Archivo de junio, 2021

Retrata la ciencia a través de tu cámara o microscopio. ¡Participa en FOTCIENCIA18!

Por Mar Gulis (CSIC)

Si te gusta la fotografía, ve sacando tu cámara y… ¡dispara! FOTCIENCIA abre desde hoy el plazo para participar en su 18ª edición. Anímate a descubrir y retratar la ciencia y la tecnología que nos rodean (en casa, en la ciudad, en la naturaleza, en los centros de investigación, etc.) y presenta una imagen junto con un texto que la describa. Puedes ganar hasta 1.500 euros.

Tu fotografía debe estar relacionada con la investigación científica o sus aplicaciones, así que puede reflejar aspectos tan variados como el objeto de estudio de una investigación, las personas que la realizan, su instrumentación e instalaciones o los resultados del avance científico. Es decir, tienes un rango de temáticas prácticamente infinito para plasmar: alimentos, química, biología, materiales, medicina, matemáticas, arquitectura, ciencias sociales… Es hora de captar lo científico que está presente en nuestro día a día y enviar tu propuesta. Tienes de plazo hasta el 14 de octubre de 2021 a las 13:00h (hora española peninsular).

Si tu imagen es de las mejores en alguna de las categorías de FOTCIENCIA recibirás una remuneración. Junto con estas, se seleccionarán otras imágenes de entre las presentadas para formar parte de un catálogo y una exposición itinerante que recorrerá distintas salas y centros culturales de toda España en 2022/2023.

Si eres mayor de edad, puedes participar en una de estas dos modalidades:

  • Fotografía General, cuando la dimensión real del objeto fotografiado sea mayor a 1 milímetro. Es decir, aquí cabrían casi todas las fotografías que no son microscópicas.
  • Fotografía Micro, cuando la dimensión real del objeto fotografiado sea menor o igual a 1 mm o la imagen haya sido obtenida mediante un instrumento de micrografía. Aquí puedes presentar esa imagen impactante de microscopio que, por su belleza, sus patrones o por lo llamativa que quedó, podría estar tanto en un artículo de Nature como en un museo de arte contemporáneo.

Los y las estudiantes de Secundaria y Ciclos Formativos podrán participar en la modalidad La ciencia en el aula. Sus fotografías deberán retratar motivos científicos captados en su centro de estudios e ir acompañadas, al igual que en el resto de modalidades, de un texto explicativo.

Estas son las mejores imágenes de la anterior edición , #FOTCIENCIA17. Puedes ver todos los datos y el resto de seleccionadas, aquí: https://www.fotciencia.es/Publico/Info/__Recursos/CATALOGO_FOTCIENCIA17.pdf

Estas son las mejores imágenes de la anterior edición  (#FOTCIENCIA17). Puedes ver todos los datos, información complementaria y el resto de imágenes que resultaron seleccionadas, aquí: https://www.fotciencia.es/Publico/Info/__Recursos/CATALOGO_FOTCIENCIA17.pdf

Además, las fotografías presentadas a las modalidad General y Micro podrán adscribirse a otras categorías específicas. Entre ellas, FOTCIENCIA18 incorpora la modalidad especial La ciencia frente al COVID para encontrar imágenes que reflejen la importancia crucial que la investigación científica y la tecnología han tenido durante la pandemia. Sin duda, hemos vivido una época que no olvidaremos y en la que se ha puesto de manifiesto que la ciencia y el conocimiento son pilares esenciales para nuestro bienestar social y para combatir todo tipo de enfermedades. Mostremos en imágenes ese trabajo científico.

Las otras dos categorías específicas son las ya habituales: Agricultura sostenible y Alimentación y nutrición, que cuentan con el apoyo del Instituto de Agricultura Sostenible (IAS-CSIC) y del Instituto de Agroquímica y Tecnología de Alimentos (IATA-CSIC), respectivamente.

Las dos mejores imágenes de la modalidad General y las dos mejores de Micro obtendrán una remuneración de 1.500 €. Y cada imagen que resulte la mejor de las otras cuatro modalidades (La ciencia en el aula, La ciencia frente al COVID, Agricultura sostenible, Alimentación y nutrición) recibirá 600 €. Este breve vídeo condensa la información principal:

Suena bien, ¿no? Pues recuerda que la participación se hace de modo digital y que tanto la imagen como el texto que presentes han de ser de tu autoría. Un comité evaluador valorará tanto la imagen –su calidad técnica, originalidad y valor estético– como la claridad de la explicación aportada por el autor o autora.

Si quieres inspiración, o simplemente disfrutar de las selecciones anteriores, entra aquí y descubre las imágenes de ediciones pasadas. O, aún mejor, consulta el calendario de exposiciones por si puedes visitar in situ la muestra de la pasada edición (FOTCIENCIA17). También puedes escuchar los textos que acompañaban a las imágenes de la muestra aquí.

Un año más, FOTCIENCIA se suma a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) declarados por Naciones Unidas, por lo que, en el formulario de participación, cada autor o autora deberá adscribir su imagen a uno de los 17 ODS. Puedes consultar las normas completas de participación en la web: www.fotciencia.es

FOTCIENCIA es una iniciativa organizada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), con la colaboración de la Fundación Jesús Serra.

Ácido hialurónico: mucho más que un tratamiento estético

Por Daniel Fernández-Villa (CSIC)*

El tiempo pasa para todos. Donde ayer había un pelo oscuro y fuerte, hoy asoma ya una cana, y donde hoy hay una piel tersa y suave, mañana habrá una arruga. Es así, es ley de vida. Sin embargo, a muchos nos cuesta afrontar esta realidad. Se podría aventurar que esto es debido a la visión que se nos ha inculcado viviendo en sociedad mientras crecíamos, pero lo que es seguro es que hoy en día disponemos de muchos recursos para disimular el paso del tiempo a unos precios bastante accesibles para la mayoría.

¿Quién no ha escuchado alguna vez hablar de todas las maravillas que puede ofrecernos el ácido hialurónico? Es el remedio número uno para combatir el paso del tiempo en nuestra piel. Cada día podemos verlo anunciado en forma de cremas, acondicionadores o inyecciones reafirmantes. Pero, ¿qué otros usos podemos darle? ¿Podría mitigar el paso del tiempo, no solo en el exterior? Por supuesto que sí. De hecho, podría ser un tratamiento eficaz para enfermedades que afectan a millones de personas en todo el mundo.

Osteopenia: una condición, diferentes enfermedades

Nuestra piel no es la única que envejece con el paso del tiempo: la sociedad también lo hace. Debido al aumento de la esperanza de vida en las últimas décadas, las sociedades desarrolladas tienen poblaciones cada vez más envejecidas, y eso ha traído consigo el incremento de la prevalencia de algunas enfermedades crónicas. Las que nos ocupan en esta ocasión son las relacionadas con el esqueleto.

 

 

Seguro que, por desgracia, tienes algún familiar o conoces a alguna persona con osteoporosis, una enfermedad que se caracteriza principalmente porque disminuye la densidad ósea, rasgo conocido como osteopenia. Pero esta no es la única causa por la que aparece dicha condición. Por ejemplo, tras tratamientos prolongados con determinados fármacos antiinflamatorios puede desarrollarse osteopenia, o bien puede ser consecuencia de una mala formación de hueso, como ocurre en los casos de osteogénesis imperfecta. En todas estas circunstancias, aunque por diferentes causas primarias, los huesos son menos densos y, por tanto, tienen una mayor tendencia a la rotura.

La guerra civil ósea: osteoblastos vs. osteoclastos

Cabría preguntarse qué tienen en común todos los procesos que derivan de la osteopenia. En este sentido, podríamos comparar nuestros huesos con la Sagrada Familia de Barcelona, ya que se encuentran en remodelado constante desde que nacemos hasta que morimos. De hecho, se calcula que tardamos unos diez años en renovarlos por completo.

Esto se debe principalmente a la acción de dos tipos celulares residentes en estas zonas que se encuentran en constante disputa. Por un lado, están las células encargadas de formar el hueso, los osteoblastos y, por el otro, las células encargadas de degradarlo, los osteoclastos. Ambos son necesarios para el correcto mantenimiento de nuestros huesos y, en condiciones normales, el balance neto entre formación y destrucción es cero. Sin embargo, cuando alguno de estos actores se desregula empiezan los problemas. Por ejemplo, en muchos casos de osteopenia, lo que se ha comprobado es que los encargados de formar el hueso están más “cansados” que los que lo destruyen, o bien que estos últimos están hiperactivos, lo que en ambos casos produce un desequilibrio hacia la destrucción de hueso.

Teniendo esto en cuenta, actualmente disponemos de tratamientos que pueden estimular a las células formadoras de hueso y otros que inhiben la acción de los osteoclastos. No obstante, dichos tratamientos se toman por vía oral y hay que administrar dosis altas para que después de distribuirse por todo el organismo lleguen a una concentración suficiente a las zonas de interés, lo que causa efectos adversos indeseados.

Formulaciones inyectables: ácido hialurónico y compañía

¿Y qué pinta el ácido hialurónico en todo esto? ¿Cómo podemos usarlo para conseguir regenerar nuestros huesos? El ácido hialurónico no solo se usa con fines estéticos. Actualmente ya hay disponibles muchos tratamientos basados en él. Por ejemplo, desde hace décadas se inyecta en articulaciones de pacientes con artritis para aliviar los dolores del roce entre huesos debido a la inflamación existente, o también se usa como recubrimiento de diferentes dispositivos biomédicos para evitar una posible reacción contra ellos al ser implantados en nuestro cuerpo.

En el caso de las enfermedades osteopénicas, el objetivo es aprovechar la estructura de este compuesto al máximo. Desde el punto de vista funcional, en nuestro laboratorio del CSIC sometemos al ácido hialurónico a un tratamiento químico para que, al ponerlo en contacto con otro compuesto similar (otro polímero) como el quitosano, se produzca una gelificación en apenas unos minutos. De esta forma tendríamos dos soluciones líquidas al principio –el ácido hialurónico y el quitosano-, fáciles de inyectar dentro del hueso a través de técnicas mínimamente invasivas. Una vez dentro, entrarían en contacto y se produciría la gelificación, de manera que el gel quedaría embebido en la estructura ósea.

Este tratamiento regenera los huesos, pero solo en parte. Lo que conseguimos es tener una formulación segura y natural, que puede ser inyectada fácilmente y que se mantiene dentro del hueso durante un periodo de tiempo más o menos largo. De esta manera se podrían aplicar los mismos fármacos que ya estamos usando en clínica, pero con dosis mucho más bajas, porque se administran de forma local, y de un modo mantenido y controlado en el tiempo, lo que reduce al mínimo los efectos secundarios.

En cualquier caso, se puede llegar más lejos con el ácido hialurónico. Estamos explorando una vía que consiste en encapsular células madre dentro de este sistema doble. El campo de las células madre ha supuesto una revolución en los últimos tiempos por los buenos resultados que están mostrando en etapas preclínicas, ya que se ha visto que son capaces de liberar toda una serie de moléculas que promueven la regeneración de los tejidos. Sin embargo, en la mayoría de los ensayos clínicos realizados en humanos se ha comprobado que estos efectos desaparecen enseguida porque nuestro cuerpo elimina rápidamente las células madre que introducimos sin protección. Con nuestro procedimiento, las células no solo quedarían atrapadas dentro del gel y del hueso, liberando todos esos compuestos regenerativos durante mucho más tiempo que si se aplicasen «desnudas”, sino que además podrían acabar transformándose en osteoblastos. Con pequeñas modificaciones podríamos adaptar fácilmente la terapia a cada enfermedad e, incluso, ajustarla atendiendo a la severidad de cada paciente.

Daniel Fernández-Villa (@DanielFdezVilla) es investigador predoctoral en el grupo de Biomateriales del Instituto de Ciencia y Tecnología de Polímeros (ICTP-CSIC). Si quieres conocer más acerca de esta terapia, puedes ver el este vídeo que presentó a la segunda edición del concurso “Yo investigo. Yo soy CSIC” y que fue premiado con la tercera posición.

La dicotomía marciana. ¿Por qué Marte tiene dos hemisferios radicalmente distintos?

Por Juan Ángel Vaquerizo (CSIC-INTA)*

Marte tiene dos caras: el hemisferio norte está hundido, es una zona deprimida y muy lisa que presenta pocos impactos de meteoritos, mientras que el hemisferio sur está sobreelevado respecto al norte y está plagado de cráteres. Esta diferencia es lo que se conoce como dicotomía marciana. La disparidad entre hemisferios es una de las singularidades de nuestro vecino que ha despertado más curiosidad y, por ende, ha sido motivo de estudio desde su descubrimiento. Y aún sigue siéndolo, porque no existe consenso sobre el origen de esta característica fundamental del planeta, que refleja la historia geológica del mismo y también la posible presencia de agua en el pasado.

Mapa topográfico de Marte. / NASA/JPL

Mapa topográfico de Marte. / NASA/JPL

Desde los años sesenta del siglo XX, la exploración planetaria ha permitido aumentar el conocimiento sobre la geología y geografía marcianas –la geografía de Marte se conoce con el nombre de areografía, término proveniente de Ares (equivalente griego al dios romano Marte), y consiste en la caracterización y cartografiado de las regiones de Marte-. Gracias a las naves espaciales que han sobrevolado u orbitado el planeta, tenemos en la actualidad un gran conocimiento sobre sus accidentes geográficos y sus características superficiales: volcanes, cañones, antiguos lechos de río, canales de descarga y vastas regiones salpicadas de cráteres. Todos estos elementos permiten establecer los diferentes procesos geológicos que han tenido lugar a lo largo del tiempo, modelando el planeta rojo a escala global: vulcanismo, actividad tectónica, acción del agua líquida y del hielo y, claro está, impactos de meteoritos.

Para poder cartografiar la superficie de Marte, y en consecuencia las elevaciones del planeta, se definió un nivel de elevación cero o datum. Con el agua en mente, el datum marciano se define como la elevación en la que se alcanzan los valores de presión y temperatura del punto triple del agua, es decir, aquellos para los que el agua puede estar simultáneamente en los tres estados: sólido, líquido y gaseoso. Estos valores son una presión atmosférica de 610,5 Pa (6,1173 mb) y una temperatura de 273,16 K (0,01 oC). Para hacerse una idea, la cuenca más profunda de Marte y una de las mayores del Sistema Solar, Hellas Planitia, está muy por debajo del datum marciano y se encuentra a más de 7 kilómetros de profundidad.

Cráteres en Hellas Planitia. / ESA/DLR/FU Berlín

Cráteres en Hellas Planitia. / ESA/DLR/FU Berlín

Pero el descubrimiento de la dicotomía marciana llega con los primeros mapas completos del planeta. Entre 1998 y 1999 el instrumento Mars Orbiter Laser Altimeter (MOLA), un altímetro láser a bordo de la nave Mars Global Surveyor de la NASA, generó el mapa topográfico más preciso jamás realizado. MOLA recolectaba al día en torno a 900.000 medidas de elevación con una sensibilidad tan alta que el rango de error en elevación, de media, era de tan solo 13 metros. Con toda esta información -en total se utilizaron 27 millones de medidas de elevación recopiladas por el instrumento para conformar el mapa global-, se observó que la dicotomía de Marte tiene tres expresiones físicas globales:

Topografía de Marte

La parte norte del planeta es una inmensa depresión respecto a la parte sur. La dicotomía distingue entre las denominadas tierras altas (uplands) del sur y las tierras bajas (lowlands) del norte. Los datos altimétricos muestran que las tierras bajas son entre 3 y 6 km más bajas que las tierras altas del sur. Esta característica del relieve marciano recuerda la diferencia de elevación entre los continentes y los fondos oceánicos de la Tierra.

Densidad de cráteres de impacto

También existe una acusada diferencia en la densidad de cráteres de impacto, mucho menos numerosos en las tierras bajas del norte. En el hemisferio sur aparecen regiones plagadas de grandes cráteres y caracterizadas por superficies abruptas. En contraste, las lowlands situadas al norte presentan pocos cráteres grandes, su suelo es muy llano y muestran otros tipos de elementos que indican que han ocurrido extensos procesos de renovación de su superficie, como coladas de lava y grandes inundaciones.

Grosor de la corteza

Existe además una gran diferencia en el grosor de la corteza entre los dos hemisferios, mayor en las tierras altas del sur que en las tierras bajas del norte. Las uplands del sur tienen un grosor máximo aproximado de 58 km, mientras que las lowlands del norte apenas alcanzan los 32 km de grosor.

Estas tres manifestaciones físicas de la dicotomía no coinciden exactamente, de modo que no es posible trazar una frontera exacta de separación ni asegurar que todas ellas se deban a una misma causa. No obstante, se considera que el origen de la dicotomía es único y que produjo como resultado los tres aspectos observados. Asimismo, hay bastante acuerdo en que la dicotomía de Marte parece ser extremadamente antigua, que se originó en una etapa muy temprana del planeta, al comienzo de la evolución geológica de Marte, cuando la corteza estaba recién formada o terminando de formarse.

Mapas topográficos de relieve sombreado de muy alta resolución producidos por el equipo científico de MOLA. / NASA/MOLA

Mapas topográficos de relieve sombreado de muy alta resolución producidos por el equipo científico de MOLA. / NASA/MOLA

En la actualidad hay dos posibles hipótesis sobre el origen de la dicotomía: una endógena y otra exógena. La endógena establece que la dicotomía es el resultado de procesos convectivos asimétricos en el manto de Marte que produjeron el adelgazamiento de la corteza en la parte norte del planeta y un engrosamiento en el sur. La otra explicación, la exógena, parece contar con un mayor consenso y establece que la dicotomía es el resultado de un impacto gigantesco. Un impacto en Marte de un objeto de entre 1.600 y 2.700 km de tamaño -como los que existían en el Sistema Solar en la época estimada- habría sido capaz de crear una cuenca de impacto tan grande como Vastitas Borealis, nombre con el que se conoce a la inmensa llanura del hemisferio norte. El tamaño de esta zona, de 10.600 km de longitud y 8.500 km de anchura (Asia, Europa y Australia juntas), y su forma elíptica hacen plausible que sea el resultado de un gran impacto. Pero, por ahora, ese gran impacto es solo una hipótesis.

 

 

* Juan Ángel Vaquerizo es el responsable de la Unidad de Cultura Científica del Centro de Astrobiología (CSIC-INTA) y autor del libro Marte y el enigma de la vida (CSIC-Catarata) de la colección ¿Qué sabemos de?

Sobrevivir en el desierto: ¿cómo se adaptan los cactus a la falta de agua?

Por Carlos Pedrós-Alió y Mar Gulis (CSIC)*

Si hay una planta emblemática del desierto, esa es el cactus. Es difícil imaginar una película del Oeste sin un saguaro o dos (Carnegiea gigantea), pero ¿cómo se las arreglan las especies de esta familia para soportar unas condiciones de aridez tan extremas? Pues básicamente recurriendo a dos estrategias: hacer todo lo posible por no perder agua y esforzarse al máximo por obtenerla.

Para entender cómo los cactus consiguen retener agua hay que tener en cuenta que en un ambiente húmedo una planta está constantemente transpirando. El agua es absorbida por las raíces, sube hacia las hojas como parte de la savia y allí se evapora a través de los estomas. Estas estructuras de la hoja tienen que abrirse para aspirar CO2 y espirar O2, los gases que intervienen en la fotosíntesis. De esa forma, en condiciones normales, una planta pierde el 75% del agua que absorben sus raíces, algo que no tiene ninguna trascendencia en un bosque lluvioso tropical, pero que resulta imposible en un desierto.

Plantas que transpiran solo de noche

Esto ha hecho que los cactus conviertan sus hojas, por donde principalmente pierden agua las plantas, en espinas. No obstante, como sabemos, las hojas hacen la fotosíntesis, y una planta necesita este proceso para vivir. Por eso los cactus han transferido el proceso fotosintético a los tallos. Además, para evitar que se escape el vapor de agua, los cactus cierran los estomas durante el día y solamente los abren durante la noche, cuando la temperatura es baja y no va a haber tanta evaporación.

Sin embargo, durante la noche no hay luz. ¿Cómo compaginar la apertura de estomas con la fotosíntesis, que requiere la energía solar? Los cactus han resuelto el problema separando los dos procesos: durante la noche abren los estomas y absorben el CO2; durante el día cierran los estomas y aprovechan la energía de la luz para hacer la fotosíntesis. Con el fin de conservar el CO2 hasta que llegue la luz del día, los cactus y otras muchas plantas crasas han desarrollado un tipo de metabolismo que les permite almacenarlo en vacuolas por la noche y transportarlo a los cloroplastos cuando sale el sol. De este modo, hacen un uso del agua mucho más eficiente.

Cera impermeabilizante, tallos inclinados y segunda piel de espinas

Aquí no se acaban los recursos que tienen los cactus para no perder agua. Otro de ellos es recubrir su tallo de una cutícula de cera que lo impermeabiliza todavía más y que, al ser de color claro, refleja la radiación solar. Esto contribuye a reducir la temperatura de la planta y, por tanto, la evaporación.

El ecólogo Harold A. Mooney y sus colaboradores estudiaron este fenómeno en Copiapoa gigantea, un cactus que se encuentra en el desierto de Atacama. Insertando sensores de temperatura en el tallo, comprobaron que la temperatura debajo de tejidos cubiertos con cera era de 0,5 a 2 grados menor que bajo las zonas en las que se había perdido esa cubierta.

‘Copiapoa gigantea’ inclinada al norte en el desierto de Atacama. / Carlos Pedrós-Alió

Otro mecanismo observado por Mooney fue que la mayoría de los tallos estaban inclinados hacia el norte, de modo que la radiación solar solamente incidía perpendicularmente sobre la cima del tallo, pero no sobre los lados. Así, estos cactus minimizaban la radiación que les llegaba y esto contribuía a que no se calentaran tanto. Como en el ápice se encuentra el tejido de un cactus capaz de crecer y de producir flores, el ecólogo norteamericano especuló que su elevada temperatura ayudaría a que los procesos de crecimiento, floración y fructificación fueran más rápidos. A mayor temperatura, mayor actividad biológica.

Además, las espinas de los cactus forman una segunda piel unos milímetros más allá del tallo. Esta piel refleja una parte de la radiación solar y crea una capa de aire parcialmente aislante alrededor del tallo que reduce la temperatura y la evaporación en su superficie. La arquitectura del siglo XXI también ha descubierto este mecanismo y muchos de los edificios actuales tienen una segunda piel de vidrio separada de la cortina de cristal principal. El aire entre las dos superficies de cristal se calienta, sube y crea así corrientes que contribuyen a refrigerar el edificio.

Sección transversal de un cactus del género ‘Cereus’. Espinas y pelos surgen de las areolas, en las que se interrumpe la dermis y la cutícula que la protege. En el interior, de fuera hacia dentro, encontramos el clorénquima, donde se realiza la fotosíntesis; el hidrénquima, que es el tejido que puede acumular agua; el sistema vascular, que transporta la savia y los nutrientes de una parte a otra de la planta; y el parénquima medular. / Wikipedia

Capacidad para condensar agua

Todos estos mecanismos hacen que un cactus pierda poca agua. Pero, ¿cómo se las ingenia para conseguirla? La estrategia de algunas especies estudiadas por el propio Mooney es tener en sus espinas ranuras que hacen que las gotas de agua se deslicen hacia el tallo. En su recorrido por la espina, las gotas se encuentran con una serie de pelos que quedan empapados y hacen que el agua se escurra hasta el suelo, donde pueden absorberla las raíces.

Esta capacidad para condensar agua a partir de la niebla tiene un potencial de aplicaciones enorme. Si se lograran reproducir las propiedades de los cactus, podrían instalarse sistemas artificiales para atrapar las nieblas en muchos lugares áridos de la Tierra. De hecho, en los últimos años este tema ha recibido una gran atención. Estudiando la estructura microscópica de las espinas y los tricomas –apéndices finos– de un cactus mexicano, Opuntia microdasys, investigadores del Laboratorio Nacional de Pekín para Estudios Moleculares descubrieron que las gotas de agua siempre se deslizaban hacia el tallo, incluso cuando la espina se colocaba cabeza abajo y las gotas tenían que desafiar a la gravedad. Este fenómeno era posible gracias a la forma cónica de las espinas y sus ranuras longitudinales, más gruesas cuanto más cerca están del tallo.

Más recientemente, un grupo de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Pohang (Corea del Sur) ha demostrado que las espinas de este mismo cactus condensan el vapor de agua en pequeñas gotas, que luego se depositan sobre los tricomas. Estos tricomas son hidrofóbicos, de modo que la gota reposa sobre ellos sin mojarlos mientras se va evaporando poco a poco. Cuando el tamaño de la gota es el adecuado, es absorbida en microsegundos por la zona hidrofílica que hay por debajo de los tricomas.

Microscopía óptica de la recolección de gotas de agua por las espinas del cactus orientadas de distintas maneras. Las gotas se desplazan hacia la base de la espina incluso en contra de la gravedad. / Ju et al. (2012) y Springer Nature

Por otra parte, algunos cactus tienen un sistema radicular capaz de absorber mucha agua cuando llueve. Por ejemplo, se ha estimado que un saguaro puede llegar a recoger 760 litros después de una tormenta. Para que esto sea posible, el cactus tiene que ser capaz de almacenar el agua. Y esto es justamente lo que permite la estructura en acordeón del tallo: los cactus tienen costillas gracias a las cuales pueden aumentar su volumen cuando hay agua disponible y disminuirlo a medida que la van perdiendo.

En resumen, que un cactus puede ser perfectamente feliz en el desierto.

* Carlos Pedrós-Alió es investigador del CSIC en el Centro Nacional de Biotecnología y autor de los libros de divulgación La vida al límite y Las plantas de Atacama (CSIC-Catarata), del que ha sido adaptado este texto.

Azúcar, miel, edulcorantes… ¿existe una forma sana de endulzar?

Por Jara Pérez Jiménez (CSIC)*

Cada vez más gente reduce su consumo de azúcares porque ha escuchado que estos componentes tienen múltiples efectos negativos en la salud. Al mismo tiempo, aparecen otros edulcorantes que son promocionados como saludables: la panela, la miel, el azúcar de coco, la estevia… ¿Cuál de todos ellos elegir? ¿Qué edulcorante es más saludable? Vamos a verlo en detalle.

En primer lugar, hay que señalar que no todos los azúcares de los alimentos son iguales. Por un lado, existen los denominados azúcares intrínsecos: son azúcares que, como en el caso de la fruta o la leche, están incluidos dentro del alimento. Esto hace que el cuerpo necesite realizar múltiples reacciones químicas para poder liberarlos y que pasen a la sangre, lo que hacen lentamente junto con los otros nutrientes y compuestos beneficiosos que están en estos alimentos. Por el contrario, en el caso de los azúcares libres la estructura original del alimento se rompe y el compuesto pasa rápidamente a la sangre, sin ser acompañado de otros componentes beneficiosos. Los azúcares libres son los que se añaden al alimento, ya sea por el consumidor en casa o por la industria alimentaria, y también los que se encuentran en mieles, siropes y zumos. Sí, por muy natural y casero que sea un zumo, en él  se ha roto la estructura del alimento y por tanto ya no tenemos azúcares intrínsecos, sino azúcares libres.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha establecido un consumo diario responsable de azúcares libres en torno al 5% de las calorías consumidas en un día  (ojo, que este valor podría ser del 0% si consumimos fuentes de carbohidratos complejos) y de un máximo, en cualquier caso, del 10%. Esto se traslada, para un adulto, a un valor de 25 a 50 gramos de azúcares libres al día, cantidad que superan muchas personas en España. Además, la evidencia científica ha demostrado que la ingesta excesiva de azúcares libres está asociada no solo con aquellas enfermedades con las que la relacionamos más inmediatamente, como la diabetes tipo 2, sino también con enfermedades cardiovasculares , el hígado graso no alcóholico  (una situación en la que el hígado aparece tan dañado como en el alcoholismo pero por causa del consumo excesivo de ciertos azúcares libres) o algunos tipos de cáncer.

Por tanto, debemos reducir el consumo de azúcares libres en nuestra alimentación. Pero, ¿qué ocurre con productos como el azúcar moreno o la panela? Pues que, frente al 100% de azúcar contenido en el azúcar blanco, tienen un 95-98%, lo cual no implica diferencias nutricionales en la práctica. Sí, aunque hayas escuchado que tienen más vitaminas o minerales que el azúcar blanco, lo cual es cierto, debemos tener en cuenta que, por ejemplo, para consumir el mismo magnesio que está contenido en 30 gramos de almendras tendríamos que tomar 100 gramos de panela, lo que son 95 gramos de azúcares libres. De manera que los efectos perjudiciales superarían ampliamente a los beneficios que pudiéramos obtener. Lo mismo ocurre con la miel: a pesar de las múltiples propiedades que se le han atribuido, contiene un 70-80% de azúcares libres.

¿Son los edulcorantes artificiales una alternativa?

Últimamente se está promocionando mucho la estevia como un edulcorante natural. Debemos aclarar que, al comprar un producto que se anuncia como endulzado con estevia, en realidad lo que lleva es el E-960: un conjunto de compuestos con poder edulcorante llamados glucósidos de esteviol que son extraídos a partir de la planta de estevia mediante un proceso similar al utilizado para extraer el azúcar de la remolacha o la caña azucarera. En este caso, efectivamente, estos compuestos dan sabor dulce sin tener calorías, lo que ocurre también con edulcorantes artificiales como el aspartamo o el ciclamato.

Sin embargo, el consumo frecuente de estos edulcorantes también presenta problemas, que no tienen nada que ver con riesgos de toxicidad o con que sean cancerígenos, como se suele pensar. Lo que ocurre es que, con estos edulcorantes, por un lado, se produce el denominado ‘efecto halo’: como pensamos que estamos tomando algo saludable, acabamos añadiendo más de lo que tomaríamos de un producto que percibimos como insano, como el azúcar blanco. Por ejemplo, en un estudio se vio que las personas que usaban mermelada para endulzar el yogur acababan añadiendo más azúcar que el que llevaba un yogur azucarado. Por otro lado, estos compuestos tienden a alterar nuestro umbral del dulce: es decir, los receptores que tenemos para detectar el sabor dulce se están saturando y necesitamos cada vez más dulce para identificarlo. Por ejemplo, si acompañamos la comida con un refresco edulcorado, aunque sea sin calorías, estamos recibiendo constantemente ese sabor dulce y en el postre necesitaremos un producto con grandes cantidades de azúcar para reconocerlo como dulce.

Por tanto, la mala noticia es que no existe realmente un edulcorante saludable, sino que deberíamos limitar el consumo de estos productos a algo esporádico. Y cuando, puntualmente (lo que no significa varias veces por semana), vayamos a consumir un producto de repostería, sea industrial o casera, podemos escoger simplemente el que prefiramos por sus características sensoriales, pero sin pensar que nutricionalmente está aportando algo diferente. La buena noticia, por el contrario, es que podemos consumir piezas de frutas (sin procesar) sin preocuparnos, ya que la OMS no ha establecido ninguna recomendación para reducir su consumo porque contienen azúcares intrínsecos y no libres. De hecho, se ha asociado claramente un consumo escaso de frutas con múltiples efectos adversos para la salud, incluido un aumento en el riesgo global de mortalidad. Y esto incluye todas esas frutas que siguen “malditas” en muchas listas, como el higo, el plátano o la uva. La otra buena noticia es que, si vamos reduciendo la cantidad de azúcares libres en nuestra dieta, poco a poco nuestro umbral del dulce se irá rebajando, y aprenderemos a disfrutar cada vez más de los sabores originales de los alimentos.

* Jara Pérez Jiménez es investigadora del Instituto de Ciencia y Tecnología de los Alimentos y Nutrición (ICTAN) del CSIC.