Pareidolia: en ocasiones veo caras

Por Miriam Caro y Emilio Tejera (CSIC)*

¿Quién no se ha tumbado sobre la hierba, en una apacible tarde de verano, y ha jugado a encontrar formas en las nubes? De igual manera, somos capaces de ver rostros, animales y otros elementos familiares en enchufes, casas o paisajes. Internet está lleno de imágenes de objetos con estas cualidades, pero los seres humanos llevamos estableciendo estas analogías visuales desde hace miles de años.

Roca ubicada en la isla volcánica de Heimaey, al sur de Islandia. / Diego Delso (delso.photo)

Nuestra tendencia a ver más de lo que realmente hay explicaría que el Dolmen de Menga, construido hace más de 5.650 años en la actual provincia de Málaga, se alce frente a la Peña de los Enamorados, con su forma de cabeza. También parece probable que los antiguos homínidos desenterrados en el yacimiento de Makapansgat, en Sudáfrica, se hayan dejado encandilar por un guijarro encontrado en esa zona que, de manera natural, se asemeja a un rostro humano.

Caras por doquier

La creación de este tipo de analogías visuales por nuestra mente se denomina pareidolia. Aunque en un principio se asoció a patologías mentales, hoy tenemos claro que es un comportamiento común en el ser humano desde una edad muy temprana. Es la base del famoso test de Rorschach, y también de los emoticonos. Se ha empleado en el arte, en educación y en medicina, y hay lugares turísticos que han alcanzado notoriedad gracias a él, como la Ciudad Encantada de Cuenca.

La neurociencia ha comprobado que mientras ocurre el fenómeno se activan las mismas áreas cerebrales que reconocen esas formas cuando son auténticas, aunque de una manera ligeramente más lenta que si los estímulos fuesen verdaderos. Los estudios confirman la sabiduría popular acerca de que cada persona evoca imágenes distintas, pero que esas percepciones se mantienen con el tiempo, aunque hayan tenido que señalárnoslas al principio. Compartimos esta capacidad con otras especies, y puede verse alterada por procesos como el embarazo, o en varios tipos de trastornos mentales y neurodegenerativos, lo cual podría contribuir a su tratamiento y diagnóstico.

El hecho de ver caras o formas en todo lo que nos rodea se explica porque nuestro cerebro está preparado para simplificar el entorno. Ya habló de ello la ley de la pregnancia de la Gestalt, según la cual la percepción tiende a adoptar las formas más sencillas posibles. Dentro de esta ley general, nos encontramos con las leyes particulares de proximidad, de cierre, de continuidad o de semejanza, que explicarían el porqué de la pareidolia. Los estudios parecen indicar que, en efecto, nuestras neuronas nos predisponen a “completar el dibujo”, y pueden detectar caras a partir de elementos aislados (sobre todo similares a ojos) más que de imágenes en conjunto, aunque muchos de estos aspectos aún se discuten.

Reconocer elementos sueltos como parte de un todo

La pareidolia forma parte de un concepto más amplio denominado apofenia, por el cual inferimos patrones a partir de datos aparentemente aleatorios. En realidad, sólo es una derivación de un fenómeno normal, y útil desde un punto de vista evolutivo: el ser humano tenía que ser capaz de detectar predadores a su alrededor a partir de sutiles percepciones en el entorno, como movimiento, sonido o algo parecido a unos ojos. Y esto explica que funcione tan bien para reconocer rostros, porque debíamos detectar al vuelo el estado mental de quien nos acompaña, para así decidir con rapidez cómo reaccionar.

Esto nos ha ayudado a sobrevivir, e incluso, más adelante, ha formado parte indeleble de algunas nociones culturales del ser humano: desde la creación de las constelaciones hasta la interpretación paranormal de determinados eventos. De hecho, la ciencia también se basa en ese mismo reconocimiento de patrones, con una salvedad: en lugar de creernos lo que, a primera vista, sugieren nuestras impresiones al relacionar ciertos sucesos (origen de buena parte de las teorías de la conspiración), nos dedicamos a comprobar si las conexiones que genera nuestra mente tienen algún fundamento real.

Vivienda en la ciudad de Sibiu, en Transilvania (Rumanía) / Helena Tejera Puente

En el cuento Funes el memorioso, Borges habla de un hombre con una memoria tan exacta que, para él, era distinto un perro de frente que uno de perfil. Eso le impedía ejercer la capacidad de abstracción y, por tanto, le hacía imposible pensar. La pareidolia, en el fondo, forma parte de lo mismo que nos hace interpretar los símbolos más primitivos (entre ellos los jeroglíficos, o ciertos motivos del arte rupestre) y, por tanto, tiene que ver con mucho de lo que ha sustentado nuestra civilización. Así que, la próxima vez que veas una oveja en una nube, no la desprecies: es más real de lo que parece.

*Miriam Caro y Emilio Tejera son miembros de la Unidad de Biología Molecular del Instituto Cajal (CSIC).

Hablando se entiende la gente: ¿deliberamos?

Por Ernesto Ganuza (CSIC)*

La deliberación es un tema ampliamente trabajado por la sociología política. Su punto de partida bien podría tomarse del refranero: “hablando se entiende la gente”. Es cierto que suena un poco extraño hoy día, cuando la polarización se come todos los debates imaginables, pero hay mucho trabajo científico que demuestra el poder de las palabras. Para la sociología política, la deliberación es un mecanismo mediante el cual la gente toma mejores decisiones.

Ilustración de un grupo de personas deliberando. Iuliia Sutiagina / Vecteezy

Iuliia Sutiagina (Vecteezy)

Sin embargo, la deliberación resulta extraña a mucha gente porque solemos imaginarnos con preferencias e intereses sólidos, difíciles de cambiar. En teoría, sabemos lo que pasa a nuestro alrededor y lo que vemos, y parece que sabemos exactamente lo que queremos. Deducimos entonces que no necesitamos a nadie para pensar, y mucho menos vamos a cambiar de opinión por lo que otras personas digan.

El que ha pasado por ser el gran defensor de la democracia, Rousseau, incluso defendía una votación popular en silencio, cada cual con sus pensamientos. Tenemos una idea de la mente como si fuera un asunto meramente privado o cuya autenticidad dependiera solo de los procesos internos. Desde ahí, nos imaginamos como ‘pensadores solitarios’ capaces de descifrar monumentales enigmas o de descubrir soluciones insospechadas.

Pero el problema es que también se nos vienen a la cabeza muchas personas que no son capaces de pensar ‘adecuadamente’ y esto nos empuja a marginar la participación de la gente en política. No hay nada que produzca más desazón que decirle a alguien hoy que cualquiera podría decidir sobre los asuntos públicos. ¿Cómo vamos a pensar un problema entre muchas personas con capacidades tan distintas? “No todo el mundo está preparado”, nos dicen una y otra vez.

Si fuésemos ‘pensadores solitarios’, la deliberación ciertamente no tendría ningún sentido, entre otras cosas porque la deliberación plantea un proceso en el que se persigue compartir ideas, donde todas las voces son valoradas y cada una contribuye a resolver un problema. Desde el punto de vista de la deliberación existen soluciones diversas y todas las personas tienen partes de las mejores soluciones. En definitiva, mediante la deliberación se escucha a todo el mundo para entender y construir conocimiento para tomar decisiones. Hay mucha evidencia científica que apoya tanto la idoneidad de la deliberación para procesar información, como las consecuencias que tiene el uso de la deliberación para nuestras mentes.

Psicología social, neurociencia y deliberación

La psicología social, por ejemplo, hace mucho tiempo que mostró mediante experimentos que las personas desconocen los procesos mentales internos y, por tanto, actúan con un conocimiento más bien vago de lo que ha pasado por su cabeza. Esa falta de conocimiento hace que en sus justificaciones utilicen teorías causales que proceden de reglas culturales y no de deducciones lógicas internas. Esas reglas no son abstractas, sino que suelen ser las que emplea la red social en la que suelen estar inmersas. La conclusión de la psicología social es que la mente nos sumerge siempre en justificaciones que nos conectan a una red social con la que nos identificamos. Estar en contra o a favor a menudo tiene que ver más con las personas que conoces que con la precisión calculadora de la mente. Por eso cuando rechazamos algo o confirmamos un hecho estamos posicionándonos con los juicios de aquellas personas que para nosotros son una referencia.

Por otro lado, la neurociencia lleva años cuestionando esa idea de ‘pensadores solitarios’. Hugo Mercier o Michael Gazzaniga creen, por ejemplo, que el lenguaje y el habla surgen para coordinar las acciones entre individuos. En The Enigma of Reason Mercier y Sperber cuentan lo que ocurre en experimentos en los que se tienen que resolver jeroglíficos. Cuando la tarea se hace en solitario, cerca de un 80% de quienes participan no son capaces de resolverlos bien. En cambio, cuando la tarea se hace en grupo, solo un 20% de participantes no la resuelven adecuadamente.

Ilustración de la portada de 'The Enigma Of Reason'

Ilustración de la portada de ‘The Enigma Of Reason’

Como mostraba la psicología social desde otro ángulo, la mente ve el resultado de un proceso al que no tiene acceso. Esto condiciona mucho la argumentación, pues siempre tiene lugar a posteriori. Eso no quiere decir que la argumentación sea inútil, sino que como dice el psicólogo Haidt en The Righteous Mind: “la mente es un procesador de narraciones, antes que un procesador lógico”. Desde este punto de vista, la argumentación facilita la coordinación entre personas diversas. Si alguien no ha visto el vídeo de El pase invisible, le invito a hacerlo y a comprobar cómo en este experimento se muestra bien que la realidad que vemos depende mucho de nuestra atención, y cada cual se fija en cosas distintas. Por eso, desde la neurociencia, se insiste en desmontar ese mito del individuo capaz de verlo todo solo a partir de sus procesos mentales internos.

Si, como nos dicen la psicología social y la neurociencia, cada persona habla desde una perspectiva distinta de lo que le ha pasado y lo justifica desde códigos y relaciones causales que le son culturalmente afines, la deliberación tiene todo el sentido. En lugar de pensar que todo lo puede resolver una sola persona por sus altas capacidades, la ciencia social ha mostrado que la participación de personas diferentes en la resolución de problemas facilita llegar a una solución más ajustada a la diversidad de realidades que tenemos.

La deliberación es posible y tiene sentido

Mediante la deliberación las personas pueden contrastar sus narrativas, que implican teorías causales explicitas y realidades sociales diferentes, e indagar soluciones que consideren el conjunto de las visiones expuestas, además de los grupos y experiencias presentes. Esto no quiere decir que sea fácil deliberar, ni que carezca de sentido el razonamiento solitario, sino que la deliberación es posible y tiene sentido.

Hay que considerar que de lo que habla la deliberación no es de una persona razonando aisladamente sobre, por ejemplo, el cambio climático, sino de un grupo de personas deliberando juntas sobre un fenómeno que afecta a todas. Bajo esas condiciones los resultados son muy diferentes. Frente a los prejuicios y sesgos cognitivos que tenemos, que forman nuestras referencias y reglas cotidianas para entender lo que pasa, nos encontraremos con otras personas con otros sesgos y prejuicios. Si hay un espacio que favorezca la deliberación, eso ayudará a las personas a reflexionar sobre sus juicios y poco a poco se moverán hacia un espacio en el que sus posturas puedan convivir.

Gente reunida en una gram sabha en el distrito de Jhabua de Madhya Pradesh, India. Las Gram sabhas son asambleas de aldea en la India que se encuentran colectivamente entre las instituciones deliberativas más grandes del mundo. UN Women India / Gaganjit Singh

Gente reunida en una gram sabha en el distrito de Jhabua de Madhya Pradesh, India. Las Gram sabhas son asambleas de aldea en la India que se encuentran entre las instituciones deliberativas más grandes del mundo. / UN Women India (Gaganjit Singh)

Durante los últimos lustros, han sido muchos los experimentos que la ciencia social ha hecho relacionados con la deliberación, como podemos leer en el artículo escrito por diversos investigadores sociales en la revista Science acerca de las evidencias científicas existentes a favor de la deliberación. En los espacios deliberativos se ha mostrado que cualquier persona es capaz de incorporarse y participar plenamente de los razonamientos del grupo con independencia de su formación.

Si entendemos el razonamiento como un proceso de dar razones y escuchar respetuosamente, en la deliberación eso queda reforzado. A lo largo de la deliberación se ha constatado la capacidad de la gente para modificar su opinión, un cambio que se basa en argumentos y no en dinámicas de manipulación grupales. La deliberación puede evitar incluso la polarización, pues los elementos que la caracterizan no operan bajo un contexto deliberativo, porque los grupos se hacen menos extremos. En definitiva, la deliberación puede ayudarnos a pensar los problemas con una perspectiva renovada.

 

* Ernesto Ganuza es sociólogo e investigador en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos (IPP) del CSIC. Autor, junto con Arantxa Mendiharat, de La Democracia es posible.

 

Selección sexual desbocada: cuando los caminos de la seducción son inciertos

Por Gonzalo M. Rodríguez (CSIC)* y Mar Gulis

En Australia, un macho de pergolero satinado (Ptilonorhynchus violaceus) con su plumaje azulado despeja una zona de terreno, construye una especie de escenario y lo tapiza con elementos del mismo color: plumas, piedras, hojas, cristales o plásticos. A continuación, recoge ramitas secas y hace dos paredes que forman algo similar a un pasillo por el que entrar triunfante. Todo ello para deslumbrar a la hembra de su especie.

Macho de pergolero satinado (‘Ptilonorhynchus violaceus’) / Ken Griffiths

Por su parte, en Nueva Guinea y con el mismo propósito, un macho de pergolero pardo (Amblyornis inornata) construye una cabaña de ramitas techada y con aspecto de teatro. Limpia su interior con sumo cuidado para dejar únicamente la tierra a la vista y, sobre ella, va colocando montoncitos de distintos elementos coloridos que dispone como alfombras a la entrada de la pérgola.

En Sri Lanka, un ejemplar de pavo real (Pavo cristatus) despliega su cola en forma de abanico para sorprender a la hembra. Una cola llena de colores, pero aparentemente inútil para el vuelo.

Pavo real (‘Pavo cristatus’) / Jose Miguel Sanchez

Sin duda, procesos fisiológicos o comportamientos tan extravagantes como los descritos han sido seleccionados genéticamente porque provocan una fuerte influencia en las hembras. Pero, ¿por qué pasa esto? ¿Qué tienen esos comportamientos que tanto gustan a las hembras?

Un coste que es necesario asumir

Los ornamentos, los cantos, las mejores cabriolas… son rasgos que se consideran ostentosos, exagerados. Suponen tal riesgo o derroche de energía que, aparentemente, sería más lógico que no existiesen. Sin embargo, pueden explicarse por una relación coste-beneficio en el proceso de comunicación.

Desde el punto de vista del emisor, el macho en este caso, los costes radican en la emisión de la señal, mientras que los beneficios dependen de si el receptor, la hembra, responde o no a la señal enviada.

Por ejemplo, en relación con el coste, cuando el macho de ruiseñor (Luscinia megarhynchos) canta para atraer a la hembra, puede perder hasta un 10% de masa corporal por el esfuerzo que hace. Algo parecido sucede con los machos de muchas especies de lagartos, mamíferos, aves e insectos cuando destinan compuestos muy necesarios para su metabolismo a las secreciones químicas que, a modo de perfume, les permiten llamar la atención de las hembras. Es el caso de las lagartijas lusitana y carpetana (Podarcis guadarramae e Iberolacerta cyreni, respectivamente), que segregan sustancias con ácido oleico y provitamina D3, muy apreciadas por sus parejas.

Macho de lagartija carpetana (‘Iberolacerta cyreni’) / Matthijs Kuijpers

Otros costes a los que el emisor se enfrenta son más indirectos y se relacionan con el riesgo de ser detectado o atraer a individuos indeseados, como depredadores o competidores. Cuando un macho expresa una señal de colores muy llamativos para atraer a una hembra, como la cola del pavo real, asume un riesgo muy grande, ya que no solo será llamativo para la hembra sino que también puede ser visto y cazado por un depredador.

Sin embargo, todos estos costes se compensan con el beneficio que supone fecundar a la hembra. En este caso, el desgate y el riesgo valen la pena.

Cabría preguntarse por qué en los ejemplos citados es el macho el que tiene que hacer tantos esfuerzos para reproducirse. ¿Acaso la hembra no tiene el mismo interés en dejar descendencia? Sí, lo que pasa es que entre ambos sexos hay una diferencia fundamental que da lugar a un conflicto de interés: al macho le cuesta poco producir gametos, y lo hace en gran cantidad, mientras que los de la hembra son pocos y caros. Por eso, para asegurarse descendencia, el macho usa una estrategia basada en conseguir el mayor número de cópulas posibles, mientras que la hembra elige el mejor macho posible. Cantidad frente a calidad.

Cuando la selección se desboca

Lo dicho hasta aquí aclara algunas cosas, pero no acaba de explicar por qué las hembras de algunas especies prefieren machos con rasgos o comportamientos que van en detrimento de sus posibilidades de supervivencia. Para entender esto Ronald Fisher, uno de los genios de la matemática estadística y la biología del siglo XX, expuso la teoría del run-away, es decir selección desbocada.

Pongamos un ejemplo: imaginemos una población de aves en la que los machos son variables en sus rasgos y en la que el emparejamiento se hace completamente al azar, de manera que cada hembra sigue una preferencia distinta al resto. Imaginemos también que, en un momento dado, aparece un nuevo depredador que se mueve por el suelo y que los individuos con una cola más larga y que vuelan mejor consiguen escapar más a menudo de ese depredador.

¿Qué pasará? En pocas generaciones, las hembras con más descendencia serán aquellas que, aunque sea por azar, prefieran aparearse con machos con la cola más larga, porque sus crías también volarán mejor y tendrán más probabilidades de sobrevivir.

Si esa preferencia está ligada a un gen y se hereda, las hembras que elijan machos de cola larga, tendrán hijas que también los prefieran. En este caso, el rasgo del macho (cola larga) y la preferencia de las hembras se habría unido en los mismos individuos y sus genes se heredarían conjuntamente.

Los nuevos individuos se reproducirían más y tendrían más crías y, por tanto, se entraría en un proceso de retroalimentación positiva que desembocaría en que las colas de los machos serían cada vez más largas. Es decir, que ese rasgo se iría exagerando de manera desbocada (de ahí el nombre de esta teoría).

Podría llegarse a un punto en que la cola fuera tan grande que ocasionara un impedimento para la huida de ese depredador. Esto podría parar este proceso de selección, pero no necesariamente. Fisher planteaba que, aunque el rasgo ya no sea óptimo, dado que la preferencia en la hembra sigue existiendo, esos machos seguirán siendo elegidos y el rasgo continuará exagerándose.

Sin embargo, en algún momento entraría la selección natural: la cola sería tan larga que no permitiría volar al ave y los machos con este rasgo serían devorados por el depredador antes de tener oportunidad de reproducirse. Esto supondría el freno definitivo a la exageración.

Está claro que para gustos los colores, olores o sonidos. La preferencia o la atracción puede seguir derroteros muy complicados, variables e impredecibles; también en el juego de la seducción animal para observadores externos como nosotros. En cualquier caso, las preferencias que observamos hoy en las hembras de cualquier especie animal seguramente sean un reflejo del pasado, de ventajas evolutivas que se heredaron por ser beneficiosas y contribuir a incrementar la eficacia biológica de los individuos que las portaban y de aquellos con los que se emparejaban.

 

* Gonzalo M. Rodríguez es colaborador del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) y autor del libro ‘Cómo se comunican los animales’, con un podcast en Ciencia para leer.

¿Cómo influyen los bosques en el clima?

Por J. Julio Camarero (CSIC)*

Seguramente has apreciado alguna vez cómo el clima afecta a los bosques cuando, tras una sequía, una nevada, una helada o una fuerte ola de calor, algunas especies de árboles y arbustos pierden vigor, crecen menos o incluso mueren. Quizá vienen a tu memoria las fuertes olas de calor del verano del 2022, la tormenta de nieve Filomena al inicio del 2021 o las sequías de los años 1994-1995, 2005 y 2016-2017. Los árboles toleran unos márgenes limitados de temperatura y humedad del suelo y del aire, por lo que pueden morir si se superan esos umbrales vitales como consecuencia de fenómenos climáticos extremos. Pero podemos darle la vuelta a la pregunta y plantearnos si la interacción clima-bosque sucede en los dos sentidos: ¿pueden los bosques cambiar el clima? Pues bien: la respuesta a este interrogante es afirmativa. Sabemos que los bosques pueden modificar (amortiguar o amplificar) los efectos del clima sobre la biosfera y que esas modificaciones cambian según las escalas espaciales y temporales a las que se observe esta interacción.

Nimbosilva o bosque mesófilo de montaña en la Reserva de la Biosfera El Triunfo, México. / Luis Felipe Rivera Lezama (mynaturephoto.com)

Los árboles almacenan grandes cantidades de agua y de carbono en sus tejidos, sobre todo en la madera, y conducen y transpiran mucha agua hacia la atmósfera. Esto explica que se hayan observado caídas en el caudal de los ríos en respuesta a los aumentos de la cobertura forestal a nivel de cuenca. Existen datos de este proceso en el Pirineo donde, como en el resto de la península, se ha producido un abandono del uso tradicional del territorio (cultivos, pastos, bosques) desde los años 60 del siglo pasado, cuando la mayoría de la población española emigró a núcleos urbanos. Ese abandono ha favorecido la expansión de la vegetación leñosa y propiciado que bosques y matorrales ocupen más territorio y retengan más agua, la llamada ‘agua verde’, a costa de reducir el caudal de los ríos, la llamada ‘agua azul’.

Hayedo y río (Cataluña). / Luis Felipe Rivera Lezama (mynaturephoto.com)

Pero tampoco podemos ignorar que al aumentar las temperaturas la vegetación transpira más y se evapora más agua. Ese aumento de temperaturas incrementa también la demanda de agua por parte de grandes usuarios como la agricultura, a veces centrada en cultivos que requieren mucha agua, y esto contribuye a que los caudales de los ríos y el nivel freático de los acuíferos desciendan. Por tanto, a escalas locales se ha comprobado cómo la reforestación conduce a un menor caudal de los ríos. Sin embargo, la historia cambia bastante a escalas espaciales más grandes.

Según la teoría de la bomba biótica, los bosques condensan la humedad y con ello impulsan los vientos y por tanto la distribución de la humedad en el planeta. (1) Si talamos los bosques tropicales, el mecanismo de la bomba biótica se altera y las precipitaciones se trasladan a la costa y en zonas tropicales (2). Según esta teoría los bosques extensos y diversos permiten captar y generar precipitación tierra adentro, especialmente cerca de la costa (3). / Irene Cuesta (CSIC)

Bomba biótica y bosques tropicales

A escalas regionales y continentales, gracias a un mecanismo llamado bomba biótica, la evapotranspiración de los bosques aumenta los flujos de humedad atrayendo más aire húmedo. Esta teoría defiende que los bosques atraen más precipitaciones desde el océano, tierra adentro, mientras generen suficiente humedad a nivel local. Fueron Anastassia Makarieva y Víctor Gorshkov, del Instituto de Física Nuclear de San Petersburgo (Rusia), quienes propusieron la hipótesis de la bomba biótica en 2006. Además, sugerían reforestar algunas zonas para hacerlas más húmedas aumentando así la precipitación y el caudal de los ríos. La bomba biótica explica en gran medida la existencia de las elevadas precipitaciones y los grandes bosques en las cuencas tropicales más extensas, como las de los ríos Amazonas y Congo. Por tanto, nos alerta sobre la posible relación no lineal entre deforestación y desertificación ya que, según esta teoría, una región o un continente que cruzara un determinado umbral de deforestación podría pasar muy rápidamente de condiciones húmedas a secas.

Bosque nublado en Cundinamarca, Colombia. / Juan Felipe Ramírez (Pexels.com)

También se observan grandes diferencias en la relación clima-bosque entre los distintos biomas forestales. Los bosques tropicales pueden mitigar más el calentamiento climático mediante el enfriamiento por evaporación que los bosques templados o boreales. Además, los bosques templados tienen una gran capacidad de captar dióxido de carbono de la atmósfera, reduciendo en parte el calentamiento climático causado por el efecto invernadero. Sin embargo, si el calentamiento climático favorece la expansión de bosques boreales en las regiones árticas favoreciendo su crecimiento y reproducción, la pérdida de superficie helada disminuirá el albedo (el porcentaje de radiación solar que cualquier superficie refleja), ya que los bosques reflejan menos radiación que la nieve y, en consecuencia, aumentarán las temperaturas en esas regiones frías. Además, gran parte del carbono terrestre se almacena en suelos y turberas de zonas frías, que podrían liberarlo si aumentan las temperaturas, con el consiguiente impacto sobre el efecto invernadero, generando más calentamiento a escala global.

Nubes sobre bosque templado en el Bosque Nacional Tongass, Alaska. / Luis Felipe Rivera Lezama (mynaturephoto.com)

A nivel global, nuestro conocimiento de las interacciones entre atmósfera y biosfera proviene de modelos, pero nos faltan aún muchos datos para mejorar esas simulaciones y saber cómo interaccionan el clima y los bosques con los ciclos del carbono y del agua. Por ejemplo, no sabemos cómo los bosques boreales y tropicales responden a la sequía y al calentamiento climático en términos de crecimiento y retención de carbono. Necesitamos más investigación para mejorar esas predicciones en el contexto actual de calentamiento rápido.

Picogordo amarillo (‘Pheucticus chrysopeplus’) y bromelias bajo la lluvia, nimbosilva o bosque nuboso Reserva de la Biosfera El Triunfo, México. / Luis Felipe Rivera Lezama (mynaturephoto.com)

Todos los papeles que juegan los bosques como reguladores del clima a escalas locales, regionales y continentales, pueden verse comprometidos si la deforestación aumenta en algunas zonas, especialmente los bosques tropicales, o si extremos climáticos como las sequías reducen el crecimiento de los árboles y los hacen más vulnerables causando su muerte, como observamos en la cuenca Mediterránea y en bosques de todos los continentes.

Pinos rodenos o resineros (‘Pinus pinaster’) muertos en un bosque situado cerca de Miedes de Aragón (Zaragoza) tras la sequía de 2016-2017. En primer plano, las encinas (‘Quercus ilex’), árboles más bajos, apenas mostraron daños en sus copas. / Michele Colangelo

* J. Julio Camarero es investigador en el Instituto Pirenaico de Ecología (IPE) del CSIC.

**Ciencia para llevar agradece especialmente al fotógrafo Luis F. Rivera Lezama por su generosa colaboración con las imágenes que acompañan al texto.

Ellas también ilustran Botánica

Por Esther García Guillén (CSIC)*

La ilustración botánica es una de las disciplinas más representativas de la alianza entre el arte y la ciencia. Uno de los objetivos del artista es expresar la belleza, pero en el caso del dibujo botánico, se une a este propósito el interés científico: representar los caracteres propios del vegetal con rigor y fidelidad. Forma, color, proporción, flores, frutos y hojas, entre otros detalles relevantes, se plasman en el dibujo botánico con una intencionalidad científica: caracterizar la especie vegetal representada. El resultado final, a menudo, logra combinar ambas necesidades, la perfección artística ajustada a los estándares científicos, a fin de construir y divulgar el conocimiento sobre plantas y hongos.

En España, en el siglo XVIII destacaron los artistas botánicos que participaron en las expediciones científicas, en las que dibujaban del natural las plantas de los territorios explorados. No será hasta el siglo XX y XXI, cuando veremos cómo tres mujeres, artistas botánicas, brillan con nombre propio: Paula Millán y Alosete, Victoria del Val Chicharro y Marta Chirino Argenta.  

Pioneras invisibles

La mención más antigua que hemos localizado, sobre la participación de mujeres en la ilustración científica de plantas en España, nos remite a 1788, cuando se convocó en Madrid un concurso para el grabado de los dibujos que debían ilustrar la publicación de la Flora del Perú. Uno de los proyectos presentados proponía formar alumnas de la Casa de los Desamparados de Madrid en el iluminado, o coloreado a mano, de las estampas grabadas para esta gran obra.

En el proyecto se resaltaba la economía de esta medida, ya que a alguna de las discípulas más adelantadas “podrán señalársele de cuatro a cinco reales diarios por su trabajo que, si se hiciera por un hombre, aun con menos aseo y delicadeza, ganaría de diez a quince o veinte”. También se mencionaba que la formación recibida, permitiría a estas alumnas trabajar después por su cuenta desarrollando esta labor, el iluminado, que “en todos los países extranjeros se ha reputado ocupación propia de mujeres”.

No sabemos si estas alumnas u otras mujeres intervendrían finalmente en las publicaciones botánicas españolas de la época, iluminando las estampas, ya que este trabajo no era reconocido y apenas mencionado en la documentación, pero sí podemos afirmar que no intervinieron en el dibujo y el grabado botánico, una labor para la que se seleccionaron solo artistas varones y vinculados a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Cipriana Álvarez: la abuela de Machado

Como excepción, en el Archivo del Real Jardín Botánico (RJB, CSIC) se conserva una acuarela de principios del siglo XIX, que representa un alga (Fucus sp.) con la inscripción “Miss Pérez pinxit” de mano de Simón de Rojas Clemente, profesor del Jardín y que podríamos considerar como el dibujo científico más antiguo atribuido a una artista española en este archivo.

Más tarde, en 1860, Cipriana Álvarez de Durán pintó las variedades de vid de Andalucía que su marido, el catedrático Antonio Machado Núñez, enviaba desde Sevilla al director del Real Jardín Botánico. Álvarez de Durán, pintora, escritora y considerada la primera estudiosa del folklore español, será sobre todo recordada por la huella magistral que dejó en su hijo, y en sus afamados nietos, Antonio y Manuel Machado.

Olea europaea ‘regalis’. 1860. Cipriana Álvarez de Durán (atribuido). Archivo del Real Jardín Botánico, CSIC.

Paula Millán: la primera profesional en ilustración

La primera mujer que ejerció de forma profesional la ilustración científica de plantas y hongos en España, fue Paula Millán y Alosete (1899-1979). Madrileña, hija de un popular pintor local vinculado a la facultad de Medicina de Madrid, desde niña recibió una esmerada formación artística, que culminó con su ingreso en la escuela de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Ocupó la plaza de auxiliar artístico en el Real Jardín Botánico, que había ganado por oposición en 1933. Antes, ya había expuesto en la mayoría de las galerías madrileñas y fue una artista habitual en las exposiciones nacionales de Bellas Artes. En el dibujo científico, destacan sus trabajos para la flora endémica española y sus ilustraciones de plantas vasculares, criptógamas y hongos, en las que trabajó dirigida por los investigadores e investigadoras del Real Jardín Botánico hasta su jubilación en 1969.

 Juan Luis Castillo, uno de los grandes artistas botánicos españoles, reivindicaba su obra y su figura en el año 2000: “sus trabajos exhiben una combinación de meticulosidad, precisión, conocimiento botánico y dominio artístico de las técnicas que utiliza. Todas estas cualidades la sitúan en uno de los puntos más altos de la ilustración botánica contemporánea”. Se conservan cerca de mil dibujos botánicos realizados por Paula Millán en el Archivo del Real Jardín Botánico. Muchos de ellos ilustraron las publicaciones científicas de la institución a lo largo del siglo XX.

Centaurea lagascana. 1966, Paula Millán. Archivo del Real Jardín Botánico, CSIC.

María Victoria del Val: ‘preparadora’ en el Real Jardín Botánico

También, en el Real Jardín Botánico se formó como artista botánica María Victoria del Val Chicharro (1922-2005). Victoria del Val realizó su bachillerato en el instituto de San Isidro y en el Instituto Escuela, actual Isabel la Católica, pero no recibió formación artística específica. Entre 1948 y 1958, trabajó como “preparadora”, o ayudante de investigación, en el Real Jardín Botánico a las órdenes de Paula Millán, quien ejercería una gran influencia en su trabajo. Se conservan 105 de sus dibujos de plantas vasculares realizados sobre especímenes de herbario, realizados a tinta, de una gran calidad y minuciosidad en los detalles. Su figura ha sido reconocida muy recientemente y gracias a la intervención de su hijo Ismael, quien ha colaborado en recuperar su lugar entre las artistas pioneras de la ilustración botánica española.

A finales del siglo XX y en el siglo XXI destaca la artista botánica, Marta Chirino Argenta, nacida en Madrid en 1963 y también vinculada al Real Jardín Botánico. Bióloga y formada en la facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid, combina en su obra su conocimiento de ambas disciplinas. Su depurada técnica y elegante expresividad artística han contribuido al conocimiento de la flora terrestre y acuática de nuestro país. La madurez de su carrera como dibujante científica ha sido refrendada por los premios concedidos por prestigiosas entidades internacionales, especializadas en el arte botánico. La inspiración, disciplina y el domino de la técnica de esta artista se plasman en preciosas obras de arte científico.

Nymphaea alba, Nuphar luteum. 2014. Marta Chirino Argenta. Cortesía de la artista.

Esta primavera podemos disfrutar de las obras de arte botánico de estas artistas, junto a otras realizadas por mujeres de todas las épocas, en la Exposición “Ellas ilustran Botánica” que se puede visitar en Madrid, en el Pabellón Villanueva del Real Jardín Botánico, hasta el 19 de mayo de 2024.

* Esther García Guillén es conservadora del Archivo del Real Jardín Botánico del CSIC.

El difícil camino de la pérdida de audición

Por Isabel Varela-Nieto* (CSIC-CIBERER) y Mar Gulis

 

En junio de 1789, Francisco de Goya es designado pintor de cámara por Carlos IV y, tres años más tarde, enferma gravemente en Sevilla. El cuadro clínico es complejo. A sus 46 años, Goya sufre vértigos, acúfenos (ruido en los oídos) e hipoacusia; además de dolores abdominales, alteraciones de la visión, alucinaciones y delirios. Como consecuencia de todo ello, desarrolla una depresión. Su aspecto general se deteriora profundamente y adelgaza de forma llamativa. En 1793 retoma su trabajo. Anda con dificultad, presenta problemas de equilibrio y de visión de los que termina recuperándose en parte, pero, en cambio, quedará sordo de por vida.

La sordera de Goya es profunda. Esto le obliga a abandonar la enseñanza en la Real Academia de Bellas Artes y le crea graves problemas de comunicación y relación que le llevarán a iniciar una etapa de mayor introversión y aislamiento. Sin embargo, aprenderá a leer los labios y el lenguaje de signos, y seguirá pintando y creando obras maestras hasta el final de su vida. Aislado del mundo del sonido, muere en Burdeos en 1828, con 82 años de edad.

Grabado de Francisco de Goya sobre lengua de signos / ¿Qué sabemos de la sordera? (CSIC/Catarata)

Otro caso fue el de Ludwig van Beethoven, que perdió audición muy joven. Entre 1794 y 1796, mediada la veintena, presentó las primeras manifestaciones de su sordera, pero ocultó estos síntomas e inició un largo periplo de médicos y tratamientos diversos. Con 30 y 40 años los zumbidos de oído y la hipoacusia se acentuaron, y durante los últimos ocho años de su vida la sordera fue total.

Ya no podía tocar ningún instrumento. Y, si lo hacía, era de forma automática, sin la expresión y brillantez de su etapa inicial. Dejó de ser capaz de mantener una conversación, se aisló de sus amigos y admiradores, y la constatación de su enfermedad le sumió en la más profunda de las depresiones. Sin embargo, fue una época de composiciones magistrales, en las que en ningún momento se advierte la presencia de hipoacusia en la composición.

A lo largo de la historia muchos personajes relevantes de ámbitos diversos han padecido diferentes grados de pérdida de audición: Alexander Graham Bell, que inventó el teléfono; Thomas Alva Edison, que contribuyó a la difusión de la luz eléctrica; el emperador de Roma Claudio I; la actriz ganadora de un Óscar Marlee Matlin; o Pete Towsend, guitarrista de The Who.

Precisamente este artista advertía a los jóvenes del peligro de sordera que puede suponer el abuso del ‘iPod’ si no bajan el volumen de la música que escuchan. Y es que los músicos son especialmente vulnerables a la pérdida de capacidad auditiva. Phil Collins ha perdido un 60% de la audición, mientras que la rapera estadounidense Foxy Brown perdió su capacidad auditiva por completo en los dos oídos a la vez, y decidió someterse a una operación que a día de hoy le permite oír, pero de manera muy limitada. Por su parte, el famoso vocalista de AC/DC, Brian Johnson, padece de sordera parcial. En 2016, le diagnosticaron problemas auditivos que cuatro años después acabaron con su carrera como cantante en el grupo.

Un tipo de discapacidad

Ejemplos como este ponen de manifiesto el impacto que la sordera tiene en la vida de las personas que la padecen. La pérdida de audición se considera incapacitante cuando es superior a 35 decibelios (dB en el oído que oye mejor). Se calcula que más del 5% de la población mundial, unos 466 millones de personas, sufre una pérdida de audición incapacitante, y se estima que en 2.050 esa cifra superará los 900 millones, una de cada diez personas.

Inmunohistoquímica del órgano receptor auditivo del ratón / SEBBM, Raquel Martínez Vega (Instituto de Investigaciones Biomédicas «Sols- Morreale», CSIC-UAM)

La hipoacusia, que es como se denomina la pérdida de la audición, limita la capacidad de comunicación y la autonomía, y reduce las oportunidades de ser un miembro activo en la sociedad. Los efectos secundarios de esta carencia sensorial pueden incluir cambios en la percepción y en la personalidad, especialmente introversión y aislamiento social.

Cuando la sordera aparece en la edad adulta

La prevalencia de la pérdida de audición aumenta con la edad: entre los mayores de 60 años, más del 25% padece una pérdida de audición incapacitante. A diferencia de las personas con sordera desde los primeros años de vida, quienes sufren pérdida de audición total o parcial una vez adquirido el lenguaje, con frecuencia, suelen rechazar su condición y no reconocen su problema. Además, muchas personas sienten su pérdida auditiva como una amenaza a su integridad física y emocional, lo cual puede llevar a que se aíslen y eviten salir.

Por ello, la sordera tiene implicaciones psicosociales en varios ámbitos: el familiar, donde todos sus miembros tienen que adaptarse a la nueva situación; en el laboral, puesto que la sordera puede impedir o dificultar el acceso a determinados puestos de trabajo; y en el ámbito social, en el que tiende a producirse una reducción del círculo de amistades. De hecho, en personas ancianas la sordera se considera una de las principales causas de aislamiento.

Dibujo científico de Santiago Ramón y Cajal: corte del ganglio espiral y órgano de Corti (N.º 3663)/ Legado Cajal (Museo Nacional de Ciencias Naturales, CSIC)

La sordera en el Día Mundial de la Audición

La Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que el 80% de las necesidades de cuidado del oído y la audición siguen estando desatendidas. El organismo internacional estima también que la pérdida de audición no tratada tiene aparejada un coste económico elevado para el paciente y para el sistema de salud, estimado en casi un billón de dólares cada año.

Por eso, el Día Mundial de la Audición, que se celebra el 3 de marzo, hace hincapié este año en promover un cambio de mentalidad respecto al cuidado del oído y la audición que ayude a mejorar el acceso a la atención sanitaria de las personas con sordera y reducir el coste de la pérdida de audición no tratada. En palabras de Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS, “la pérdida de audición ha sido calificada a menudo de ‘discapacidad invisible’, no solo porque no se acompaña de síntomas ostensibles, sino también porque durante mucho tiempo las comunidades la han estigmatizado y los responsables políticos la han ignorado».

 

* Isabel Varela-Nieto es autora, junto con Luis Lassaletta Atienza, del libro ¿Qué sabemos de la sordera? (CSIC-Catarata).

Extirpar de raíz la semilla roja

Por Alfonso Villalta*

El 12 de mayo de 1939 un teniente coronel de la 84 División del ejército franquista fue trasladado a Chillón, una pequeña y tranquila localidad de Ciudad Real con 5.000 habitantes. Tras su rápida visita, el militar redactó un informe en el que reclamaba medidas inmediatas para “extirpar de una manera radical los brotes de antiguas rebeldías, llegando esta extirpación a la semilla que las germinó”.

Enseguida se desplazaron a la localidad nuevas divisiones del ejército. Pero, ¿qué motivaba esa visita, el despliegue militar que la acompañaba y la petición de unas medidas tan duras? Nada más y nada menos que un mensaje manuscrito en un pequeño trozo de papel que había aparecido clavado en un poste de la luz la madrugada del 10 de mayo de 1939. Alguien se había atrevido a desafiar al régimen con algunas palabras subversivas: “[…] menos Franco y más pan blanco y dejaros de tanta misa y pensar en producir […]”.

Pasquín encontrado en el pueblo de Chillón el 10 de mayo de 1939 / Archivo General e Histórico de Defensa (AGHD)

Este papel desató una movilización sin precedentes de las autoridades locales, la guardia civil, los fervientes seguidores de la Falange y, como vemos, también del ejército. Entre otras cosas, las investigaciones iniciadas por las autoridades civiles dieron lugar a procesos militares sumarísimos caracterizados por su vertiginosa velocidad y la ausencia total de garantías judiciales para las personas detenidas.

Las pesquisas concluyeron señalando a un joven veinteañero como el autor de las palabras escritas que habían incendiado el pueblo, cuyo padre languidecía en las cárceles franquistas. Su madre, también prisionera, tuvo que dejar al joven solo al cuidado de sus ocho hermanos. Aquella noche el joven fue a la casa de un amigo que le invitó a tomar unos chatos de vino, y el alcohol le dio la valentía para plasmar en ese papel un grito tan radical como: “Os estáis portando muy mal con esto de meter tanta gente en la cárcel”.

Soñar con pan

Este joven y su amigo fueron condenados a muchos años de prisión y trasladados a la cárcel de Valdenoceda, en Burgos. En sus memorias, uno de los supervivientes de aquel penal, su compañero y paisano Ernesto Sempere, relataba la cruda realidad que sufrieron. Al recordar la comida que recibían escribe: “Soñaba con pan. ¿Cuánta hambre puede tener una persona para que sus mejores sueños sean un simple trozo de pan?”.

Dibujo realizado desde el interior de la cárcel de Valdenoceda por el pintor José Robledano / Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores

Sin embargo, para erradicar la semilla roja en la localidad no fue suficiente con la severa condena impuesta a los jóvenes. Tras la aparición del pasquín, fueron detenidos casi 50 hombres. Algunos de ellos estuvieron alrededor de un mes en una cárcel improvisada en una ermita del pueblo. En la madrugada del 3 de junio de 1939, varios de estos hombres fueron conducidos, junto a otros vecinos, a la finca conocida como El Contadero. Este paraje fue el escenario elegido para asesinar y enterrar a nueve de aquellos vecinos de Chillón.

Los procesos sumarísimos de posguerra

Esta y otras muchas trágicas historias han quedado atrapadas en los procesos sumarísimos de la posguerra española. Estos fueron el principal mecanismo utilizado por el franquismo para reprimir al enemigo vencido durante la guerra civil española y la posguerra; y, en consecuencia, se saldaron con miles de sentencias a muerte.

Muchos expedientes de estos procesos se conservan en el Archivo General e Histórico de Defensa. El análisis de esta y otras fuentes -como archivos privados, prensa de la época o testimonios de supervivientes- arroja luz sobre las acciones de quienes estaban detrás de estos procesos, y permite dar nombre y voz tanto a quienes estaban presos como a sus familiares y amigos. Pero este trabajo continúa en proceso y aún quedan muchas historias por contar.

*Alfonso Villalta es antropólogo e historiador. Es director del proyecto Mapas de Memoria (UNED) e investigador del Centro Internacional de Estudios de Memoria y Derechos Humanos de la misma universidad. Además, es autor de Tragedia en tres actos: los juicios sumarísimos del franquismo (Editorial CSIC), un trabajo en el que reconstruye un centenar de juicios sumarísimos acaecidos en las provincias de Ciudad Real, Cáceres, Badajoz, Toledo o Madrid .

Bacterias y aminoácidos: ¿para qué esforzarse cuando lo tienes todo a tu alcance?

Por Comunicación CEAB-CSIC*

Muchas personas que se dedican a la salud insisten en que debemos comer de forma equilibrada. Uno de los motivos para hacerlo es que los seres humanos dependemos de la alimentación para obtener muchas de las sustancias imprescindibles para el buen funcionamiento de nuestro organismo. Es el caso de los nueve aminoácidos esenciales: aminoácidos que nuestro organismo no puede sintetizar por sí mismo. Estos componentes básicos de las proteínas, una especie de “ladrillos” que las construyen, son clave para, entre otros, el mantenimiento de los músculos, la función cognitiva o la regulación del estado de ánimo.

En el mundo microbiano esto es un poco distinto. Hay bacterias que, como en nuestro caso, dependen de lo que comen para obtener los aminoácidos esenciales, las llamadas ‘auxótrofas’. Y otras, en cambio, son autosuficientes, es decir, pueden producírselos todos por sí mismas. Son las denominadas ‘protótrofas’.

Modelo 3D de diversas bacterias rodeadas de aminoácidos. / CEAB-CSIC

Modelo 3D de diversas bacterias rodeadas de aminoácidos. / CEAB-CSIC

¿Cuáles son la más comunes? ¿Qué microorganismos siguen la estrategia ‘protótrofa’ y cuáles optan por la ‘auxótrofa’? ¿Dónde viven unos y otros? ¿Influye el ambiente en el que viven la ‘elección’ de una u otra estrategia?

Estas son algunas de las preguntas que se formuló un equipo formado por personal investigador del Centro de Estudios Avanzados de Blanes (CEAB-CSIC) y de las universidades de Colorado, Aalborg y el Lawrence Berkeley Lab. Sus integrantes analizaron con supercomputación más de 26.000 genomas de bacterias y el ADN ambiental de entornos naturales tan diversos como lagos, océanos, plantas de tratamiento de agua, microbiota humana e incluso alimentos como la masa madre o el queso. Los resultados de su estudio se han publicado recientemente en la revista científica Nature Communications.

Representación 3D que muestra comunidades bacterianas en combinación con ADN. / CEAB-CSIC

Representación 3D que muestra comunidades bacterianas en combinación con ADN. / CEAB-CSIC

Nuestro intestino: un “buffet libre”, ideal para las bacterias auxótrofas

La investigación desvela el gran peso del entorno en la evolución y la adaptación genética de las bacterias. En aquellos ambientes en los que siempre hay nutrientes disponibles, en estos ‘buffets libres’ abiertos las 24 horas, triunfan las auxótrofas.

Josep Ramoneda y Emilio O. Casamayor, investigadores del CEAB-CSIC, lo explican así: “¿Por qué tendrían que esforzarse para fabricar los aminoácidos si siempre los tienen disponibles en su entorno? En estos ambientes la estrategia de autoproducírselos deja de ser una ventaja. Renunciar a ella, en cambio, sale muy a cuenta: significa gastar mucha menos energía y eso ayuda a prosperar, a proliferar en estos ambientes”.

Alimentos como los productos lácteos o nuestro intestino son ejemplos claros de estos ambientes, ricos en aminoácidos, en los que triunfan los microbios auxótrofos, los que han aligerado su carga genética perdiendo, entre otros, los genes implicados en la autoproducción de aminoácidos. Su estrategia evolutiva de racionalización del genoma les da una clara ventaja en estos entornos.

En el lado opuesto están los ambientes con pocos nutrientes disponibles. Aquí, por la dificultad y/o temporalidad de acceso a los aminoácidos esenciales, ganan las bacterias protótrofas, las que tienen genes que les permiten fabricarse por sí mismas lo que necesitan para funcionar. Es el caso del 80% de los microorganismos, que encuentran en la autosuficiencia una ventaja para poder sobrevivir en ambientes donde la disponibilidad de alimento es muy baja.

La investigación se ha realizado con herramientas de supercomputación. Biology Computational Lab CEAB-CSIC

La investigación se ha realizado con herramientas de supercomputación. Biology Computational Lab CEAB-CSIC

El trabajo apunta además un ejemplo radical: un género de bacterias que tienen genomas muy, muy pequeños y que nos parasitan. Se trata de los micoplasmas, que obtienen los aminoácidos de nuestras células y que están implicados en numerosas enfermedades como, por ejemplo, la neumonía.

La mejor comprensión de las condiciones idóneas de vida para los microbios que aporta esta investigación es de gran interés para diferentes campos, como el de la salud. Un conocimiento profundo de las bacterias y de las conexiones con el ambiente en el que viven puede ayudar a desarrollar nuevos fármacos para combatir aquellas que son patógenas.

* Equipo de comunicación del Centro de Estudios Avanzados de Blanes (CEAB-CSIC). Este post está basado en el artículo: Ramoneda, J., Jensen, T.B.N., Price, M.N. et al. Taxonomic and environmental distribution of bacterial amino acid auxotrophies. Nat Commun 14, 7608 (2023).

Las dos caras del ozono: ¿cuándo es beneficioso y cuándo perjudicial?

Por Pedro Trechera Ruiz * y Mar Gulis (CSIC)

El ozono es un gas incoloro formado por tres átomos de oxígeno (O3). Tiene un gran poder oxidante, por lo que resulta útil para desinfectar superficies o espacios interiores. Pero, ¿qué ocurre cuando los seres humanos respiramos este oxidante? ¿Y qué les sucede a las plantas?

En la troposfera, el ozono (O3) es un gas que se forma a partir de la reacción entre otros contaminantes y la radiación solar. / Pixabay

En la troposfera, el ozono (O3) es un gas que se forma a partir de la reacción entre otros contaminantes y la radiación solar. / Pixabay

Ozono ‘bueno’ y ozono ‘malo’

En la estratosfera (la capa de la atmósfera situada entre los 10 y los 50 km de altura), el ozono es esencial, ya que absorbe la radiación ultravioleta del sol, la que comúnmente entendemos como dañina. Gracias a esta capa estratosférica de ozono, la vida, tal como la conocemos, pudo evolucionar fuera de los océanos. Sin esta capa, la superficie terrestre sería arrasada por la radiación solar. Es lo que se conoce como ‘ozono bueno’.

El ‘ozono malo’ es el que se encuentra en la troposfera, la capa que va desde la superficie hasta los 10 km de altura. En este caso, el ozono se forma a partir de otros gases contaminantes, principalmente óxidos de nitrógeno y compuestos orgánicos volátiles, que provienen en gran parte de actividades humanas como el tráfico y las emisiones industriales. La radiación ultravioleta hace que estos gases sufran reacciones con el oxígeno, que dan lugar al ozono.

Estas reacciones tienen un cierto impacto positivo, ya que eliminan estos gases contaminantes. Sin embargo, generan el ozono troposférico, que tiene un impacto negativo sobre la salud humana y de los ecosistemas.

Según la Agencia Europea de Medio Ambiente, la exposición a O3 puede causar problemas de salud, como tos, dificultad para respirar o daños pulmonares por oxidación. Además, el ozono hace que los pulmones sean más susceptibles a las infecciones respiratorias, puede agravar enfermedades pulmonares, aumentar la frecuencia de los ataques de asma y aumentar el riesgo de muerte prematura por enfermedades cardíacas o pulmonares. El último informe de Calidad del Aire en Europa 2022 de la Agencia Europea de Medio Ambiente estima que, en 2020, los niveles de contaminación por O3 causaron 29.000 muertes prematuras en la Unión Europea.

El ozono en España

La velocidad y el grado de formación de ozono se ven muy incrementados con el aumento de la radiación solar y las emisiones de sus agentes precursores. Por ello sus niveles son más elevados en el sur de Europa y en primavera y verano.

Durante los últimos años, gracias a las políticas ambientales, se ha reducido la concentración de los contaminantes atmosféricos precursores del ozono. Sin embargo, esto no se ha traducido en una reducción proporcional del ozono, debido a la complejidad de su generación (su relación con los precursores no es lineal) y el transporte atmosférico de este compuesto a través de largas distancias.

Promedio anual del máximo diario concentración de ozono en las estaciones de calidad del aire españolas entre 2017 y 2020. Adaptación de los mapas del Plan de Ozono / Bases Científicas para un Plan Nacional de Ozono, MITECO

Promedio anual del máximo diario de concentración de ozono en las estaciones de calidad del aire españolas entre 2017 y 2020. Adaptación de los mapas del Plan de Ozono / Bases Científicas para un Plan Nacional de Ozono, MITECO

En 2021, el 10% de la población europea estuvo expuesta a niveles de ozono superiores al valor objetivo de protección a la salud establecido por la legislación europea (120 µg/m3). Sin embargo, si tenemos en cuenta el valor guía recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que es de 100 µg/m3, más restrictivo que el de la norma europea, entonces el 94% de la población europea respira niveles de ozono superiores a los considerados como seguros.

En España, el 45% de las estaciones de calidad del aire superan el nivel crítico de exposición a la población, y eso que solo el 39% de estas estaciones están situadas en zonas urbanas y suburbanas. No obstante, en 2020 y 2021 por primera vez no se superaron los valores objetivos del ozono en la costa mediterránea. Probablemente esto se debe a condiciones meteorológicas favorables y a la disminución drástica de los contaminantes precursores asociada a la pandemia, que supuso una reducción del tráfico automovilístico y aeroportuario y la ausencia de cruceros.

¿Cómo afecta el ozono a la vegetación?

Además de la salud humana, el ozono troposférico puede dañar a los cultivos, los bosques y la vegetación en general.

Este gas es absorbido por las plantas a través de los estomas, que son unos pequeños poros de las hojas donde se produce el intercambio gaseoso. La planta los abre para absorber el dióxido de carbono (CO2) que necesita para hacer la fotosíntesis, pero también absorbe otras moléculas como el ozono.

Una vez que el ozono está dentro de la planta, se producen una serie de reacciones que oxidan las propias células vegetales, lo que altera su funcionamiento. Para evitar estos efectos negativos, las plantas tienen sistemas de protección celular antioxidantes. Sin embargo, cuando los niveles de ozono superan la capacidad de protección de las células vegetales, se produce una disminución de su crecimiento y productividad, y una aceleración del envejecimiento celular.

En última instancia, esto aumenta la sensibilidad de la planta hacia otros condicionantes como las sequías, las altas temperaturas o las plagas. Incluso es posible que los daños producidos por el ozono puedan llegar a observarse visualmente como pigmentaciones características en hojas de tonos amarronados o rojizos.

Diferentes hojas afectadas por el ozono. Pigmentaciones amarronadas o rojizas en hojas de judía (a) y tomate (c) y necrosis más avanzada en hojas de sandía (b). / CIEMAT-MARM

Diferentes hojas afectadas por el ozono. Pigmentaciones amarronadas o rojizas en hojas de judía (a) y tomate (c) y necrosis más avanzada en hojas de sandía (b). / CIEMAT-MARM

Además, los cultivos pueden sufrir una reducción de la producción y/o la calidad de la cosecha, al igual que adquirir mayor sensibilidad frente al ataque de patógenos. En la Península Ibérica, las cosechas que más se ven alteradas son las que se encuentran en el área mediterránea, debido a las altas concentraciones de ozono y su alta producción agrícola.

Los elevados y prolongados niveles de ozono pueden llegar a disminuir significativamente las cosechas. Cuando sucede un aumento de 60 a 120 µg m-3 de ozono, esa disminución es de un 20-30% en guisantes, judías verdes, boniatos, naranjas, cebollas, nabos y ciruelas; de un 10-19% en lechugas, ciruelas, trigo, cebada, soja, alfalfa, sandía, tomates, oliva y maíz; y entre de un 5-9% en arroz, patatas y uvas. Se estima que las pérdidas económicas globales en 2030 provocadas por el ozono oscilarán entre 15 y 30 mil millones de euros al año.

Plantas como biosensores de la contaminación por ozono

En este contexto de contaminación, el proyecto europeo WatchPlant está desarrollando una nueva tecnología para monitorizar diversas condiciones atmosféricas, como el exceso de ozono. Se trata de un sistema bio-híbrido inteligente basado en sensores que se integrarán con las plantas para detectar las condiciones ambientales adversas a partir de la respuesta temprana de las propias plantas. Capaces de transmitir datos en directo, estos sensores permitirán la monitorización ambiental in situ, sobre todo en áreas urbanas, para establecer una relación entre la contaminación y la salud humana.

Biosensores instalados en plantas de tomate. / WatchPlant

Biosensores instalados en plantas de tomate. / WatchPlant

Resultados preliminares del proyecto muestran que sí hay una relación entre la respuesta fisiológica de plantas como el almendro, el olivo, el limonero o el naranjo y la contaminación atmosférica. Ahora el objetivo es producir un sensor bio-híbrido que mida parámetros de la savia de estas plantas que reflejen los niveles de contaminantes como el ozono (O3). Los datos recabados podrán ser utilizados como complemento a las redes de monitoreo de calidad del aire y por la propia ciudadanía.

Más información sobre WatchPlant: https://watchplantproject.eu/ Twitter: @WatchplantP

 

* Pedro Trechera Ruiz es investigador postdoctoral del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA) del CSIC.

¿Qué vemos al contemplar un paisaje?

Por Fernando Valladares* y Mar Gulis (CSIC)

“Verdes montañas” o “campos de cultivo” son expresiones con las que a menudo describimos el paisaje que configura el «campo», un campo que visitamos en nuestros recorridos cotidianos o viajes vacacionales. Apreciamos bosques y plantaciones, pero ¿podemos leer algo más sobre lo que estamos viendo? ¿Qué árboles pueblan esos bosques? ¿Son bosques complejos autóctonos o plantaciones productivas de un solo tipo de árbol? ¿Cuánto tiempo llevan ahí? ¿Qué había antes de las amplias extensiones de regadío? ¿Afectan las redes de autopistas y carreteras a la flora y fauna? Veamos algunos apuntes para entender el paisaje a través de los ojos de la ecología.

Paisaje en Alcubilla de las Peñas, Soria, España (2015). / Diego Delso

El paisaje, como la vida, no es estático: ha ido cambiando a medida que se han modificado la demografía, los hábitos y nuestra interacción con el medio. Claro, que no todas las civilizaciones se han relacionado de la misma manera con su entorno. Algunas culturas en diferentes regiones del globo aún conviven de manera más o menos sostenible con sus territorios. A pesar de ello, se puede decir que, a día de hoy, existen muy pocos ecosistemas sobre la superficie terrestre que no hayan sido modificados. La extensión de un modelo social y económico basado en la extracción desmedida y concentrada de recursos naturales, sumada al alto crecimiento de la población humana, han hecho que hoy podamos afirmar que más del 45% de la superficie terrestre ya está profundamente alterada por el ser humano.

Granja solar. / Anonim Zero, Pexels

Un poco de historia: mucho más que domesticación de especies

Año 7.000 antes de Cristo. En el Levante mediterráneo ya se cosechan los ocho cultivos neolíticos fundadores: farro, trigo escanda, cebada, guisantes, lentejas, yero, garbanzos y lino. Hacia el este, en el interior, entre los ríos Tigris y Éufrates, los pueblos de la antigua Mesopotamia crían cerdos para obtener alimento y pastorean ovejas y cabras en la estación húmeda de invierno. El arroz está domesticado en China. En la actual Nueva Guinea se cultivan la caña de azúcar y verduras de raíz, y en los Andes la papa, los frijoles y la coca, mientras se cría ganado de llamas, alpacas y cuyes. Se trata de la revolución neolítica, que comenzó hace unos 13.000 años: la sedentarización y el surgimiento de las ciudades hecho posible por la agricultura y la ganadería, la domesticación de animales y plantas. Fue el inicio de lo que hoy se conoce como Antropoceno. Desde entonces hasta ahora, el impacto de los seres humanos en el planeta no ha hecho más que aumentar y extenderse a ritmo creciente.

Los paisajes primigenios, los que había antes de la revolución neolítica, se transformaron en ‘paisajes históricos’. En ellos, remanentes muy simplificados de vegetación natural se mantuvieron como manchas forestales de poblaciones de árboles con estructuras muy alteradas, como consecuencia de la explotación de la madera y otros recursos que ofrecen estos hábitats.

Restos del sistema de terrazas agrícolas circulares incas en Moray, Perú, siglos XV-XVI. / McKay Savage (Worldhistory.org)

El caso de la península ibérica

En el territorio peninsular, esos remanentes de vegetación natural coexistían con ecosistemas seminaturales, como los prados de siega. En el interior, se intercalaban zonas en las que la acumulación de agua permitía hábitats con mayores recursos para el ganado con hábitats más degradados, como los campos de cultivo extensivos de secano. La pérdida de especies y el colapso de muchos ecosistemas debió de ser algo generalizado. Los grandes herbívoros y carnívoros fueron los primeros en extinguirse, pero de la mano debieron perderse muchas especies de todo tipo de grupos biológicos que no han dejado su rastro en el registro fósil. Emergieron nuevos paisajes que poco tenían que ver con los que existían durante nuestra época nómada de cazadores recolectores.

‘Cosechadores’, óleo de Pieter Bruegel ‘el viejo’, 1565 / Google Art Project

Afortunadamente, algunos procesos funcionales y evolutivos de aquellos hábitats primigenios se mantuvieron gracias a que los cambios introducidos podían mimetizar procesos que habían existido hasta entonces. Por ejemplo: el pastoreo recordaba la presión de los grandes herbívoros; el manejo del fuego mantenía cierta estructura y dinámica ecológica a la que las especies y sus interacciones se fueron adaptando; el arado de tierras podía recordar a ciertas perturbaciones naturales que dejaban los suelos expuestos para ser nuevamente colonizados por la vida. Todo ello permitió mantener, pese a todo, tasas elevadas de diversidad y buena parte de la funcionalidad ecosistémica de estos paisajes y hábitats; es decir, los procesos biológicos, geoquímicos y físicos que tienen lugar los ecosistemas y que producen un servicio al conjunto. La potencia de la naturaleza para sobreponerse a los impactos es siempre asombrosa.

Con el tiempo y la expansión del modelo mercantilista, surgieron las minas y explotaciones industriales con sus huellas físicas, químicas y biológicas en el paisaje y en los ciclos de la materia y de la energía. Estos ciclos son como una suerte de metabolismo planetario que se apoya en equilibrios dinámicos, donde todo se transforma, pero el conjunto permanece estable. En esta movilización juega un papel vital la biosfera.

Imagen: Pxhere.com

De la superproducción a la escasez

El impacto mayor sobre la biosfera y la alteración de estos ciclos llegó con la agricultura intensiva. Se pasó de una agricultura que eliminaba hábitats, pero mantenía buena parte de las funciones ecosistémicas, a otra que conlleva altos niveles de contaminación, agotamiento de recursos y graves problemas para nuestra salud y la de los ecosistemas.

Y es que pocas cosas son menos sostenibles que la agricultura actual. No sólo por su elevada huella ambiental en forma de ecosistemas eutrofizados, es decir, con un exceso de nutrientes que provoca su colapso, y de emisiones colosales de gases de efecto invernadero, sino también por su necesidad de recursos que ya son limitantes como el fósforo, esencial para los fertilizantes y cuya provisión no se puede asegurar, o el agua de riego, cada día más escasa en cada vez más regiones del planeta. Además, se calcula que sin la ruptura metabólica global que supuso la agricultura del siglo XX, en lugar de ser actualmente casi ocho mil millones de personas en el planeta, apenas llegaríamos a cuatro, es decir, la mitad.

Imagen satélite de El Ejido y sus alrededores (Almería), con capturas de 2015. / Google Earth

Por otra parte, durante estos últimos 100 años el territorio no solo ha visto crecer exponencialmente y a ritmo vertiginoso la población mundial y el consumo de recursos naturales, también las ciudades, las carreteras y las autopistas, y por ende la reducción a mínimos nunca antes conocidos del espacio disponible para la vida silvestre.

Pero este ritmo no se da de la misma manera en todas las partes del globo. En los países desarrollados vivimos sobrecargando los ecosistemas, pero externalizamos las consecuencias a los países sin recursos. Es decir, utilizamos los recursos de otros para mantener nuestras demandas de recursos naturales.

Pocas veces nos paramos a ver todos estos procesos en el paisaje que visitamos o vemos a través de la ventanilla del coche. Vivimos tiempos que requieren reflexión y recuperar otros modos de relacionarnos con las demás especies y con el entorno. Si lo hacemos, seremos los primeros en beneficiarnos.

* Fernando Valladares es investigador del CSIC en el Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) y autor, entre otros muchos títulos, del libro La salud planetaria, de la colección ¿Qué sabemos de? (CSIC-Catarata).