El comienzo de la sexta temporada de Los Soprano – de la que acabo de ver tres capítulos seguidos – es tan potente, tan emocionante y tan increíblemente bueno, que me dan ganas de quedarme en casa todo el día hasta terminar la última temporada completa y volver a empezar por el primer capítulo de nuevo.
No os pienso desvelar tramas ni secretos de esta sexta temporada – que actualmente emite Canal + previo pago, y que yo me compré durante mi viaje a China – pero sí deciros que el nivel de elaboración de los guiones, la creciente complejidad en los conflictos de los personajes y la evolución de las relaciones entre ellos me parece de tal maestría que sólo por esta serie, la televisión merece ser considerada un gran invento.
Amo profundamente a Carmela en este comienzo de temporada. La amo despeinada, sin esos eternos cardados de peluquería, con la cara lavada y esa indefensión con un punto despiadado que proyecta.
Y amo a Tony. Y a David Chase – el guionista – por haber sido capaz de construir a través de la fábula de la vida contenida en un maletín desaparecido y en una billetera ajena, uno de los más inquietantes y poéticos momentos televisivos acerca de la identidad, la existencia y la muerte.
Gracias, David Chase. Te amo, David Chase.