Creo que acabo de descubrir mi nueva serie favorita. Después del vacío que me dejó el final de Los Soprano -y de todo lo que me enseñó sobre management y relaciones humanas-, la llegada de Sexy Money a mi vida vuelve a marcar un antes y un después en mi relación con la realidad. Lo que quiere decir: ¡a la mierda la realidad; dame una temporada completa de Sexy Money en vena!
Show me the (dirty/sexy) money!
¿Por qué? Porque la serie tiene todo lo que me interesa en la vida: tiene ricos muy ricos, sacerdotes promiscuos, divorciadas reincidentes, politoxicómanos descerebrados, aspirantes a actriz sin talento pero con un gran guardarropa, políticos conservadores de doble vida, asesinatos misteriosos y hasta un abogado honesto. Y todo eso en Nueva York. Para qué más. Y con un espectacular plantel de actores:
Dirty Sexy Money (sin el Dirty para España) es una de esas series que recuperan las buenas costumbres de algunos clásicos del género, como Falcon Crest o Dinastía, y donde los protagonistas beben constantemente licores fuertes en espléndidas cristalerías, conspiran, se aborrecen, organizan muertes que parecen accidentes y guardan secretos en baules Louis Vuitton. Fascinante. Y todo ello con un punto loco de humor que parece sacado de ese espléndido delirio que fue Arrested Development.
Lo dicho: tengo nueva serie preferida. Que me compensa de la decepción de Californication, que también he visto este fin de semana… y no. Pero de eso ya os hablaré otro día.