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Autofagia o cómo se elimina la basura de nuestras células

Por Laura Baños Carrión* (CSIC)

Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, los seres humanos generamos basura constantemente. Deshacernos de ella es un acto sencillo y cotidiano, y encontramos a pocos pasos de nuestras viviendas y trabajos algún contenedor donde poder tirarla.  Nuestras células también producen basura todo el tiempo, pero ¿cómo se deshacen de ella? El mecanismo que utilizan para mantenerse limpias es conocido como autofagia, un término que proviene del griego y que significa ‘’comerse a uno mismo’’.

La autofagia es la forma que tienen las células de mantenerse en condiciones óptimas y saludables, evitando que se acumulen productos de desecho que puedan afectar a su funcionalidad. Es un sistema de limpieza por el que, como si fueran una aspiradora, las células se tragan la suciedad, que en su caso serían todos aquellos componentes celulares y proteínas dañadas, que no funcionan correctamente o que simplemente ya no necesitan.

Un sistema de limpieza y reciclaje celular

En condiciones normales, este proceso ocurre a niveles basales, es decir, a unos niveles mínimos en los que se garantiza la calidad de la célula. Sin embargo, se ve incrementado ante situaciones de estrés o demanda energética. Sin oxígeno, la célula no tiene forma de obtener energía y por tanto la autofagia se ve incrementada para intentar ahorrar energía reutilizando componentes. Cuando escasean los nutrientes, se activa la autofagia y se forma una vesícula de doble membrana en el interior de la célula llamada autofagosoma. Es una especie de bolsa de basura celular que engloba los residuos (como las proteínas mal plegadas) y los envía a unos orgánulos celulares denominados lisosomas. En este momento, los lisosomas, gracias a su alto contenido en enzimas digestivas, son capaces de descomponer prácticamente cualquier tipo de material biológico en los pequeños elementos que lo forman.

Pero no hay nada que se desaproveche. Estas piezas descompuestas se convierten en nuevos componentes celulares que pueden volver a utilizarse. Por ejemplo, una proteína defectuosa se degradaría en aminoácidos, que pueden reutilizarse para formar una nueva proteína funcional en lugar de tener que ser sintetizados de cero, ahorrando así energía. Por lo tanto, la autofagia, además de ser un sistema de limpieza, también funciona como un sistema de reciclaje celular.

Existe un tipo de autofagia selectiva: la xenofagia. Detecta microorganismos que han entrado dentro de la célula, incluidos los virus y bacterias

Y todavía hay más. Existe un tipo de autofagia selectiva: la xenofagia, que detecta específicamente los microorganismos que han entrado dentro de la célula, incluidos los virus y bacterias, los engulle y los dirige a los autofagosomas para su posterior degradación. Es una forma de defensa frente a infecciones, eliminando los patógenos y activando a las células de nuestro sistema inmune. No obstante, algunos patógenos han aprendido a ‘hackear’ este sistema, utilizando los autofagosomas como sitios de replicación y/o proliferación.

¿Y si falla la autofagia?

Después de saber todo esto, parece que no podemos vivir sin autofagia. Y así es. Cuando este sistema no funciona correctamente, se acumula basura en las células, esto puede afectar a su funcionamiento y resultar muy perjudicial.  De hecho, se ha demostrado que cuando la autofagia está alterada (bien por inactivación o por hiperactivación) da lugar a algunas enfermedades neurodegenerativas, cardiovasculares, autoinmunes, metabólicas e incluso diversos tipos de cáncer.

La enfermedad de Lafora es un ejemplo en el que se produce un fallo en la autofagia, aunque en este caso dicha alteración no es la causa principal.  En el Instituto de Biomedicina de Valencia (IBV) del CSIC, investigamos esta enfermedad ultrarrara que apenas afecta a una persona cada millón de habitantes y que principalmente cursa con crisis epilépticas y neurodegeneración. Aparece en población infantil y juvenil y, desafortunadamente, provoca la muerte de los pacientes en apenas diez años desde la aparición de los primeros síntomas.

Aunque se piensa que la causa principal de la enfermedad es la acumulación de una forma anormal de glucógeno (la molécula donde el cuerpo almacena la glucosa para poder aprovecharla cuando tiene necesidad inmediata de obtener energía) en el cerebro y otros tejidos, existen alteraciones a otros niveles. Se han detectado fallos en la autofagia, pero todavía se desconocen los mecanismos moleculares por los que este proceso está desregulado en esta enfermedad.  La autofagia es un proceso muy controlado, a la vez que complejo, en el que participan muchas proteínas que hacen posible la formación de los autofagosomas y la posterior degradación lisosomal de los residuos celulares. Esto implica que la alteración de la autofagia puede venir por fallos a distintos niveles de control.

Al igual que la mayoría de las enfermedades raras, la enfermedad de Lafora no tiene cura. Existen más de 7.000 enfermedades raras y, a pesar de ser poco frecuentes, alrededor de 3 millones de personas en España padece alguna de ellas. Con la investigación, podremos conocer el mecanismo molecular y lograr tratamientos adecuados que permitan mejorar la calidad de vida de las personas afectadas e incluso ampliar su esperanza de vida y, quién sabe, quizá en un futuro poder curarla.

* Laura Baños Carrión es investigadora en el Instituto de Biomedicina de Valencia del CSIC.

Cómo instalar microlaboratorios dentro de células vivas

enrique70teresa editadoPor Teresa Suárez y Enrique J. de la Rosa (CSIC)*

El empeño de entender cómo funciona el mundo que nos rodea ha acompañado a la humanidad desde su origen. Tanto al destripar un juguete como al diseñar y construir el equipo científico más sofisticado, los seres humanos buscamos comprender algo que nos intriga. El desarrollo de las técnicas e instrumentos de laboratorio para analizar el funcionamiento de las células y los tejidos ha evolucionado con una rapidez vertiginosa en los últimos 50 años. Así hemos aprendido cómo funcionan las células, y también cómo se deterioran con la enfermedad o con la edad. Ahora bien, en muchos casos, para conocer su actividad, tenemos que romper las células y examinar su contenido, por lo que solo obtenemos una ‘foto fija’. Y, como muy bien comprenderás, una película sería mucho más informativa, ¿no?

En estos últimos años, científicos y tecnólogos de diversos campos (físicos, químicos, biólogos, médicos, ingenieros…) se han unido para alcanzar una meta común: llevar los equipos de laboratorio al interior de la célula viva y, así, realizar el análisis de los procesos que tienen lugar a lo largo del tiempo en una misma célula. Evidentemente, los equipos se tienen que adaptar al tamaño de la célula, que se mide en micrómetros (µm), la millonésima parte de un metro. Una célula común tiene entre 10 y 20 µm de diámetro; la pantalla de tu smartphone, si es de los pequeños, 60.000 µm de ancho. También deber ser biocompatibles y no interferir con su funcionamiento, ni dañarla. Esta miniaturización ha sido posible gracias a las nuevas tecnologías (concretamente, a la nanotecnología).

Microchips

Microchips en el interior de células humanas/ Gómez-Martínez et al. Nature Nanotechnology

El grupo de José A. Plaza, del Centro Nacional de Microelectrónica, en Barcelona, ha desarrollado microchips de silicio, como los de los ordenadores, diseñados y estructurados de forma precisa para incluir, por ejemplo, dispositivos mecánicos que responden a fuerzas o estímulos diversos. O para depositar sobre ellos, de manera ordenada, diferentes moléculas químicas que actúen como sensores, siendo capaces de reaccionar con otras moléculas presentes dentro de la célula y proporcionar información, como han hecho nuestros colaboradores de la Universidad de Barcelona bajo la dirección de Lluisa Pérez.

El siguiente reto ha sido llevar estos microequipos, de 20 a 50 veces más pequeños que el grosor de tu cabello, al interior de células vivas, sin que ello suponga la muerte de la célula o que se altere su normal funcionamiento. Esta ha sido la labor de nuestro grupo en el Centro de Investigaciones Biológicas. Todo esto, de momento, solo se ha logrado en experimentos con células en placa de cultivo y bajo un microscopio. Sin embargo, su aplicación en medicina podría ser posible en los próximos años, a medida que evolucionen los aparatos capaces de leer la información que proporcionen cuando estén introducidos en el cuerpo humano.

La ecografía en 3D o la técnica de resonancia magnética nuclear para ver en el interior de nuestros cuerpos eran ciencia ficción no hace tanto tiempo. Los próximos años verán el desarrollo de estos microchips nanoestructurados en paralelo a los instrumentos de detección, de modo que será posible insertar una red de chips que puedan detectar, por ejemplo, el inicio del glaucoma en el ojo mucho antes de que haya pérdida de células de la retina; o introducir, en un tumor inoperable, chips que nos informen en tiempo real de la efectividad del tratamiento aplicado.

 

Teresa Suárez y Enrique J. de la Rosa son investigadores en el Centro de Investigaciones Biológicas (CSIC), en Madrid. Este trabajo es fruto de la colaboración de investigadores del Centro Nacional de Microelectrónica de Barcelona (CNM-CSIC), el Centro de Investigaciones Biológicas de Madrid (CSIC) y la Universidad de Barcelona.