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¿En qué se diferencia un robot de otros tipos de máquinas?

AutoraPor Elena García Armada (CSIC)*

En el año 2000, el CSIC llevó a la feria Aula un robot llamado SILO4, un pequeño cuadrúpedo rojo y del tamaño de una mesa rinconera diseñado en el Instituto de Automática Industrial –hoy, Centro de Automática y Robótica (CSIC-UPM)–. La principal función de SILO4 era la de caminar: eso que cualquier animal hace de forma natural a nosotros, nos había costado tres tesis doctorales, la mía entre ellas, y dos proyectos de investigación.

Entre las muchas visitas que atendimos, una de ellas fue la de una niña rubita de unos siete años. Cuando nos preguntó “¿Esto qué es?”, el compañero que había hecho el diseño mecánico y supervisado la fabricación del SILO4, con la cabeza alta y el pecho hinchado, contestó: “Es un robot”. La niña reflejó una mezcla de sorpresa y curiosidad en su rostro. Tras una pausa de pocos segundos, volvió a preguntar: “¿Y qué sabe hacer?”. Mi compañero volvió a inflar el pecho, alzó la cabeza y, muy satisfecho, respondió: “Este robot sabe andar”. Tras otra pausa, la niña volvió a la carga: “¿Y qué más sabe hacer?”. Mi compañero se desinfló ligeramente, arrugó un poco el ceño y dijo: “No hace nada más, caminar ya es bastante para un robot”. La expresión de decepción de la niña precedió a su fulminante conclusión, que no tardó en expresar con total desinhibición: “Pues vaya cosa. Mi muñeca Pili anda y además hace pis”. Dio media vuelta y se marchó, muy orgullosa de su muñeca y bastante decepcionada por esa mesa roja andante que se hacía llamar robot y ni siquiera era capaz de hacer pis.

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Elena García Armada (en la imagen) dedicó su tesis a hacer que SILO4 caminara.

Siguiendo el razonamiento de la niña, podríamos preguntarnos qué tienen de especial los robots si otras máquinas, mecanismos o muñecos aparentemente pueden realizar más funciones que ellos. ¿Qué es, por ejemplo, lo que distinguía a Pili y otras muñecas andantes de SILO4? Pues, a diferencia de lo que creía la protagonista de nuestra anécdota, era precisamente la capacidad de caminar la que marcaba esa diferencia. Pili movía sus piernas rígidas de forma cíclica y mecánica, sin prestar atención al suelo o al entorno que la rodeaba, y por tanto se caía a la menor perturbación en el camino, o a veces sin ella, y seguía moviendo las piernecitas mientras se quedaba tendida en el suelo, sin tener conocimiento de lo sucedido. En cambio, SILO4 tenía tres articulaciones en cada pata que le permitían adaptarse al terreno; además, era capaz de asegurarse de que la postura elegida y los apoyos seleccionados eran estables y le conducían a su destino.

SILO4 estaba dotado del trinomio percepción-decisión-acción, es decir, percibía información del entorno y de sí mismo y la utilizaba en un proceso de razonamiento más o menos sofisticado para ejecutar una acción: el próximo movimiento. De esta forma, tenía la capacidad de realizar de manera autónoma una operación antes reservada a las personas, y esta es precisamente la característica que distingue a los robots de otras máquinas.

Podemos observar este comportamiento en otros robots integrados en nuestra vida cotidiana, como los robots cortacésped o de limpieza. Estos últimos, por ejemplo, se diferencian de una aspiradora tradicional porque limpian sin intervención humana, evitando obstáculos, adaptándose al grado de suciedad y asegurando la higiene completa.

La autonomía de los robots se debe a su condición programable. Es un programa informático o electrónico lo que hace posible que el robot tome decisiones. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el robot únicamente podrá tomar decisiones que hayan sido programadas, a partir de estímulos que sea capaz de percibir (a través de sus sensores) y sobre aquellas acciones que pueda realizar (gracias a su diseño mecánico). Por eso, el programa, el sistema de percepción y el diseño constituyen, al mismo tiempo, las capacidades y los límites del robot. No puede tomar una decisión que no haya sido programada, no puede ver su entorno si no tiene cámaras de visión artificial y no puede manipular objetos, si no tiene manos, entre otros ejemplos. No puede hacer pis si no se ha diseñado para ese fin.

 

* Elena García Armada es investigadora en el  Centro de Automática y Robótica (CSIC-UPM) y autora del libro de divulgación Robots (CSIC-Catarata).

Este es Paro, el robot-mascota terapéutico

Por Mar Gulis

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Paro fue diseñado en 1993 en Japón y está programado para dar cariño / Wikipedia

Parece una foca de peluche, pero las apariencias engañan. Se llama Paro y su aspecto ‘achuchable’ oculta en realidad un sofisticado robot. Diseñado en 1993 por Takanori Shibata para el Intelligent System Research Institute de Japón, no se empezó a comercializar hasta 2004. Hoy varios países lo utilizan en hospitales pediátricos y residencias de ancianos para que estimule afectivamente a los pacientes. Paro está programado para ‘dar cariño’: es un ejemplo de lo que se conoce como roboterapia.

Gracias a los avances tecnológicos, y en concreto de la robótica –una disciplina basada en las matemáticas y la electrónica–, se está dando un salto de la zooterapia a la roboterapia. Hace tiempo que los beneficios de usar mascotas en la rehabilitación o el tratamiento de enfermedades crónicas o patologías psicológicas están ampliamente aceptados. Los animales pueden tener un impacto positivo en el plano social, emocional y cognitivo del paciente, e incluso en aspectos físicos como “normalizar el ritmo cardiaco”, explica la ingeniera Elena García Armada, del Centro de Automática y Robótica del CSIC. Sin embargo, a veces “es complicado introducir animales en los hospitales por problemas sanitarios, posibles pacientes con alergias, etc. Por eso un robot que tenga los mismos efectos terapéuticos puede ser muy beneficioso”, añade.

¿Cómo se consigue que una máquina sea capaz de transmitir y generar afecto? La foca Paro cuenta con sensores de temperatura, tacto, luz, audio y también de posición con los que percibe a las personas y recoge información de su entorno: diferencia la luz y la oscuridad, distingue entre una caricia o un golpe e incluso ‘entiende’ algunas palabras. Lo más importante es que puede comprender determinados comportamientos: si le propinan un golpe, no repetirá su acción anterior, mientras que cuando recibe una caricia sabrá que en el futuro debe volver a comportarse igual para recibir la misma respuesta.

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Robot fabricado por Toyota / Wikipedia

Armada incide en que Paro “no tiene capacidad emocional real, sino que está programada”. Detrás de este tipo de robots hay equipos de psicólogos, médicos y terapeutas que “estudian las emociones y evalúan lo que necesitan los pacientes”. Después, ingenieros como ella programan a partir de las directrices que les dan usando modelos matemáticos. Por ejemplo, Paro lleva incorporados motores para que se mueva de una manera que exprese cariño. Pero, como subraya Armada, ese movimiento siempre “responde a un modelo prediseñado”.

Pleo, el dinosaurio desarrollado por Laboratorios Innvo, Aiso1, diseñado en España por Aisoy Robotics, o el Teddy Bear de Fujitsu serían otros ejemplos de robots-mascota con fines terapéuticos. Pero la robótica está yendo más lejos. “Ya hay robots cirujanos, robots que ayudan a pacientes o a niños autistas, exoesqueletos que permiten caminar, robots para la escuela…”, enumera Armada. Todos ellos formarán parte de la denominada robótica de los servicios, que incluye un sinfín de aplicaciones. En definitiva, hablamos de robots ideados para facilitar la vida a los seres humanos.

 

Si quieres más ciencia para llevar sobre robótica consulta el libro Robots. Al servicio del ser humano (CSIC-Catarata), de la investigadora del CSIC Elena García Armada.