El fin social de las reinas de las fiestas

Un pueblo de veraneantes en fiestas, con todos los ingredientes populares. Entre ellos, el mayor anacronismo que se mantiene, como en otros muchos lugares: la ridícula elección de una reina de las fiestas y sus damas de honor.

Aparece en escena la chica, montada en una ridícula carroza, tirada por un tractor, cuya decoración está a medio camino entre Walt Disney y MacDonalds, y rodeada de sus damas de honor.

También hay un mister, no lo llaman rey de las fiestas, porque ocupa un rango menor. Lo hacen para que no los critiquen, porque para los que organizan el cotarro, lo chachi es que haya una reina de las fiestas, como deber ser, no un mister.

Estoy con un amigo tomando una cervecita en una terraza y viendo la jugada. Mi amigo me dice con mucha guasa que el anacronimso que presenciamos adquiriría otro cariz más importante y tendría un fin social si la reina se rifara entre todos los tíos que asisten a la función. Ellos comprarían sus papeletas y en la rifa le tocaría a uno poderse beneficiar a la chica más guapa.

Lo mismo dice en el caso del mister.

Y dice más. Que los más feos y los más pobres tuvieran más papeletas para que pudieran tener más posibilidades, ya que sería la única vez en su vida que pillarían calidad. Y que a los ricos del pueblo no tendrían derecho a entrar en el sorteo, porque ellos se pueden comprar carne de la mejor cuando quieren.

Le digo que se lo proponga al Ayuntamiento y me responde que antes debe consultarlo con el comité feminista de la zona, no vaya a ser que salga escaldado.

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