La televisión ha creado un mundo esquizofrénico en el que entre el individuo y lo global no hay nada. Alain Touraine

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La mejor serie de TV

La mejor serie de televisión no puede verse en televisión, no se ha emitido nunca.

La mejor serie de televisión está dentro de una novela estupenda, de una novela escrita por Tonino Benacquista titulada Saga.

Saga es una estupenda novela, una divertidísima novela que volví a leerme ayer, y es también el título de la mejor serie de televisión del mundo. Una serie francesa, escrita por un viejo guionista, un aspirante a guionista, una novelista de novelas rosas y por Jerome, un guionista en la indigencia a quien alguien le ha robado su gran oportunidad en Hollywood y cuyo hermano Tristan vive tumbado frente al televisor.

En ‘Saga’ conviven dos familias – una francesa y una norteamericana – un viudo con hijos y una viuda con hijos y cuñado inventor. Hay una adolescente superdotada, apariciones de ultratumba, un Ser enamorado, inventos que cambiarían el rumbo de la humanidad y hasta la actuación estelar de Dios en persona.

No hay nada mejor que ‘Saga‘ en la televisión. Pero ‘Saga’ nunca se vio en televisión. Es un libro. En cuyo interior están escritos los guiones de la mejor serie del mundo. Nunca habrá ninguna serie como ‘Saga’. Ninguna que administre a sus personajes sus Quince Minutos de Sinceridad, durante los cuales todo el mundo dice lo que piensa.

Por eso, si os pasa como a mí, si queréis ver buena televisión pero no encontráis nada decente en la televisión, leed ‘Saga‘. Y acabaréis viendo ‘Saga‘. Ya veréis…

Si hubiéramos hecho alguna apuesta en aquel entonces, la habríamos perdido. Jérome opinaba que la televisión gangrenaría los cerebros, que los niños nacerían con los ojos cuadrados y un callo en el pulgar de hacer zapping. En realidad, tras haber fagocitado la proyección de películas en las salas, la televisión cayó en la trampa de su propia omnipotencia. Con tantas ofertas, cada vez mejores, cada vez más de alcance, los telespectadores no sabían qué elegir y la duración de los programas cayó por debajo del umbral de los cuatro segundos. Tal era ya entonces la preocupación de Tristan, desplomado en su sofá: «Estarán poniendo algo mejor en otra cadena, seguro que están poniendo algo mejor en otro lado…» Y, de hecho, siempre están poniendo algo mejor en otro lado, así de claro.