferencian a los hombres y mujeres en su madurez. Por ejemplo, la mujer ibera viste largas túnicas de lino o de lana que en ocasiones van decoradas con cenefas pintadas o tejidas con hilo de color. La riqueza de la prenda depende del estatus social y de la funcionalidad del vestido. Las prendas se acompañan de velos y mantos, apoyados sobre el tocado. La diversidad de velos es amplia, como la de los tocados: diademas verticales o en aureola, cofias, turbantes redondos, etc. Los peinados son tan diversos que es difícil clasificarlos. Trenzas enrolladas en la cabeza, tirabuzones, pelo liso suelto, recogido bajo la nuca… Uno de los más característicos es el recogido por medio de rodetes a ambos lados de la cara, como el de la famosa Dama de Elche, y que nos recuerda formalmente al de la princesa Leia. Otro aspecto del atuendo femenino es la joyería: collares de todo tipo, pendientes (entre los que destacan los aros), brazaletes, anillos, pulseras, alfileres o broches.

El vestido más común para la imagen masculina es la túnica corta, ya sea de cuello en pico, cuello recto o acabada en recto o con vuelo, aunque los hombres también visten túnicas largas que podrían indicar la dignidad de la edad. Esta prenda suele ir acompañada de cinturones y, como en el caso de las mujeres, puede ir cubierta de un manto que presenta mucha variedad. Otros elementos que portan los hombres son los torques (collares rígidos) y los brazaletes. También se observan pendientes anulares, muy comunes en la imagen masculina como signo de rango, al igual que la tira cruzada. El peinado más común es la melena-casco o casquete con protección cervical, que a veces es el propio corte de pelo y en otros casos se trata de un ajustado casco de metal o cuero.  Otro peinado asociado a ritos concretos, como el matrimonio, es la tonsura, esa ‘calva’ de la coronilla muy habitual, por ejemplo, en los curas católicos.

Imagen de los ritos nupciales /CSIC-Catarata.

Imagen de los ritos nupciales iberos. / CSIC-Catarata.

Precisamente, una situación en la que la mujer y el hombre se presentan vestidos de igual forma y con los mismos atributos es el matrimonio. Ambos llevan un vestido lacio y fino, casi transparente, que deja ver algunos atributos del cuerpo.

La imagen adulta también se representa a través del desnudo. El desnudo ibero es funcional, en el sentido de que se entiende dentro de unos rituales concretos, relacionados con la fertilidad y la salud. Son muchas las imágenes de desnudos masculinos y femeninos con los atributos sexuales exagerados. Pero existen también imágenes en las que hombres y mujeres se representan exactamente igual.

No existen representaciones de la vejez explícita, algo que quizás se deba a que la esperanza de vida para la población ibérica estaba en torno a los 40 años.

 

*Susana González Reyero y Carmen Rueda Galán son investigadoras en el Instituto de Historia, Centro de Ciencias Humanas y Sociales, del CSIC, y la Universidad de Jaén, respectivamente. Para saber más, consulta el libro Imágenes de los iberos. Comunicar sin palabras en las sociedades de la antigua Iberia (CSICCatarata), del que son autoras.

 

Cómo la ciencia resolvió el misterio de la Dama de Elche

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La Dama de Elche es una de las obas más emblemáticas del arte ibero. / Jacinta Lluch Valero (CC-BY-SA 2.0).

Por Mar Gulis (CSIC)

La Dama de Elche ha estado rodeada de misterio y enigmas. Desde su hallazgo un 4 de agosto de 1897 por un joven en una finca de La Alcudia, a las afueras de la ciudad de Elche, esta figura ha suscitado numerosas preguntas en torno a su autenticidad, cronología y funcionalidad. Uno de los aspectos que más misterio ha provocado es el hueco que tiene en su parte posterior. Tuvo que pasar más de un siglo hasta que, en 2011, unos investigadores del CSIC descubrieron para qué servía.

La Dama de Elche es un referente artístico de la antigüedad española. Se trata de un busto de 56 centímetros de alto, policromado y tallado en piedra que se ha convertido en la obra más emblemática del arte ibero. Poco conocido por el público general, el mundo ibérico, como la Dama, está lleno de interrogantes. Pese a ser uno de los orígenes de nuestra actual civilización, aún se sabe muy poco sobre estos pueblos que habitaron la península ibérica entre los siglos VI y I antes de nuestra era.

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La función del hueco de la parte trasera de la Dama supuso un misterio hasta 2011. / Pilar de Luxán.

Uno de esos interrogantes comenzó a responderse cuando un equipo de investigación encabezado por María Pilar de Luxán, del Instituto de Ciencias de la Construcción Eduardo Torroja del CSIC, detectó partículas carbonosas en el interior de la Dama de Elche. En ellas se identificaron fragmentos ricos en fósforo y calcio con proporciones y composición que indicaban su naturaleza ósea. Su comparación con muestras de otras cenizas de huesos humanos procedentes de un yacimiento ibero cercano y de la misma época confirmó la hipótesis: la Dama de Elche es una urna funeraria.

El proceso de identificación fue el siguiente: los investigadores descubrieron que la capa de yeso que cubría el fondo de la cavidad había sufrido un proceso de recristalización a causa del paso del tiempo y los cambios de temperatura y humedad. En esa recristalización, utilizando técnicas de microscopía, se pudieron identificar partículas carbonosas ocluidas en su interior  que no eran detectables a simple vista. Entre estas partículas hallaron diversos fragmentos ricos en calcio y fósforo en proporciones variables, que constataban la existencia de cenizas de origen óseo.

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En esta imagen microscópica de muestras extraídas de la cavidad dorsal, las dos partículas de la derecha presentan restos de las cenizas depositadas tras la incineración; mientras que en la de la izquierda, obtenida más profundamente, ya no se aprecian restos incinerados.

Estos resultados son además coherentes con los ritos funerarios de incineración de la cultura ibera, que incluyen el almacenamiento de las cenizas dentro de una urna. Es más, la detección de las micropartículas carbonosas bajo la capa recristalizada de yeso permitió determinar que las cenizas aún estaban calientes cuando se depositaron en la urna.

Otra de las dudas que rodeaban a la Dama era su antigüedad, objeto de grandes debates. Los estudios realizados hasta el momento acotaban la cronología pero no daban una fecha exacta. Fue precisamente la investigación que reveló la función del hueco de su parte posterior la que permitió identificar la edad de la escultura: la alta similitud con los restos iberos datados con los que se comparó, situó la fecha de origen de la Dama entre finales del siglo V y principios del IV antes de nuestra era. Con esta investigación, además, se descartó que la figura fuese anacrónica o una falsificación del siglo XIX, anulando cualquier supuesta teoría sobre el tema. Misterio resuelto.

¿Quién es quién en esta ‘foto’ de familia ibera?

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¿Quién es quién en este detalle del relieve de Las Atalayuelas? / CSIC-Catarata.

Por Susana González Reyero y Carmen Rueda Galán*

¿Sabrías decir cuál de estos rostros, de una misma familia, pertenece a un hombre o a una mujer? ¿Y sabrías adivinar su edad aproximada? ¿Son los rostros de los componentes más jóvenes? Es imposible contestar a estas preguntas con un flash parcial de esta pieza. Se trata del relieve de Las Atalayuelas (una ciudad ibera cerca de Jaén), un ‘retrato de familia’ de la época de los iberos.

Con el nombre de iberos nos referimos a un conjunto de pueblos que habitaron casi toda la Península Ibérica en la Antigüedad. Se distribuyeron por la fachada mediterránea, por el sur y el centro peninsular, así como por el Languedoc francés. Su tiempo abarca desde los siglos VI al I antes de nuestra era, hasta que Roma ocupa su territorio tras la Segunda Guerra Púnica e impone poco a poco una realidad sociopolítica nueva.

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‘Retrato de familia’ de la época de los iberos / CSIC-Catarata.

El relieve de Las Atalayuelas es una ‘fotografía’ tallada en una lastra de piedra arenisca que fue depositada hace aproximadamente 2.200 años en un pequeño santuario cerca de Fuerte del Rey, Jaén, en la ciudad que se conocía con el nombre de Las Atalayuelas. La imagen representa a siete individuos, diferenciando a los hombres de las mujeres a través del atuendo, pero es tal la abstracción o generalización que unos son copia de los otros.

Si nos fijamos en la imagen, vemos que todos ocupan una misma escena: cuatro personajes masculinos en el lado izquierdo y tres femeninos en el lado derecho. Es una disposición homogénea y sistemática, todos llenan un espacio similar, aunque un rasgo salta a la vista: no todos tienen el mismo tamaño. Se trata de un recurso importante no solo en esta imagen, sino en otros ejemplos de la plástica ibérica, que puede hacer referencia a un rango de edad. Es el único aspecto que diferencia a unos personajes de otros, aparte del atuendo.

Todos se representan de la misma forma: rostro y cuerpo frontal, con los brazos separados del tronco  y las manos abiertas (observad cómo se individualiza el pulgar, un recurso muy ibérico). Parece como si se tocaran, aunque no llegan a cogerse, más bien se rozan.

Los pies se orientan todos hacia el mismo lugar y los rostros resultan impersonales. No existen peinados o tocados individualizados, todos aparecen con una cabeza redonda y despejada y rostros esquematizados. Apenas algunas incisiones marcan sus rasgos: cejas rectas que acaban en una nariz larga, los ojos son unas pequeñas líneas, lo mismo que la boca, que en algunos casos parece simular una ligera sonrisa. Los personajes masculinos visten túnica corta, con falda acampanada, lisa y ceñida por un cinturón atado con un nudo que deja caer dos cordones. Las mujeres llevan túnica lisa larga hasta los tobillos, ceñida del mismo modo que los varones, pero con una cinta más larga.

No hay jerarquización aparente, salvo el hecho de que en la zona central aparezca el cabeza de familia. Solo parece existir una intención de ordenar por género, posiblemente una prescripción de un ritual.

¿Qué papel juega cada uno en el seno familiar? ¿Se buscaba reforzar la pertenencia a un mismo grupo familiar o es simplemente fruto de una esquematización? Estas cuestiones son difíciles de contestar. Nos faltan argumentos. No podemos hacer una lectura directa desde los parámetros de familia nuclear que hemos heredado: padre, madre e hijos. La realidad de esta sociedad antigua podría ser mucho más diversa. Es necesario seguir investigando…

*Susana González Reyero y Carmen Rueda Galán son investigadoras en el Instituto de Historia, Centro de Ciencias Humanas y Sociales, del CSIC, y la Universidad de Jaén, respectivamente. El texto ha sido extraído del libro de la Colección Divulgación Imágenes de los iberos. Comunicar sin palabras en las sociedades de la antigua Iberia (CSICCatarata), del que son autoras.

Eclipses de Sol inscritos en caparazones de tortuga

Por Montserrat Villar (CSIC)*M. Villar

Los huesos del oráculo o ‘huesos oraculares’ son reliquias con más de 3.000 años de antigüedad. Se remontan a la segunda mitad de la era de la dinastía Shang que reinó en China central entre aproximadamente el 1550 y el 1050 aC. Se trata de pedazos de huesos de animal y de caparazones de tortuga inscritos con una forma primitiva de escritura china. Los adivinos de la corte los utilizaban para hacer profecías consultando a los espíritus ancestrales, pues se les atribuía el poder de influir en los vivos. Para ello, se preparaban las superficies puliendo los huesos de animal o la parte inferior de los caparazones de tortuga, y los adivinos preguntaban a los ancestros e interpretaban las respuestas a partir de las grietas que aparecían al aplicar calor con un metal incandescente. La pregunta y la respuesta se inscribían en el hueso, de ahí el nombre de huesos del oráculo.

No fue hasta 1899 cuando el académico Wang Yirong (1845-1900) descubrió los huesos oraculares y se dio cuenta de su importancia. Ocurrió en una botica. Se vendían como ‘huesos de dragón’ a los que, reducidos a polvo, se les atribuían propiedades curativas. Wang Yirong notó que algunos de ellos tenían inscripciones que identificó con escritura china antigua.

Desde entonces se han desenterrado más de 150.000 fragmentos cerca de la actual ciudad de Anyang, donde estuvo la capital de la dinastía Shang entre aproximadamente 1360 y 1050 aC. Los contenidos de las inscripciones (no todos las tienen) son variados: ritos y sacrificios religiosos, guerra, caza, viajes reales, etc. Los hay que contienen registros sobre fenómenos astronómicos, como cometas, eclipses, ¡e incluso manchas solares! En uno de estos huesos la inscripción menciona que “tres llamas se comieron el Sol y se vieron grandes estrellas”. Se trata de una alusión a un eclipse de Sol. Las llamas se refieren probablemente a la corona solar, que puede observarse a simple vista solo durante la fase de totalidad de un eclipse solar. El ver estrellas simultáneamente al Sol tampoco puede explicarse en otras circunstancias.

Huesos oraculares de la dinastía Shang. Se atribuía a los espíritus ancestrales el poder de influir en los vivos. Para realizar profecías, se preparaban las superficies puliendo huesos de animal o la parte inferior de caparazones de tortuga. Los adivinos preguntaban a los ancestros e interpretaban las respuestas a partir de las grietas que aparecían al aplicar calor con un metal incandescente. La pregunta y la respuesta se inscribían en el hueso. Crédito: Museo del Instituto de Historia y Filología (Taipei, Taiwan)

Huesos oraculares de la dinastía Shang. / Museo del Instituto de Historia y Filología (Taipei, Taiwan)

 

 

 

 

 

 

 

 

Datar este eclipse conllevó un trabajo detectivesco por parte de un equipo internacional de astrónomos e historiadores en la década de 1980. Las fechas que aparecen en los huesos son en general incompletas (el año, por ejemplo, no aparece). Mediante cómputos de ordenador de las posiciones relativas entre el Sol, la Luna y la Tierra en épocas pasadas, los investigadores calcularon las fechas de los eclipses solares totales observables en la zona de Anyang entre 1360 y 1050 aC. Combinando estos datos con información cronológica, también inexacta, sobre el adivino responsable (cuyo nombre sí aparece) y el rey para el que trabajaba, llegaron a la conclusión de que el eclipse mencionado sólo podía ser el ocurrido el 5 de junio del año 1302 aC.

Se han identificado con certeza 13 menciones a eclipses en huesos oraculares (siete lunares y seis solares), datados entre los siglos XIV y XII aC. Están entre los registros de eclipses más antiguos que han llegado hasta nosotros. Otros huesos contienen referencias (también entre las más antiguas de cualquier civilización) a entidades astronómicas como constelaciones, cometas y el planeta Júpiter.

Sea por la fascinación que los astros ejercen en el ser humano, por la creencia de que nuestro destino está escrito en las estrellas o por la necesidad de comprender fenómenos que se creían presagios de catástrofes (como los eclipses), el ser humano ha registrado los fenómenos astronómicos desde tiempos inmemoriales. En papel, en piedras o en caparazones de tortuga.

 

* Montserrat Villar es investigadora en el Centro de Astrobiología (INTA/CSIC) en el grupo de Astrofísica extragaláctica.

Una máquina del tiempo para viajar al pasado de Madrid

Puerta del Sol, a punto de terminar las obras de reforma. Febrero de 1862. A.Alonso Martínez. Colección Olmedilla (Madrid) .

Puerta del Sol, a punto de terminar las obras de reforma. Febrero de 1862. /A.Alonso Martínez. Colección Olmedilla (Madrid).

Dado que mañana se celebra el día de San Isidro en la capital, hoy os invitamos a subir en nuestra máquina del tiempo para sobrevolar Madrid. Para ello, contaremos con la Infraestructura de Datos Espaciales (IDE) de acceso abierto del geoportal de cartografía y demografía histórica HISDI-MAD, desarrollada por el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC. Entramos en www.idehistoricamadrid.org y despegamos.

Segunda mitad del siglo XIX. Muchas de las zonas que hoy consideramos céntricas en Madrid eran descampados. En 1860 la ciudad se abría al campo ya en Santa María de la Cabeza y Delicias y, a finales del siglo XIX, el Hospital del Niño Jesús, en Ibiza, Retiro (fundado en 1877), no tenía más que campo a su alrededor. Pero continuemos con nuestra máquina del tiempo parada en 1860. Nos acercamos al centro de la ciudad y algunas calles siguen siendo de tierra. Sobrevolamos la plaza del Sol en plena reforma (parece que las obras no son solo cosa del presente) y llegamos a la plaza de la Cibeles. ¿Dónde está la famosa fuente? En aquellos años esta diosa de la fertilidad no miraba la plaza desde el centro sino desde un lado, junto al Palacio de Buenavista, el actual Cuartel General del Ejército.

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Confluencia de la calle Alcalá y Plaza de la Cibeles, 1870./Portal Fuenterrebollo.

Avancemos unos años en nuestra máquina…1874, 1892…1900. En un rápido paseo, muchas cosas llaman nuestra atención de la capital de hace más de un siglo. Entre sus instalaciones deportivas, por ejemplo, destacan sobre todo la decena de enormes y equipados frontones para jugar a la pelota vasca o valenciana (¡!) y un hipódromo en las ‘afueras’ de Madrid, enfrente del recién construido Museo de Ciencias Naturales (CSIC), a la altura de lo que hoy es Nuevos Ministerios. También hay muchos lavaderos, espacios públicos en la actualidad inexistentes donde se encontraban decenas de mujeres cada día para lavar la ropa y, además… ¡el Madrid de comienzos del siglo XX está lleno de agua!

El frontón Beti Jai en 1900 y en la actualidad. //Fuente: urbanity.es y euskalkultura.com

El frontón Beti Jai en 1900 y en la actualidad. /Fuente: urbanity.es y euskalkultura.com

Aparte del conocido río Manzanares, la ciudad está sembrada de fuentes y acequias, recorrida por arroyos. Los arroyos Embajadores y Leganitos dan nombre a las calles actuales y en la zona de la Castellana, en concreto en la actual Plaza Emilio Castelar, hay una fuente natural. De ella nace un pequeño arroyo, que discurre por Recoletos y el Paseo del Prado, bordea la misma Estación de Atocha, tuerce hacia Méndez Álvaro y desemboca en otro arroyo, el Abroñigal, que corre por la hondonada que después sería aprovechada para construir la M-30.

Lavaderos de la Virgen del Puerto

Lavaderos de la Virgen del Puerto. Óleo de Joaquín Múñoz Morillejo (1917).

Una ciudad de agua que no contaba, no obstante, con una red sanitaria y de alcantarillado para gestionarla. De hecho, y según podemos comprobar en los mapas sociodemográficos en HISDI-MAD (perdón, en nuestra máquina del tiempo), a principios del siglo XX la tasa de mortalidad por fiebre tifoidea y diarrea estaba directa y lógicamente relacionada con la distribución y condiciones de la red de agua y alcantarillado de Madrid. Así, en Delicias, Gasómetro, San Isidro, Cuatro Caminos, Bellavista o Prosperidad morían más personas por estas causas que en el centro.

Arroyos de Madrid.

En este mapa de HISDI-MAD se visualizan los arroyos que recorrían Madrid en 1900.

Cambiando el periodo temporal en el visualizador sociodemográfico, en los años 20 se observa que deja de haber tantas muertes por dichas enfermedades porque mejoran estas infraestructuras fundamentales para la salud pública. Otro tanto se puede advertir con la tuberculosis. Barrios más densamente poblados, como Arganzuela o Moncloa, tienen una mayor mortalidad por tuberculosis que Retiro o el Barrio de Salamanca.

Hasta aquí nuestro recorrido de hoy. Si quieres bucear tú también en el pasado de esta ciudad, descubrir curiosidades y comparar épocas, entra en HISDI-MAD, dedica unos minutos a manejar ‘la máquina’, y viaja por los últimos 150 años de Madrid.

Tasa mortalidad diarrea

Tasa de mortalidad por diarrea en menores de dos años por barrios de Madrid entre 1904 y 1909. /HISDI-MAD.