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La familia que trabaja como si bailaran

Los pequeños descubrimientos aquí llegan en los momentos y lugares más insospechados. El último sucedió hace un par de días, al decidir tomarnos un descanso tras un duro día de hospital. Fuimos con las motos a un pequeño río, y de ahí con nuestros bañadores seguimos río abajo hasta una zona recóndita de selva donde, en un pequeño claro, encontramos un lugar para bañarnos. Quizás fue demasiado aventurarse el creer que estábamos en un lugar salvaje y escondido ya que, al poco de llegar, apareció un grupo de niños para ver el extraño espectáculo de tanta piel blanca junta.

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No tardaron en saltar al agua y unirse, chapoteando aquí y allá, cantando y riendo.
«¿Cómo es que estáis por aquí, tan perdidos?», les preguntamos.
«Estamos cosechando. Ahora tendremos que volver», nos responde la mayor con una sonrisa. Aquí llaman granja a la selva, donde hasta la última de las palmeras en la cima de la montaña tiene dueño que recoge su fruto.

Tras un corto pero gratificante baño se fueron, y aunque nosotros remoloneamos un poco, al poco rato les estábamos siguiendo.

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La escena que nos encontramos al llegar puede que no llamara mucho la atención, pero nos dejó embobados unos minutos. Toda la familia, los padres y los hijos, desde el pequeño de apenas dos años hasta las mayores adolescentes, todos ellos trabajando haciendo aceite de palma en perfecta armonía. Como el engranaje de un reloj, cada uno en su tarea, absolutamente coordinados, casi parecía que bailaran.

Puede que a veces las condiciones no sean las mejores, puede que trabajar recogiendo y aplastando semillas en lugar des jugar después del colegio no parezca algo apetecible. Pero también puede que nunca haya visto una familia con un vínculo tan palpable, una familia que solo cobra sentido completa

Tenemos un huérfano menos en África

Este bebé aún no tiene nombre, su corta vida ya ha estado tan llena de acontecimientos que todavía no ha habido tiempo para una decisión tan banal. O al menos eso es lo que dirían en Widikum. Lo trajeron al hospital ayer, solo, tras únicamente unas horas de nacer. Solo, porque ya no tiene a nadie. Su madre intentó dar a luz en la casa y el parto se la llevó por delante. Cegado por la pena y por el agobio de la responsabilidad, su padre renegó de él y decidió abandonarlo.
Si este bebé llegó al hospital fue porque querían un certificado de nacimiento, lo necesitaban para poder dejarlo en el orfanato.

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Para mi sorpresa, la reacción de las hermanas no llegó a la indignación de la mía. «Así comerá bien, es peor que lo tenga si no puede ocuparse de él». Supongo que las cosas aquí son diferentes, quizás es así cómo empiezan esos niños desnutridos hasta el extremo que llegan al hospital hinchados como globos. A lo mejor sí que es la mejor opción. Pero no sabe bien, no se siente como correcto.

El doctor tampoco se conformó. Cogió al tío de la criatura y habló seria y duramente con él: la familia es la familia, no podían dejar que su madre hubiera muerto en vano. Eso y muchas otras verdades duras, una tras otra. Y la parte final: podíamos ayudarlos, hay un proyecto, el Proyecto Lactancia de la ONG Idiwaka, que ofrece leche en polvo gratuita para casos como este. Había esperanza.

Al final, cambiaron de idea. Al final, tenemos un huérfano menos en África.

También hay días tranquilos en Widikum

El día  empieza pronto, a las seis ya se oye algún gallo rezagado cantando a lo lejos mezclado con el sonido de la actividad en la calle. Nosotros solemos arrancar un poco más tarde, a no ser que la pila de ropa sucia nos lo impida, y un desayuno después ya recorremos el corto camino hacia el hospital, tropezando con algún lagarto azul o mariposa.

En el hospital nos esperan todo tipo de cosas que hacer. La responsabilidad del doctor Cesar aquí va desde pasar visita a los enfermos ingresados en la planta, la consulta, hacer las ecografías, las curas y los partos difíciles hasta, en caso de haber, las cirugías. Aprovechando que estos días somos varios los voluntarios que estamos en el hospital, el trabajo disminuye, pero aún no me explico cómo puede llegar a hacerlo habitualmente sólo una persona. Además, hoy es día de mercado, la clientela aumenta considerablemente y las embarazadas vienen de los pueblos de los alrededores para su seguimiento.

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La mayoría de los ingresados son niños.

Nos dividimos, Cesar se queda la consulta, las otras voluntarias con el screening de malnutrición en el centro de vacunación y yo con los enfermos de la planta. La mayor parte de los ingresos son niños: malaria, fiebre tifoidea, gastroenteritis, accidentes… Incluso una pobre niña llena de picaduras de avispa porque su hermano la dejó atrás después de estar golpeando una colmena.

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Charla con las mujeres embarazadas

Al final, el día pasa a medida que vamos de un lado para otro, entre los pacientes que vienen y van, hasta que llega la hora de comer. Las canciones que les enseñan a las embarazadas para que aprendan a protegerse de la malaria y otras infecciones llenan el ambiente acompañadas de palmas. Ha sido un buen día y es una hora decente para comer, apenas queda nada de trabajo para después, así que sin perder mucho tiempo nos preparamos para ir de excursión.

Hemos oído hablar de un pueblo en la cima de una de las montañas, el Diche 2, y como no sabemos cuánto tardaremos empezamos a subir a pesar del calor asfixiante que hace a esta hora. La gente vuelve del mercado, cargados hasta arriba con garrafas y comida y mientras suben el mismo camino se emocionan al vernos y nos repiten «Ashia» entre risas una y otra vez.

Si el calor nos acompañó de subida, de bajada fue la lluvia torrencial y caladas hasta los huesos, cruzamos los dedos para que haya agua para ducharnos. Hemos tenido suerte y limpias y calentitas nos tomamos una cerveza en el salón. Otro día ha pasado en Widikum, ahora toca coger fuerzas para el siguiente

Cuando sobrevivir aislado en la selva es casi un milagro

Tres motos para los cinco y nuestras provisiones, así empieza nuestro viaje a Menka, una región llena de pequeños pueblos aislados entre nubes y montañas. En ella las Siervas de María tenían un dispensario para la atención médica primaria, sin embargo, tuvieron que cerrarlo hará un año. La razón más importante fue la imposibilidad de llevar hasta allí los suministros y el material imprescindible para su funcionamiento debido a las dificultades del camino, ahora mismo prácticamente intransitable excepto para algunos  «moto-man» osados como nosotros.

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Hemos vivido en primera persona las complicaciones del trayecto, en algunos tramos casi imposible,  agarrándonos como podíamos y escalando las partes en las que el motor de las motos no aguantaba con nuestro peso, entre barro, surcos y piedras. Al final el paseo ha sido recompensado y embebidos en la naturaleza más espectacular, hemos llegado al centro.

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El pequeño dispensario tiene de todo: consulta, farmacia, laboratorio, paritorio, una pequeña sala de ingreso, casa para la persona a cargo… Pero tras un año de abandono, lo han tomado las ratas y los lagartos.

Tras nuestra llegada, no tardaron mucho en acercarse la gente del pueblo a ver a los forasteros:  «¿Habéis venido a abrirlo de nuevo? La gente aquí está sufriendo«, nos decían una y otra vez, y no exageran. Desde mi llegada a Camerún, he visto venir desde Menka al hospital de Widikum a mujeres de parto, personas con un ictus, niños en estado crítico… Recuerdo un hombre que llegó necesitando una operación urgente y murió mientras esperaba que prepararan el quirófano. Todos ellos tuvieron que andar durante horas y horas, enfermos, por los mismos caminos por los que los coches no logran pasar.

La situación no es fácil: necesitan ayuda pero, ¿cómo llevarla? ¿Cómo se les atiende cuando la población está dispersa entre montañas de selva y las comunicaciones son prácticamente imposibles? En esta parte del mundo es como si la naturaleza y las infraestructuras se aliaran contra el hombre y sobrevivir es casi un milagro.

La verdad es incómoda y dura para la mujer camerunesa

«Woman’s Day, Woman’s Day, Woman’s Day» vitorea la multitud emocionada al unísono.

Ayer Widikum se levantó vestido de naranja y de morado, con la misma tela pero cada uno diferente, cada uno su estilo. Y este mar de brillantes colores se reunió frente al colegio para celebrar este día especial, el día de la mujer.

Las enfermeras del hospital ataviadas para la ocasión

Las enfermeras del hospital ataviadas para la ocasión

Por un día, la mujer no está a cargo de los niños, de la casa, de cocinar; pero no se trata sólo de eso. Es un día de reflexión sobre el género femenino, sobre su papel en la sociedad camerunesa, sobre su potencial y los problemas que le impiden alcanzarlo.
Los temas han sido variados: desde evitar el embarazo y matrimonio prematuro, hasta demostrar que una mujer también puede construir una casa o partir leña. También se ha puesto en evidencia situaciones tristemente reales como  los chantajes sexuales por parte de la autoridad, la alienación de las viudas o la infidelidad y el maltrato. Temas incómodos, con algunos de los implicados entre el público, impunes.

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De todo ello se ha hablado reunidos este día, entre discursos, teatrillos, bailes y bromas. Todo aparentemente inofensivo pero encerrando una verdad que aquí es aún más incómoda y dura que nunca: todavía queda mucho camino por recorrer.

Buscando niños malnutridos en pueblos aislados

Lucia, Cynthia, Bea y Loles han traído muchas cosas a Widikum. Para empezar, compañía para una ermitaña como yo, ganas de ayudar y energía. Tampoco han escatimado en risas, tardes de cervezas y eternas conversaciones en las que descubrimos entre todas un poco más de Camerún. Otra de las cosas que han traído las nuevas voluntarias a Widikum ha sido el programa de detección de malnutrición de Idiwaka, que es precisamente lo que nos ha llevado hoy a atravesar la selva en todoterreno para llegar a uno de los muchos pueblos aislados, Ebangabi.

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La casa del jefe de Ebangabi

A nuestra llegada, nos recibió el jefe tradicional en su ‘palacio’, una casa que no se diferenciaba del resto más que por los cientos de manos blancas decorando las paredes. Con su aprobación, montamos nuestro campamento en una casa de adobe donde las gallinas correteaban entre pupitres, ya estaba casi todo listo.

Preparadas para empezar la consulta

Preparadas para empezar la consulta

Para terminar, sacamos unos cuantos ‘bolo bolo’ y fuimos viendo cómo llegaban todos los niños del pueblo atraídos como moscas a la miel. Si a ellos los atrajeron los globos, para las madres fue el cotilleo de la multitud, de la promesa de algo nuevo que poder comentar. En poco tiempo, no quedaban niños por las calles y nuestra improvisada consulta estaba a reventar.

Dimos comienzo al día, explicando el programa, midiendo a los niños y pesándolos, explorándolos uno a uno. Nos comunicábamos a gritos por encima de los lloros y cotorreo, lidiando con madres que no ven que su hijo esté enfermo, niños meándose en la báscula y otros sin nombre y sin nadie que lo sepa. Pero aquí y allí encontrábamos una fiebre, desnutriciones moderadas y alguna más grave. Procuramos transmitir la importancia de que vinieran al hospital, ofreciendo pruebas gratuitas, medicinas rebajadas…

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Explorando a uno de los niños

Esa tarde uno de los niños nos esperaba en la puerta de la consulta. Y puede que no parezca una gran victoria, pero no deja de serlo. Un buen punto donde empezar, y la esperanza de que poco a poco se sumen las victorias y nos hagan más llevaderas las derrotas. Que los niños que ayudemos nos den la fuerza para no ignorar a los que quedan atrás.

Las lechuzas les producen escalofríos

Ha sido un día normal y corriente, de esos en los que el primer pensamiento de la jornada es tan básico cómo si habrá o no luz para preparar café. De esos en los que, antes de que te quieras dar cuenta, ya estás empezando la ronda de visitas a los ingresados en el hospital. Como parpadees ya estarás a punto de terminar de ver a todos los niños de la lista de los ingresados por diarrea. Y en esas andábamos todo el equipo: un par de voluntarias, otro de enfermeros y la hermana; cuando oímos un alboroto.

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Un trabajador sostiene una lechuza en sus manos

Para no variar, ante el mínimo signo de entretenimiento que surge en los alrededores del hospital, todos los pacientes y familiares ya formaban un corrillo. En el centro tres lechuzas muertas en fila, y un trabajador venía con la cuarta revoloteando en su mano. «Pero, ¿por qué las matáis?». Les dan miedo, son animales malvados, son brujas, nos explican.

No son los únicos animales que les producen escalofríos, los gatos tampoco son de fiar para ellos. Como el doctor  César me explicó: para ellos, no se puede esperar nada bueno de un animal tan reservado que nunca lo verás haciendo sus necesidades o apareándose. Son criaturas diferentes, no son naturales… Tendrá que ser magia.

El veneno como arte de pesca en el río

Ha sido por casualidad, por desviarnos del camino, por querer encontrar algo nuevo que nos hemos chocado con esta imagen. El río, en su parte más alta, antes de llegar a Widikum, cubierto de jirones de espuma.

«Pero, ¿qué es esto?», le preguntamos a la amable mujer que nos había enseñado la ruta.

«Pescadores, echan veneno al río para matar a los peces, así los pescan más fácilmente».

Jirones de espuma en la parte alta del río

Jirones de espuma en la parte alta del río

Tal cual, matando moscas a cañonazos; corrompiendo la única fuente de agua de la población para conseguir pescado. Tan solo una hora después llegamos al pueblo, donde la gente chapotea en la orilla, los niños juegan y salpican, las mujeres lavan la ropa, los trabajadores agotados se acercan para tomar un sorbo de agua. Un agua que a saber qué efectos tendrá.

Niños bañándose unos kilómetros más abajo

Niños bañándose unos kilómetros más abajo

Pero a pesar de todo, si lo gritamos, si supieran lo que está pasando, ¿qué harían? Cuando no hay otra opción, donde no existe el concepto de elegir, ¿hay espacio para cambiar?

Los habitantes veteranos del hospital

Cada mañana al entrar en Saint Therese, la zona de ingreso de los hombres en el hospital, ya te llega el tarareo ausente de Papá Pi desda la esquina.

«Good morning everyone», «Good morning doctor», te responde con una sonrisa mirando con sus ojos ciegos. Y se ríe y comienza con una alegre verborrea en pidgin durante la cual no te suelta la mano.

Papá Pi

Papá Pi

Emmanuel en la otra esquina levanta las dos manos a modo de saludo y con la misma sonrisa te dice que va mejor poco a poco, que sus heridas se van recuperando. Richard, un tanto más reservado, se mantiene callado en su cama a no ser que te dirijas a él, siempre igual de amable y discreto.

Se trata de nuestros tres pacientes más peculiares, enfermos cuyo ingreso es tan largo que ya se han convertido en habitantes de plantilla del hospital. Papá Pi llevará alrededor de un año recuperándose de sus quemaduras y continúa con nosotros por su situación, y probablemente porque con su naturalidad ya se ha ganado un hueco en el corazón de todas las hermanas y del personal del hospital. Emmanuel se quemó las dos piernas al poco de llegar yo a Widikum y Richard se cayó en una letrina cortándose la pierna antes de Navidad.

Los pacientes que han ganado en paciencia a todos, los milagros a largo plazo y, mientras la curación se alargue, parte de nuestra improvisada familia. Y, ante todo, la gratificante sonrisa diaria asegurada que reconforta en los momentos difíciles.

Jugando se puede vivir una aventura

La sonrisa de un niño te puede transmitir muchas cosas, quizás más que la de cualquier otro. Tiene algo especial, es fresca y sincera, totalmente transparente, casi como el agua. Aquí, sin embargo y a pesar de las circunstancias, tiene algo aún más especial, es más natural y más salvaje. No puedo evitar pensar que hay algo que los niños tienen aquí que en casa nos falta.

Quizás sean los juegos, o la falta de ellos, la necesidad de crear algo lo suficientemente emocionante para esos momentos libres en los que no están en la granja ayudando a sus padres o en la escuela. La imaginación les desborda y empujar una rueda con un palo por un camino se convierte en algo apasionante. El tajo de una rama de palmera seco de pronto se vuelve en el trineo perfecto para las pendientes de arena y hierba. Incluso tiene algo de especial ver a un bebé revolcándose por el suelo polvoriento sin preocupar a nadie por que chupe una sandalia.

Niños jugando en Widikum

Niños jugando en Widikum

La diversión aquí es salvaje: Se puede chapotear en la orilla de un río y perseguir lagartos azules. No hay móviles ni consolas, no hay ordenadores o televisiones y, lejos de ser una tragedia, en ocasiones da la impresión de haberse quitado un peso de encima. Como algo que había olvidado, que las cosas sencillas y naturales pueden ser emocionantes, que jugando se puede vivir una aventura.