Archivo de julio, 2021

Incendios forestales: la geometría del fuego

Por Serafín J. González Prieto (CSIC)*

Tradicionalmente se ha considerado que tanto el inicio como la propagación del fuego son una cuestión de triángulos. Para que se inicie un fuego son necesarios tres factores: combustible, comburente y fuente de ignición. Los dos primeros son casi omnipresentes en condiciones naturales, en forma de vegetación y oxígeno de la atmósfera, y el tercero surge con frecuencia variable a partir de rayos o erupciones volcánicas, por ejemplo. La propagación del fuego también está controlada por tres factores: el combustible disponible, la topografía y las condiciones meteorológicas (humedad, viento, temperatura).

Sin embargo, con demasiada frecuencia se olvida que desde hace miles de años a los triángulos anteriores les ha crecido un ‘cuarto vértice’, que condiciona decisivamente a los otros tres vértices en la mayor parte del planeta: las actividades humanas. Con el dominio del fuego los humanos pasamos a ser la principal ‘fuente de ignición’ en la naturaleza. Con la extinción de los mega-herbívoros silvestres en amplísimas zonas (en parte sustituidos por ganado), la agricultura y ciertas plantaciones forestales masivas –con especies pirófitas de interés económico, como eucaliptos y pinos– pasamos a controlar la cantidad y continuidad del combustible, es decir, las posibilidades de inicio y propagación del fuego. Sobre estas posibilidades de inicio y propagación inciden también el cambio climático que estamos provocando y las labores de extinción de los incendios cuando y donde nos interesa, incluso cuando estos son naturales. Por último, con la imparable expansión, a menudo caótica, de las áreas urbanizadas y las infraestructuras, nos hemos metido, literalmente, en la ‘boca del fuego’ que nosotros mismos atizamos. Así, además de la sexta extinción masiva de especies, la actividad humana está generando lo que ya se denomina mega-incendios de sexta generación: humanamente imposibles de apagar; humana y ecológicamente devastadores.

Ilustración: Irene Cuesta (CSIC)

Los riesgos de las quemas controladas o ‘pastorear’ el fuego

Llegados a este punto, ¿qué podemos hacer? Pensando solamente en el primero de los triángulos mencionados, algunos aseguran que únicamente podemos gestionar el ‘combustible’ y propugnan realizar quemas controladas o prescritas, ‘pastorear’ el fuego. Antes de optar por esta alternativa, conviene recordar que la sabiduría popular nos advierte que, si jugamos con fuego, es probable que acabemos quemándonos. Debemos tener presente que tanto las quemas prescritas como los incendios tienen efectos sobre la salud humana, la economía, la atmósfera, el agua, el suelo, la vegetación, la fauna e, incluso, el patrimonio cultural. Estos efectos pocas veces, o nunca, son tenidos en cuenta adecuadamente y en su conjunto.

Como realizar quemas prescritas con las necesarias garantías es laborioso y costoso, con relativa frecuencia se hacen mal y afectan a más superficie de la prevista, llegando incluso a convertirse en grandes incendios forestales. Pero, aún siendo técnicamente bien realizadas y de baja severidad, las quemas controladas o prescritas provocan pérdidas elevadas de nutrientes y organismos del suelo (lo que disminuye su fertilidad) y reducen su capacidad para actuar como una gigantesca ‘esponja’ que se empapa cuando llueve. Gracias a esta función de ‘esponja’, un suelo sano y rico en biodiversidad reduce las inundaciones y libera lentamente el agua después, lo que reduce las sequías.

Pérdida de áreas forestales por la erosión del terreno tras incendio (Ourense, Galicia)

Además, ya sea en un incendio forestal o en una quema prescrita, la combustión incompleta de materia orgánica de los suelos y vegetación genera inevitablemente hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAPs) tóxicos, que la erosión arrastra a embalses y zonas costeras y que afectan a la potabilidad del agua, la riqueza pesquera y marisquera, y, una vez más, a la biodiversidad. Las cenizas suelen también contener concentraciones demasiado elevadas de algunos micronutrientes y metales pesados, con riesgos aún no evaluados para los lugares donde se sedimentan.

Sedimentos de cenizas en costas gallegas

Pastoreo sí, pero de ganado extensivo y sostenible

Entonces, ¿qué otras cosas podemos hacer? En primer lugar, convencernos de que actualmente la figura geométrica del fuego, más que a un triángulo, se parece a un rombo, en cuyo vértice superior está la actividad humana influyendo decisivamente sobre el inicio y la propagación de los incendios. Los datos oficiales indican que el 78% de los incendios en España son de origen antrópico (quemas deliberadas, accidentes y descuidos). Por tanto, nada conseguiremos si no actuamos sobre la principal ‘fuente de ignición’ en los incendios forestales, grandes y pequeños: la actividad humana.

Salamandra calcinada por un incendio (Galicia)

Para dificultar la propagación y facilitar la extinción de los incendios debemos actuar sobre la biomasa vegetal, mal llamada combustible: aunque arde, nadie en su sano juicio llama combustible a una biblioteca, a un retablo barroco o a los tejados de Notre Dame. Una superficie continua de hierba seca, matorral, eucaliptos, pinos o acacias puede facilitar mucho la propagación de un incendio. Para reducirla, debemos generar discontinuidades y crear un mosaico de hábitats diferentes que, además, es muy beneficioso para la biodiversidad. Para eso disponemos básicamente de tres herramientas: diente, hierro y fuego; pastorear, rozar y quemar. Más allá de unos puestos de trabajo coyunturales, las quemas prescritas y el ‘pastoreo de incendios’ no producen bienes o riqueza y tienen en contra los mayores efectos ambientales. En circunstancias parecidas están las rozas, pero con menor impacto ambiental. Y luego está el pastoreo real, trashumante o con ganado en régimen extensivo o semi-extensivo, es decir, en el que este pasa la mayor parte de su vida en libertad. Al suplir a los grandes herbívoros salvajes que hemos diezmado o extinguido, el ganado en semi-libertad controla el crecimiento de la biomasa vegetal, contribuye a conservar un mosaico diverso de hábitats, genera puestos de trabajo estructurales, ayuda a mantener la población rural y produce alimentos.

Por todo ello, la solución del grave problema de los incendios forestales en nuestro país pasa por actuar cuanto antes sobre las causas de origen humano, promocionar un pastoreo semi-extensivo bien gestionado y recurrir a desbroces mecánicos donde sea necesario. Y solo cuando el número, extensión, severidad y frecuencia de los incendios sea más o menos natural podremos plantearnos no extinguir o ‘pastorear’ los incendios naturales.

* Serafín J. González Prieto es experto en restauración de suelos tras incendio e investigador del CSIC en el Instituto de Investigaciones Agrobiológicas de Galicia (IIAG-CSIC).

El gran ‘fake’ científico del siglo XX: el hombre de Piltdown

Por Ana Rodrigo Sanz (IGME-CSIC) y Mar Gulis*

Casi con toda seguridad, el engaño más famoso, espectacular y controvertido de la ciencia de la segunda mitad del pasado siglo es el fraude del ‘hombre’ de Piltdown. Durante cerca de 40 años, la mayoría de la comunidad científica dio por válida la existencia de este supuesto eslabón perdido de la evolución, con cerebro humano y cuerpo de simio, que habría vivido en las islas británicas hace dos millones de años. La mentira puso en evidencia las malas artes de quienes la urdieron, pero también que los prejuicios culturales y el nacionalismo pueden dar alas a los peores bulos científicos.

Reconstrucción de ‘Eoanthropus dawsoni’ de 1913.

Vayamos al comienzo de la historia. En 1908, unos trabajadores de una cantera de grava situada en Piltdown, un pueblo de Sussex (Inglaterra), informaron a Charles Dawson (1864-1916), abogado y arqueólogo aficionado, de que habían encontrado un cráneo aplastado. Dawson se desplazó a la zona y continuó excavando, según dijo, hasta encontrar algunas piezas más del cráneo y fragmentos de otros mamíferos fósiles. En 1912, llevó sus hallazgos a Arthur Smith Woodward (1864-1944), conservador de paleontología del Museo de Historia Natural de Londres, quien los presentó ante la Sociedad Geológica de Londres.

El aspecto del cráneo recordaba al de un humano actual mientras que las características de la mandíbula eran notablemente simiescas. Eso sí, los dos molares que conservaba estaban desgastados de forma similar a la observada en los seres humanos. Asociados a estos restos aparecieron también dientes de hipopótamo y de elefante, así como utensilios de piedra primitivos. Estas herramientas parecían una evidencia palpable de que el individuo de Piltdown habría tenido una inteligencia muy superior a la de los monos.

El eslabón perdido de Darwin

El descubrimiento encajaba perfectamente en el esquema de la evolución humana propuesto por Darwin en El origen de las especies, muy extendido entre quienes se dedicaban a la paleoantropología a comienzos del siglo pasado. Según esta hipótesis, en el transcurso de la evolución humana un cerebro de gran tamaño debía de haber precedido al desarrollo de otros caracteres considerados como humanos. Por eso, se esperaba encontrar fósiles con cráneos que delataran un gran volumen cerebral articulados con esqueletos de aspecto simiesco.

Cuando Woodward presentó los fósiles, la comunidad científica manifestó sus dudas arguyendo que quizás mandíbula y cráneo no correspondían al mismo individuo. Sin embargo, varias autoridades en anatomía, como Grafton Elliot Smith o Arthur Keith, defendieron la autenticidad del descubrimiento.

Retrato de 1915 del examen del cráneo de Piltdown. Desde la izquierda, arriba: F. O. Barlow, G. Elliot Smith, Charles Dawson, Arthur Smith Woodward. Abajo: A. S. Underwood, Arthur Keith, W. P. Pycraft y Ray Lankester. / John Cooke

El hallazgo de un diente aislado puso fin a la polémica: en 1913, el padre Teilhard de Chardin (1881-1955), jesuita, filósofo y paleontólogo francés, encontró un canino inferior que podía ser asimilado a un mono, pero que presentaba marcas de desgaste parecidas a las humanas. La cuadratura del círculo se completó cuando dos años después el propio Dawson encontró en un segundo yacimiento próximo al original otros dos fragmentos craneales típicamente humanos y otra pieza dental más bien simiesca pero desgastada que, en su opinión, debían de pertenecer a un segundo individuo. Muchos de los detractores iniciales de Piltdown, como el gran paleontólogo francés Marcellin Boule (1861-1942), se retiraron del debate asumiendo su equivocación y reconociendo que estaban ante el tan esperado eslabón perdido.

Un hallazgo a la altura de Gran Bretaña

Fue entonces cuando se asignó una edad de unos dos millones de años a los restos y el nuevo fósil recibió el nombre de Eoanthropus (“el hombre del alba”) dawsoni en honor a su descubridor. Inglaterra, que hasta entonces no había contado con ningún hallazgo fósil de relevancia a pesar de ser la cuna de la teoría de la evolución, se cubrió de gloria científica. El hombre de Piltdown era mucho más antiguo que los neandertales, cuyos restos se habían encontrado en otros lugares de Europa y Asia, pero de los que solo había registro desde hace 230.000 años. Por tanto, los neandertales ‘franceses’ y ‘prusianos’ quedaban relegados a una segunda posición como rama colateral en la evolución humana.

Todo ello llevó a que Woodward y Keith fueran nombrados barones y a que a Dawson, fallecido en 1916, se lo recordara con una placa honorífica en Piltdown. Por si esto fuera poco, el lugar de los afortunados hallazgos fue declarado monumento nacional en 1950.

Sin embargo, en ese periodo las dudas sobre la autenticidad de los fósiles no se disiparon del todo y los nuevos descubrimientos en yacimientos de África y Asia comenzaron a contradecir el paradigma evolutivo que sugería el individuo de Piltdown. Es el caso, por ejemplo, del niño Taung, descubierto por el antropólogo australiano Taymond Dart (1893-1988) en Sudáfrica en 1924. El cráneo presentaba un excelente estado de conservación y su morfología recordaba a la de un simio: era muy pequeño, pero sus piezas dentales eran más semejantes a las humanas que a las de gorilas y chimpancés. Y aún había más: Dart afirmaba que el niño había caminado erguido, lo que le hacía aún más próximo a la especie humana. En 1925, se publicaron los resultados de su investigación en la revista Nature: el niño Taung recibió el nombre de Australopithecus africanus y su antigüedad fue datada en dos millones y medio de años. Pero la ciencia oficial no hizo mucho caso: el hombre de Piltdown era un peso pesado.

Reconstrucción de ‘Australopithecus africanus’ en el Museo de la Evolución Humana

El fin de la mascarada

Hubo que esperar a 1953 para que se descubriera la gran mentira. El geólogo del Museo de Historia Natural de Londres Keneth P. Oakley (1911-1981) dudaba de que los restos de Piltdown tuvieran la misma edad que los restos del estrato que supuestamente los contenía. Decidido a demostrar su corazonada, puso a punto un método de datación para calcular la edad relativa de los huesos fósiles a partir de su contenido en flúor. El fundamento del método es sencillo: la composición química del hueso puede verse alterada por la presencia de determinados elementos en las aguas filtradas a través de los sedimentos, como el flúor. De este modo, el incremento paulatino en flúor puede ayudar a distinguir huesos de edades diferentes aparentemente asociados en el mismo nivel estratigráfico.

El museo permitió a Oakley acceder a las piezas y, en 1950, descubrió que los restos de uno de los animales de Piltdown contenían un 2% de flúor, mientras que los fragmentos humanos tenían entre 0,1 y 0,4%. ¿Qué significaba esto? Que el hombre de Piltdown no superaba los 50.000 años. Pero había más dudas: ¿cómo era posible que Eoanthropus dawsoni tuviese mandíbulas similares a las de los monos cuando las de otros ancestros más antiguos eran iguales a las nuestras?

Izquierda: El cráneo del hombre de Piltdown, en una reconstrucción realizada por el Museo de Historia Natural de Londres. Derecha: cráneo de ‘Australopithecus africanus’ en el Augsburg Naturmuseum.

Oakley volvió a analizar las muestras utilizando nuevos métodos químicos, esta vez en colaboración con el paleoantropólogo británico W. E. le Gros Clark (1895-1971). Sus resultados demostraron que los restos fósiles de Piltdown habían sido teñidos con dicromático potásico para aparentar antigüedad y los dientes limados cuidadosamente para semejar un desgaste similar al de las piezas humanas. Los huesos del cráneo correspondían a los de un humano moderno mientras que la mandíbula y la pieza dental aislada a un orangután. En cuanto a los restos fósiles de mamíferos supuestamente presentes en la cantera de grava, se determinó que procedían de Malta o Túnez. Dataciones posteriores realizadas con radiocarbono fecharon la antigüedad del cráneo humano en unos 620 años.

En 1953, el periódico Times publicó que el supuesto ‘hombre’ de Piltdown era, en realidad, un fraude. El sentimiento de vergüenza nacional y la indignación fueron tales que la Cámara de los Comunes se planteó reducir los fondos del Museo de Historia Natural como castigo a la institución por no haber descubierto antes el engaño. Afortunadamente la flema británica se impuso y el museo quedó exonerado de culpabilidad.

Quienes no llegaron a sufrir las consecuencias de sus actos fueron los que la investigación histórica ha señalado como los artífices del engaño: Dawson, que murió en 1916, y su amigo desde 1909 Teilhard de Chardin, que falleció dos años después de que la mentira se desvelara, todavía como miembro de la Academia de las Ciencias de Francia. El papel controvertido de Woodward y Keith tampoco pudo esclarecerse con ellos en vida: el primero falleció en 1944 y los estudios que implican al segundo en el fraude no se difundieron hasta después de su muerte en 1955.

 

* Ana Rodrigo Sanz es directora del Museo Geominero del Instituto Geológico y Minero de España, recientemente adscrito al CSIC. Es también autora del libro de divulgación La edad de la Tierra (IGME-Catarata), del que ha sido adaptado este texto.

Siete libros de ciencia para tu maleta veraniega

Por Mar Gulis (CSIC)

Las deseadas y merecidas vacaciones están cerca, por eso nos gustaría proponerte unas lecturas de divulgación con las que disfrutar del verano. Las colecciones ¿Qué sabemos de? y Divulgación (CSIC-Catarata) cuentan con más de 150 títulos de libros fáciles de llevar y leer. Aquí te presentamos algunos de los números más recientes.

¿Existe una filosofía en español?

Decía Heidegger que pensar, lo que se dice pensar, solo es posible en griego y en alemán. Entonces, ¿no es factible la existencia de un pensamiento filosófico en nuestro idioma? El investigador del CSIC Reyes Mate aborda esta cuestión el libro Pensar en español, el primer volumen de estas colecciones dedicado a la filosofía. En un mundo dominado por el inglés, el autor trata de “crear un marco de referencia que nos sitúe frente a otros pensares en otras lenguas y, también, establezca vínculos entre nuestros propios intentos de pensamiento, en el primer caso para diferenciarnos, y en el segundo caso para unirnos”.

Para los que gusten de la reflexión en nuestra lengua, este texto es más que recomendable. Además, viene con contenido extra: un vídeo resumen de un minuto y una entrevista al autor en el nuevo pódcast del CSIC ‘Ciencia para leer’.

La enfermedad de las mil caras

La esclerosis múltiple es una enfermedad crónica, inflamatoria y neurodegenerativa del sistema nervioso central. Tiene un marcado componente autoinmune, y aparece generalmente en personas de entre 20 y 40 años, lo que supone un enorme impacto en su calidad de vida, importantes repercusiones sociales, y un elevado coste sanitario. Esta patología afecta a 2,5 millones de pacientes en el mundo y, a pesar de la investigación desarrollada desde su descubrimiento en el siglo XIX, aún presenta muchos interrogantes.

La esclerosis múltiple afecta a 700.000 personas en Europa. En España, la incidencia es de 100 casos por 100.000 habitantes, en su mayoría mujeres. / CSIC-Catarata

Las científicas Leyre Mestre y Carmen Guaza del Instituto Cajal del CSIC se adentran en su evolución, sintomatología, tratamientos y líneas futuras de estudio en La esclerosis múltiple, un libro que da a conocer una enfermedad muy heterogénea y difícil de tratar.

Los entresijos de la ciencia

Desde que alguien formula una hipótesis en un despacho o laboratorio de cualquier parte del planeta hasta que esa idea aparece publicada en una revista científica en forma de nueva teoría, tecnología o producto existe un largo y complicado proceso poco conocido más allá de los campus universitarios y los centros de investigación. Por qué y cómo se hace la ciencia está escrito “desde dentro” por Pere Puigdomènech, un profesional que ha dedicado su vida a esta labor. “Condensar en un libro de bolsillo un texto sobre la ciencia en sí misma no era tarea fácil, pero esta actividad tiene tal impacto tanto por los millones de personas que se dedican a ella como por su influencia en cómo vivimos y en las decisiones que toman los gobiernos, que merecía la pena intentarlo”, comenta el autor.

Con este libro, el investigador del Centro de Investigación en Agrigenómica adscrito al CSIC pretende describir la evolución histórica de la actividad investigadora, qué papel cumple en nuestra sociedad y cuál es su funcionamiento interno. Sus páginas, idóneas para curiosos y curiosas de los vericuetos científicos, responden a preguntas como quién investiga, dónde lo hace, qué método y reglas sigue o con qué financiación cuenta.

Nanotecnología y desarrollo sostenible

Desde 2010 se han publicado más de un millón de artículos científicos sobre descubrimientos o desarrollos relacionados con la nanotecnología y se han concedido cinco premios Nobel de Física o Química a personas que han realizado aportaciones significativas en este ámbito. Estos dos datos son solo una muestra de la relevancia que ha adquirido la llamada ‘ciencia de lo pequeño’ en los últimos años. Objetos o partículas que miden la milmillonésima parte de un metro (10-9) se perfilan como una de las soluciones para lograr la supervivencia de la especie humana en imprescindible equilibrio con el planeta que habita.

Por su carácter transversal, la nanotecnología impacta en la mayoría de los objetivos de la Agenda 2030. 

El investigador del CSIC en el Instituto de Ciencia de Materiales de Madrid Pedro Serena firma Nanotecnología para el desarrollo sostenible, un libro que explica cómo el conocimiento acumulado sobre el nanomundo puede ayudar a mejorar nuestra calidad de vida sin comprometer el futuro de nuestros descendientes. El autor introduce los aspectos fundamentales de la nanotecnología y su salto de los laboratorios al mercado, para luego conectar las aplicaciones existentes y las futuras con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) establecidos por la ONU en su Agenda 2030.

¿Qué tienen en común la niebla y la cerveza?

Rodrigo Moreno, investigador del CSIC en el Instituto de Cerámica y Vidrio es autor de Los coloides, el libro que responde a esta pregunta. El arcoíris, un flan, la ropa deportiva impermeable que transpira y no pesa, la espuma con la que rizamos nuestro pelo o el famoso gel hidroalcohólico que nos aplicamos continuamente. Los coloides están presentes en muchos procesos y productos cotidianos, aunque la mayoría no hayamos oído hablar nunca de ellos. Son mezclas no homogéneas de dos o más fases (gas, líquido o sólido) en las que una de ellas tiene un tamaño menor a un micrómetro (0,001 milímetros) y que hacen posible la existencia de muchos materiales que usamos a diario. También se encuentran detrás de complejas tecnologías que en el futuro podrían permitir reutilizar materias primas o eliminar microplásticos de ríos y océanos. Este texto describe las características, técnicas de preparación y algunas de las numerosas aplicaciones de los sistemas coloidales.

La espuma de la cerveza es un coloide en el que partículas de gas, las burbujas, se encuentran dispersas en un medio líquido. 

La sorprendente vegetación de Atacama

Entre el océano Pacífico y la cordillera de los Andes se extiende un territorio de unos 178.000 kilómetros cuadrados donde predominan los tonos rojizos y, a simple vista, no se percibe rastro alguno de vegetación. Atacama, ubicado en el norte de Chile, es el desierto cálido más árido del mundo. Allí hay lugares donde no llueve en años, incluso en décadas, y otros en los que la media anual de precipitaciones no llega a los 5 milímetros de agua. Las temperaturas oscilan unos 30 grados entre el día y la noche, y la radiación solar es implacable. A pesar de las condiciones climáticas tan extremas, en este desierto se han descrito miles de especies de plantas que el investigador del Centro Nacional de Biotecnología del CSIC Carlos Pedrós-Alió nos invita a descubrir.

El ‘desierto florido’ es uno de los fenómenos más llamativos que suceden en Atacama. Solo algunos años, y en zonas diferentes, la superficie se transforma en un campo de flores de distintas especies que dura varios meses. / Gerhard Hüdepohl

“Después de veinte años visitando este territorio para estudiar microorganismos, vi que en algunos sitios había plantas. Quise saber de qué especies se trataba, cómo se las arreglan para vivir en este entorno, qué adaptaciones tienen a la aridez, de dónde sacan el agua, cómo se distribuyen y cuánto tiempo hace que aparecieron en la evolución”, cuenta el científico. El resultado de esta investigación es el libro Las plantas de Atacama. El desierto cálido más árido del mundo, un recorrido por una de las zonas naturales más espectaculares del planeta.

La expedición Magallanes-Elcano

El 10 de agosto de 1519 partían desde Sevilla cinco naves con unos 250 tripulantes a bordo. Era el comienzo de la famosa expedición capitaneada por Fernando de Magallanes y finalizada gracias a Juan Sebastián Elcano. Financiada por la Corona de Castilla, su objetivo principal era llegar por occidente a un lugar llamado La Especiería – en el archipiélago de Las Molucas, ubicado en Indonesia– y crear así una ruta marítima alternativa a la establecida por Portugal para controlar el comercio de especias como el clavo de olor, la canela, la nuez moscada y la pimienta negra.

Terra Brasilis y el Atlántico Sur (Atlas Miller, 1519). Imagen del mapa que forma parte de la portada del libro. / CSIC

Más de tres años después, el 6 de septiembre de 1522, 18 europeos y 3 orientales enfermos y agotados arribaron a Sanlúcar de Barrameda. Después de recorrer 14.460 leguas, habían conseguido culminar la primera vuelta al mundo. En la conmemoración de su quinto centenario, Las plantas de la expedición Magallanes-Elcano (1519-1522)  rinde tributo a esta hazaña promovida por la búsqueda de nuevas plantas y nos propone viajar a través de unas páginas impregnadas de olores y sabores exóticos. El libro de la colección Divulgación está coordinado por el investigador del CSIC en el Real Jardín Botánico Pablo Vargas y escrito por una veintena de investigadores e investigadoras procedentes de aquellos países por los que transcurrió esta azarosa singladura.

La estimulación supernormal o por qué nos atraen ciertos alimentos

Por Javier Sánchez Perona (CSIC)*

A la mayoría de las personas los bebés nos parecen adorables y nos surge el instinto de protección hacia ellos. ¿Por qué sucede esto? La realidad es que si no experimentáramos esos sentimientos de forma generalizada la especie humana estaría en peligro de desaparecer. Nos gustan los bebés porque tiene que ser así para la supervivencia de la especie.

Del mismo modo, los seres humanos hemos evolucionado para sentir atracción por determinados alimentos porque nos resultan necesarios para la supervivencia y repulsión por otros que pueden ser dañinos. De ahí el magnetismo que nos causan los carbohidratos, sobre todo los dulces, la sal y las grasas (probablemente debido al oleogustus, el denominado ‘sexto sabor’). En cambio, tendemos a rechazar los sabores amargos porque muchas sustancias tóxicas tienen ese sabor.

Nuestro organismo ha desarrollado un sistema de recompensas, a través de neurotransmisores y hormonas, que responde a gratificaciones para mantenerse vivo. De esa forma, se asegura de la repetición una experiencia que probablemente sea indispensable para la supervivencia del individuo y de la especie. Cuando se produce un estímulo que tiene que resultarnos agradable, el cerebro libera sustancias que nos causan placer (endorfinas), deseo (dopamina) o mejora nuestras relaciones sociales, incluido el sexo (oxitocina).

Sin embargo, es llamativo que muchas personas también salivemos ante una publicidad o una fotografía de un alimento; algo, por cierto, muy similar a lo que nos ocurre cuando un muñeco nos despierta el mismo instinto de protección que un bebé real. Todas estas parecen respuestas exageradas de recompensa ante estímulos artificiales. Es lo que el científico y zoólogo Nikolaas Tinbergen llamó estímulos supernormales, que afectan sobre todo a nuestros instintos más primarios, como son la alimentación y la reproducción.

Nikolaas Tinbergen. / Wikipedia

El neerlandés Tinbergen observó que algunos animales respondían a estímulos artificiales en un célebre experimento con peces espinosos. Los machos de esta especie son particularmente agresivos con otros machos cuando compiten por las hembras y se reconocen entre sí por una banda roja en el abdomen. Tinbergen había situado un acuario con estos animales al lado de una ventana y observó que los animales tendían a volverse más agresivos cuando por la calle pasaba el camión de correos, que era de color rojo. La hipótesis de Tinbergen era que los peces reaccionaban ante el color rojo aunque no se tratara de un estímulo natural. Para comprobarlo, introdujo en la pecera peces de madera con distintas formas, algunos de los cuales tenían el abdomen colorado. Cuando los peces espinosos macho veían el color rojo se volvían agresivos, aunque el estímulo fuera artificial.

En el siguiente video se muestra una recreación del experimento de Tinbergen:

Cuando una botella de cerveza se convierte en objeto de deseo

Otro ejemplo de estimulación supernormal es la historia de la casi desaparición de los escarabajos australianos Julodimorpha bakewelli. Estuvieron en riesgo de extinción porque los machos no se reproducían con las hembras, ya que habían encontrado unas sustitutas artificiales más atractivas. Los machos de esta especie se sienten atraídos por hembras que son más grandes que ellos, de color marrón, brillantes y que tienen protuberancias en el caparazón. Las sustitutas que encontraron fueron… botellas de cerveza que cumplían con esas características. Los escarabajos encontraban esas botellas en el campo (un lugar poco apropiado para estos envases) y se sentían tan atraídos por ellas que ignoraban a las hembras. Lo hacían hasta tal punto que muchos morían por calor, inanición o por ataques de hormigas, tratando de copular con las botellas. Afortunadamente, la amenaza de extinción de esta especie se resolvió de forma muy sencilla: solo hubo que cambiar el diseño de las botellas de cerveza.

Escarabajos australianos Julodimorpha bakewelli. / Bing

En nuestros días, encontramos estimulación supernormal absolutamente en todos lados. La publicidad explota nuestra debilidad por algunos productos para que instintivamente nos sintamos atraídos por ellos e ignoremos otros que nos estimulan menos. La respuesta que muchos humanos generamos ante alimentos ultraprocesados, ricos en azúcares, harinas refinadas, grasas y sal, sería también un ejemplo de estimulación supernormal. Estos alimentos están diseñados precisamente para resultar más atractivos que los alimentos poco procesados y provocan una respuesta emocional mucho mayor, que facilita el desarrollo de conductas adictivas.

 

* Javier Sánchez Perona (@Malnutridos) es investigador del CSIC en el Instituto de la Grasa y responsable del blog Malnutridos.