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¿Qué animal aparece en esta imagen? Una pista: no es ni una lombriz, ni una serpiente

Por Diego San Mauro (UCM) y Rafael Zardoya (CSIC)*

Si echas un vistazo a esta imagen probablemente pensarás que en ella aparece una lombriz, una serpiente pequeñita, o incluso una anguila. En ese caso sentimos decirte que te has confundido de bicho, porque se trata de una cecilia. Estos animales ‘saborean’ su entorno para orientarse, son capaces de detectar cantidades ínfimas de luz y algunas de sus especies alimentan a sus crías con su propia piel. Os invitamos a saber más sobre las características y curiosos comportamientos de estos anfibios.

Cecilia de la especie Ichthyophis cf. longicephalus de la India./ Ramachandran Kotharambath

Comencemos por su nombre científico. Pertenecen al orden Gymnophiona, que en griego significa serpiente desnuda. Las cecilias se llaman así porque se asemejan a estos reptiles, pero se distinguen fácilmente porque carecen de escamas aparentes como ellas. Constituyen uno de los tres órdenes de anfibios vivos junto a ranas y salamandras.

Todas viven en regiones tropicales húmedas de África, India, Sudeste Asiático, Seychelles y América Central y del Sur. La mayor parte son de hábitos subterráneos o habitan bajo la hojarasca y solo salen a la superficie durante la noche, pero también hay una familia acuática que vive en ríos y pantanos. Actualmente existen 214 especies reconocidas.

Algunas especies miden apenas unos centímetros y otras pueden superar el metro y medio de longitud. En la imagen, la Ichthyophis tricolor de la India que puede legar a medir más de 30 centímetros./ Ramachandran Kotharambath

Si atendemos al tamaño, algunas especies son relativamente pequeñas, como Idiocranium russeli de Camerún, de unos 10 centímetros de largo, mientras que otras, como Caecilia thompsoni de Sudamérica, pueden superar el metro y medio de longitud. Las cecilias son carnívoras y depredadoras fundamentalmente de lombrices, termitas y otros pequeños invertebrados del suelo o el agua en el caso de las especies acuáticas. Las especies de mayor tamaño pueden alimentarse en ocasiones de pequeños vertebrados como ranas, peces, lagartijas y serpientes.

Como todos los anfibios, tienen una piel lisa y húmeda con multitud de glándulas que la humedecen y lubrican, así como otras que secretan sustancias defensivas. En el caso de las cecilias, estas sustancias pueden ser tóxicas y antimicrobianas y tienen un gran potencial para la industria farmacéutica.

Vivir bajo tierra ha producido ciertos cambios adaptativos en su cráneo, muy osificado y reforzado, y en su visión. Sus ojos son muy pequeños y muchas veces están cubiertos por piel e incluso hueso. Están adaptados para detectar intensidades de luz ínfimas, tal y como ocurre en otros vertebrados de hábitos cavernícolas o en peces abisales. Las cecilias no pueden ver en color, pero esta falta de visión se ve compensada por un órgano formado por dos tentáculos extensibles situados entre el ojo y la apertura nasal, a ambos lados de la cabeza. Esta estructura sensorial les permite ‘saborear’ el entorno y detectar las sustancias químicas del medio.

Cecilia de la especie Scolecomorphus kirkii de Malawi mostrando los tentáculos que tiene a ambos lados del hocico./ Hendrik Müller

Comedoras de piel materna

A la hora de reproducirse también son bastante diversas. A diferencia de otros anfibios (excepto algunas salamandras), los machos poseen un órgano copulador y la fecundación es siempre interna. Hay especies ovíparas que ponen huevos de los que salen larvas de vida acuática y que sufrirán la metamorfosis para convertirse en adultos terrestres. Otras especies ovíparas son de desarrollo directo, es decir, los juveniles salen del huevo como individuos ya formados. Finalmente, hay especies vivíparas en las que la madre da a luz individuos juveniles ya formados.

Las especies ovíparas normalmente ponen los huevos en nidos subterráneos cerca del agua y las madres suelen protegerlos enrollándose alrededor. Grandisonia sechellensis de las Islas Seychelles./David J. Gower

Y cuando algunas de esas crías nacen, tienen un menú un tanto peculiar. En algunas especies ovíparas de desarrollo directo, la piel de la madre se llena de lípidos para servir de alimento a los juveniles. Las ‘cecilias juveniles’ poseen unos dientes especializados que usan para desgarrar la piel de la madre y alimentarse de ella. En las especies vivíparas, los fetos también poseen estos dientes especializados que les permiten raspar la pared del oviducto materno, revestido de lípidos para proporcionarles comida. Estudios recientes han sugerido que la dermatofagia materna, que es como se llama a este comportamiento, podría haber servido como precursor del viviparismo en las cecilias.

Juveniles de Boulengerula taitanus comiendo la piel de su madre./ Alexander Kupfer

Su registro fósil es escaso y las relaciones evolutivas entre las especies actuales, así como de estas con los otros grupos de anfibios y vertebrados, se han deducido recientemente mediante la comparación de su ADN. Estos estudios han permitido establecer las relaciones de parentesco entre las diez familias actualmente reconocidas, así como entre la práctica totalidad de géneros de cecilias. Sin embargo, aún queda por esclarecer una buena parte de las relaciones a nivel de especie, lo que hace que la investigación en este campo sea especialmente interesante y activa. De hecho, al ser el linaje hermano del grupo que contiene las ranas y las salamandras, las cecilias constituyen una importante clave para inferir las características que pudo tener el antepasado de los anfibios actuales, así como para comprender la colonización del medio terrestre por los vertebrados y los cambios y adaptaciones que ocurrieron hace 360 millones de años.

 

*Diego San Mauro y Rafael Zardoya son investigadores de la Universidad Complutense de Madrid y del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC), respectivamente. Este texto es un extracto del artículo ‘Las cecilias, los anfibios desconocidos’ publicado en la revista Naturalmente.

¿Cuándo empezamos a sentir? Electricidad en los circuitos cerebrales

Por Óscar Herreras (CSIC)*

¿Sentimos lo mismo ante una misma situación? Es evidente que no. Cada objeto, emoción o concepto se graba en circuitos neuronales por la propia experiencia de cada individuo, y para esto no hay manuales, no hay genes. Pero, ¿qué entendemos por sentir? Como casi todos los conceptos que empleamos para definir el comportamiento humano, este también tiene su origen en la era precientífica, de ahí sus mil significados.

Etimológicamente, sentir significa dirigirse hacia donde nos indican los sentidos. Implica, por tanto, percepción y movimiento. ¡Casi nada! Las dos principales propiedades de la vida animal. Afortunadamente, hay una disciplina que estudia las funciones del sistema nervioso y nos las explica con el lenguaje común de la física: la neurofisiología. De ella aprendimos hace ya más de un siglo que todo lo que se percibe –sonidos, imágenes, olores– se traduce y se transmite en los circuitos nerviosos como actividad eléctrica. Desde el instante en que vemos un anuncio de chocolate hasta el momento en el que los músculos nos llevan a la tienda, todo es actividad eléctrica fluyendo por los circuitos neuronales. Esta puede ser la definición mínima de sentir. Y no es para menos: la electricidad es la clave de la vida.

Todas las células, no solo las neuronas, son bolitas de grasa que contienen electrolitos en su interior, como si fueran la batería de un coche. Buena parte de estas células son excitables, lo que les permite generar corriente. Las neuronas evolucionaron dominando este juego de una forma espectacular: pueden codificar en forma de impulsos eléctricos lo que percibimos del mundo exterior e interaccionar con él enviando órdenes a los músculos. Sin flujo eléctrico a través de los circuitos nerviosos no hay sensación, no hay movimiento. La electricidad es lo que diferencia a los circuitos vivos de los muertos, así de simple.

Circuitos de la corteza cerebral

Diversos tipos neuronales forman los complejos circuitos en la corteza cuya actividad eléctrica y funciones madurarán lentamente en la infancia. /López-Mascaraque, Instituto Cajal, CSIC

No obstante, ¿es esta la única función de la electricidad en el sistema nervioso? No, ni mucho menos. Recientemente, nuestro grupo ha mostrado que la actividad eléctrica de la corteza cerebral sensorial en roedores jóvenes, aunque es similar a la de los adultos, está generada por circuitos diferentes. Este hallazgo, publicado en Journal of Neuroscience, es relevante porque previamente sabíamos que los circuitos ya estaban formados a esa edad, y ahora podemos concluir que aún no están plenamente operativos. En este caso, se trataba de los circuitos que controlan las patas, y sabemos que en unos pocos días más, cuando el animal entrene un poco, la electricidad fluirá por sus circuitos como en un adulto. Esta maduración tardía de los circuitos corticales a medida que se usan revela un patrón de economía biológica.

Lejos de ser canales fijos de comunicación, los circuitos son extremadamente mutables, y es nuestra actividad diaria la principal promotora de sus adaptaciones. El entrenamiento es esencial. Los recién nacidos entrenan días, meses y años para adquirir nuevas funciones y capacidades, tiempo en el que la electricidad irá produciendo los cambios necesarios para que todos los segmentos del circuito sean activos y engranen perfectamente.

Corteza cerebral rata adolescente

Los circuitos de la corteza cerebral están organizados en estratos de neuronas diferentes. /Silvia Tapia, Instituto Cajal, CSIC

Suele decirse que hay un mapa genéticamente determinado de nuestros circuitos, y esto es correcto, pero solo en parte. Sin la electricidad, los circuitos no se forman o lo hacen de manera aberrante, como mostraron hace más de medio siglo los Nobeles Hubel y Wiesel al observar que, impidiendo la visión de un ojo unos pocos días tras el parto, los circuitos de la corteza visual eran aberrantes. Hallazgos más recientes muestran que la actividad eléctrica es imprescindible para activar los genes necesarios en la construcción de los circuitos. Así, en esta época en la que todo parece consecuencia de un plan genético determinado para cada especie y cada individuo, resulta que la energía eléctrica determina cuándo, cuánto y cómo se va a ejecutar ese plan. La electricidad no es solo la energía que permite a un organismo complejo ejecutar sus funciones, sino que además controla sus propios cambios estructurales para adaptarse al medio con el que tiene que interaccionar, y permite que este interactúe con nosotros generando electricidad en nuestros órganos sensoriales y cambios en nuestro sistema nervioso.

Medicina sin fármacos

Estudiar y catalogar la electricidad en el cerebro no es fácil; hay demasiados núcleos activos a la vez realizando gran cantidad de funciones. Sus cambios son tan rápidos que es muy difícil clasificarlos para interpretar qué información llevan, que función realizan y si es normal o patológica. Si hoy la ciencia pone el énfasis en las alteraciones moleculares y génicas como responsables de las patologías, algunos investigadores vemos la electricidad como la causa última, y ya vislumbramos el día en que un conocimiento exhaustivo de la actividad eléctrica en los circuitos nos permita interactuar con ellos para reconducir las anomalías estructurales que causan las deficiencias. Aquí está una de las posibles claves de la investigación futura. Medicina sin fármacos. Sabemos que la actividad eléctrica debe seguir un patrón preciso para generar cambios en la estructura, tanto a nivel celular como en los circuitos. Ya hace décadas que se está empleando estimulación eléctrica con patrones temporales muy precisos para tratar la epilepsia y la enfermedad de Parkinson, y ahora se están desarrollando tecnologías para muchas otras patologías, como el alzhéimer o la migraña, o para restablecer funciones perdidas tras un ictus cerebral.

En definitiva, sentimos de manera diferente porque la actividad eléctrica fluye por distintas partes de nuestros circuitos, bien porque seamos un reptil o un primate, un embrión o un adulto, o bien porque usemos la parte reptiliana de nuestro cerebro o dejemos llegar la corriente eléctrica hasta la corteza. Así, si queremos comprendernos a nosotros mismos y nuestras patologías, seamos primates y estudiemos la actividad eléctrica del cerebro.

* Óscar Herreras es investigador del Instituto Cajal del CSIC.

Blockchain, tierras raras, aceleradores de partículas… El CSIC lleva la actualidad científica a la Feria del Libro

Por Mar Gulis (CSIC)

¿Sabes cómo funcionan el bitcoin y otras criptomonedas? Si quieres algunas pistas, el martes 11 de junio en la Feria del Libro de Madrid David Arroyo, Jesús Díaz y Luis Hernández presentarán su libro Blockchain. Los autores explicarán al público los entresijos de esta tecnología y sus aplicaciones en la denominada criptoeconomía.

Como cada año, investigadores e investigadoras del CSIC acudirán a esta emblemática cita para dar a conocer los últimos libros publicados en las colecciones ‘¿Qué sabemos de?’ y ‘Divulgación’ (CSIC-Catarata), que acercan la ciencia al público general. El mismo día 11, además de criptoeconomía, se hablará del futuro de la óptica; el LHC, el mayor acelerador de partículas del mundo; y las tierras raras, 17 elementos químicos omnipresentes en las sociedades tecnológicamente avanzadas y, sin embargo, poco conocidos.

El 12 de junio, la investigadora Pilar Ruiz Lapuente se ocupará de la energía oscura, del posible final “frío y estéril” del cosmos y de otras cuestiones relacionadas con la astrofísica que aborda en su libro La aceleración del universo. En la misma jornada tendrán cabida temas como la tabla periódica de los elementos químicos, el albinismo y otras mutaciones genéticas o el papel de las áreas protegidas en la sostenibilidad ambiental.

En total, el CSIC y la editorial Los Libros de la Catarata, presentarán ocho obras de divulgación a través de las intervenciones de sus propios autores.

Estas son las coordenadas

Las presentaciones se realizarán los días 11 y 12 de junio, a partir de las 12:30 horas, en el Pabellón Bankia de Actividades Culturales, situado en las proximidades de los jardines de Cecilio Rodríguez del parque de El Retiro. De acceso libre, estas citas son una oportunidad para escuchar y plantear preguntas a los protagonistas de la ciencia.

Quienes busquen actividades para público más joven, el sábado 8 de junio tienen además una cita en el Pabellón infantil. Allí, investigadores del CSIC que han participado en la obra Descubriendo la luz. Experimentos divertidos de óptica realizarán demostraciones para niños y niñas. Las sesiones, de entrada libre y una duración de 15 minutos, se prolongarán desde las 12:30 hasta las 15:00 horas.

Y si la prioridad es llevarte tu libro con dedicatoria incluida, pásate por la caseta del CSIC (número 19) o la de Los Libros de la Catarata (número 336). Durante toda la feria, los autores de las novedades editoriales estarán en firmando ejemplares.

La información de las firmas se puede consultar aquí.

La feria Ciencia en el Barrio reúne a 500 adolescentes para divulgar la ciencia

Por Mar Gulis (CSIC)

Abderrahim y Anás salen a explicar una estratigrafía arqueológica que acaban de realizar en su instituto para entender las huellas del tiempo en el paisaje. Una investigadora del CSIC, María Ruiz del Árbol, les ha explicado cómo hacerlo previamente. Estamos en el Instituto de Educación Secundaria (IES) María Rodrigo, en el Ensanche de Vallecas, y es la primera vez que reciben una visita de este tipo. Sus profesores y el director del IES no salen de su asombro; estos chicos no se implican en actividades académicas y menos científicas. Hasta que cambia su contexto de aprendizaje.

Motivar y generar curiosidad es uno de los objetivos de Ciencia en el Barrio, un proyecto del CSIC que, con el apoyo de la FECYT, trata de llevar actividades de divulgación científica a distritos de Madrid que no contaban con esta oferta. Este viernes, 16 de marzo, estudiantes procedentes de Usera, Carabanchel, Villaverde, Puente de Vallecas, Hortaleza y San Blas-Canillejas replican los talleres realizados previamente con personal investigador del CSIC en sus Institutos de Educación Secundaria (IES) en la Feria Ciencia en el Barrio, en el IES Arcipreste de Hita, en Entrevías, convirtiéndose así en divulgadoras y divulgadores por un día.

A las 10.00 de la mañana, el salón de actos del Arcipreste era un hervidero. Cerca de 500 adolescentes procedentes de nueve institutos madrileños deambulaban de un lado a otro buscando un stand, probando microscopios, preparando el material para hacer una extracción de ADN, ordenando los utensilios para hacer una cata de chocolate…La oferta de la feria es sumamente variada: hasta las 14.00, sus protagonistas van a acercarse a la ciencia a través de experimentos sobre los orígenes de la vida en el universo, la microelectrónica o la nanotecnología; y también mediante  talleres para aprender matemáticas con la vida de las abejas, ‘cocinar’ con polímeros, realizar catas de chocolates, pruebas olfativas o aplicar conocimientos arqueológicos al barrio.

Desde 2016, el Área de Cultura Científica del CSIC ha organizado en cada uno de los institutos participantes talleres experimentales, conferencias, clubes de lectura, y exposiciones sobre temas de actualidad científica, además de visitas guiadas a centros de investigación punteros. El programa está dirigido a estudiantes de 4º de la ESO, pero el resto del alumnado y la comunidad educativa y vecinal también pueden participar en algunas de las actividades.

Ciencia en el Barrio constituye una iniciativa pionera en la ciudad. Hasta el momento más de 2.500 personas han participado en un centenar de actividades que han permitido desmontar ideas falsas sobre las y los científicos, favorecer el contacto directo entre los jóvenes y el personal investigador, así como reforzar vocaciones científicas e inspirar otras nuevas.

Matrix acústico: una habitación donde el sonido nunca vuelve

Mar Gulis (CSIC)

Quizá recordéis la mítica escena de Matrix (1999) en la que Morfeo (Laurence Fishburne) y Neo (Keanu Reeves) aparecen en una habitación en blanco, que resulta ser un programa en el que pueden simular la realidad. “¿Esto no es real?”, pregunta Neo tocando un sillón. “¿Qué es real? ¿Cómo defines real?… Si hablas de lo que puedes sentir, de lo que puedes oler, probar y ver… lo real son impulsos eléctricos que tu cerebro interpreta”, le contesta el Guía al Elegido. Bien, en esta ocasión vamos a hablar de lo que puedes oír y de una habitación como la de Matrix, pero ubicada en el Instituto de Tecnologías Físicas y de la Información Leonardo Torres Quevedo (ITEFI) del CSIC, en Madrid.

Al cruzar la puerta, una tiene la impresión de entrar en un espacio muy peculiar. La sensación acústica es “la de estar colgado de un globo a 1.000 metros de altura”, explica el físico del CSIC del Grupo de Acústica Ambiental Francisco Simón. Y es así, todo sonido emitido en esta habitación nunca vuelve, queda absorbido por unas paredes, suelo y techo de grandes cuñas de lana de vidrio.

Cámara anecoica del Instituto Leonardo Torres Quevedo / CSIC Divulga.

Esta cámara anecoica (sin eco ni reverberación) de 220 metros cúbicos sirve para crear campos acústicos virtuales que, como en la habitación de Matrix, simulen una realidad sonora. Esto es muy útil para el diseño de salas de música, dado que pueden reproducir cómo sonaría un violín, por ejemplo, en un espacio antes de construir el recinto, para simuladores de juego, que intentan que te des la vuelta con el sonido de un libro que se cae detrás de ti, para el cine… Los primeros en usar este tipo de tecnología fueron los militares con simuladores de vuelo y la industria del automóvil, que tiene muy en cuenta cuál es el sonido que quiere que emitan sus vehículos.

Cuando se construyeron estas cámaras, en los ’70, esta instalación era absolutamente pionera. Ahora empresas como Google, Microsoft o Telefónica tienen sus cámaras anecoicas. En ellas, las compañías prueban las características acústicas de sus dispositivos, como la potencia o cantidad del sonido que emite cualquiera de sus aparatos, y la directividad, es decir, en qué dirección lo hacen.

Y aquí, ¿podríamos escuchar el silencio total? “Tendríamos que congelarnos del todo para hacerlo”, bromea Simón. “Aquí está nuestro cuerpo, escuchamos el aire salir y entrar de los pulmones, nuestras tripas; si nos calláramos, escucharíamos nuestro corazón”, concreta.

Cámara reverberante del Instituto Leonardo Torres Quevedo / CSIC Divulga.

Cerca de esta cámara encontramos su opuesta: la habitación reverberante, un espacio en el que se busca que el sonido se expanda por todo el espacio y reverbere en todas direcciones. Para ello, hay colgados unos grandes paneles de metacrilato que producen el máximo número posible de reflexiones del sonido. Este espacio de 210 metros cúbicos se usa para sumergir en él materiales de construcción y caracterizarlos. Así, cuando un sonido llega a un material para edificación podemos ver si “rebota”, entra dentro y se disipa o lo traspasa y llega al otro lado. Por eso, aquí se realizan mediciones de absorción acústica de materiales y objetos de mobiliario.

En esta sala, solo escuchamos reverberación, no eco. La diferencia entre el eco y la reverberación es cuestión solo de tiempo: si el sonido tarda en volver menos de 50 milisegundos, lo percibimos como un sonido continuado, si tarda más, escuchamos dos sonidos; se produce el eco.

De hecho, ya en los años 60 y 70 se realizaron en este centro muchos estudios sobre aislamiento en la edificación: aislamiento al ruido aéreo de puertas, ventanas, barreras acústicas, suelos, techo, etc. No se trata de una cuestión baladí: una diferencia de 3 decibelios supone el doble de energía en el sonido que estábamos escuchando.

Por cierto, este mismo mes de octubre se cumplen diez años de la publicación de las condiciones acústicas exigidas en el Código Técnico de Edificación con las que se endurecieron las prestaciones acústicas que deben satisfacer los edificios, ofreciendo a constructores, administración y usuarios herramientas para que las viviendas que se construyen hoy día planteen menos problemas a sus habitantes y proporcionen un nivel de confort adecuado.

 

Feromonas: cuestión de (algo más que) sexo

Por Laura López Mascaraque (CSIC)* y Mar Gulis (CSIC)

En 1959, un grupo de químicos alemanes, liderado por Adolf Butenandt, reunieron 313.000 mariposas hembras y les cortaron el extremo del abdomen. Como si de una poción de brujería se tratara, trituraron estas porciones y las disolvieron en diferentes sustancias para observar la respuesta que provocaban los brebajes en los machos de esta especie. De este modo, comprobaron que bastaba con una trillonésima parte de un gramo (10-18 gramos) de mezcla para conseguir algún tipo de reacción por parte del macho. Gracias a este experimento identificaron por primera vez una feromona, a la que denominaron bombicol y que es la responsable de que el macho de la mariposa de la seda (Bombyx mori) mueva sus alas al percibirla.

Mariposa de la seda (Bombyx mori)/ Csiro.

Las feromonas son claves para determinadas relaciones sociales, y sobre todo sexuales, entre varias especies animales, ya sean organismos simples, invertebrados o vertebrados. ¿Qué es y cómo funciona esta potente herramienta capaz de favorecer la comunicación entre individuos en unas concentraciones tan bajas?

Se trata de un tipo de estímulos químicos que transmiten información específica entre individuos de la misma especie, generando normalmente una respuesta tipo. En los casos más evidentes provocan un cambio inmediato en el comportamiento del animal receptor o un cambio en su desarrollo: generan movimientos determinados, actúan sobre la fisiología reproductiva o transmiten un estado de salud determinado o un estatus social dentro de una comunidad.

Las feromonas pueden ser compuestos específicos o mezclas de ellos. En cualquier caso, son compuestos con propiedades físicas y químicas concretas. Una vez liberada se podría decir que la feromona tiene vida propia. La duración de su mensaje dependerá de la persistencia de las moléculas en el ambiente, y el alcance dependerá tanto de esa vida media como de la facilidad de ser transportada por el aire o por una corriente de agua.

En general son sustancias pequeñas, volátiles, que se dispersan con facilidad en el ambiente y que generan efectos en cantidades minúsculas. Según sea su función, así serán sus características: estables y poco volátiles cuando el objetivo es marcar los límites de un territorio, o bien de corta vida y rápida difusión cuando lo que se busca es alarmar ante una situación de peligro…En definitiva, el requisito indispensable es que sean capaces de generar una reacción determinada dentro de la misma especie.

Protozoo, lombriz de tierra y ratón doméstico/ EPA, Holger Casselmann y George Shulkin.

Existen feromonas en organismos simples, como ciertos protozoos (Chlamydomonas) que producen esta sustancia en sus flagelos para conseguir que otros protozoos se agreguen a él. También existen estos compuestos en invertebrados, como la lombriz de tierra (Lumbricus terrestres), que bajo situaciones de estrés segrega una feromona que alerta al resto sobre algún peligro inminente. O en algunos vertebrados, como el macho del ratón doméstico (Mus musculus domesticus), que emite una feromona que genera agresividad en el resto de machos a la vez que atrae a las hembras maduras y acelera la pubertad en las más jóvenes. Pero, ¿qué pasa con los humanos? ¿existen feromonas que influyan en nuestro comportamiento?

Parece mentira, pero aún se desconoce la existencia de feromonas en los seres humanos. Hay diversos estudios que pueden relacionar las feromonas con fenómenos como el reconocimiento recíproco entre una madre y su hijo recién nacido, la denominada sincronía menstrual que ocurre entre las mujeres que viven o trabajan juntas o la reacción que puede provocar sobre los que nos rodean el olor corporal que emitimos en situaciones de estrés. Sin embargo, la creencia es que los olores personales están influidos por la dieta, el ambiente, la salud y la genética. Se piensa que tienen demasiadas sustancias para ser descritos como feromonas y, de hecho, no se ha podido identificar una molécula que se haya definido como feromona humana. Eso no ha disuadido a un grupo de emprendedores para montar empresas que venden pociones de amor que supuestamente contienen feromonas, aunque en realidad, en el mejor de los casos, contienen feromonas, sí, pero de cerdo.

* Laura López Mascaraque es investigadora del Instituto Cajal  del CSIC y autora, junto con José Ramón Alonso de la Universidad de Salamanca, del libro El olfato de la colección ¿Qué sabemos de?, disponible en la Editorial CSIC y Los Libros de la Catarata.

 

“Tengo el hierro bajo”: algunas claves para prevenir la anemia

Por Mª Pilar Vaquero (CSIC)*

Te acaba de decir tu médico que tienes el hierro bajo pero que no tienes anemia y que te cuides, que hagas vida sana y que comas bien. Entonces te preguntas: ¿qué debo comer? Empiezas a buscar en internet alimentos que tengan mucho hierro y te surgirá la recomendación de comer muchas lentejas y muchos berberechos. Veamos, lo de los berberechos y otros moluscos deséchalo; los datos sobre los miligramos de hierro que contienen por cada 100 gramos se han revisado y son menores de lo que se creía. En el caso de las lentejas, como otras legumbres, efectivamente tienen un contenido de hierro apreciable pero es un tipo de hierro (no hémico) que no se absorbe muy bien, y además va asociado a la fibra. Voy a intentar orientarte, para que en tu alimentación incluyas una variedad de alimentos de origen vegetal y animal en el contexto de la dieta mediterránea y para que te protejas frente a la anemia por déficit de hierro, también llamada ferropénica.

Lentejas con chorizo

/Mariela Morales.

¿Por qué es importante prevenir la anemia ferropénica?

El hierro es un nutriente esencial para el transporte de oxígeno, al formar parte de la hemoglobina de los glóbulos rojos, y para una gran cantidad de funciones celulares.

La deficiencia de hierro es la alteración nutricional más común en el mundo, según la OMS. Afecta especialmente a los niños en intenso crecimiento y a las mujeres jóvenes, debido a las necesidades incrementadas de hierro por las pérdidas menstruales o por el embarazo. Entre las consecuencias de la falta de hierro en el organismo, cabe destacar la reducción del rendimiento en el trabajo físico e intelectual. Ya sabes, para batir marcas en el deporte y para sacar buenas notas en los exámenes hay que tener los niveles de hierro en buen estado.

/Elaboración: Belén Zapatera y Pilar Vaquero.

¿Qué hierro hay en los alimentos?

Los alimentos contienen hierro ‘no hemo’ y hierro ‘hemo’. El primero está en casi todos los alimentos, cereales, carnes, pescados, vegetales, etc. El segundo está solo en los alimentos de origen animal, por ejemplo en la carne, y se absorbe muy bien. Pero la mayor parte del hierro que ingerimos es del tipo no hémico, incluso en la carne roja es aproximadamente el 60% del hierro total.

Por tanto, es preciso considerar la cantidad de hierro que se ingiere, asumir que casi todo va a ser no hémico y conocer cómo favorecer su absorción.

Potenciadores e inhibidores de la absorción del hierro de procedencia no animal

El ácido ascórbico o vitamina C es el potenciador más potente que se conoce de la absorción del hierro. Entre los inhibidores destaca el té negro, y otros alimentos que contienen polifenoles, y los fitatos asociados a la fibra dietética.

La clave está en que la interacción positiva o negativa se produce durante la digestión, por lo que es crucial la correcta combinación de alimentos. Así, por ejemplo, la combinación en la misma comida de un guiso de legumbres, que contenga vegetales y algo de carne, y una naranja rica en vitamina C, puede constituir una buena estrategia para prevenir la deficiencia de hierro. Si te gusta el té o el café, lo ideal es tomarlos al menos dos horas separados de las comidas principales que son las que aportan la mayor cantidad de hierro.

¿Qué más puedo hacer? Recomendaciones generales 

  • Evitar dietas hipocalóricas, si no tienes sobrepeso ni obesidad. Y en el caso de estar indicada una dieta, que sea con el control del profesional sanitario correspondiente.
  • No restringir el consumo de alimentos de origen animal: carne, pescado, aves.
  • Combinar en la misma comida los alimentos que tienen hierro no hemo y fibra con estimulantes de la absorción.
  • Tomar entre horas los inhibidores de la absorción del hierro, como el té o el café.
  • Ingerir alimentos fortificados también pueden ser de utilidad En este sentido, nuestro grupo de investigación ha demostrado que la fortificación con hierro y vitamina C de un zumo de frutas es capaz de prevenir la anemia en mujeres jóvenes con deficiencia de hierro. Sin embargo, en el caso de la fortificación con hierro de alimentos de base láctea o ricos en polifenoles no se consigue que el estado del hierro mejore en dicha población.
  • Evitar donar sangre.
  • No tomar medicación, si no es por prescripción médica.
  • Acudir al médico en caso de menstruaciones excesivas, alteraciones digestivas, hemorragias, etc.

Por último, estas recomendaciones son para prevenir la anemia por falta de hierro. Lo contrario, el exceso de hierro, es relativamente frecuente, como en el caso de la hemocromatosis hereditaria, con la que sería beneficioso reducir la absorción de hierro,  y en general evitar el acúmulo de hierro en el organismo. En todo caso, cualquier situación patológica debe ser controlada por el correspondiente especialista médico.

Para más información, consulta nuestro artículo ‘Cuestionario de frecuencia de consumo de alimentos para valorar lacalidad de la dieta en la prevención de la deficiencia de hierro’.

 

* Mª Pilar Vaquero es investigadora del CSIC en el Instituto de Ciencia y Tecnología de Alimentos y Nutrición.

Ciencia en el Barrio: un proyecto para la igualdad de oportunidades

Por Mar Gulis (CSIC)

Según la última encuesta de Percepción social de la ciencia de la FECYT, cerca de un 5% de ciudadanas y ciudadanos participan en actividades de divulgación científica durante la Semana de la Ciencia y la Tecnología y hasta un 16% visita al menos una vez al año algún museo de ciencia. La mayoría de las participantes son personas que ya tienen un interés previo, muchas de ellas incluso son asiduas y otras constituyen lo que se conoce como público cautivo: alumnas y alumnos que asisten a actividades organizadas por sus centros escolares durante la jornada escolar. Incluso en estos casos, este público cautivo pertenece a institutos de secundaria habituales en las actividades que inundan cada año nuestras ciudades. La dificultad está en llegar a aquellas personas que no solo no acuden sino que ni siquiera conocen estas iniciativas.

‘Ciencia en el Barrio. Divulgación científica para el desarrollo social y la igualdad de oportunidades’ es un proyecto que busca cubrir esta laguna y facilitar el acceso a las actividades de divulgación científica a segmentos de la población que por sus características socioeconómicas hasta ahora no participaban de ellas. La iniciativa, puesta en marcha por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y que cuenta con el apoyo económico de la FECYT, se está desarrollando en cinco distritos de Madrid: Puente de Vallecas, Hortaleza, Carabanchel, Villaverde y San Blas. En ellos, a través de la colaboración de seis Institutos de Educación Secundaria de la red pública, el CSIC ha organizado cerca de medio centenar de actividades sobre temas de actualidad científica con diferentes formatos: talleres experimentales, conferencias, clubes de lectura, exposiciones y visitas guiadas a centros de investigación punteros. En su fase piloto han participado más de un millar de estudiantes de 4º de la ESO, nivel en el que el alumnado aún no ha tenido que elegir de forma definitiva el itinerario docente con la clásica separación de letras y ciencias. El resto de alumnas y alumnos del centro, así como las comunidades educativa y vecinal, también pueden participar en algunas de las actividades.

Ciencia en el Barrio

Durante un año, las chicas y los chicos han tenido la oportunidad de hablar de tú a tú con el personal investigador y técnico del CSIC; desmontar mitos y estereotipos sobre la ciencia; hacer preguntas y experimentar con todos sus sentidos. Catas de chocolate, talleres de cocina macromolecular, charlas sobre las aplicaciones de la luz o sobre cómo se forman las ideas, son algunas de las actividades en las que han participado. También han dialogado con los autores en clubes de lectura sobre libros de temas tan diversos como los neandertales, los robots o la vida de Alan Turing.

Y han sabido aprovechar la oportunidad. Han preguntado y debatido hasta dejar pasar el tiempo del recreo y alargar las horas programadas inicialmente para las actividades.

En la nueva etapa del proyecto, que comenzará este próximo abril, el CSIC aumentará el número de institutos y estudiantes implicados y fomentará la participación de las vecinas y vecinos de los distritos. Una de las principales novedades será la organización de una feria de divulgación científica en la que un grupo de chicas y chicos explicarán a otros estudiantes, familiares y vecinos los experimentos desarrollados en sus aulas con la tutela del CSIC.  Esperemos que sea la primera de muchas ferias.

 

Un viaje espacial de 20 años para descubrir si hay vida en Próxima b

Por Miguel Abril (CSIC)*

Hace solo unos meses se anunció oficialmente uno de los hitos más importantes de la astronomía de los últimos años: el descubrimiento de Próxima b, un exoplaneta parecido al nuestro con condiciones que podrían hacerlo habitable. Aunque no es, ni mucho menos, el primero descubierto con estas características, lo que hace tan especial a Próxima b es que orbita en torno a la estrella más cercana a nosotros, Próxima Centauri, a solo 4,2 años luz. La noticia hizo que el proyecto Breakthrough Starshot –una iniciativa que pretende mandar la primera sonda en viaje interestelar– cobrara un interés especial al fijar sus ojos en el exoplaneta recién descubierto como potencial objetivo.

Portada de Nature sobre el descubrimiento de Próxima b.

Pero vayamos por partes: ¿tan cerca está este nuevo exoplaneta? ¿Cuánto son cuatro años luz? Podemos visualizarlo de forma muy gráfica realizando un sencillo experimento mental: supongamos que reducimos el Sol al tamaño de un garbanzo y lo colocamos en el punto central de un campo de fútbol. En ese caso, la Tierra sería del tamaño de un grano de arena y orbitaría a un metro de distancia. Y Próxima Centauri, ¿dónde quedaría? Pues ni en el banderín de córner, ni en la portería, ni siquiera en las gradas, como podríamos pensar. Incluso en este modelo reducido Próxima Centauri queda muy lejos: no solo fuera del estadio, sino incluso de la ciudad, de la provincia y muy probablemente de la comunidad autónoma. Concretamente, a unos 270 kilómetros de distancia del garbanzo. Conclusión: no, Próxima b no está próxima (lo siento, me lo han puesto a huevo).

Entonces… ¿Qué pasa, que nadie les ha explicado esto a los responsables de Starshot? ¿Cómo pretenden mandar una sonda hasta allí si está tan lejos? Y, aunque lo consiguieran, ¿cuánto tardaría en llegar? Empecemos diciendo que la misión no enviaría una única sonda, sino un enjambre de ingenios de pequeño tamaño, bajo consumo y coste reducido, para así aumentar las posibilidades de éxito. Estas minisondas tendrían el tamaño de un chip electrónico (similar a un sello postal), aunque para impulsarlas se usarían velas de unos 2 x 2 metros, que se propulsarían usando un láser de gran potencia situado en la superficie terrestre. Según los expertos, mediante esta técnica se conseguirían velocidades del orden de… ¡un 20% de la velocidad de la luz! Así el viaje hasta Próxima b duraría algo más de veinte años y apenas cuatro después se podrían tener datos e imágenes del planetita.

Representación de cómo serían las minisondas enviadas por Breakthrough Starshot hasta Próxima b. / Wikimedia Commons.

¿Y qué pasa si lo conseguimos? ¿Encontraríamos vida en Próxima b? Pues esto es objeto de intenso debate. Hay quien dice que las enanas M como Próxima Centauri son demasiado activas para permitir que se desarrolle la vida, y que además los planetas en su zona de habitabilidad están tan cerca que presentan lo que se conoce como anclaje por marea. Es decir, que ofrecerían siempre la misma cara a la estrella (como sucede con nuestra Luna), por lo que un hemisferio tendría temperaturas abrasadoras y el otro sería un desierto congelado. Sin embargo, los defensores de la posibilidad de vida argumentan que bajo ciertas condiciones el anclaje puede no ser total, como es el caso de Mercurio, que gira sobre sí mismo tres veces por cada dos vueltas al Sol. Y que incluso con anclaje total, tal vez en la zona de transición entre el día y la noche podría haber una estrecha franja con temperaturas templadas que permitirían al menos el desarrollo de formas de vida simple… (¿En serio? ¿Vida simple en una franja estrecha? ¡Venga, Dios, que has creado cosas tan chulas como el tiranosaurio o el tigre de dientes de sable! ¡Puedes hacerlo mejor!).

Un reciente estudio de la Universidad de Cornell sugiere la biofluorescencia como posible mecanismo de defensa ante las súbitas liberaciones de radiación de alta energía que se producen en las enanas M. La biofluorescencia es un fenómeno mediante el cual determinados corales y otros organismos de nuestro planeta absorben las radiaciones ultravioleta y las transforman en longitudes de onda dentro del espectro visible. Vale, no es un tigre de dientes de sable, pero brilla por la noche. Como en Avatar. Mola.

 

*Miguel Abril es ingeniero electrónico en el Instituto de Astrofísica de Andalucía del CSIC, en Granada, y miembro del grupo de divulgación científica Big Van.

Gemelos y epigenética:  diferencias entre ‘clones’

Por Carlos Romá Mateo*

Uno de los recursos más utilizados en el cine de ciencia ficción, desde que la genética es una disciplina con cierta popularidad, es el de los clones. Para cualquier persona de a pie, un clon es un ser exactamente igual a otro, creado de manera artificial utilizando una muestra de su material genético. El cine nos muestra complejos procesos, laboratorios asombrosos y tanques llenos de líquido donde flotan, desnudos, los cuerpos de los escalofriantes clones. Pero realmente no hace falta tanto; la naturaleza está repleta de clones. Cuando una célula sufre un proceso de mitosis, se divide en dos células con idéntico material genético, de modo que todas las bacterias que ‘nacen’ a partir de una única bacteria fundadora son clones de esta última. Hasta que el efecto del azar, la selección natural o mecanismos de intercambio genético entre individuos terminen por variar significativamente la secuencia del genoma, podemos seguir hablando de clones.

Gemelos

/Eddy Van 3000. Wikimedia Commons.

Por lo tanto, clonar un humano no sería tan difícil como lo pintan en las películas: solo necesitaríamos echar mano de la primera célula en la generación del organismo (el cigoto recién fecundado), y a continuación forzar una división para separar las células subsiguientes, permitiéndoles desarrollar embriones independientes. Algo más lento y menos espectacular que los tanques de las películas, pero más factible. De hecho, lo que hemos descrito es algo tan común como lo que sucede en el desarrollo de los gemelos monocigóticos. Mismo genoma, desarrollo independiente. No debería sorprendernos que sean tan parecidos.

No obstante, desde que los científicos son capaces de indagar en las profundidades de los núcleos celulares y de leer los genomas (o porciones de ellos) de manera relativamente rápida y eficiente, las pequeñas diferencias –como diría el famoso Jules de Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994)– saltan a la vista. Fenómenos intrínsecos a la sucesión de divisiones que se producen durante el desarrollo, o microcambios en el ambiente alrededor de cada feto, van sumando diferencias que a simple vista no suelen apreciarse al contemplar a los individuos una vez nacidos.

Starwars epigenética

/Carlos Pazos (molasaber.org).

Entre todos estos mecanismos diferenciadores, destaca por su tremenda actualidad el que relaciona precisamente el ambiente con la expresión génica, lo que conocemos como epigenética. Esta disciplina, que estudia la forma en que fenómenos externos a las células (y en ocasiones incluso al organismo completo) condicionan el funcionamiento de los genes en su interior, es capaz de explicar hitos críticos en el desarrollo embrionario. Además, las denominadas marcas epigenéticas, que silencian o activan segmentos génicos completos en respuesta a señales ambientales, se hallan en la base de multitud de diferencias entre individuos sanos y enfermos. Para entender mejor esto, podríamos imaginar los genes como gruesos volúmenes de información: algunos de los cuales pueden sencillamente abrirse y ser leídos y otros se encuentran cerrados por un candado que impide su lectura. En otras ocasiones, más que un candado encontramos una notita que aporta información extra, relevante para la lectura del contenido del libro. Estos candados y notitas serían las marcas epigenéticas, que modulan el efecto de los genes sobre las funciones celulares, lo que se conoce como expresión génica.

Por lo tanto, entender la epigenética está resultando una pieza clave para completar el complejo puzle que desvela la interacción entre agentes externos, modos de vida y fisiología celular. En este sentido, los gemelos casi idénticos, estos ‘clones’ naturales, suponen una magnífica oportunidad para estudiarlo.

¿Cuánto condiciona el genoma por sí mismo y cuánto aporta el ambiente para dar lugar a las diferencias observables a simple vista? Esta pregunta resume la relación entre la información contenida en los genes y su efecto final sobre el organismo; lo que los científicos llaman genotipo frente a fenotipo.

¿Por qué los gemelos sufren distintas enfermedades?

Uno de los grupos más experimentados en el estudio de los gemelos, en el contexto de la investigación sobre el cáncer, es el de Manel Esteller. Sus trabajos han desgranado el genoma de parejas de gemelos, buscando diferencias a nivel de marcas epigenéticas (lo que se viene a llamar epigenoma) que desvelen diferente predisposición a sufrir algún tipo de cáncer. O que arrojen algo de luz sobre por qué el envejecimiento acentúa las diferencias. Es una de las únicas formas de constatar si realmente hay una importante contribución de los hábitos de vida (fumar o hacer ejercicio, por ejemplo) en la regulación epigenética, algo que todavía se debate acaloradamente. A fecha de hoy, siguen presentándose resultados que se centran en analizar las marcas epigenéticas en genes implicados en enfermedades como el Parkinson o la artritis reumatoide, utilizando como sujetos de estudio hermanos gemelos. Aun presentando la misma probabilidad genética de desarrollar la enfermedad (puesto que la versión de los genes relacionados con la patología es la misma en ambos individuos), los investigadores encuentran que algunos la padecen y otros no, y esta situación coincide precisamente con una distribución de marcas epigenéticas diferente entre ambos.

Sin embargo, experimentar con humanos no suele estar bien visto, y tampoco hay tantos gemelos monocigóticos disponibles y prestos a participar en estudios de esta índole. Una cosa es correlacionar el estado patológico con alteraciones epigenéticas, y otra, encontrar la relación causal entre el ambiente y la redistribución de estas marcas en los genes. Pero las pistas están ahí. Mientras tanto, seguiremos obteniendo información muy valiosa gracias a los animales modelo. Estudios en ratones de laboratorio genéticamente idénticos permiten afinar el tiro mucho más. gattaca-cartel-lecoolvalencia

Algunos resultados parecen indicar que incluso la generación de nuevas neuronas y la estimulación de las conexiones entre ellas se ven influidas por el comportamiento. Cuando ratones genéticamente idénticos fueron criados en diferentes condiciones de enriquecimiento ambiental, aquellos en los que se promovió la exploración, la identificación de objetos nuevos y el ejercicio mental, por decirlo de alguna manera, mostraron un mayor crecimiento neuronal. La posibilidad de que la actividad cerebral, incluso en el individuo adulto, altere la regulación génica hasta el punto de potenciar el crecimiento de nuevas células, surge como una posible explicación para las diferencias cognitivas en individuos que, genéticamente, podrían considerarse clones. La base de la individualidad, la personalidad o el esquivo componente ambiental de muchas enfermedades mentales podrían estar muy influidos por los cambios epigenéticos. Aunque falta atar muchos cabos para poder aseverar esto con rotundidad, muchos estudios en materia de neurobiología van también en esta dirección y seguro que el futuro nos depara interesantes sorpresas.

Cuando se acercaba el final del Proyecto Genoma Humano, al comienzo del presente milenio, el determinismo genético poblaba la mayoría de titulares y preocupaba enormemente a la sociedad. La magnífica película Gattaca (Andrew Niccol, 1997) se hacía eco de estas preocupaciones y lanzaba la pregunta sobre cuánto influye realmente el libro de instrucciones celular en nuestro destino, y cuánto depende de cómo nos acerquemos a dicho destino a lo largo de la vida. En la actualidad, los descubrimientos epigenéticos nos llevan hacia el otro extremo. Hoy día parece que nos preocupa cómo manejamos nuestros genes, a qué agresiones los sometemos siendo adultos, y qué  influencia puede tener esto sobre la genética de nuestros descendientes. Es más que probable, como suele suceder, que las respuestas se hallen a medio camino entre ambas posturas

*Carlos Romá Mateo es el autor del libro La epigenética, de la colección de divulgación del CSIC y Los Libros de la Catarata ‘¿Qué sabemos de?’. Es investigador en la Plataforma de Investigación en Epigenética del CIBERer y la Facultad de Medicina y Odontología de la Universitat de València, y profesor en la Universidad Europea de Valencia. Además es co-creador y guionista del cómic de divulgación The OOBIK proteo-type.