La televisión ha creado un mundo esquizofrénico en el que entre el individuo y lo global no hay nada. Alain Touraine

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«Seis grados»… de desilusión

El episodio piloto de «Seis grados«, la serie que estrenó anoche Cuatro, fue una maravilla dirigida por Rodrigo García – el hijo de García Márquez, cuya primera película «Cosas que diría con sólo mirarla» me encanta y que dirigió muchos episodios de otra serie que venero: «A dos metros bajo tierra«. El año pasado García dirigió una segunda película, «Nueve vidas«, que no me gustó tanto.

Anoche cuando empecé a ver «Seis grados» pensé que por fin a García le habían dado una serie a su medida, y tras ver el piloto quise más. Tomé tres tazas.

Pero no. Una penita, pero no. Los siguientes episodios no llevan la firma de García ni tienen el mismo interés ni calidad que el precioso piloto. «Seis grados«, que prometía, cae prontísimo en clichés, en situaciones estándar. Se queda sin fuelle y alarga misterios que funcionaban perfectamente como generadores de tensión en el primer episodio y se van transformando ante nuestros ojos en meras trampas de unas tramas que se enredan en exceso y con recursos facilones, escenas poco creíbles y conflictos de cartón piedra.

Una gran diferencia entre el piloto de «Seis grados» y los dos episodios siguientes que vi anoche, es que el episodio dirigido por García plantea magistralmente la esencia de la idea (todos estamos unidos a todos por un máximo de seis grados de separación; un concepto que sabéis que me encanta, que da título a una película que me fascina y que Capote convirtió en su juego favorito: los seis grados de separación [sexual] entre sus conocidos), mientras que el resto de episodios se limitan a forzarla.

Pero la GRAN diferencia entre el soberbio piloto y los mediocres capítulos posteriores es que mientras que en el primero vemos a gente rota por dentro que intenta inventarse una vida diaria como una superficie sólida, sin huecos, como un muro de cotidianeidad que no deje ver los escombros… en los siguientes episodios volvemos a encontrarnos con los clásicos personajes de teleserie, que se limitan a regodearse en sus supuestas desgracias de usar y tirar. Y ya me aburro de eso.

Me aburro tanto que pienso en lo bien que quedarían los protagonistas de «Seis grados» en «Identity«: fue mujer de un reportero de guerra traficante de armas, fue un reputadísimo fotógrafo, es abogado de oficio, es una au-pair que guarda un gran secreto en una caja,… y en lo fácil que lo tendrían los concursantes.

Cuando empecé a ver «Seis grados» pensé que era una historia diferente. Después de ver tres capítulos ya sé que casi todas las teleseries están a apenas dos grados de separación, y que cualquiera de sus personajes podría ser el hermano, la jefa, el novio o la exmujer de la familia de «Cinco hermanos«, por ejemplo.