Aunque a lo mejor soy solo yo. Pero tengo la sensación de que poco a poco, la televisión que vemos en el televisor se va convirtiendo en un reducto más y más cerrado del mundo, en una porción más y más pequeña de una realidad que no se parece en nada a la que puede interesarme.
Excluyo, por supuesto, las buenas teleseries. Hablo del resto.
Hablo acerca de todo lo demás. De todo lo demás que ya no está. De la imposibilidad de encontrarme en la tele con miradas que puedan parecerme interesantes, que tengan que ver con materias que aprovecharan las posibilidades del medio para hacerlo apasionante. De cómo lo televisivo se ha transformado en un adjetivo despectivo, y todo lo que se televisa se enmierda. O casi todo.
Excluyo, por supuesto, algunos productos que me parecen dignos, como Buenafuente, SLQH, Estas no son las noticias o El intermedio.
Y pienso en esto después de haber visto el estreno de un programa para el que la productora quiso tenerme como colaborador. Aunque la cosa no pasó de un par de llamadas telefónicas, unos cuantos corre-e-os y ni siquiera una prueba de cámara. Aún así, pensé mucho en la posibilidad de pasarme a la televisión. Pensé en el dinero. Y pensé en mí; en la manera en que el discurso veloz, efectista y simple de la televisión podría proyectarme, convertirme en mi faceta más facilona y menos presentable. En qué sería peor: fracasar o tener éxito. Lo más probable es que hubiera fracasado, y eso me hubiese paralizado para muchas otras cosas; con la moral por los suelos y la autoestima maltrecha cuesta sentarse a escribir; una actividad para la que siempre me exijo creer que tengo algo que decir de una manera diferente. Me hubiera costado mucho hacerlo desde la derrota moral.
Aunque, seguramente, el éxito hubiese sido muchísimo peor. El éxito en televisión, a las órdenes de otros y en programa como el que refiero, habría supuesto renunciar a mirar las cosas desde afuera, aferrarme a la oportunidad y dejarme absorber por ese reducto más y más cerrado del mundo del que abomino.
Los de la productora nunca me volvieron a llamar, pero yo ya había decidido que, si ellos no me rechazaban, les iba a decir que no. Por suerte no tuve que pasar por eso. Así puedo fantasear en estas líneas sobre mi propia integridad, que no tiene nada que ver con los principios, ni la honestidad, ni la moral: tiene que ver con eso, con la integridad. Emocional. La única que me salva.
(Perdón por el tostón, pero tenía que soltarlo para poder seguir escribiendo aquí).