Archivo de diciembre, 2017

La falsa historia del Grial de León

Por Luis Molina (CSIC)*

Ningún científico debería hablar del Grial –a no ser, claro está, que se trate de un especialista en literatura artúrica– por el riesgo de verse contaminado por esa amalgama de religiosidad heterodoxa, misticismo de saldo y esoterismo. En ese mundo de crédulos y de descarados, de cándidos y de aprovechados, poco tiene que hacer la ciencia, puesto que en él se habla un idioma y se siguen unos procesos mentales incompatibles con los usos de la labor investigadora.

Pero en ocasiones esos universos paralelos se presentan con ropajes científicos en un intento de ampliar su limitada grey. En esos casos es responsabilidad del científico acudir en ayuda de aquellos susceptibles de ser confundidos por las apariencias, ya sea por el empaque serio del producto o por el perfil académico del autor.

Caliz Urraca

Cáliz de Doña Urraca. / Vía José M. Benito Álvarez

Hace unos años, en 2014, se publicó el libro Los Reyes del Grial cuyos autores, Margarita Torres y J.M. Ortega, pretendían demostrar que un cáliz conservado en San Isidoro de León era el auténtico Grial, la copa en la que bebió Jesús en la ‘Última Cena’. Ese cáliz era conocido desde antaño como el Cáliz de doña Urraca, por haber sido donado por esa infanta, hija de Fernando I, a San Isidoro, y nunca se había visto en él más que un valioso ejemplo de la orfebrería hispana del siglo XI. La tesis defendida por los autores del libro sostiene que el cuenco de ónice que constituye la parte superior del cáliz es la auténtica copa de la ‘Última Cena’, es decir, el Grial. No tengo espacio en este artículo para comentar los argumentos que presentan para llegar a tan asombrosa conclusión. Otros lo han hecho ya y no han sido precisamente benévolos con el trabajo de Torres y Ortega. Yo me limitaré a tratar un punto de su estudio que, aunque en principio pueda parecer marginal, constituye la única prueba concreta que aportan para sostener su teoría, dado que el resto de los indicios presentados no pasan de ser, como es norma en los estudios griálicos, coincidencias forzadas, sospechas infundadas y saltos al vacío.

Se trata de una serie de documentos árabes que, según los autores, demuestran que el sultán de Egipto había regalado el cáliz, que se hallaba en Jerusalén, al soberano de la taifa andalusí de Denia, quien, a su vez, se lo habría entregado al rey de León, Fernando I. Los textos árabes que citan son de dos tipos. En primer lugar hay varios pasajes de obras bien conocidas y publicadas desde hace tiempo en los que Torres y Ortega creen encontrar inequívocas alusiones al cáliz regalado al rey de Denia. El otro tipo de textos son dos pergaminos hallados de forma casi milagrosa en una biblioteca de El Cairo que vienen a confirmar punto por punto la tesis de los autores.

San isidoro

Vista nocturna de la Basílica de San Isidoro de León. / Vía Nacho Traseira.

En lo que se refiere a los textos conocidos anteriormente y de autenticidad indudable, he demostrado en un trabajo reciente que la traducción que de ellos se ofrece en Los Reyes del Grial es absolutamente disparatada. En ninguno de ellos hay la menor mención a ningún cáliz, ni sagrado ni profano. Me imagino que habrá que achacar a la casualidad el hecho de que los numerosos errores de esas traducciones vayan siempre en la misma dirección: la de apoyar la tesis de los autores del libro.

Y en cuanto a los pergaminos de El Cairo, muchos especialistas han mostrado su incredulidad ante tan afortunado hallazgo, porque las circunstancias de su descubrimiento son inverosímiles. Por mi parte, aún estoy analizando el texto de ambos documentos y, por tanto, todavía no puedo ofrecer conclusiones definitivas, pero los datos preliminares me permiten hacerme una idea de en qué momento y en qué circunstancias se elaboraron esos pergaminos. Y ni aquél es remoto, ni éstas son cabales.

Cuando se publicó el trabajo en el que demostraba que las traducciones estaban manipuladas, Torres se apresuró a declarar que ellos se habían limitado a incluir los textos que les había enviado el arabista Gustavo Turienzo, a quien habían encargado la tarea y que había sido el descubridor de los pergaminos de El Cairo. Sin embargo, éste había escrito hacía ya tiempo un artículo en el que se desmarcaba completamente de lo dicho en Los Reyes del Grial. ¿Quién dice la verdad en todo esto? Por el momento eso no es relevante; el tiempo –tal vez con algún pequeño empujón por nuestra parte– lo aclarará. Por ahora bástenos saber que, aunque no conocemos el pecador, sí el pecado, y no es pecado venial.

Last Supper Juan de Juanes

‘La Última Cena’, con el Santo Grial en el centro, pintada por Juan de Juanes en 1562. / Wikimedia.

Por cierto, en los últimos meses estamos asistiendo a un posible caso de fraude científico que pone en entredicho el trabajo de una investigadora de prestigio en el campo de la biología molecular. Las sospechas de manipulación de los datos en los que ha basado sus trabajos han provocado una serie de medidas severas: cinco de sus artículos han sido retirados de las revistas en las que fueron publicados, ha sido despedida de la institución en la que estaba contratada y le ha sido retirada la financiación por parte del Europena Research Council (ERC). Estas acciones contrastan dolorosamente con lo que estamos viendo en el caso que nos ocupa: ningún organismo ni institución de las que han intervenido cobijando o financiando un trabajo tan sometido a graves sospechas ha dado señales de vida. Cuando finalice el análisis de los pergaminos de El Cairo y se confirmen las conjeturas, ¿cuál será la reacción de esos organismos? ¿Seguirán en silencio o recurrirán al clásico “no podíamos imaginar”? Porque no hace falta imaginación, sino únicamente interés en preservar la reputación de las instituciones y en velar por el destino del dinero de los contribuyentes.

 

Luis Molina es investigador de la Escuela de Estudios Árabes en Granada (EEA-CSIC).

 

¿Quieres una dosis de humor científico? ‘Ciencia en Navidad’ te espera este 22 de diciembre

Por Mar Gulis (CSIC)

Se abre el telón. Dos científicos comienzan una disertación acerca de si es posible la vida extraterrestre. Pero nada es lo que parece… Así comienza la cuarta edición de ‘Ciencia en Navidad’, un evento con el que el CSIC quiere celebrar estas fiestas apostando por el lado más lúdico de la ciencia.

Bajo el título ‘2017: una odisea llegar hasta aquí’, humor, espectáculo y astrobiología convergerán en una representación que tendrá lugar el próximo 22 de diciembre en la sede central del CSIC (C/ Serrano, 117), a las 18.00 horas. Sobre las tablas, el biólogo molecular Óscar Huertas, junto al ingeniero electrónico Miguel Abril, el astrofísico Manuel González y el investigador y divulgador Emilio García, los tres últimos del Instituto de Astrofísica de Andalucía del Consejo, protagonizarán desternillantes diálogos sobre el origen de la vida en el universo. Durante la representación, los asistentes incluso recibirán la visita de dos extraterrestres enviados a la Tierra con la misión de exterminar a la especie humana.

 

Con ‘2017: una odisea llegar hasta aquí’, que se dirige a un público mayor de 8 años, el CSIC se propone ofrecer una actividad de divulgación para toda la familia durante el periodo navideño. Y una vez más, la clave de ‘Ciencia en Navidad’ está en la utilización de formatos alternativos para acercar a la sociedad temas complejos. Esta vez, el reto es seducir a personas de diferentes edades y perfiles con contenidos relacionados con la astrobiología.

“La ciencia está haciendo cosas para averiguar si existe vida extraterrestre inteligente. No os podéis perder esta charla, ¡puede cambiar vuestras vidas!”, dicen los artífices de la propuesta. La entrada es libre y gratuita hasta completar aforo, así que ya tenéis plan para este viernes.

¿Qué tienen que ver Papá Noel, la seta matamoscas y el pis de reno?

Por José Antonio López Sáez (CSIC)*

En algunas zonas de Laponia y Siberia, los chamanes tienen por costumbre beberse la orina de los renos; no porque sean psicotrópicos, sino porque estos grandes cérvidos de la tundra y la taiga gustan de alimentarse de la seta matamoscas (Amanita muscaria), rica en alucinógenos. Esto ha llevado a algunos autores a relacionar estos hechos con toda la simbología de Santa Claus, que vive en el Polo Norte como los renos (lugar donde se sitúa el eje del mundo o axis mundi de la cosmovisión chamánica), viste de rojo y blanco (colores de la matamoscas), y es capaz de volar en su trineo tirado por renos alucinados.

Un reno olisquea el suelo en busca de comida en Inarijärvi (Finlandia). / Via Manfred Werner

El género Amanita, de los basidiomicetes, cuenta con unas 600 especies de hongos. Algunos son reputadísimos comestibles, como la amanita de los césares (Amanita caesarea). Otros son irremediablemente mortales y se cuentan entre los tóxicos más potentes, como la oronja verde (Amanita phalloides), que contiene amatoxinas y la letal amanitina. Otros pocos son alucinógenos y, aunque no son tóxicos para el hígado, su consumo puede provocar reacciones diferentes dependiendo de cada individuo y de la dosis. Algunas sobredosis de amanitas alucinógenas pueden ser mortales.

Se han identificado sustancias psicoactivas en doce especies del género Amanita. De todas ellas, sin lugar a dudas, la más famosa es la matamoscas, también conocida como falsa oronja, agárico pintado u oronja pintada (Amanita muscaria). Se trata de un hongo muy popular no sólo por su potencial enteógeno, es decir, con capacidad de provocar estados de inspiración profética o poética, sino también por haber formado parte del mundo mágico de los gnomos y otros seres encantados, así como del chamanismo siberiano antes mencionado.

Los constituyentes psicoactivos claves de estos hongos son tres alucinógenos isoxazolínicos: ácido iboténico, muscimol y muscazona. El consumo de amanitas alucinógenas produce efectos semejantes a una intoxicación etílica, aunque estos hongos son capaces también de inducir fuertes alucinaciones e ilusiones, habla incoherente arrastrando las palabras, convulsiones, náuseas y vómitos severos, sueño profundo o coma, así como un dolor de cabeza que puede persistir durante semanas. El gran problema radica en que las especies de Amanita son difíciles de diferenciar unas de otras, por lo que no son pocos los casos de intoxicación mortal.

Ejemplar de Amanita muscaria en suelo boscoso. / Via Flemming Christiansen

La dosis hace el veneno

De los alucinógenos presentes en la seta matamoscas, el muscimol, muy abundante debajo de su piel, es el compuesto realmente enteogénico. Las reacciones al muscimol comienzan a partir de los 6mg, mientras que para el ácido iboténico son necesarios al menos 30-60mg. Unos 100g de matamoscas deshidratados contienen hasta 180mg de ambos alucinógenos, de los cuales sólo 25 mg son de iboténico. Es decir, comiendo poca cantidad de este hongo se pueden conseguir efectos psicoactivos relativamente potentes. Dichos efectos comienzan treinta minutos después de la ingestión, con picos de máxima actividad a las dos o tres horas.

Al secarse, el ácido iboténico se transforma en muscimol, el cual, a pesar de su gran potencia alucinógena, no es metabolizado sino que directamente se elimina con la orina. Esto explica por qué entre los chamanes siberianos existe la costumbre de beber la orina de animales que consumieron matamoscas.

Las prácticas chamánicas en torno a este hongo se extienden por todo el Círculo Ártico e incluso entre algunas tribus nativas norteamericanas. Jugó un papel etnomicológico fundamental como droga alucinógena entre las etnias siberianas, las cuales posteriormente lo llevaron a través del Estrecho de Bering a Canadá, y desde aquí se difundió por toda América. Hoy se sabe también que Amanita muscaria fue con toda probabilidad el ingrediente principal de una bebida enteogénica utilizada en las ceremonias religiosas de los arios en la India, el Soma, hace más de tres milenios.

 

José Antonio López Sáez es investigador del Instituto de Historia del CSIC en Madrid y autor del libro Los alucinógenos, disponibles en la Editorial CSIC Los Libros de la Catarata.

 

CRISPR: cómo las bacterias nos enseñan a editar los genes

Por Lluís Montoliu (CSIC)*

Frecuentemente pensamos en las bacterias como fuente de problemas. Efectivamente, son las causantes de enfermedades infecciosas tan graves como la tuberculosis, el cólera o la peste, pero también son las que nos proporcionan yogures y otros derivados lácteos. Además, las bacterias llevan miles de millones de años sobre la Tierra, muchísimos más que nosotros. Durante todo este tiempo han desarrollado un sistema de defensa muy eficaz que les permite zafarse de la infección por virus.

El sistema inmune de las bacterias fue descubierto por Francisco Juan Martínez Mojica, microbiólogo de la Universidad de Alicante, que lleva más de 25 años investigando sobre este tema. ¿Qué hace que este mecanismo de defensa sea tan especial? Pues, entre otras cosas, que se transmite genéticamente, de unas bacterias a sus hijas o descendientes. Por ejemplo, cuando nosotros nos vacunamos contra el virus del sarampión adquirimos unas defensas que evitan que desarrollemos esta enfermedad. Ahora bien, nuestros hijos no heredan esta defensa. Si queremos que ellos estén protegidos contra el sarampión, también tenemos que vacunarlos (algo sobre lo que nadie debería albergar hoy en día ninguna duda, por cierto). Las bacterias son más inteligentes que nosotros. Una vez aprenden a defenderse de un virus son capaces de transmitir esta defensa a sus hijas, y éstas a sus nietas, etc., perpetuando esta defensa. Este descubrimiento básico de Mojica, realizado en 2003, sirvió para que otros investigadores se dieran cuenta de que el mecanismo por el cual las bacterias se defienden de los virus también puede usarse, sorprendentemente, para editar los genes con una precisión nunca antes vista.

En 2012 varios científicos, entre ellos las investigadoras Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier, describieron este sistema de edición basándose en los trabajos de Mojica. El sistema está formado por una proteína, denominada Cas, que actúa como una tijera molecular capaz de cortar el ADN de forma muy precisa dirigida por una guía, una pequeña molécula de ARN que le dice a la tijera Cas dónde tiene que cortar. Este sistema se denomina CRISPR (pronúnciese “crisper”), acrónimo en inglés que describe las características de estas secuencias genéticas que dirigen el corte de la tijera molecular. Éste fue el nombre, hoy en boca de investigadores de todo el mundo, acuñado también por Mojica en 2001.

El mecanismo por el cual las bacterias se defienden de los virus también puede usarse para editar los genes. / geneticliteracyproject.org

¿Qué podemos hacer con las herramientas CRISPR? Igual que cuando nos equivocamos al escribir un texto en el ordenador y podemos volver atrás y corregir, eliminar o sustituir la palabra o letras erróneas, con las herramientas CRISPR podemos editar los genes. Podemos añadir letras si faltan, eliminar letras si sobran, sustituirlas o corregirlas por otras. En definitiva, podemos modificar los genes a voluntad. Esto ha provocado una verdadera revolución en biología, biomedicina y biotecnología.

Ahora podemos desarrollar modelos celulares y animales más adecuados para el estudio de las enfermedades. Por ejemplo, tras diagnosticar a un paciente afectado por alguna de las miles de enfermedades raras de base genética que existen, y detectar el gen y la mutación causantes de esa enfermedad, podemos replicar exactamente esa misma mutación en ratones. A estos ratones que reproducen la misma alteración genética de un paciente los llamamos ‘ratones avatar’ para ilustrar la conexión existente entre ellos. Gracias a ellos podremos validar la seguridad y eficacia de nuevos tratamientos de una forma más efectiva, ya que son portadores del mismo error genético. Si somos capaces de introducir una mutación en ratones, también deberíamos poder usar las mismas herramientas CRISPR para revertir errores genéticos que afectan a los millones de personas con alguna enfermedad rara. No estamos todavía ahí, pero sí en el buen camino.

Ratones avatar modificados genéticamente con CRISPR. / Davide Seruggia

Los resultados preliminares de tratamientos genéticos basados en CRISPR probados en animales son muy esperanzadores, pero todavía no están listos para su aplicación efectiva en pacientes. ¿Por qué no podemos usar las herramientas CRISPR en el hospital? En primer lugar, la precisión que tienen las herramientas de edición genética CRISPR no es absoluta. En determinadas ocasiones pueden cortar en secuencias genéticas muy parecidas, causando alteraciones no deseadas en genes similares que no deberíamos modificar, y cuyos cambios pueden causar problemas mayores de los que queremos solucionar. Esta es una limitación que puede reducirse al mínimo si se diseñan cada vez mejores guías y se seleccionan tijeras moleculares con mayor precisión.

Pero lo más preocupante es la segunda de las limitaciones de las herramientas CRISPR. Toda la precisión que tienen para cortar el genoma en el gen y la secuencia correctas, no la tienen los mecanismos de reparación que entran en juego inmediatamente tras el corte, restaurando la continuidad del cromosoma. Estos sistemas de reparación, que tenemos en nuestras células, progresan de forma un tanto azarosa, añadiendo y quitando letras hasta conseguir enganchar los dos fragmentos del cromosoma cortado. Si bien es cierto que podemos inducir la reparación con secuencias genéticas molde que sirvan como patrón para la reparación, también sucede que no siempre las células usarán el molde y, por ello, al reparar el corte, generarán una nueva modificación genética no deseada. Tenemos que seguir investigando estos mecanismos de reparación, para poder controlarlos y hacerlos más precisos y seguros. Solamente entonces podremos recomendar, siempre con prudencia, el uso de las herramientas CRISPR en el tratamiento de enfermedades de base genética en personas.

Tras proponerlas como sistemas de edición genética en 2012, las herramientas CRISPR fueron usadas por vez primera en 2013. Hoy, apenas cuatro años más tarde, ya estamos pensando en maneras de optimizar su uso en terapias para enfermedades, para hacerlas más seguras y efectivas. Cuando estudiaba los microorganismos que habitan las salinas de Santa Pola, Mojica no podía imaginar el camino futuro que iban a tomar sus investigaciones de biología básica. Tratando de entender como esas bacterias se defendían de los virus que las acechaban, llegó hasta un hallazgo revolucionario. Ahí está la belleza y el poder de la ciencia. Un descubrimiento microbiológico, en apariencia menor, que pasa a ser la mayor revolución tecnológica en biología. Así pues, debemos de estar agradecidos a las bacterias, por mostrarnos nuevas formas de luchar contra las enfermedades. Y a Francisco Mojica, por haber descubierto este proceso de la naturaleza y habérnoslo contado, por haber descrito el sistema CRISPR que tantas aplicaciones biomédicas está produciendo.

Vídeo en el que la proteína Cas9 corta una molécula de ADN en tiempo real por microscopía de fuerza atómica. Imágenes de la Universidad de Tokio publicadas en este artículo.

 

* Lluís Montoliu es investigador del Centro Nacional de Biotecnología (CNB) del CSIC.