Los domingos, al baile

Ana tiene 46 años y está sola, que yo sepa. Es una mujer muy reservada que hace unos meses contó que ya había desistido de encontrar al hombre de su vida.

Lo ha estado esperando desde que a los 22 años su madre le decía que no desesperara, que cuando apareciera lo iba a reconocer en el momento. Y eso ha debido de ser lo malo, que lo ha estado esperando, en vez de salir a buscarlo.

En esos casi 25 años ha tenido de todo: noviazgos largos, cortos, amigos con derecho a roce, amantes de una noche… Pero el hombre de su vida sigue sin aparecer. ¿Pero qué le pides? -le pregunté hace ya unos añitos- que los príncipes sólo están en los palacios, querida.

Ella dice que ha pasado noches en blanco pensando en su dificultad para enamorarse «hasta las trancas» de algunos a los que ha conocido bíblicamente, y que ganas nunca le han faltado, pero hasta hace muy poco ha tenido la idea romántica que le inculcó su madre -¡hay que ver las madres a veces que puñeteras son!-, y que se ha dado cuenta de que esos hombres no existen.

¿Pero qué hombres? -insisto- y ella sólo contesta que le da vergüenza decirlo. Me pide que no se lo pregunte más porque ya no quiere pensar en ello. Ha encontrado una forma de pasarlo bien sin más complicaciones.

Los domingos por la tarde se va a una sala de baile de las de antes, que hay en la Gran Vía, y allí baila con el que se lo pida. Por lo visto, desde hace un mes baila siempre con el mismo y está un poco más animada, pero cuando habla de él enseña el gesto mohíno que se pone cuando algo no te acaba de convencer.

Me he acordado de que el chófer que tenía una amiga mía cuando era rica también iba al baile los domingos y contaba que mucha gente lo sigue haciendo. Varias veces nos invitó a acompañarle, pero nunca fuimos.

P.D. La lustración es un cuadro que vi este fin de semana en la Feria Art Madrid.

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