Mil historias de sexo y unas poquitas de amor Mil historias de sexo y unas poquitas de amor

Mil historias de sexo y unas poquitas de amor

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Dos maneras de entender el orgullo

Me vi en medio del jolgorio de la fantástica fiesta del Orgullo Gay, en Madrid, junto a un buen amigo que no se pierde una y que había venido a casa precisamente para disfrutar de este gran día para él.

Bailaba y brincaba al paso de las carrozas, aunque él no iba demasiado emperifollado como muchos de los miles de asistentes; iba relativamente discreto, sin demasiadas plumas, pero con un aspecto inequívoco de su condición de homosexual «alegre». Lo disfrutaba muchísimo porque sentía que no sólo no tenía que ocultarse ni avergonzarse de sus inclinaciones, gustos y apetencias sexuales, sino que además podía hacer ostentación de ellos sin temor a ninguna represalia; en realidad él era mucho más «normal» que yo en esa multitud, en términos proporcionales, pues estaba mucho más a tono con todos los que nos rodeaban.

Y en esas estábamos, viendo aquella marea humana desfilar como si aquello fuera el sambódromo de Rio, cuando creí ver a otro amigo homosexual, completamente distinto del que yo acompañaba. Por un momento me pareció que estaba alucinando porque a él no sólo no le gustan este tipo de saraos, ni se siente demasiado orgulloso de nada en particular, sino que tampoco le hacen mucha gracia los que él considera exhibicionistas de su intimidad, los que hacen demasiada ostentación de su homosexualidad, que en esta fiesta son claramente la mayoría. Pero no, él no era aquel tipo serio que miraba la fiesta como si no fuera cosa suya, pese a que algunas personas que estaban junto a él, se veía que eran amigos, no podían ocultar que sí estaban en su salsa.

Cuando salí del error pensé que mis dos amigos, el presente y el ausente, que tienen distinta forma de pensar, aunque comparten gustos íntimos similares, son una demostración de lo mucho que han avanzado en su lucha, aunque todavía queda camino, las víctimas de la intolerancia: en el respeto a todo el mundo, a la personalidad de cada cual, cada uno con sus manías o con sus virtudes. Seguramente, ese es el significado de la fiesta del Orgullo.

Disfrutar del sexo tranquilo

Suelen pasear los dos cogidos de la mano por un parque de  mi barrio. Son dos personas mayores, hombre y mujer, de unos setenta y pocos, a los que se les ve felices el uno con el otro. Esa es la impresión que me causan cuando me los cruzo cada mañana que salgo a correr.

Me pregunto cómo será su vida sexual. Si la tienen, si se les ha terminado o si por el contrario están disfrutando de lo que les queda por vivir, del amor y del sexo, ahora que ya no tienen cargas, hipotecas ni hijos que criar.

Con el paso de los años, el sexo no será el mismo, no tendrá el brío de la juventud, pero tendrá otros alicientes, supongo, basados en un hacer más pausado, acompasado con la fuerza física, que tampoco es la misma. Ya no es la pasión desbocada sino el amor tranquilo y el sexo menos cansado.

Me he acordado de esta pareja al escuchar en la radio que una cuarta parte de los 3.000 entrevistados, de 57 a 85 años, en una encuesta sobre relaciones sexuales de mayores, decían que lo hacían una vez a la semana, la mayoría de ellos ya había cumplido los 70. 

Una película reciente de Laura Mañá, La vida empieza hoy -se acaba de estrenar-, trata este tema, el sexo a los 70. Son un grupo de ancianos que lidera Juanita (Pilar Bardem), una viuda amargada que jamás tuvo  un orgasmo. Acuden a clases de sexo impartidas por Rosa María Sardá, que les explica un  montón de cosas para mantenerlos activos.

La directora ha contado que descubrieron que existían aulas de sexualidad para personas mayores y que después de acudir a ellas para ver lo que hacían, cómo pensaban, lo que decían…, escribieron el guión. O sea que haberlas, haylas, como también alumnos que asisten a las clases. Otra cosa será después el resultado.

El erotismo de los culitos en verano… y en invierno

Dicen los cirujanos plásticos que hacen gluteoplastias -vamos camino de que te puedan preguntar por la calle si el trasero que mueves es tuyo o te lo han pegado- que los culos más solicitados por ellos es el de Antonio Banderas y el que ellas quieren es el de Jennifer López. Increíble pero cierto.

Lo de copiarle el trasero a  Banderas lo puedo entender, pero desear tener el culazo de la López se me hace cuesta arriba, porque es un culo enorme, aunque para gustos están los colores, y no me voy a meter yo ahora con lo que les puede o no gustar a los hombres.

Precisamente, el hecho de que la actriz decidiera hace ya unos años, bastantes, asegurar su trasero en unos cuantos millones de dólares, llevó a la sexóloga y profesora de la Universidad de Bremen, Ingelore Ebberfeld, a investigar y a escribir un estudio que tituló El erotismo de las nalgas.

Halló el origen de la atracción del trasero femenino en la prehistoria de la especie humana: los monos. «Las hembras atraen a los machos moviendo el culo y la hembra es fecundada por detrás», escribió esta profesora, para quien el desarrollo de la civilización dotó a la mujer de algo más que instinto animal: «Aprendimos a conocer los secretos que encierra el cuerpo. Sabemos lo que tenemos y hemos convertido el trasero en nuestra principal arma erótica». Ebberfeld reconoce que el impulso de observar los glúteos es incontrolable y que procede de una época de la evolución en la que la mirada y el pompis se encontraban a la misma altura.

En todas las épocas de la historia los glúteos de la mujer han sido el arma poderosa para atraer las miradas masculinas y provocar el deseo, afirma. La atracción por el de los hombres es mucho más reciente. 

Las marcas de lencería también han sabido aprovechar el boom de hacer parecer lo que uno no es, poniendo parches y sujeciones que consiguen culos redondos y respingones, sin necesidad de pasar por el quirófano o inyectarse ácido hialurónico, que ahora es la panacea para estar más guapos.

Como los novios

Volverán a ser novios durante casi tres semanas del verano y esperan el momento con tanta pasión como la que tienen los novios que no han gastado aún su amor con la convivencia del día a día, los hijos, la casa…

Son marido y mujer y padres de tres hjos que estarán en campamentos de verano aprendiendo inglés, pero en dos días volverán a ser novios. Tendrán tiempo para quererse como los novios, buscarse, desearse y dedicarse el uno al otro como no pueden hacerlo el resto del año, inmersos en el funcionamiento familiar. 

Serán sólo dos, con lo que eso supone, dice él, que disfruta sólo con pensar en lo feliz que va a hacer a su novia, soltándose las ganas que muchas veces se aguantan el resto del año por exigencias del guión. Ahora no habrá guiones ni cortapisas ni intendencias ni nada requiriendo su atención. Sólo ellos dos con todo el tiempo para quererse como lo hacen los novios, porque creen que es distinto a cómo lo hacen los casados.

Él dice que los novios se entregan con otra pasión, se aman con otra fuerza y follan mucho mejor, porque no hay nadie que los distraiga. Así que estas tres semanas idearán cosas nuevas para sorprender al otro, lo harán donde no pueden cuando están en familia -cuentan que esto les priva- y se empeñaran en hacer temblar al otro como en los primeros tiempos.

Cada verano buscan el tiempo que sea para ellos. No siempre han sido tres semanas,  a veces ha sido una o cuatro días, pero no lo perdonan, salvo causa de fuerza mayor, porque creen que ahí está el fuelle que los enciende para quererse con esa fuerza cuando no les dejan ser novios.

Hay tetas que dicen más que sus dueñas

«Hay tetas que tienen una conversación mucho más interesantes que sus dueñas», decía Eulogio , un antiguo lector de este blog, a cuenta de la importancia que cobran los pechos en una conversación entre hombre y mujer. Si son generosas y bien puestas, la dueña se queda en segundo plano en la atención de su interlocutor.

Las tetas tienen vida propia, hablan por sí mismas, dice una amiga mía que las tiene grandes y cuenta que en su trabajo los hombres siempre le miran a las tetas en vez de a los ojos cuando hablan con ella. Cree que la obsesión de los hombres por las tetas es generalizada y que ante eso sólo podemos  ponernos más escote y que disfruten tanto como nosotras.

Son tan importantes para unos y para otras que son causa de complejos  por grandes o por pequeñas, por caídas o levantadas, porque miran a Cuenca o hacia dentro…,  y de miles de operaciones para modificarlas, porque como le escuché una vez a un cirujano estético,  ninguna mujer está conforme con sus pechos.

Y cuando dejan de hablar (las tetas), se produce un impacto tan brutal que lleva a pensar que se ha perdido todo el encanto de la feminidad y que una ya no es una ni siquiera media.

Una compañera de rehabilitación me contaba el otro día lo que sintió al mirarse en el espejo por primera vez, después de que la operasen para quitarle un pecho. «Es como arrancarle la armonía al cuerpo, que te falta lo esencial para seguir siendo mujer y que no le vas a gustar igual a tu hombre. Es como si ya no fueras tú».

Lo que ahora espera es la cirugía reparadora que le devuelva unas tetas parlanchinas parecidas a las que tenía y que eran, además, tan aficionadas a los buenos escotes. Mientras, se recupera del shock mirando siempre hacia adelante.

El amor perdido

Puede que a algunos les parezca una historia de otro tiempo. A mí me lo parece. Ayer recordé lo que un buen amigo me contaba no hace mucho de su juventud.

Hace unos años, bastantes, del tiempo en que en España las relaciones sexuales se establecían a una edad mucho más tardía que hoy, esa época en que los novios no conocían el sexo generalmente más que cuando se casaban y hasta entonces les tocaba esperar pacientemente.

Él «salía» con una chica que le gustaba mucho, iban al cine, paseaban, charlaban, y la intimidad llegaba a lo sumo a unos besos furtivos en el cine, casi sin lengua, y a hacer manitas más para trasmitirse calor que otra cosa. Nunca se prometieron nada ni contrajeron compromiso alguno pero estaban muy a gusto juntos, se entendían bien, se diría que eran novios pero ellos nunca lo verbalizaron ni les preocupó lo que los demás pensaran al respecto. 
Él se marchó a estudiar a otro país, conoció a otras mujeres, tuvo sus relaciones, anduvo de acá para allá en el terreno sentimental, pero nunca acabó de sentir nada especial por nadie.

Regresó a España convertido en un profesional de prestigio y volvió a su ciudad, antes de instalarse en Barcelona, quería saber de aquella chica que tanto le gustó quince años atrás. Ella se había casado, tenía dos hijos ya crecidos y parecía ser razonablemente feliz. Cuando se encontró frente a frente con ella, sentados en una cafetería, se dio cuenta de su turbación y de que aún le temblaban las piernas cuando ella lo miraba.

Él supo entonces que en realidad seguía enamorado de ella y se preguntó si a ella le pasaba lo mismo, si era feliz con su vida o lo había añorado a él… Y creyó ver, en una mirada furtiva, dibujarse un sí en los ojos de ella. Pero sacudió la cabeza y pensó que se había imaginado una ilusión.

El lugar del sexo lo ocupa ahora el balón

La pasión deportiva puede afectar a la pareja por la falta de apetito sexual ya que el espacio que antes ocupaba el sexo en el cerebro (90%-95%), ahora lo ocupa el balón de fútbol y los colores de su selección.

Esto tan exagerado, creo yo, lo dicen los de Amantis que ante esta competencia se han inventado ofertas y reclamos para que el personal no decaiga y siga practicando sexo y de paso, comprando sus cacharritos. Hasta han creado un código «Gol» para los descuentos cuando juegue la roja. Sólo cuando juegue, no especifica que si gana van a tirar la casa por la ventana para regalarnos placer.

 Explican que uno de los síntomas de la obsesión por el fútbol puede ser la falta de apetito sexual y que en las parejas en las que un miembro no comparte esta afición, sufre durante estos días una sensación de abandono sexual y falta de interés por parte del otro, que puede resultar muy desagradable.

Pero no sé si llega a tanto la cosa como para que el 95% del cerebro lo ocupe un partido de la selección. Y no hablo de mujeres. No sé si es porque lo veo en el trabajo y entre mis amigos, pero me da que este Mundial no está provocando obsesiones incontrolables. Aunque tengo unas amigas muy previsoras que, temiéndose lo peor, se han ido diez días de vacaciones solas a Canarias, porque así disfrutan todos.

Una encuesta europea realizada por Yahoo señala que aunque tres cuartos de los encuestados dice que el Mundial no afecta a su relación de pareja, un 7% de las personas consultadas en España confiesa que su relación sí peligra durante el campeonato, y casi uno de cada cinco (un 16%) prefiere ver los partidos junto a su pareja, posiblemente para evitar posibles discusiones.

Atrevimientos de mujeres

A los hombres no les disgusta ver a dos mujeres besándose. Incluso una de las fantasías de muchos es hacerlo con dos mujeres, mientras consideran impensable que haya otro hombre en el trío.

 Sobre el tema, recojo la reflexión  de una amiga mía, que considera que la bisexualidad femenina está aceptada y difundida, que nos pone mucho a todos ver cuerpos de mujeres dándose placer. En cambio los hombres son muy reacios a cualquier práctica bisexual. Ella dice que por acariciar y besar a una mujer no es lesbiana, en cambio su novio sí que cree que es una práctica de homosexuales, y que como él no lo es, pues no le gusta. 

«Las caricias las proporcionan las manos y no importa el sexo del que las proporciona, al igual que un beso, es una boca mas allá del sexo-. Es una mano que acaricia, una boca que besa, y eso da placer, el tabú es nuestro, lo ponemos nosotros» rebate ella.

Al hilo, recuerdo lo que me contaron sobre las «fiestas oscuras» de algunos locales de encuentros. Ese día se rebajan las luces. A la entrada se explica al público de que va el juego. Hay pulseras con una luz fosforescente y las hay de tres colores, rosa (para mujeres hetero), verde (para hombres hetero) y azul (para hombre o mujeres bisex). Todos entienden que se trata un juego, pero la oscuridad hace mucho.

Nada más entrar y dejar las cosas en el guardarropa deben elegir el color de su pulsera. El 90%  de los hombres la quieren verde de heteros, la rosa la escogen un 10% de las mujeres, heteros; y sin embargo la azul de bisex la cogen un 90% de mujeres y un 10% de hombres.

Normalmente, la mujer de la pareja pide la rosa, pero, según me contaron, al rato piden la azul. Con esas pulseras y sin apenas luz (luz hay, porque las pulseras dan lo suficiente) cada uno sabe a que atenerse con los miembros de las parejas vecinas. Y cuentan que a oscuras la gente se destapa y se atreve mucho más; sobre todo, ellas.

(En la imagen, Drew Barrymore y Ellen Page)

Contra la crisis, un asesor matrimonial

La crisis ha llenado los despachos de los psicólogos matrimoniales. Dicen que tienen mucho trabajo en estos últimos dos años y mucha lista de espera. Lo cuenta ella misma, que ya tiene para la semana que viene la cita que pidió hace casi dos meses. ¡Con lo que se puede estropear la relación en dos meses!

Que se lo digan a ella, dice. Pero aguanta porque aunque nunca se le había pasado por la cabeza acudir a un asesor matrimonial, cree que la intervención de un tercero, ajeno a la pareja, ante el que poder hablar libremente, puede ayudar a superar lo que ahora parece insuperable.

Prefiere pensar que ha sido la crisis lo que le ha desquiciado y que, por eso, se comporta como si ella  fuera una extraña, que incluso puede llegar a robarle. Está deseando que el psicólogo le diga que sí que es la dichosa situación económica, el menor volumen de trabajo que tiene en su empresa y que ella está en paro lo que provoca esas reacciones que tiene y por las que nunca pide una disculpa.

Pero muy a su pesar, en el fondo sabe que este hombre es así desde que lo conoció, que la crisis puede haber agravado el asunto, pero que siempre ha tenido un pronto muy malo, que le hace a ella la culpable de todos sus males. De la misma forma que viene, se le va, pero el daño ya lo ha hecho, aunque él no lo reconocerá nunca.

Por si acaso el consejero le confirma lo que ella piensa, también ha pedido hora con un abogado que lleva divorcios, que también tiene lista de espera por el mismo motivo que el psicólogo: la crisis.

¿Será todo culpa de la crisis?

La foto es de http://purasletras.wordpress.com/2009/06/03/

Las bolas chinas, del sex shop a la respetable farmacia

Las farmacias de toda España ya venden las bolas chinas, aunque la razón que aducen para su venta no es el placer sexual que dan sino los beneficios que el artilugio tienen al tonificar el suelo pélvico y prevenir la incontinencia urinaria de las mujeres.

Sobre todo si se utilizan al caminar, además del gustito que producen, son más efectivas al fortalecer mejor los músculos de esa parte de la anatomía femenina.

Hasta ahora, si alguien las quería comprar, incluso por recomendación de su ginecólogo, había que acudir a los sex shop o a los tupersex para adquirilas, pero como ya se han convencido de que las bolas no sirven sólo para «pecar», han abierto la mano un poquito.

Los laboratorios Masterfarm son los que han comercializado las bolas chinas, con el nombre de Pelvic Gym, y son dos esferas de color rosa pálido, que en su interior guardan otra más pequeña. Tienen un cordel para facilitar su extracción. Es el modelo de esta compañía, porque las que yo tengo son de otra marca y de otro color y no me las compré en una farmacia, sino en un tupersex.

Estás revestidas de silicona y su precio es de 27,50 euros, las de la farmacia, no las mías.  Por supuesto, no se llaman bolas chinas, porque eso, como digo, suena a placer sexual y a pecado, las llaman esferas intravaginales y están indicadas para el ejercicio del suelo pélvico. Nada más, no vaya a ser que nos desmandemos.

Si hay una buena excusa como es la salud, se empiezan a vender en las farmacias, que es como darles la pátina de respetabilidad que no tenían por ser un cacharrito sexual para jugar. Pasó lo mismo con los preservativos.

Aquí dejo la página de las bolas chinas, donde explican cómo usarlas y para qué muy bien