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Las mujeres invisibles en la aviación y la carrera espacial de EE.UU.

Por Pedro Meseguer* (CSIC) y Mar Gulis

La invisibilidad física ha sido un tema recurrente en la narrativa fantástica, mediante polvos mágicos, capas de invisibilidad o con recónditos mecanismos científicos. Ha generado relatos extraordinarios que tanto la literatura como el cine han aprovechado para construir tramas de misterio. Por el contrario, la invisibilidad social, la que ignora de plano a un grupo de personas en una sociedad, es real y profundamente dañina para la sociedad. Ejemplo de ello es la historia de un grupo de mujeres matemáticas negras que trabajaron como computistas para la aviación y la exploración espacial en los Estados Unidos, primero en la NACA (National Advisory Committee for Aeronautics) y después en la NASA (National Aeronautics and Space Administration). A lo largo de la historia han permanecido invisibles, excepto en el libro Hidden Figures (Figuras ocultas en castellano), de la escritora estadounidense Margot Lee Shetterly, y la película con el mismo nombre (2016).

Fotograma de la película ‘Figuras ocultas’ / Fox 2000 Pictures

Para conocer su historia hay que remontarse a la década de los años 40 del siglo pasado, cuando Estados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial. La necesidad de diseñar y mejorar los aviones militares llevó a contratar a muchas mujeres como computistas, ya que la mayoría de los hombres estaba en el frente. En 1943, tras un año de guerra, estaba claro que vencer pasaba por la supremacía aérea. Eso implicaba mejores aviones, lo que requería una cantidad enorme de cálculos. En aquel momento las computadoras digitales no estaban disponibles —el ENIAC fue uno de los primeros ordenadores y se instaló en 1946—, por lo que esos cálculos se harían a mano, con la ayuda de reglas de cálculo y máquinas electromecánicas. La NACA (institución predecesora de la NASA que había nacido en la anterior gran guerra) contrató personal técnico en su centro de investigación de Langley, en Hampton (Virginia). Ese estado, bajo las leyes de Jim Crow, era uno de los más beligerantes a favor de mantener la segregación racial. Bajo la fórmula de “separados pero iguales”, la segregación impregnaba todos los ámbitos de la vida social: “los negros y los blancos vivían por separado, comían por separado, estudiaban por separado, se relacionaban por separado, iban a la iglesia por separado y, en la mayoría de los casos, trabajaban por separado”. Y los servicios para la comunidad negra, especialmente la educación, eran de peor calidad.

La historia invisible de Dorothy Vaughan, Mary Jackson y Katherine Goble Johnson

En este contexto, en Langley se constituyeron dos grupos de computistas: la unidad del este, compuesta por mujeres blancas, y la unidad segregada del oeste, formada por mujeres negras y comandada por una mujer blanca. Entre ellas, la más veterana era Dorothy Vaughan, que entró de computista en la unidad oeste y llegó a ser su directora en 1951. Tras la guerra, muchas de sus integrantes fueron transferidas a otros departamentos no segregadas y, en 1958, esa unidad se desmanteló, terminando de forma oficial con la segregación en el centro de investigación.

Dorothy Vaughan, Mary Jackson y Katherine Goble Johnson son las protagonistas de esta historia

Pero la comunidad negra seguía siendo de segunda. La crisis de los nueve de Little Rock en 1957, o la decisión del gobernador de Virginia de cerrar las escuelas en las ciudades que habían seguido adelante con la no segregación en 1958, eran muestras claras de la tensión racial existente en la sociedad, que aparecía al llevar a la práctica el derecho a la educación. Si volvemos unos años atrás, cuando las necesidades militares debido a la guerra de Corea se habían vuelto a agudizar, a la unidad comandada por Dorothy Vaughan entró, en 1951, Mary Jackson. En 1956, Jackson comenzó a estudiar ingeniería, con un permiso especial de la universidad de Virginia para asistir a clase con estudiantes blancos. Y más tarde fue promovida a ingeniera aeroespacial. En 1953, se unió a la unidad Katherine Goble Johnson, quien pronto fue transferida a la División de Investigación de Vuelo, donde alcanzó un trato con los ingenieros por sus sólidas aportaciones. Las decisiones se tomaban en reuniones a las que solo asistían los ingenieros varones, pero ella pidió asistir. Sin embargo, le respondieron: “las chicas no van a las reuniones”. Rompió la norma y pudo asistir. Más tarde, cuando la NACA se transformó en la NASA, John Glenn, el astronauta del primer vuelo orbital estadounidense, pidió que fuese Johnson quien revisase los números, antes de su viaje. Los cálculos se habían realizado con computadoras, pero Johnson repitió todo el cómputo y lo corroboró. El vuelo fue un éxito. Después, la ingeniera estuvo implicada en el cálculo de las órbitas del módulo lunar y el módulo de servicio en la misión Apolo que llevó astronautas a la Luna.

La ingeniera Katherine Goble Johnson participó en el cálculo de las órbitas del módulo lunar y el módulo de servicio en la misión Apolo que llevó astronautas a la Luna

La llegada de computadoras significó un cambio sustancial en el trabajo de estas personas. Dorothy Vaughan y Katherine Goble Johnson se reciclaron como programadoras de Fortran y continuaron calculando con los primeros mainframes, que alimentaban con cintas y tarjetas perforadas. Mary Jackson trabajaba como ingeniera, y en los años 70 pasó a integrar el Comité Federal de Mujeres. Después fue nombrada directora del Programa Federal de Mujeres para ayudar a las mujeres en Langley.

El libro Figuras ocultas no deja dudas sobre la trascendencia del trabajo realizado, de forma invisible, por estas y otras mujeres. Ahora esa labor comienza a ser reconocida públicamente. De hecho, en la ciudad de Hampton (Virginia), se inauguró en 2017 un centro de computación con el nombre de una de ellas: el Katherine G. Johnson Computational Research Facility, integrado en el NASA Langley Research Center. Un acto en el que ella estuvo presente. Katherine G. Johnson murió en 2020, y su trayectoria ha dejado una estela imborrable de trabajo bien hecho, y un ejemplo nítido para todas aquellas mujeres que se quieran dedicar a la ciencia y la tecnología.

 

*Pedro Meseguer es investigador en el Instituto de Investigación en Inteligencia Artificial del CSIC.

11 de febrero: científicas en las aulas

Por Mar Gulis (CSIC)

‘De mayor quiero ser científica’, ‘¿Qué hace una investigadora del CSIC en Etiopía?’ o ‘Cómo contar peces sin mojarse’ son algunos de los títulos de las más de 2.000 actividades que estos días se celebran en centros educativos, universidades e institutos de investigación de toda España para celebrar el Día internacional de la mujer y la niña en la ciencia y visibilizar el trabajo femenino en el ámbito de la investigación.

Entre el 1 y el 15 de febrero se han programado múltiples iniciativas para que las investigadoras hablen sobre sus carreras científicas en campos tan diversos como la genética, la nanotecnología o la arqueología, y compartan con el alumnado cómo se convirtieron en científicas. Junto con su experiencia vital, las investigadoras también abordarán la situación de la mujer y la ciencia en España, pues aún queda mucho recorrido para alcanzar la igualdad en este ámbito.

El campus central del CSIC en Madrid se ha sumado a esta celebración con unas banderolas que visibilizan a mujeres científicas de la institución. / Sandra Díez (CSIC)

Las charlas en las aulas de centros educativos de todos los niveles son las actividades más abundantes, pero también hay otras muchas propuestas, como talleres, exposiciones, proyecciones y yincanas en los propios centros de investigación. Toda la agenda de actividades puede consultarse en la web https://11defebrero.org/.

El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) participa en esta iniciativa con 200 actividades que se desarrollarán en todo el país, tanto en sus centros de investigación como en las aulas de colegios e institutos. “Es esencial que las niñas y los niños cuenten con referentes femeninos, y que vean la ciencia como una opción profesional factible si queremos que la investigación en España tenga futuro”, explica Leni Bascones, investigadora del Instituto de Ciencias de los Materiales de Madrid del CSIC y coordinadora del Día internacional en España.

Además, en las redes sociales de la institución se irán colgando diversos vídeos que destacan el papel de algunas investigadoras del CSIC, como María Ángeles Durán, Susana Marcos o Auxiliadora Prieto. “No es que tú necesites a la ciencia, la ciencia te necesita a ti”, afirma Durán, Premio Nacional de Sociología 2018, en uno de estos vídeos. “La ciencia es mucho mejor cuando hay gente muy distinta tratando de empujar el carro”, comenta. Los centros de Andalucía también hacen su particular homenaje a las investigadoras que trabajan en ellos con un relato audiovisual en el que las madres de investigadoras narran cómo ha sido la carrera de sus hijas.

En diciembre de 2015, la Asamblea General de las Naciones Unidas decidió proclamar el 11 de febrero como el Día internacional de la mujer y la niña en la ciencia en reconocimiento al papel clave que las mujeres desempeñan en la ciencia y la tecnología. Con esta conmemoración se persigue también apoyar a las mujeres científicas, promover el acceso de las mujeres y las niñas a la educación y la investigación en ciencia y tecnología, y favorecer su participación en esas actividades.