Archivo de julio, 2019

Cremas solares: ¿una amenaza para el Mediterráneo?

Por Antonio Tovar (CSIC)*

¿Sabías que España es, sólo por detrás de Francia, el segundo destino mundial en cuanto a visitantes extranjeros? Cada año batimos nuestro récord, con 82,6 millones de visitantes en 2018, casi el doble de la población española. La mayoría buscan un turismo de sol y playa: cerca de la mitad se concentran en las zonas costeras, muy particularmente en la costa mediterránea durante los meses de verano. Si contamos los turistas que reciben otros países del área (por ejemplo, Italia, Francia, Turquía, Grecia, Croacia o Marruecos) veremos que en 2016 se alcanzaron en el Mediterráneo 329,2 millones de visitas, cifra equivalente a la población del tercer país más poblado del mundo, Estados Unidos. Esta afluencia afecta positivamente a la economía de estos países –la actividad turística generó a la Unión Europea 1,1 billones de euros durante 2016–, pero supone también un impacto en el medio ambiente, especialmente en el medio marino, que requiere de una urgente atención.

Crema solar

Entre los múltiples impactos que tiene el turismo sobre los mares, la contaminación por el uso de las cremas solares está recibiendo especial atención de la comunidad científica, ya que nos encontramos ante un problema de alcance global. Las pruebas que sustentan esta afirmación son:

  • La creciente preocupación en las últimas décadas sobre los riesgos asociados con la exposición de la piel a la radiación ultravioleta (UV) se traduce en un incremento en el uso de protectores solares. Estos productos acaban en el mar, bien durante el baño o indirectamente a través de las plantas de aguas residuales.
  • El aumento del turismo de sol y playa lleva aparejado un incremento del consumo de cosméticos. De hecho, el valor de los protectores solares en el mercado alcanzó en 2018 los 7.350 millones de euros y se pronostica que llegará a los 10.430 millones de euros en 2025.
  • Se trata de cosméticos en cuya formulación se incluyen multitud de ingredientes químicos, no todos específicamente indicados en sus etiquetas.
  • Estudios científicos recientes han demostrado la toxicidad de las cremas solares en su conjunto o de alguno de sus ingredientes (como el dióxido de titanio, el óxido de zinc, o la oxibenzona) sobre organismos del ecosistema marino (microalgas, mejillones, erizos, crustáceos, peces, corales, etc.).
  • Se han encontrado ingredientes químicos usados en la formulación de las cremas solares en multitud de animales, como peces, delfines o huevos de aves, y en lugares muy remotos del planeta, como la Antártida.

Todo apunta, por tanto, a que nos encontramos con un problema real, de alcance global y con efectos de magnitud aún desconocida. Ante tales ‘pistas’, algunos gobiernos ya han adoptado medidas sin precedentes para tratar de proteger sus ecosistemas. Así, el estado de Hawái (Estados Unidos) aprobó en 2018 una ley para prohibir la venta y distribución de protectores solares que contengan entre sus ingredientes oxibenzona y sus derivados, que resultan tóxicos para los corales. En el mismo año, y por el mismo motivo, el archipiélago de Palaos (Micronesia) aprobó una ley para prohibir por completo el uso de cremas solares, convirtiéndose en el primer país del mundo en adoptar dicha medida. Sin embargo, existen otras zonas del planeta, como el Mediterráneo, donde el problema puede estar especialmente magnificado, y donde no se ha adoptado ninguna medida encaminada a evaluar o minimizar el impacto de las cremas solares en sus ecosistemas marinos.

Punto caliente de biodiversidad

A pesar de que este impacto no ha sido aún evaluado, el Mediterráneo presenta una serie de características físicas, químicas, biológicas y socioeconómicas que hace que sus ecosistemas sean, desde el punto de vista de la contaminación, unos de los más amenazados del mundo.

Este mar es una cuenca semi-cerrada donde la pérdida de agua por evaporación supera la entrada por precipitaciones y descargas de los ríos. Esto genera un déficit hídrico que se compensa parcialmente con un intercambio limitado de agua con el océano Atlántico a través del Estrecho de Gibraltar (de tan solo 12,8 km de ancho y unos 300 metros de profundidad), y que es la única conexión con el océano abierto. Todo ello hace que la renovación del agua del Mediterráneo sea mucho más lenta que la de cualquier otra zona oceánica, y por tanto el efecto de cualquier contaminante, como podrían ser las cremas solares, permanezca en sus aguas durante más tiempo.

Posidonia

Posidonia oceanica. / Alberto Romeo (CC BY-SA 2.5).

Con más de 17.000 especies marinas, el Mediterráneo es uno de los puntos calientes de biodiversidad del planeta, con especies endémicas de gran valor ecológico y muy sensibles a la contaminación, como las praderas de Posidonia oceanica. A pesar de su riqueza biológica, es un mar oligotrófico, es decir, su producción primaria es muy baja como resultado de la escasa concentración de determinados nutrientes disueltos en sus aguas, principalmente el fósforo. Esta característica confiere a sus aguas un aspecto azulado y cristalino.

Además tiene una media de 250 días de sol al año, el clima es suave y húmedo durante el invierno, y cálido y seco durante el verano. Todo esto, junto con un rico patrimonio cultural y una situación sociopolítica favorable, crea en las regiones costeras mediterráneas un escenario idílico que atrae a millones de turistas cada año.

Nos encontramos, por tanto, ante una región que recibe de manera masiva turistas atraídos en buena parte por las características medioambientales y ecológicas del medio. Esto genera una gran riqueza económica, pero a la vez perjudica y amenaza los recursos ambientales. Es una responsabilidad de los gobiernos buscar alternativas que garanticen un turismo sostenible que priorice la conservación de los ecosistemas y evitar que el crecimiento turístico del que presumimos se convierta en víctima de su propio éxito. La búsqueda de dichas alternativas requiere ineludiblemente de la cooperación entre la comunidad científica, empresas cosméticas y farmacéuticas, gestores ambientales y políticos.

 

* Antonio Tovar es investigador en el Instituto de Ciencias Marinas de Andalucía, del CSIC.

De Granada a la Luna: cuatro décadas de astrofísica en Andalucía

Por Manuel González (CSIC)*

El 20 de julio de 1969 una persona pisó por primera vez la superficie de nuestro satélite. “Un pequeño salto para el hombre, un gran paso para la humanidad”, como afirmó Neil Armstrong, el artífice de una hazaña -o por lo menos su cara más visible-, de la que ahora se cumplen 50 años. Tras años de estudios, pruebas, misiones de exploración y algún que otro fracaso, por fin se conseguía hacer llegar la nave Apolo XI a la Luna. Aunque aquella vez no fue la única (entre 1969 y 1972 otras cinco misiones cumplieron el objetivo de transportar astronautas a nuestro satélite) sí fue la más icónica. Habíamos logrado abandonar nuestro planeta, posarnos en el cuerpo más cercano del Sistema Solar y volver. Algo impensable a principios del siglo XX.

El astronauta Buzz Aldrin durante el primer aterrizaje lunar, el 20 de julio de 1969./ NASA/ Neil A. Armstrong

Quizás una de las consecuencias que tuvo esa misión, y en particular la foto de la bandera americana ondeando sobre nuestro satélite, es que cada vez que se habla de la exploración espacial se tiende a pensar únicamente en Estados Unidos. Algunas personas también pensarán en la antigua Unión Soviética y China. Sin embargo, son varios los países que han participado desde hace años en misiones espaciales cuyo objetivo es desentrañar los misterios de los cuerpos del sistema solar. Sí, España también forma parte de la carrera espacial.

De cohetes estratosféricos a la superficie de Venus

En esta carrera, el Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA) del CSIC ha jugado un importante papel desde su fundación en 1975. El 20 de julio de 1969 el IAA todavía no existía. Seis años después, en julio de 1975, este centro se inauguró en el palacio de la Madraza, un edificio histórico junto a la catedral de Granada, con un puñado de científicos y científicas dispuestos a hacer ciencia de la mejor calidad. En poco más de 40 años, el Instituto de Astrofísica de Andalucía ha participado activamente en la exploración de los cuerpos más importantes del Sistema Solar: la atmósfera de nuestra Tierra, el Sol, la mayoría de los planetas, algunas lunas, e incluso en un cometa. También fuera de nuestro Sistema Solar, ya que ha conseguido detectar planetas que orbitan alrededor de otras estrellas.

Uno de los primeros proyectos consistió en estudiar la luminiscencia nocturna en 1976. Se trataba de efectuar una exploración de la alta atmósfera terrestre con cohetes de sondeo. Se lanzaron varios desde el Arenosillo, Huelva, que ascendían unos kilómetros y que medían y caracterizaban la atmósfera terrestre según caían al mar. Este proyecto pionero daba el pistoletazo de salida al IAA en su aventura espacial.

Años después, tras estudiar la atmósfera de nuestro planeta, se saltó a la de Marte. La sonda Mars 96, lanzada en 1996, tenía como uno de sus objetivos el estudio de ciertas moléculas en la atmósfera marciana. Esta misión nunca llegó a Marte porque no consiguió abandonar la órbita terrestre, pero sentó las bases para construir un satélite que sí lograría su objetivo, Mars Express. Esta segunda misión, que comenzó en 2003 fue todo un éxito. Lanzó un orbitador que ha estado realizando investigaciones científicas desde entonces. La mayor parte de la instrumentación de este satélite es europea, con importante participación del IAA.

Entre Mars 96 y Mars Express el instituto participó en Cassini-Huygens, un proyecto para estudiar el planeta Saturno y sus lunas que data de 1997. La nave contaba con una sonda denominada Cassini que orbitaba alrededor del planeta, y de un módulo de descenso, Huygens, para estudiar la atmósfera de Titán. Huygens fue el primer objeto que aterrizó en una luna que no fuera la terrestre, y cumplió con éxito la mayoría de sus objetivos científicos.

Tras este hito, la misión Rosetta, lanzada en 2004 hacia el cometa 67P/Churiumov-Gerasimenko, fue el siguiente proyecto en el que se embarcó el instituto granadino. El desafío era mayúsculo. Por primera vez en la historia, la humanidad colocó un artefacto en un cometa: el módulo de aterrizaje Philae se posó sobre 67P en 2014. Pese a que el aterrizaje de Philae fue accidentado, porque rebotó y terminó posándose en una zona más escarpada de lo previsto, consiguió obtener muchas imágenes durante el aterrizaje y tomar datos sobre la superficie del cometa.

La misión Venus Express, lanzada en 2005, permitió estudiar la atmósfera y la superficie de Venus. Por su parte, CoRoT iniciada en 2006, estaba dedicada a la búsqueda de planetas extrasolares. Ambas también contaron con la participación tecnológica y científica del IAA.

 

La sonda Venus Express, sobre una imagen real de las ondas atmosféricas de Venus. / IAA

 Júpiter y exoplanetas: los retos del futuro

La Unidad de Desarrollo Instrumental y Tecnológico (UDIT) del IAA, un equipo dedicado especialmente al desarrollo de instrumentación, ha crecido considerablemente a lo largo de las últimas décadas. En su agenda se suman proyectos como Exomars o BepiColombo, lanzadas en 2016. La primera es una misión espacial a Marte que intentará averiguar si hubo vida en el planeta rojo en un pasado (o si la hay ahora). La segunda tiene como objetivo el estudio de Mercurio, uno de los planetas menos explorados hasta el momento.

¿Qué nos deparará el futuro? El año que bien comenzará el vuelo de Solar Orbiter, el primer satélite que observará los polos del Sol. Parte de su instrumentación ya fue probada con éxito en otro proyecto del centro, Sunrise, un globo que estudió en dos ocasiones (en 2009 y 2013) nuestra estrella desde la Tierra. Además, el IAA está fuertemente implicado científica y tecnológicamente en JUICE, prevista para 2022, que explorará tanto Júpiter como sus satélites Ganímedes, Europa y Calisto. Y en PLATO, que comenzará en 2026 y buscará y caracterizará planetas extrasolares rocosos alrededor de estrellas similares al Sol.

Esta exitosa actividad espacial ha contribuido a que el IAA sea reconocido como centro de excelencia Severo Ochoa, el único de Andalucía con esta distinción a día de hoy. Todo esto no habría sido posible sin el empeño y esfuerzo de unos científicos y científicas que, desde su despacho de la Madraza, quizás inspirados por los pasos de Neil Armstrong sobre la Luna, soñaron un día con conquistar el cielo.

* Manuel González trabaja en la Unidad de Cultura Científica del Instituto de Astrofísica de Andalucía del CSIC y es responsable, entre otros proyectos de divulgación, del videoblog El astrónomo indignado.

¿Por qué oímos hasta con los oídos tapados?

Por Mar Gulis (CSIC)

Imagina que oyes de repente un ruido muy molesto, como una alarma a todo volumen, un pitido intenso que no cesa durante minutos o que estás en medio de una conversación bulliciosa entre varias personas. Seguramente lo primero que vas a hacer es taparte los oídos, pero te darás cuenta de que lo vas a seguir oyendo… aunque sea de una forma más leve. ¿Por qué ocurre esto?

Nuestros oídos son un laberinto para el sonido. Un laberinto dividido en tres partes: oído externo, medio e interno. El recorrido comienza cuando el sonido llega al oído externo y golpea al tímpano, haciéndolo vibrar, y esa vibración se transmite a través de la cadena de huesecillos (martillo, yunque y estribo) que se encuentran en el oído medio. Las vibraciones continúan hasta la cóclea, en el oído interno y en forma de espiral, también conocida como caracol, donde se convierten en impulsos electroquímicos que viajan hasta el cerebro, capaz de interpretar y entender a través de las terminaciones nerviosas del ganglio auditivo. Esto es lo que nos permite oír.

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Así lo explican la investigadora Isabel Varela Nieto, del Instituto de Investigaciones Biomédicas Alberto Sols (CSIC-UAM), y el otorrinolaringólogo Luis Lassaletta Atienza, autores del libro La sordera, de la colección ¿Qué sabemos de? (Editorial CSIC – Los Libros de la Catarata). La energía acústica se transmite desde el exterior hasta la cóclea, y toda esa cadena “proporciona una amplificación a la señal sonora de unos 35 decibelios (dB)”. Oímos, incluso aunque tengamos los oídos tapados, porque el sonido puede llegar hasta la cóclea a través de la vía ósea. De esta forma la vibración sonora se transmite a través del cráneo, que pone en marcha los líquidos del laberinto de nuestro oído.

Exposición constante al ruido: trauma acústico y la sordera del siglo XXI

La explosión de un petardo, un disparo o la música de una discoteca a todo volumen. Estos son algunos de los ruidos que si escuchas de forma intensa o prolongada podrían pasarte factura: desde provocar lesiones en el oído hasta el conocido como trauma acústico, que se produce cuando el deterioro es irreversible, señalan los investigadores. Por ello, advierten sobre una serie de factores a tener en cuenta para prevenir estos trastornos: la intensidad sonora (límite de 80 dB), el tiempo de exposición, la frecuencia de ruido (las más lesivas, comprendidas entre 2.000 y 3.000 Hz) y la susceptibilidad de cada persona.

De hecho, hay personas que por su profesión están más expuestas al ruido, incluso a más de 80 dB, como por ejemplo armeros, militares o personal de una discoteca. Sobrepasar este límite “produce de forma característica una pérdida de audición bilateral con afectación inicial en 4.000 Hz que con el tiempo afecta al resto de frecuencias”. Y peor aún, el impacto sonoro puede desembocar en hipoacusia neurosensorial –que responde a problemas en el receptor auditivo, la cóclea o en las vías nerviosas– o en acúfenos, es decir, la sensación de oír ruidos dentro de la cabeza.

El ruido es, por tanto, la principal causa evitable de sordera en el mundo. Aunque no siempre llega del exterior: el uso de dispositivos de audio a una intensidad alta durante varias horas también puede derivar en esta dolencia. Por ello, los autores destacan que “el mejor tratamiento para el trauma acústico es la prevención”, ya que todavía no existe un tratamiento específico, lo que constituye uno de los retos de la medicina del siglo XXI. De hecho, evitar el ruido puede ser una opción recomendable.

 

* Puedes leer más en el libro La sordera (Editorial CSIC – Los Libros de la Catarata), de la colección ¿Qué sabemos de?

Arte y ciencia se alían contra la contaminación urbana

Por Fernando del Blanco Rodríguez (CSIC)*

Zabol, Onitsha, Peshawar, Gwalior… Tal vez a un oído europeo no le diga mucho el nombre de estas ciudades. Sin embargo, cada una de ellas se encuentra representada en uno de los doce relojes que conforman la instalación artística conTIMEminación, que se exhibe el Centro de Investigación y Desarrollo de Barcelona (CID-CSIC). ¿Por qué?

conTIMEminacio

Pues precisamente porque estas ciudades presentan algunos de los índices de polución ambiental más altos del mundo si atendemos a los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de 2016 sobre calidad de aire y, en concreto, a los indicadores de presencia de material particulado en suspensión (PM).

Este material particulado al que alude la OMS y que es posible detectar en la atmósfera de nuestras ciudades se suele clasificar en dos grupos según el tamaño de las partículas que lo constituyen: por un lado, las partículas de diámetro aerodinámico igual o inferior a los 10 micrómetros (µm) –un micrómetro equivale a una milésima parte de un milímetro–, denominadas PM10; y, por otro, la fracción respirable más pequeña, las partículas de diámetro aerodinámico inferior o igual a los 2,5 micrómetros, a las que nos referimos como PM2,5.

El tamaño no supone la única diferencia entre ambos grupos. Las PM2,5, consideradas las más potencialmente peligrosas para la salud, se originan sobre todo en fuentes de combustión creadas por los seres humanos, como las emisiones de los motores diésel. Mientras, una parte significativa de las partículas de mayor tamaño suele ser de tipo metálico o mineral, ya sea de origen antrópico (humano) o natural.

La instalación conTIMEminación, creada por el artista Francisco Martínez Gómez, explora los problemas derivados de la presencia de estas partículas en nuestros entornos. Consta de doce relojes en funcionamiento, cada uno de los cuales ha sido inyectado con un producto metafóricamente tóxico que detendrá su mecanismo a medida que la agujas ya no sean capaces de superar la resistencia creciente e incesante de la sustancia extraña que las entorpece.

El proyecto, que cuenta con la colaboración de los investigadores del CSIC Xavier Querol y Sergi Díez, propone una reflexión en torno al volumen de contaminación al que estamos sometidos los habitantes de los núcleos urbanos y esboza el desenlace alegórico al que nos abocaría no comprender la magnitud de este riesgo.

Cada reloj representa una ciudad: Zabol (Irán), Onitsha (Nigeria), Peshawar (Pakistán), Riyadh (Arabia Saudí), Gwalior (India), Guangzhou (China), Moscú (Rusia), Estambul (Turquía), Buenos Aires (Argentina), París (París), Barcelona (España) y Lima (Perú). El artista y los investigadores matizan que la instalación no pretende reflejar los datos científicos de forma precisa, sino ilustrar la dimensión global del problema. Estas ciudades sufren significativos problemas de polución, aunque no todas presentan los indicadores más altos de contaminación.

Tendencias opuestas

“La tendencia de la calidad del aire en el mundo puede llegar a seguir evoluciones temporales opuestas en función del desarrollo económico”, explica Querol. “Mientras en Europa, Australia, EEUU, Japón y otras sociedades desarrolladas, la calidad ha mejorado drásticamente en las últimas décadas, en algunas ciudades de Irán, Pakistán, India y China se evidencia un empeoramiento muy marcado”, aclara este investigador del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA) del CSIC.

Concentración de material particulado con diámetro aerodinámico igual o menor a 2,5 micrómetros (PM2,5) en cerca de 3.000 áreas urbanas, 2008-2015. / Organización Mundial de la Salud, 2016

Mapa PM 10

Concentración de material particulado con diámetro aerodinámico igual o menor a 10 micrómetros (PM10) en cerca de 3.000 áreas urbanas, 2008-2015. / Organización Mundial de la Salud, 2016

El caso de España está en sintonía con el europeo. Si en 2005 en nuestro país 49 zonas incumplían la normativa para PM, en la actualidad solo lo hace una (Avilés). Esta tendencia ha reducido notablemente las muertes prematuras anuales atribuibles a la mala calidad del aire en la Unión Europea: según la Agencia Europea de Medio Ambiente, se ha pasado de una estimación de un millón de muertes al año en 1990 a otra de 400.000 en 2016.

Querol considera que “los países y ciudades más avanzados en política ambiental han asumido social y políticamente que la calidad del aire no es un tema solamente de ecologismo, sino que lo es de salud pública en primer lugar”. Sin embargo, estos avances no han servido para alcanzar metas como la estrategia europea inicial en materia ambiental. “Prueba de ello es que desde 2010 debíamos cumplir una legislación en dióxido de nitrógeno que se ha infringido ampliamente en toda la Europa urbana; o que aún no se han adoptado como normativos los valores guía para PM de la OMS, a pesar de que la primera directiva de calidad del aire en Europa establecía que esto debía hacerse en 2010”, afirma el investigador.

A su juicio, para reducir la contaminación urbana es necesario adoptar medidas que “afectan al vehículo privado y la distribución de mercancías”. En esta dirección se enfoca el proyecto europeo Airuse Life +, galardonado como el mejor proyecto `Ciudades Verdes´ de 2018 y coordinado por este especialista. La iniciativa propone una reformulación urbanística, logística y del transporte muy profunda como estrategia para conseguir reducir la contaminación del aire en nuestras ciudades.

Mientras esto pasa en Europa, conTIMEminación se pregunta si estas medidas –en caso de que se implementen– llegarán a tiempo, y si lo harán en aquellos entornos –como los de los países en desarrollo– donde sus habitantes sufren un tipo de pobreza aun escasamente contemplada como un fenómeno de desigualdad geoeconómica: la pobreza ambiental. La imposibilidad de respirar aire digno.

Zabol, Onitsha, Peshawar, Gwalior…

* Fernando del Blanco Rodríguez es bibliotecario en el Centro de Investigación y Desarrollo del CSIC.