Mejor empezamos por el trago final y así nos lo quitamos de encima. Mejor primero os cuento que anoche vi el casinuevo programa de La Primera y no entendí para qué tanto dinero en un producto que olía a viejo, a cerrado, y a dispendio innecesario. Y que dejaba en evidencia el supuesto talento de Josema Yuste (siempre peor solo que bien acompañado). «Por fin has llegado» ya ha pasado a la madrugada de los domingos. Y supongo que ahí lo veremos morirse en un funeral de altísimo presupuesto, con sus extras y sus decorados, casi como en el entierro de «Imitación a la vida» de Douglas Sirk.

Afortunadamente, mi noche televisiva no se limitó a esa cara imitación de los irrepetibles cerveceros de La Sexta.

Tuve la suerte de encontrarme en 8tv con «Monk«, una serie que me recuerda a veces al Colombo de mi infancia y es pariente directa de todas esas historias televisivas de investigadores atípicos («Psych«, «Hermanos y detectives«) pero con el aliciente de un protagonista primo-hermano del neurótico personaje de Jack Nicholson en ‘As good as it gets‘. Monk es una serie que no me parece nada del otro mundo, pero que me hace sentir bien.

Aunque lo mejor vino después, cuando a continuación pusieron un episodio de «Doctor en Alaska«. Y, lo confieso, casi lloré. Porque, después de tanta serie actual llena de esquemas cerrados que se repiten episodio tras episodio, de tramas previsibles y personajes planos, reencontrarme con mi serie preferida y descubrir que sigue siéndolo, que pese al tiempo que ha pasado es todavía la mejor, fue muy emocionante. Y no es nostalgia, qué coño, es que «Doctor en Alaska» es una joya, y no ha envejecido en absoluto.