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Corales: los chivatos del océano

Por Mar Gulis (CSIC)

En plena revolución industrial, los canarios, muy a su pesar, cumplieron un importante papel en las minas de carbón. Al ser unos pájaros muy sensibles al metano y al monóxido de carbono, los mineros los utilizaban como señal de alarma. Los llevaban a la mina y cuando los canarios dejaban de cantar, los mineros escapaban a toda velocidad. Afortunadamente hoy se utilizan detectores de gases y sistemas de ventilación como métodos de alerta.

Corales marinos. / USFWS/Jim Maragos. Flickr

Corales marinos / USFWS/Jim Maragos. Flickr

El científico John Veron, descubridor de innumerables especies de corales marinos, se refirió a esta anécdota para ilustrar la importancia de estos organismos en los ecosistemas oceánicos. En un artículo en Yale Environment 360, el investigador australiano concluyó que los arrecifes de coral son los canarios de los océanos, y que, por ello, los humanos debemos estar atentos a sus señales. En otras palabras, el delicado estado de estos animales –sí, aunque parezcan plantas, son animales– es un indicador del empeoramiento de la salud de los océanos. Según el World Resources Institute, alrededor del 75% de los corales que hay en el mundo está en peligro.

Estos organismos calcáreos, que se componen de animales diminutos –pólipos– y de los esqueletos que dejan al morir, están sufriendo las consecuencias de la progresiva acidificación de los océanos. El aumento de emisiones de CO2 explicaría este fenómeno. Precisamente cuando comenzó la revolución industrial, mientras los mineros utilizaban a los canarios en las minas, empezaba a detectarse la peligrosa acidificación en las aguas oceánicas. Desde entonces, la acidez promedio del océano superficial ha aumentado un 30%, según el proyecto Malaspina, liderado por el CSIC.

Al absorber parte del CO2 que emitimos los humanos a la atmósfera, los océanos están experimentando un descenso del pH del agua, que pierde alcalinidad. En eso consiste la acidificación, que a su vez provoca una disminución de la capacidad del océano de absorber más CO2 atmosférico. Así, cada vez será más difícil estabilizar las concentraciones de este gas de efecto invernadero que contribuye al cambio climático.

No solo los corales se ven afectados por el aumento de la acidificación, también otros organismos calcáreos como los mejillones. / Flickr

No solo los corales se ven afectados por el aumento de la acidificación, también otros organismos calcáreos como los mejillones / Flickr

Durante la expedición Malaspina, cuyo objetivo principal era evaluar el impacto del cambio global en los océanos, las mediciones que se realizaron en el Atlántico Norte Subtropical demostraron que la acidificación ha penetrado ya en las profundidades oceánicas y es perceptible hasta los 1.000 metros de profundidad. Así se explica en uno de los paneles que conforman la exposición Un mar de datos, que compila los principales resultados obtenidos en este ambicioso proyecto de investigación oceanográfica. Un agua oceánica cada vez más ácida tendrá efectos negativos para la biodiversidad, especialmente para los organismos que construyen estructuras de carbonato, como corales, moluscos, crustáceos y erizos de mar.

Sin embargo, la pérdida de corales tiene consecuencias especialmente desastrosas, pues estos organismos son el hábitat natural de miles de especies marinas (en torno al 25% del total), algunas de ellas de consumo humano. No solo eso. Gracias a su consistencia, los arrecifes de coral protegen a las costas de la erosión y los embates de las olas, formando recintos poblados por muchos animales que son fuente de alimento de otros organismos superiores. Si el coral sufre daños irreparables y es incapaz de regenerarse, otras especies estarían condenadas a la desaparición.

Con los niveles actuales de emisión de CO2, las concentraciones de este gas podrían aumentar exponencialmente para finales de este siglo. Y mientras la acidificación puede acelerarse en cortos períodos de tiempo, la comunidad científica cree que no existen soluciones capaces de invertir el proceso en el corto plazo. Pero no es esta la única amenaza para los arrecifes de coral: la sobrepesca, la contaminación y los vertidos, el exceso de sedimentación, o los aumentos de la temperatura del agua también juegan en su contra.

Los corales, como los canarios, ya nos están avisando.

¿De dónde viene la sal del mar?

Por Mar Gulis

Si observamos la etiqueta de una botella de agua mineral, comprobaremos que contiene una pequeña cantidad de sales. Estos componentes no han sido añadidos artificialmente sino que provienen de la disolución de las rocas por las que ha pasado el agua (un proceso que recibe el nombre de lixiviación).

Boyas SMOS

Boyas usadas durante la Expedición Malaspina 2010 para medir la salinidad superficial del océano con el satélite SMOS de la Agencia Espacial Europea (ESA). / Joan Costa-CSIC

Durante millones de años el agua procedente de ríos y manantiales, como la de la botella, ha ido a parar al mar. Junto con ella, el polvo que el viento transporta desde tierra, las cenizas volcánicas y las fuentes hidrotermales de los fondos marinos también han ido depositando sales en mares y océanos. En ocasiones de forma nada desdeñable, como ocurre habitualmente con las tormentas de arena procedentes del Sahara o como sucedió en 2010 con la erupción del volcán islandés Eyjafjallajokull.

Puesto que en el proceso de evaporación del mar el agua se va pero las sales se quedan, la concentración de sales ha ido aumentando, año tras año, hasta alcanzar la salinidad actual, que es aproximadamente de unos 35 gramos de sal por litro de agua de mar. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la salinidad puede variar bastante entre diferentes mares. Por ejemplo, en el Mar Muerto, que está bastante aislado y en el cual hay mucha evaporación, la salinidad puede ser muy elevada –entre cinco y diez veces mayor que la del Mediterráneo–. En cambio, en la Antártida encontramos habitualmente salinidades de 33 o 34 psu (aproximadamente 33 o 34 gramos de sal por litro de agua). Esto es debido a la disolución de los icebergs y las masas de hielo continental.

Sin sales, los océanos y la Tierra no serían lo que son. Estos compuestos hacen que el agua de mar sea más densa que las aguas continentales y que tenga un punto de congelación menor, unos -2º C. Las pequeñas diferencias de salinidad y temperatura hacen que algunas masas de agua sean más densas que otras (a más salinidad y menos temperatura, más densidad). El agua más densa se hunde y deja lugar en la superficie a aguas menos densas, lo cual es clave para la circulación de las corrientes marinas que distribuyen el calor por el planeta y regulan su climatología.

Además, las sales son de vital importancia para los organismos marinos. Por ejemplo, el esqueleto de ciertos corales y las conchas de almejas, ostras y algunos caracoles están construidos con carbonato cálcico.

5 años de variaciones en la salinidad superficial del mar captadas por el satélite SMOS / ESA

 

Si quieres más ciencia para llevar sobre las sales del mar consulta las web El mar a fondo e ICM Divulga, así como la exposición Un mar de datos.