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Siete días de compromiso para luchar contra el cambio climático a través de la comida

Con motivo de la Semana Mundial de la Alimentación que se está celebrando del 15 al 22 de octubre, la organización internacional Slow Food está promoviendo una semana de compromiso durante la cual su red de activistas de todo el mundo tomará acciones concretas para reducir las emisiones de CO2.

«La producción y la distribución de alimentos son los causantes de una quinta parte de la fiebre del planeta», señala la organización, que atendiendo a este dato está alentando a todo el mundo (y especialmente a las personas que viven en países con altos niveles de desarrollo) a cambiar sus hábitos alimentarios.

«A menudo la gente se siente impotente ante la gravedad y la escala mundial de la tragedia del cambio climático. Sin embargo, cada uno de nosotros puede ayudar a frenar este fenómeno a través de la comida». Para demostrarlo, Slow Food ha lanzado la Semana del Cambio como parte de su campaña Comida para el cambio (Food for Change), que empezó el 24 de septiembre y que continuará hasta finales de este año.

Durante la Semana del Cambio, los participantes se comprometerán durante 7 días a tres acciones concretas: cocinar solo con ingredientes locales, no comer carne y reducir a cero los desperdicios alimenticios. Se puede escoger un compromiso o todo ellos.

Lo importante es poder transmitir aotras personas que su compromiso es útil calculando concretamente el resultado de sus acciones. «Basándonos en el número de personas que forman parte de este reto y en colaboración con Indaco2 (INDicadores Ambientales y CO2, una spin-off de la Universidad de Siena, Italia), podremos estimar el equivalente de CO2 que se habrá ahorrado gracias a nuestro compromiso colectivo durante la Semana del Cambio», explican los organizadores.

«Si al final de la semana hay unos 5.000 compromisos sobre las acciones concretas, el ahorro de CO2 será de 63 tC02eq, el equivalente a los gases de efecto invernadero que emite un coche en un viaje de 175.000 kilómetros».

Razones para emprender las tres acciones

Cocinar solo con ingredientes locales. Un sistema de producción alimentaria local tiene la ventaja de integrar alimentos nutritivos y sanos con la responsabilidad social, dando prioridad a los sistemas ecológicos, eliminando o reduciendo productos químicos y salvaguardando las técnicas y los conocimientos tradicionales. La comida local es más fresca, protege las variedades y las especies locales (además de los métodos de producción tradicionales), recorre menos kilómetros y necesita menos embalaje. Permite que tanto los productores como los consumidores tengan más información y control sobre la producción y los sistemas de distribución alimentarios.

No comer carne. El consumo de carne se ha cuadruplicado durante los últimos 50 años. Cada ciudadano de la UE consume un promedio de 80,6 kg de carne al año. Según la Organización Mundial de la Salud, una reducción de 25 kg por persona sería suficiente, y reducir esta cantidad a la mitad sería una gran victoria para la salud de nuestro planeta («World Livestock 2011: Livestock in Food Security», FAO, 2011). Más del 95 % de la carne que comemos proviene de las granjas industriales, que son responsables colectivamente del 14,5% de las emisiones de gases de efecto. Producir un solo kilogramo de carne supone la emisión de 36,4 kg de CO2, el equivalente a la cantidad de CO2 que emite un automóvil durante un viaje de 250 km; y no menos de 15.000 litros de agua.

Reducir a cero los desperdicios alimenticios. Cada año en la Unión Europea se desperdician unos 90 millones de toneladas de comida (179 kg por persona). De este desperdicio, el 42% procede de las casas y el 39% del sector de la manufacturación. Los desperdicios alimenticios también implican el desperdicio de recursos como la tierra, el agua, la energía u otros elementos necesarios para la producción, como los embalajes, el transporte y el almacenaje. Producir alimentos que no se consumirán genera emisiones de CO2 innecesarias, además de la pérdida del valor económico de los alimentos producidos.

 

Slow Food propone atenuar los efectos de la alimentación sobre el cambio climático

El movimiento Slow Food ha lanzado la acción Menú para el cambio, la primera campaña de comunicación y recogida de fondos internacional que vincula la alimentación y el cambio climático y con la que se pretende atenuar los efectos de la alimentación sobre el medio ambiente.  

Slow food es un movimiento internacional nacido en Italia en 1987 que se opone a la estandarización del gusto en la gastronomía, y promueve la difusión de una filosofía que combina placer y conocimiento. Opera en todos los continentes por la salvaguarda de las tradiciones gastronómicas regionales, con sus productos y métodos de cultivo, el apoyo a productores locales y un desarrollo rural sostenible.

«Todos estamos involucrados: el cambio climático es una crisis presente que requiere el esfuerzo común de la humanidad. Cada una de nuestras decisiones marcará la diferencia, porque la suma de nuestras acciones individuales es el motor del cambio», señala el presidente de Slow Food, Carlo Petrini, que afirma que el calentamiento global es una realidad, que no compete a un futuro indefinido sino que es una certeza presente: «Para Slow Food es un deber ocuparse del cambio climático: no existe calidad alimentaria, no existe bondad sin respeto por el medio ambiente, los recursos y el trabajo».

Imagen de Slow Food.

Las emisiones agrícolas de producción vegetal y animal se encuentran entre las principales fuentes de emisión de gas invernadero, entre ellas anhídrido carbónico (CO2), metano (CH4) y óxido nitroso (N2O): la agroindustria es una de las primeras causas del calentamiento del planeta, mientras que las primeras víctimas de esta catástrofe anunciada son la agricultura rural, las economías pastoriles y la pesca artesanal.

Con Menú para el cambio, Slow Food quiere demostrar que a partir de la alimentación cada uno de nosotros puede y debe marcar la diferencia para frenar este fenómeno cuyas soluciones no pueden ser pospuestas. Y lo hace difundiendo sus respuestas: «cómo sostiene y da valor a este sistema de producción alimentaria, practicado en armonía con los recursos de la naturaleza, bajando al terreno para defender la biodiversidad, con la educación alimentaria y medioambiental, sensibilizando a todos los actores de la cadena alimentaria y tratando de influenciar la política a todos los niveles».

Slow Food.

«La absurda sequía que sofoca nuestro país, las trombas de agua que nos sorprenden en mitad del sueño, las vendimias anticipadas, el colapso de las producciones, la falta de hierba fresca o el regreso anticipado de los pastos de altura, la acidificación y el aumento de nivel de los mares, la presencia de animales antes inexistentes a determinadas latitudes, la desertificación y el progresivo empobrecimiento de los suelos, son el rostro del cambio climático -dicen-. No son casos récord a registrar en los anales, son la normalidad que nos espera. Y las causas hay que buscarlas en la actividad antrópica y sobre todo en las emisiones de gas de origen fósil».

El sector agrícola es responsable del 21% de las emisiones totales (FAO 2015), frente al 37% del energético, el 14% de los transportes y el 11% de la industria. En el seno del sector agroalimentario la fuente principal de gas invernadero es la fermentación entérica, a causa del metano que se forma en la fase de digestión de los alimentos, que por sí sola totaliza el 40% de todo el sector agrícola. A continuación se halla la distribución de fertilizantes sintéticos: 13% de las emisiones agrícolas (725 Mt CO2 eq.).

«La reducción de emisiones no puede ser ya un asunto que podamos diferir», señala el responsable de Slow Food, para quien ya es una obligación y todos debemos intervenir.

Pide en este sentido eliminar por completo los residuos, sobre todo alimentarios, favorecer los productos de proximidad, comer poca carne y evitar la que nos llega de producciones intensivas. También propone que nos planteémonos unas preguntas: ¿cómo se han producido los alimentos que comparto con mi familia? ¿De dónde vienen? ¿Cuánta energía y cuánta agua han necesitado? Slow Food trabaja para divulgar este conocimiento y para dar valor y sostener aquellas producciones que optan por prácticas agrícolas y productivas resilientes y ecológicas.