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República Centroafricana: La espiral de violencia parece no tener fin (I)

Por Natalie Roberts, médico de emergencias de Médicos Sin Fronteras en República Centroafricana

La ciudad de Bocaranga desierta tras los saqueos. La mayoría de las localidades de la ruta Bozoum – Bossemptele – Bocaranga habían sido incendiadas. Fotografía: MSF

La ciudad de Bocaranga desierta tras los saqueos. La mayoría de las localidades de la ruta Bozoum – Bossemptele – Bocaranga habían sido incendiadas. Fotografía: MSF

Tan pronto como me bajé del avión en Bozoum, me informaron de que acababa de producirse una refriega entre grupos armados que había dejado bastantes heridos. Me requerían de inmediato en el hospital. La pista de aterrizaje está ubicada a unos cinco kilómetros de la ciudad, y a lo largo de los diez minutos de camino en el 4×4 no dejé de ver casas quemadas ni un solo momento. No había un alma por las calles. Los rumores de que iban a producirse nuevos ataques y el miedo ante las consecuencias de los mismos habían hecho huir a todo el mundo.

Mientras nos acercábamos, íbamos tratando de imaginarnos qué situación nos encontraríamos en el hospital. Me bajo del coche y mis compañeros me llevan directamente hasta donde se encuentra el paciente más grave, un hombre herido de bala. Lo atendí mientras el resto del equipo se ocupaba de los pacientes con lesiones menos graves.

En ese primer momento sólo había cinco o seis pacientes. Pregunté si esos eran todos o si aún había más por llegar. Otro de los miembros del equipo me informó de que había varios heridos musulmanes que no habían podido desplazarse todavía hasta allí por miedo a ser atacados. Alrededor de una hora más tarde, 18 de estas personas llegaron al mismo tiempo.

Los heridos habían sido alcanzados por muchas esquirlas provocadas por la explosión de una granada que había sido lanzada en un barrio musulmán; otros tenían heridas de bala por el tiroteo que siguió. Un hombre resultó herido en un ojo y otros tenían heridas de diversa consideración en la cabeza.

Tuvimos que tomar una decisión difícil sobre un paciente en particular: tenía una herida de bala en la ingle que había atravesado su arteria femoral. A primera vista no parecía tan grave, y de hecho el orificio de entrada era más bien pequeño, pero al ponerle de espaldas rápidamente vimos que el orificio de salida de la bala era más grande y que sangraba profusamente. Un gran charco de sangre cubrió el suelo en apenas segundos.

El paciente no habría sobrevivido a una operación o a un traslado hasta otro hospital. Como teníamos la esperanza de que coagulara, le hicimos una transfusión de seis unidades, algo que resulta muy difícil en un lugar donde no hay un banco de sangre. A pesar de esto, continuó sangrando durante horas y murió en el hospital esa misma noche.

Todos nos sentimos muy frustrados. No era más que una pequeña herida, pero estaba justo en el peor lugar posible y le había causado daños irreparables. Si esta misma herida hubiera estado unos cuantos centímetros más arriba o abajo, el paciente habría sobrevivido.

En la República Centroafricana la gente honra a sus muertos haciendo sonar los tambores durante la noche. El cementerio se encontraba muy cerca del hospital de Bozoum y también cerca de la casa donde dormía el equipo de Médicos Sin Fronteras. Cada vez que alguien se nos moría en el hospital, nos tocaba escuchar el retumbar de los tambores durante toda la noche. Era como una especie de penitencia que hacía imposible que pudiéramos olvidar que alguien acababa de morir.

MSF puso en marcha clínicas móviles para asistir a la población dado que los centros de salud habían sido saqueados o destruidos. Fotografía: Natalie Roberts/MSF

MSF puso en marcha clínicas móviles para asistir a la población dado que los centros de salud habían sido saqueados o destruidos. Fotografía: Natalie Roberts/MSF

Esa noche, la mayoría de los pacientes no quisieron dormir en el hospital porque no se sentían seguros. Al día siguiente, fuimos al barrio musulmán para continuar tratando a los heridos. Era evidente que la gente se preparaba para huir de la ciudad: vaciaban sus casas de todas sus pertenencias y las colchonetas y ropa de cama se apilaban en las calles. El ataque contra el barrio musulmán había sido el tiro de gracia para una población que llevaba meses sufriendo las iras de sus propios vecinos.

Nos informaron de que un convoy transportaría a los musulmanes a Chad. La mayoría de estas personas había nacido en la República Centroafricana y había vivido toda su vida en Bozoum, donde tenían negocios, casa, familia. Al igual que cualquier otro habitante del pueblo, pertenecían a la comunidad local. Pero ya no hablaban de lo que les había pasado; simplemente habían aceptado que tenían que partir.

El convoy de camiones llegó dos o tres días más tarde. Contábamos el número de los que llegaban y de los que salían y cruzábamos los dedos para que no ocurriera nada. Sabíamos que su presencia podía encender la mecha de nuevo, puesto que en el pasado ya habían sido atacados otros vehículos que trataban de evacuar a la gente. Además, no estábamos seguros de si habría suficiente sitio para todos en el interior de los vehículos…. y temblábamos ante la mera posibilidad de que alguno de los grupos más marginados se quedará atrás.

Finalmente, la población entera de musulmanes, compuesta por dos o tres mil personas, subió a bordo de los 14 camiones. Sufría de verles allí: hacía calor y les esperaba un largo viaje de siete horas hasta la frontera. Cada camión estaba atestado de cientos de personas y de sus pertenencias. En algunos podía haber hasta 200 personas. Nadie nos informaba de dónde iban a dormir y a pesar de que contábamos con la presencia de una escolta armada ésta nunca detendría los posibles ataques que se produjeran.

Nos quedamos ahí mirando mientras la gente subía a los camiones. No había nada que pudiéramos hacer. Una comunidad entera había sido devastada. Sabíamos que lo mismo estaría ocurriendo en la mayoría de las ciudades del noroeste. Intuíamos que muchas otras personas estaban eligiendo la misma opción desesperada y que habían decidido dejar sus casas para ir a vivir en un campo de refugiados.

Crecer rápido en un campo de refugiados de Cisjordania

Por Theresa Jones, responsable de Salud Mental de Médicos Sin Fronteras en Cisjordania

Amin siempre ha sido un niño muy maduro, parece más mayor de lo que es. A menudo calificado de testarudo por su familia, le gusta salirse con la suya pase lo que pase. Tiene seis años y es el más pequeño de siete hermanos, los otros tienen por lo menos 18 años y están acabando la escuela o la universidad.

Sin embargo, éste no es el único motivo por el que Amin es tan maduro para su edad. Amin vive en un gran campo de refugiados en Cisjordania, frente a la torre de vigilancia del Ejército Israelí. El campo alberga a cerca de 10.000 refugiados registrados, y se considera el principal foco de las protestas de Cisjordania. Amin come, duerme y juega sólo a 50 metros del escenario de violentos enfrentamientos diarios entre jóvenes palestinos y soldados israelíes. Estos enfrentamientos siguen un patrón parecido a un juego, empezando generalmente con el lanzamiento de una piedra contra los soldados uniformados que forman filas frente al campo de refugiados, adornados con su sofisticado armamento. Parece que cuando vives en medio del caos, debes aprender a cuidar de ti mismo muy pronto.

Cuando los gases lacrimógenos penetran en su casa en el piso de arriba a través de las ventanas, como ocurre durante los violentos enfrentamientos, Amin es quien las cierra todas. Es él quien informa a su familia sobre lo que ocurre abajo en la calle, espectador habitual del terror y la agitación que se suceden ante sus ojos. Amin ve a diario armas tan grandes como él ante sus propias narices y es testigo de los cacheos e interrogatorios a los que los soldados israelíes someten a sus hermanos cuando salen a la calle.

Amin es quien informa a su familia sobre lo que ocurre abajo en la calle, espectador habitual del terror y la agitación que se suceden ante sus ojos. Fotografía: Juan Carlos Tomasi

Amin es quien informa a su familia sobre lo que ocurre abajo en la calle, espectador habitual del terror y la agitación que se suceden ante sus ojos. Fotografía: Juan Carlos Tomasi

Con esta realidad, no es extraño que Amin sienta la necesidad de asumir el control y cuidarse a sí mismo. Esta necesidad puede trasladarse muy fácilmente al día a día. Por ejemplo, cuando insistentemente quiere comerse una tableta de chocolate antes de comer o exige ver los dibujos que quiere en la tele.

MSF conoció a Amin unas semanas después de una violenta incursión a su casa en plena noche. Los soldados israelíes querían utilizar el apartamento de la familia de Amin para vigilar los enfrentamientos que se sucedían abajo en la calle. Parece que éste es un lugar conveniente para una segunda torre de vigilancia. La madre y la hermana de Amin describieron a la psicóloga que los soldados entraron por la fuerza en la casa, encerraron bajo llave a la familia en una habitación, y entonces ocuparon su sala de estar durante horas. Después de esa noche, Amin empezó a tener pesadillas frecuentes de soldados con caras negras (los soldados israelíes cubren sus caras con máscaras negras durante las incursiones),  a orinarse en la cama y se sobresaltaba con el más leve roce. El eczema que le cubre el cuerpo desde los dos meses de edad empeoró y su testarudez fue descrita como un comportamiento “descontrolado”.

Cuando la psicóloga de MSF conoció a Amin consiguió interactuar con él mediante juegos y él le pidió que cuando volviese a visitarle le trajese un “balón de fútbol negro”. La psicóloga piensa que el balón negro está asociado al incidente traumático que sufrió al ver a soldados con máscaras negras irrumpiendo en su casa. Los síntomas que tenía eran pensamientos e imágenes intrusivas de ese incidente. Quizás intentaba controlar esos recuerdos pegando patadas y lanzando la pelota.

Desde entonces ha utilizado dibujos para expresar sus miedos sobre lo ocurrido en el pasado, lo que está ocurriendo en el presente y lo que podría ocurrir en el futuro. Sin duda, parece tener ganas de hacer juegos que impliquen imaginación y magia, y con el tiempo esto parece haberle ayudado a sentirse algo más seguro. Amin también está recibiendo tratamiento del médico de MSF para aliviar el dolor que le provoca la infección cutánea que padece.

Está claro que ser niño no es nada fácil en este campo de refugiados de Cisjordania. De todas formas, esperamos que Amin pueda disfrutar algo de la sencillez de la niñez en medio de toda esta complejidad y caos.

Sudán del Sur: El día que nos fuimos de Bentiu

Por Jean- Pierre Amigo, coordinador de emergencia de Médicos Sin Fronteras

El hecho de que MSF se haya visto obligada a evacuar varios de sus hospitales en diversas ocasiones a lo largo de los últimos meses es solo un efecto más de la violencia que asuela Sudán del Sur desde el pasado diciembre. Jean- Pierre Amigo, coordinador de uno de los equipos de emergencia de Médicos Sin Fronteras (MSF), relata cómo vivió la forzada marcha del equipo que trabajaba en Bentiu, capital del estado de Unidad.

En Bentiu, un pequeño pueblecito en el estado de Unidad, la situación era muy tensa desde hacía semanas. En el recinto de Naciones Unidas se refugiaban unas 8.000 personas que habían huido de sus casas, presas del pánico y por miedo a ser atacadas.

El ambiente era tenso; ni tan siquiera los niños jugaban y eso siempre es una mala señal. Nadie sonreía y tal era la desconfianza entre la gente que en cuanto se les acercaba alguien dejaban de hablar. Los diferentes grupos étnicos no se mezclaban y sentían miedo los unos de los otros.

Pusimos en marcha una clínica dentro de la zona de protección de civiles que hay dentro del campamento de la ONU al tiempo que otro de nuestro equipos continuaba su trabajo habitual en el hospital estatal de Bentiu. Antes del conflicto, habíamos estado llevando a cabo un programa de VIH/sida y de tuberculosis en dicho centro, pero en cuanto se desató la crisis decidimos transferir parte del equipo sanitario al bloque quirúrgico, donde estuvieron ocupándose de los heridos durante varias semanas.

La Inseguridad en Sudán del Sur ha obligado a decenas de miles de personas a huir de sus hogares. MSF recorrió la carretera entre Bentiu y Leer para distribuir alimentos a entre 10.000-15.000 personas que huían de los combates.  © Jean-Pierre Amigo/MSF

La Inseguridad en Sudán del Sur ha obligado a decenas de miles de personas a huir de sus hogares. MSF recorrió la carretera entre Bentiu y Leer para distribuir alimentos a entre 10.000-15.000 personas que huían de los combates. © Jean-Pierre Amigo/MSF

El conflicto se había extendido por todas partes. Aunque los enfrentamientos se producían lo suficientemente lejos de nosotros como para que no oyéramos los disparos, cada día nos traían numerosos heridos de bala. Por aquellas fechas, la mayoría de los heridos que lograba llegar hasta el hospital eran personas que habían participado directamente en los combates. Por desgracia, en luchas como éstas, los civiles heridos raramente consiguen llegar a tiempo a las estructuras de salud.

Cuando escuchamos decir que las fuerzas de seguridad se estaban acercando a Bentiu, supimos que con toda probabilidad la ciudad se iba a convertir en un campo de batalla. Reinaba el pánico y la gente empezó a marcharse de la ciudad. Los enfrentamientos se producían cada vez más cerca y resultaba peligroso circular por las calles. El 8 de enero, tras muchas dudas y después de intentar aguantar hasta el último momento, decidimos evacuar.

Cuando sabes que ya no puedes hacer nada y que tienes que dejar a los pacientes y marcharte, comienzas a sentir una mezcla de vergüenza e impotencia. Es una situación muy difícil. Dejamos suministros suficientes como para que al menos pudiesen seguir sus tratamientos, aunque no pudiesen acceder a ningún servicio de salud (una especie de ‘kit de emergencia’ que contenía todo lo que pudieran necesitar). Dos días después de marcharnos, supimos que el hospital estaba totalmente vacío y que todos los pacientes habían tenido que huir.

Un médico de MSF atiende a una mujer en la clínica que Médicos Sin Fronteras en el campamento de desplazados instalado en la Misión de la ONU para Sudán del Sur (UNMISS) en Juba. © Phil Moore

Un médico de MSF atiende a una mujer en la clínica que Médicos Sin Fronteras en el campamento de desplazados instalado en la Misión de la ONU para Sudán del Sur (UNMISS) en Juba. © Phil Moore

Evacuamos en coche rumbo a Leer, otra ciudad que está 130 kilómetros al sur de Bentiu. Por el camino, vimos a mucha gente abandonando la ciudad. La mayoría iba en la misma dirección que  nosotros, aunque a pie muchos tardarían varios días en llegar. Hacía mucho calor, apenas si hay pueblos por el camino y las distancias son muy largas. No hay un solo árbol que te proporcione un poco de sombra y cobijo. Las personas tenían que dormir en el bosque o a los lados de la carretera, por supuesto al aire libre y sin refugio. No teníamos la menor duda de que un viaje tan agotador sería difícil o incluso imposible de soportar para muchos.

El día después, y durante cada jornada a lo largo de los siete días siguientes, regresamos a la carretera que une ambas localidades y distribuimos alimentos energéticos a las entre 10.000 y 15.000 personas con las que cruzábamos por el camino. Más tarde, en Leer, encontramos a gente que nos lo agradecía y nos decía que no hubieran podido llegar hasta aquí sin la comida que les dimos.

De regreso, subíamos a nuestros vehículos a aquellas personas que necesitaban atención médica, dando prioridad a los heridos de bala, a las mujeres en estado avanzado de gestación y a las personas con mordeduras de serpiente. También llevamos a personas discapacitadas por la polio, amputadas de conflictos anteriores, invidentes y a muchos otros más.

En Leer, nuestro departamento de consultas externas estaba saturado. Hay muy pocos centros de salud en Sudán del Sur que sigan siendo operativos, así que la presión se ha incrementado sobre los pocos que todavía funcionan.

Médicos Sin Fronteras trabaja en el país desde hace 25 años. En los últimos dos meses ha realizado más de cien mil consultas (40% a niños menores de 5 años) y tratado casi 1.400 personas con heridas de guerra

Médicos Sin Fronteras trabaja en el país desde hace 25 años. En los últimos dos meses ha realizado más de cien mil consultas (40% a niños menores de 5 años) y tratado casi 1.400 personas con heridas de guerra

Es importante que MSF pueda seguir trabajando en Sudán del Sur. Somos una de las pocas organizaciones que consiguen llegar a lugares de difícil acceso, donde las personas carecen de asistencia. Eso es algo que hemos logrado gracias a nuestra independencia, a nuestra neutralidad y al hecho de que llevamos mucho tiempo trabajando en esta zona (en algunos lugares más de veinte años). La gente nos conoce y confía en nosotros. Y, lamentablemente, en muchos casos dependen de nuestra ayuda para poder seguir vivos.

Ahora, debido al saqueo y destrucción sistemáticos que ha sufrido las ciudades, tiendas y mercados, y con la época de escasez que viene asociada a la estación de lluvias, nos necesitan más que nunca.

Un equipo de MSF ha regresado hace escasos días a Bentiu para reanudar sus programas médicos. Hoy, más necesarios que nunca. Debido al deterioro de la situación de seguridad en el estado de Unidad, el equipo local de MSF en Leer se vio obligado a huir al bosque el pasado 30 de enero con varias docenas de pacientes gravemente enfermos. El hospital de MSF en Leer, el único hospital que todavía funcionaba en el estado de Unity, ahora está vacío sin personal y sin pacientes. MSF espera poder regresar a Leer tan pronto como lo permita la situación de seguridad.

La prisión en la mente

Por Lali Cambra, periodista y responsable de Comunicación de MSF España para los Territorios Palestinos Ocupados.

Hebron, Cisjordania. copyright: Juan Carlos Tomasi.

Hebron, Cisjordania. Copyright: Juan Carlos Tomasi.

Hoy parecería un día normal de trabajo en la sede de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Hebrón. Pero no es normal, porque hoy es el día en el que Jawad, al que ya llevamos tiempo tratando, va a hablar sobre el tiempo que pasó en prisión.

Hace casi ocho meses que atiendo  a Jawad (*), los mismos que hace que llegué a Hebrón, una ciudad de gran importancia tanto para el Islam como para el Judaísmo. De hecho, es la única ciudad en Cisjordania en la que hay colonos judíos viviendo en su interior. Esta coyuntura la hace con frecuencia un lugar de conflicto entre palestinos e israelíes. Tanto la ciudad como los pueblecitos de la periferia son controlados de cerca por soldados y policías.

Jawad es de una aldea de la periferia. Nos hemos visto casi una vez por semana, a excepción de los períodos en que Jawad ha vuelto a ser detenido. Períodos que suponían un retroceso en su evolución. Jawad llegó a MSF recomendado por el CICR, después de que fuera puesto en libertad tras su paso por prisión. Se le detectaron síntomas post-traumáticos graves. Pese al tiempo que lleva con nosotros, no había hablado de la cárcel todavía.

La sesión se inicia, con Jawad sentado enfrente. E. cumple su papel de intérprete. Desde que llegué hace las veces también de profesora de árabe, de cultura palestina, de consejera y de amiga. Jawad, con 28 años, es un hombre delgado que viste con elegancia y cuya compostura delata una inteligencia tranquila. Sonríe más ahora que cuando iniciamos nuestros encuentros, aunque su mirada suele ser muy seria y en no pocas ocasiones se queda fija, mirando al infinito. A veces siento que hay que sacarle información con un sacacorchos.

Cuando le pido que me hable, tal y como habíamos quedado, de la cárcel, me mira sorprendido y dice que ya me lo ha explicado. Pero yo le recuerdo que, de hecho, sé muy poco. Establecer relaciones de confianza es en los territorios ocupados una cuestión de extrema importancia y por supuesto lo es para un hombre que ha sido encarcelado por activismo político y forzado a un sinnúmero de interrogatorios. Por eso, buena parte de nuestras sesiones se han centrado en forjar lazos de confianza, algo primordial dado que, en cierta forma, hay elementos de la terapia psicológica que podrían semejarse a procesos de interrogatorio.

Consulta psicológica en el proyecto de Médicos Sin Fronteras en Hebron. Copyright: Juan Carlos Tomasi.

Consulta psicológica en el proyecto de Médicos Sin Fronteras en Hebron. Copyright: Juan Carlos Tomasi.

Por fin Jawad comienza a hablar. Me dice que tenía 22 años cuando comenzó a ser más consciente de la situación por la que estaba pasando la vecina Gaza. En la universidad se involucró políticamente y acudió a manifestaciones. Un día, mientras estaba al frente de su ordenador, de repente comenzó a escuchar un enorme tumulto: los soldados israelíes entraron por la fuerza en su casa y se lo llevaron. Ahí comenzaba el camino sin retorno en el que se vería sumido durante los siguientes cuatro años y medio.

Jawad describe su período en prisión en cuatro fases: la primera fase, de interrogatorios, de la que se sintió orgulloso porque consiguió permanecer en silencio. Lo pusieron en una celda con otros prisioneros, que le ayudaron mucho en esos primeros días. Sin embargo, cuando los soldados regresaron, Jawad notó que algo había cambiado: de repente lo vio claro, sus compañeros de celda no eran otra cosa que “enemigos”. Sus conversaciones habían sido grabadas, su silencio roto y su fortaleza quebrada. Iban a poder presionarlo más. “Mi mundo se hundió, entonces cambié como persona”, apuntó Jawad.

Su segunda fase es la peor. Utilizaron métodos brutales, de los que Jawad prefiere no acordarse.  Apenas menciona la dureza de los períodos en aislamiento. Los sonidos, las imágenes y las sensaciones táctiles de esa época todavía regresan cada noche a perseguirlo en forma de pesadillas.

La tercera fase fue incluso peor. Jawad enfermó. Su apéndice se había inflamado y roto y requería cirugía. Lo siguiente que recuerda es despertarse de forma abrupta de la anestesia para encontrarse en el quirófano y ver su propio estómago abierto, en plena operación. El shock le llevó a un flashback, a encontrarse de repente de nuevo en los interrogatorios, rodeado de guardias, incapaz de moverse, esposado a una mesa. Cuando finalmente volvió en sí, la realidad no mejoraba: en su cama del hospital, tres guardias armados lo estaban custodiando.

A partir de entonces el estado emocional de Jawad se deterioró con rapidez, con consecuencias que también afectaron a su estado físico. Nunca más volvería a confiar en un médico. Entró en depresión y se aisló por completo. No mantenía contacto con nadie. Tras ser puesto en libertad, esta situación se mantuvo. Jawad a veces confesaba que para vivir así prefería regresar a la cárcel.

“Es bueno que tú lo cuentes por mí. A mí no me dejan salir de Cisjordania, pero tal vez mi historia pueda cruzar la frontera”, concluye Jawad.

(*) Este post fue escrito por la psicóloga de MSF al cargo de la terapia de Jawad en Hebrón.

Una semana después de esta conversación, Jawad fue detenido de nuevo y sometido a nuevos interrogatorios.

No nos engañemos, esto es una guerra

Por Gordon Finkbeiner, coordinador financiero de Médicos Sin Fronteras en República Centroafricana.

Campo de desplazados Mpoko, en el aeropuerto de Bangui, donde se hacinan más de 100.000 personas en condiciones infrahumanas. MSF es la única organización que les presta asistencia médica. (Copyright: Samuel Hanryon)

Campo de desplazados Mpoko, en el aeropuerto de Bangui, donde se hacinan más de 100.000 personas en condiciones infrahumanas. MSF es la única organización que les presta asistencia médica. (Copyright: Samuel Hanryon)

 

No hay manera de expresarlo de otra forma: esto es una situación de guerra. Guerra abierta, con artillería pesada y morteros que son disparados arbitrariamente en diferentes partes de la ciudad, con helicópteros sobrevolando la ciudad y con explosiones que te cortan la digestión. Tras la llegada de las tropas francesas a la ciudad, durante algunos días pareció haberse asentado en Bangui una aparente calma esperanzadora. Sin embargo, tras ese breve paréntesis, ahora se ha instalado un estado de confusión total en cuanto a quién combate a quién: los rebeldes exSéléka, los milicianos anti-Balaka, las tropas francesas, las fuerzas de mantenimiento de paz compuestas por congoleños y burundeses y sus a menudo temidos colegas del Chad (percibidos en muchas ocasiones como escasamente neutrales)… demasiados tipos armados.

La gente está desesperada, hacinándose por decenas de miles en misiones religiosas o en campos de desplazados improvisados, como el que hay en el aeropuerto y que a día de hoy ya alberga a más de 100.000 personas. Solamente en Bangui más de medio millón de ciudadanos han dejado sus casas, aunque el número se dispara cada día que pasa. Uno de nuestros compañeros pasó una semana en el interior de una iglesia con su familia, durmiendo en el suelo junto a seis mil personas más. Algunos miembros de nuestro equipo sabían que su vida correría un grave riesgo si regresaban a sus casas, por lo que fueron improvisando día tras día dónde dormir, ocultándose y durmiendo en los bosques. Algunos han perdido a varios de sus familiares.

La residencia del embajador de Camerún, a meros cien metros de donde nosotros nos alojamos, está desbordada con más de mil nacionales que pretenden salir del país después de que unos compatriotas suyos fueran asesinados en Bangui. Un grupo de civiles chadianos fue atacado cuando trataba de huir de la ciudad hacia el norte, seguramente en su pretensión de llegar de vuelta a su país. 47 de ellos fueron masacrados, mujeres y niños incluidos. Ahora tratamos de evacuar a otro compañero porque sabemos que aquí en el proyecto ya no estaría seguro. No cuento con volver a verlo por aquí.

Pacientes atendidos en el hospital Comunitario de Bangui, uno de los centros médicos en los que el personal de MSF lleva a cabo cirugías. (© Samuel Hanryon)

Pacientes atendidos en el hospital Comunitario de Bangui (© Samuel Hanryon).

El dinero y los suministros comienzan a ser un problema, pues los bancos y tiendas están cerrados. La Navidad no ha tenido lugar, no hace falta decirlo. Las escuelas, que antes del cinco de diciembre habían finalmente hallado cierta regularidad al permanecer no sólo abiertas, sino llenas de alumnos, han cerrado. En total, sólo han conseguido estar abiertas cuatro meses este año. Seguimos viendo familias enteras en las carreteras, empujando carros en los que acumulan aquellas pertenencias que han podido rescatar, y tratando de llegar a algún lugar seguro. Dejan su casa atrás, aún sabiendo que ésta será con toda probabilidad saqueada o destruida.

Las perspectivas actuales son nefastas, pero también impredecibles. Pasamos de ver cadáveres degollados amontonados por docenas en las calles, a una situación de casi normalidad. Y ahora, de nuevo, otra vez gente refugiándose de las balas… y todo esto en tan sólo dos semanas. Será difícil que la tensión existente actual amaine y que los sentimientos de odio y venganza den lugar a la reconciliación que todos deseamos.

Campo de desplazados Mpoko, en el aeropuerto de Bangui, donde los equipos de MSF pasan más de 500 consultas y ayudan a dar a luz a una media de 7 bebés al día (© Samuel Hanryon)

Campo de desplazados Mpoko, en el aeropuerto de Bangui. (© Samuel Hanryon)

En el lado positivo cabe destacar que tenemos un gran equipo y que en la actualidad, además de los muchos proyectos regulares con los que contamos en el país (hospitales que tienen una cobertura regional), también operamos y proveemos otros dos hospitales en Bangui en los que estamos dando asistencia de emergencia.

Por otro lado, hay varios equipos de MSF pasando consultas y ocupándose de las actividades de agua y saneamiento en varios de los campos de desplazados de la ciudad, donde también tratamos de luchar contra el cólera y el sarampión.

Todo ello con las dificultades obvias e impredecibles a las que nos enfrentamos a diario y bajo los riesgos e incluso amenazas que rodean a la misión. Si uno se para un minuto a analizar el caos en el que está sumido todo el país, al final no puede por menos que pensar que cada vida que logramos salvar, cada persona a la que conseguimos ayudar, resulta casi casi un pequeño milagro.

Traspasar el muro

Aamil (en Hebrón).

Aamil (en Hebrón).

30 años, estaba prometido, era fuerte, había tenido trabajo en Jerusalén. Todo parecía ir bien.

Pero construyeron el muro y perdió el trabajo. Aamil es de Hebrón. Alguien, a través de contactos, le ofreció la posibilidad de entrar de nuevo, desde Hebrón, y trabajar, ganar dinero para la boda. “Era mi primera vez, la primera vez que intentaba volver a Jerusalén. Sin permiso”, dice Aamil.

Le dijeron qué zona del muro tenía que buscar para poder pasar. El controvertido muro construido por Israel para separarse de los territorios, para prevenir atentados terroristas. Así, que, como le habían dicho, esperó a encontrarse con otros trabajadores que intentarían pasar. Llegaron y fueron seis, los que treparon por unas cuerdas ya dispuestas, ya utilizadas por otros. Al llegar arriba y mirar abajo, ya estaban los soldados:

        Os hemos estado esperando”, dijeron. “Me quedé arriba sin saber qué hacer”, recuerda Aamil.

        Bajad, no os haremos nada, os haremos salir por el control”. “Me quedé arriba mucho tiempo, intenté dialogar con ellos”, explica.

        Sólo queremos trabajar”.

        “Lanzad vuestros documentos de identidad, bajad y os llevamos al control, sin haceros nada”.

        “¿Es una promesa?”

        “Sí”.

Bajé. Casi sin tiempo que me diera tiempo a tocar el suelo, me agarraron por la pierna, comenzaron a pegarme fuerte, a reírse de mí. Le dije, “soy árabe como tú, ¿cómo me haces ésto?, ¿cómo te puedes, encima, reírte?” Me hicieron cantar. Me volvieron a pegar muy fuerte, cuatro de ellos. En el estómago, en el páncreas, en la cara, la nariz sangrando, el brazo roto por dos partes. Uno me preguntaba si era de Hamas o de Fatah. Me llevaron al jeep”.

Aamil pensaba que lo peor había pasado, que lo llevaban a prisión y que allí no le pegarían. Pero no. El jeep avanzó por una puerta del muro, al exterior, cerca de donde habían saltado, en un monte alejado de todo. Y allí lo dejaron tirado.

No podía ni gritar. No tenía dinero en el móvil. Intenté llamar a cobro revertido, pero nada. En los servicios de emergencia sí me cogieron el teléfono, “lo siento, muchas gracias por llamar”. Pensé que me moría allí. Pasaron horas”.

Uno de sus amigos recibió en Hebrón una llamada extraña: del constructor que había sugerido a Aamil cruzar el muro. No había llegado. El amigo llamó a Aamil que pudo explicarle dónde estaba más o menos. Fue el amigo quien llamó a la ambulancia y la ambulancia a Aamil. “Describí la montaña, los pueblos que veía, la curva de la carretera, no llegaban nunca, no me veían, no eran capaces de encontrar el monte, ni con la luz de mi móvil, ni con la luz del mechero. Me desmayé”.

La ambulancia le encontró a la una de la mañana y él calcula que eran las cinco y media de la tarde cuando había intentado saltar. Hospital: pelvis rota, codo y muñeca rota, vejiga rota. “El alma rota, y nadie nos puede tomar nuestra alma, excepto Dios”. Tardó meses en salir del hospital. MSF comenzó a tratarle por depresión. “Mi novia rompió el enlace, vio mi alma rota, vio a otro hombre en mí”.

Aamil tiene secuelas todavía, -seguramente permanentes aunque todavía va a fisioterapia y algo puede mejorar-, en el brazo que no puede mover bien y cojea un tanto. Es albañil. “¿Quién me va a contratar si así no soy productivo?”. Aamil es el único varón de la familia, el único que aportaba algo de dinero a la familia. “Ahora me dejan sólo en el cuarto, siento que no soy bienvenido en mi casa”. “¿Futuro? ¿hay esperanza? No soy optimista, no”.

MSF sigue apoyando a Aamil.

* Lali Cambra es periodista y responsable de Comunicación de MSF España para los Territorios Palestinos Ocupados.

Los pueblos sin gente de la República Centroafricana

Por Lali Cambra (Médicos Sin Fronteras)

No se ve gente en los pueblos, las aldeas están abandonadas, la gente sigue buscando refugio en los campos, lejos de los núcleos urbanos”. Así me describe la situación de la República Centroafricana (RCA) Liliana Palacios, coordinadora médica de los proyectos de Médicos sin Fronteras (MSF), que se encuentra de visita en el país.

Casi seis meses después de que los grupos armados de la coalición opositora Séléka avanzara desde el norte del país en marzo hasta tomar la capital, Bangui, y forzara al exilio al presidente François Bozizé, la emergencia humanitaria se recrudece en el país, con buena parte de su población desplazada. Liliana dice que lo importante ahora mismo es tratar de evitar que una situación que ya era crítica antes del golpe de Estado se agudice aún más, “pero para eso es necesaria la extensión de la ayuda humanitaria suficiente en el resto del país porque las necesidades son ingentes”.

Mujeres con sus niños esperando consulta con MSF (© Emilio Cuadrado).

Mujeres con sus niños esperando consulta con MSF en Bouca (© Emilio Cuadrado).

Mi anterior visita a la República Centroafricana fue en noviembre, meses antes del golpe de Estado -recuerda-, e impresiona ver cuán diferente es ahora: no se ve gente en los caminos, las aldeas siguen abandonadas y en la zona de Batangafo, en el norte del país, la población sigue viviendo desplazada en los campos. En el resto del país es similar”.

En Batangafo, el hospital de MSF mantiene las actividades regulares que lleva ofreciendo desde 2006. El número de consultas ha aumentado en 5.000 casos entre enero y julio con respecto al año pasado (de casi 33.000 a casi 38.000), un incremento que podría deberse a la no apertura de algunos puestos de salud en la zona después del golpe de Estado (que forzó al personal del ministerio de salud a buscar refugio, principalmente en la capital).

Y, como siempre, es la malaria la primordial causa de búsqueda de atención médica entre la población: 31.556 casos registrados entre enero y julio, entre los llegados al hospital y a los puestos de salud. “Por lo general son los menores de cinco años los que aparecen con malarias graves que requieren ingreso, es decir, que la malaria viene ya complicada con una anemia severa o con malnutrición”. El 83% de entre los más de 1.800 pacientes ingresados en el hospital por malaria grave son niños.

En la República Centroafricana, uno de los países más pobres del mundo, cuyos habitantes cuentan con una expectativa de vida de apenas 48 años, en el que el sistema de salud público es deficitario hasta casi la inexistencia y donde apenas hay campañas de vacunación establecidas, los niños son las primeras víctimas en sucumbir ante cualquier turbulencia que altere su frágil existencia. La malaria arremete cada año cobrándose centenares de miles de vidas y, cuando aparece combinada con el sarampión o con la desnutrición, provoca que las tasas de mortalidad entre la población infantil se disparen.

La tumba del nieto de un jefe de "quartier" (barrio) en RCA (© Juan Carlos Cano).

La tumba del nieto de un jefe de «quartier» (barrio) en la localidad de Amada Gaza en RCA, fotografiada durante la misión exploratoria de MSF (© Juan Carlos Cano).

Juan Carlos Cano finalizó una misión de exploración que llevó a un pequeño equipo de MSF a diferentes regiones del país, y cuenta que en el oeste, en Gadzi, en Sosso, en Boda, vieron el efecto del desplazamiento de la población, la falta de alimentación adecuada, la vulnerabilidad ante, por ejemplo, el sarampión. “Había tumbas pequeñas, excavadas recientemente al lado de las casas. Sepultan los cuerpos de los niños cerca de la residencia porque creen que ayuda a la madre a volver a quedarse embarazada. Nunca había visto algo igual, cada casa, cada dos casas, una tumbita, a veces dos”, me explica.

MSF ha ampliado recientemente sus proyectos en Bossangoa, Bria, Gadzi y Bouca, que se añaden a los siete regulares que la organización ya operaba en diferentes provincias del país. Buena parte de los proyectos de emergencia se centran en la población más vulnerable, los menores de 5 años. En Gadzi, se iniciará próximamente una vacunación masiva de 27.000 niños contra el sarampión (que combinado con desnutrición o malaria puede resultar letal). En Bouca, cuyos cien kilómetros de distancia con Batangafo se recorren en más de tres horas en coche, las clínicas móviles atienden eminentemente a niños, madres y casos graves.

 

«Impresionan las largas colas de mamás con sus bebés, el saber que durante mucho tiempo no han tenido atención médica, que recorren kilómetros para llegar a las clínicas móviles con sus niños”. La gran mayoría, de nuevo, son pacientes afectados por malaria (casi 700 de unos 1.200). Liliana me explica que, por el momento, ni en Bouca ni en Batangafo están detectando niveles alarmantes de desnutrición (28 casos de desnutrición severa en Bouca, donde se iniciaron las clínicas móviles a principios de agosto), “pero todo depende de lo que pase en los próximos meses, la gente está ahora sembrando, más tarde de lo debido, por los problemas de desplazamiento e inseguridad; eso quiere decir que la cosecha será también más tarde y menor de lo habitual. Si llegamos a ver niveles alarmantes en esta zona, será dentro de unos meses”.

MSF ha dado la voz de alarma sobre la emergencia humanitaria en repetidas ocasiones antes del reciente golpe de Estado, pero sobre todo, después de que la ofensiva y toma del poder de Séléka iniciara un período de mayor turbulencia y caos en el país y exacerbara antiguas rivalidades, más o menos soterradas, étnicas económicas y políticas, con miles de personas desplazadas. La situación en el país es todavía muy volátil.

Han sido muchas las voces a nivel internacional, de instituciones y organismos, que llaman a ampliar la ayuda a la población de RCA. Se observa una creciente presencia de ONG y de agencias de la UN, pero no son ni suficientes ni lo suficientemente rápidas. Las necesidades que la población todavía presenta, debido su falta de acceso a servicios básicos, son enormes, mucho mayores que la respuesta que ahora mismo se está proporcionando.

 

(También desde República Centroafricana: Bruno da Silva Machado, administrador de terreno de Médicos Sin Fronteras en Ndélé.)

 

República Centroafricana es un país

por Bruno da Silva Machado, administrador de terreno de MSF en Ndélé, República Centroafricana

Cuando expliqué a mi familia y amigos que iba a salir al terreno con Médicos Sin Fronteras (MSF), muchos de ellos me preguntaron:

¿A dónde vas?
A la República Centroafricana, contestaba yo.
Sí, ¿pero a qué país?

Quizás muchos de vosotros ya lo sabéis pero, sólo para estar del todo seguro, me gustaría subrayar que la República Centroafricana es un país. Es un estado con una superficie de unos 620.000 kilómetros cuadrados (mayor que España) y tiene una población de 4,4 millones de habitantes (ligeramente inferior a la de Noruega). Tras una larga y confusa historia colonial, fue ‘reconocido’ como país en 1960. A pesar de su corta edad ya cuenta con una larga historia de gobernantes no elegidos democráticamente y golpes de estado.

El último de estos golpes fue a comienzos de este año.

Centro de salud incendiado y saqueado durante los disturbios que siguieron al cambio de gobierno (© MSF).

Centro de salud incendiado y saqueado durante los disturbios que siguieron al cambio de gobierno (© MSF).

El 10 de diciembre de 2012 estalló una rebelión en el norte. Tras muchos tira y afloja, las numerosas negociaciones frustradas y cambios de bando culminaron en una toma del poder el 23 de marzo por parte de la coalición Séléka. Esas semanas que siguieron fueron muy difíciles para todos. El país ha quedado desbaratado. La inestabilidad entre grupos rivales y muchas milicias extranjeras armadas han provocado situaciones realmente duras.

Naturalmente, las principales víctimas fueron las poblaciones atrapadas en medio del conflicto: un gran número de desplazados y refugiados, actos de violencia extrema, destrucción de cosechas, aldeas reducidas a cenizas, escuelas cerradas y los servicios que todavía se tenían en pie a punto de desplomarse.

El objetivo de este texto no es constituirse en un discurso geopolítico sobre el país: vamos a dejarlo en que hay muchos grupos de personas indeseables, tanto extranjeros como nacionales, que suelen ir armados.

Ndélé, cerca de la frontera con Chad y Sudán, donde yo trabajo, es una zona de las más remotas que uno pueda imaginar. Puedes sentir un creciente aislamiento con cada avión que coges para viajar hasta allí. Cuando tomé el vuelo Oslo-París-Bangui, los primeros signos ya se hacían evidentes. El avión iba prácticamente vacío. Al amanecer puede ver por la ventana kilómetros y kilómetros de bosques que parecían vírgenes. Sin casas, ni siquiera carreteras. Sólo un río largo y sinuoso hizo acto de presencia. Como una vena que bombeaba vida a esta inmensa tierra virgen.

Mis pensamientos se vieron interrumpidos por la azafata. Advirtió a todo el mundo de que hacer fotos es ilegal. Cuando sales del aeropuerto, entiendes por qué no se permite hacer fotos… Pero en cuanto pasas los controles de carretera, ya se empiezan a ver algunos mercados y gente yendo de aquí para allá.

Clínica móvil de MSF a las afueras de Ndélé, en diciembre de 2012 (© Sylvain Groulx).

Clínica móvil de MSF a las afueras de Ndélé, en diciembre de 2012 (© Sylvain Groulx).

Para ir de Bangui a Ndélé, hay que coger otro avión. El estado de las carreteras es muy malo y se tarda varios días en llegar. El pequeño aeroplano permite apreciar una bonita vista del paisaje. Detrás dejamos la capital con sus muchas casas, grandes y pequeñas, rodeadas de árboles verdes y tierra rojiza. Regresamos al enorme manto verde, pero en alguna parte del camino el manto empieza a presentar agujeros. La diferencia se hizo obvia cuando estábamos a punto de aterrizar. La frondosa tierra virgen dejó paso a las copas de los árboles esparcidos por una tierra árida. Durante la estación seca incluso el acceso al agua constituye un problema.

Una vez aterrizas, el lugar parece incluso más olvidado. Aunque se trata de la capital de la provincia, carece de toda infraestructura. Es sorprendente analizar las diferencias. La mayoría de las organizaciones no gubernamentales evacuaron Ndélé durante los incidentes. Y casi ninguna de ellas ha reanudado todavía sus actividades.

Con un Gobierno que todavía tiene que hacerse con el control del territorio y la huida de las ONG, la población se ha quedado sola con sus muchas necesidades. Estas personas están ocultas a la mirada del mundo. La respuesta que suelo obtener de los transeúntes es “merci” (“gracias”). No sé si es que simplemente la gente es educada o si nos dan las gracias por no haberles olvidado.

Personalmente, no me resulta nada fácil escribir sobre Ndélé. Cuando intento describirlo, todo parece como una serie de acontecimientos sin orden ni concierto. Como si alguien hubiese sacado fotos desde el aire y al aterrizar intentase entender un orden al azar. Lo que es cierto un día puede no serlo al siguiente. Lo que es seguro un día puede no serlo mañana. En medio de toda esta inestabilidad, cada jornada parece la misma, pero cada día es diferente. Tal vez simplemente debería hablaros sobre un solo día. Esto es lo que haré en mi próximo post.

 

Assem mirando al suelo

por Esperanza ‘Amal’ Leal Gil, psicóloga de Médicos Sin Fronteras en Hebrón (Territorios Palestinos)

Ya en el coche, mi compañera palestina me adelanta nuestra próxima visita, recordándome que las agresiones y arrestos por parte de los soldados hacia los menores pueden ocurrir también en la calle o en los ‘checkpoints’. Y es que, en los últimos meses, incluso se han llegado a producir incursiones y detenciones dentro de los propias escuelas, lo que ha provocado miedo generalizado y el absentismo por parte de algunos menores que sufren ansiedad y angustia sólo de pensar en ir al colegio.

Esta vez vamos a visitar a Assem. Nos abre la puerta mirando al suelo… Entramos en su casa, que es extremadamente pobre: no tiene sillones, sólo unos futones en el suelo y una alfombra que le sirve de dormitorio. Nos descalzamos y nos sentamos en los cojines.

Es un chico delgado de tez muy morena. En su cara resaltan unos impresionantes ojos azules que me miran con tristeza. A sus 12 años ha perdido la ilusión… Un día, al cruzar un puesto de control militar de camino al colegio, unos soldados le agarraron y le golpearon. Desde entonces, Assem ha dejado de jugar en la calle, se esconde cuando ve a un soldado, está triste porque siente que ha perdido su valentía, pega a sus hermanos y ha dejado de ir a la escuela.

Sus ojos azules me taladran con una expresión amarga. Durante un rato discutimos sobre el miedo, le hago hablar recordando cosas que le han ayudado a sentirse mejor, e incluso terminamos la sesión hablando de fútbol, que parece que le entusiasma… Hoy puedo decir que, después de tres sesiones, ha vuelto a sonreír tímidamente.

Escuela en Hebrón, Cisjordania (© Juan Carlos Tomasi).

Escuela en Hebrón, Cisjordania (© Juan Carlos Tomasi).

De vuelta a casa, observando el paisaje de casitas salteadas entre montañas de tonos marrones, me acuerdo de que estos problemas también se agravan con la violencia hacia las familias que viven en barrios cercanos a asentamientos israelíes, ya que a menudo sufren acosos y ataques por parte de los colonos instalados en territorio cisjordano.

Niños y mayores se encuentran en un estado de hipervigilancia y sospecha constante. Precisamente, mañana visitamos a Mahmoud, de 9 años, que jugaba cerca de un asentamiento y al que un colono apuntó con un arma y arrastró hacia su casa amenazándolo de muerte. Le advirtió de que, tras matarlo a él, mataría a toda su familia. Ahora sufre un serio estrés post-traumático.

Nuestra intervención como psicólogos de MSF está dirigida en estos casos a los menores y a sus padres, desde una perspectiva psicosocial: se realizan psicoterapias a corto plazo con referencias a estructuras médicas o sociales, como la propia escuela u otras redes comunitarias. El tratamiento para estos niños es básico para evitar que empeoren los síntomas.

A través de escucha activa, terapias de juego o dibujos, se ayuda al niño a recuperar el control, a encarar la situación que le produce temor, a identificar los pensamientos que le causan ansiedad, y a controlar las reacciones mentales y físicas que le causan la angustia. Con los padres, trabajamos dándoles apoyo emocional y reforzando estrategias para que ellos puedan ayudar a sus hijos.

Pero ya oscurece, y el muecín canta con la voz quebrada llamando a la oración. Estremece el canto en el silencio de la tarde. Mañana, muchos adolescentes y niños verán secuestradas su infancia con la violencia. Mañana desde MSF volveremos a poner todo nuestro esfuerzo para intentar aliviar su sufrimiento y luchar contra la desesperanza.

Más información sobre el trabajo de los equipos de atención psicológica de MSF en Hebrón, aquí.

 

La remota Bibwe

 Por Angeline Wee (médico de MSF en Kitchanga, República Democrática del Congo)

Una de las áreas en las que trabajamos cuando estamos en la montaña congoleña es una aldea llamada Bibwe. Es remota. Apenas hay vehículos que lleguen hasta allí y hay una densa vegetación a ambos lados de la carretera. Somos la única ONG que trabaja en la zona. Otra organización no gubernamental ha rehabilitado la carretera justo hasta Bibwe. Es fascinante ver donde termina la carretera y comienza el bosque.

Durante el último año, nuestro equipo había estado haciendo semanalmente clínicas móviles en Bibwe. En marzo, después de intensos trabajos de reparación y construcción, finalmente se estableció un centro de salud permanente que ofrecía un paquete básico de atención primaria de salud, atendida por enfermeras del Ministerio de Salud.

Poco después, comenzaron los enfrentamientos entre los diferentes grupos armados. Cientos de familias abandonaron Bibwe para  ir a aldeas más seguras y el pueblo fue saqueado. Nuestro personal también se vio obligado a evacuar por seguridad. El centro de salud fue saqueado dos veces… medicamentos y muebles robados… el sistema de agua y saneamiento destrozado… Los asaltantes rompieron el hormigón que cubre los depósitos de desechos pensando había dinero escondido, destrozaron el depósito de agua con machetes, rompieron las letrinas, robaron los techados de plástico…

Al final pudimos volver a Bibwe en mayo. Fue un comienzo muy lento ya que nuestros viajes se vieron interrumpidos a menudo por razones de seguridad y el centro de salud sólo podía funcionar como un puesto con los servicios más básicos. Fue una época frustrante para todos.

La asistencia en los partos es una parte integral del proyecto.  Sin embargo, no fuimos capaces de proporcionar este servicio durante varias semanas, ya que no contábamos con materiales adecuados. Se les pidió a las mujeres que fueran a parir a Mpati, donde hay un centro de salud al que también apoyamos. Pero para llegar hay a Mpati desde Bibwe, hay que caminar más de 2 horas. Esto y la inseguridad hizo que las mujeres prefirieran dar a luz en su casa.

Pasear por Bibwe era muy triste. Lo que antes era un pueblo animado había quedado reducido a una colección de casas quemadas. Un día, charlé con algunas mujeres que volvían de sus campos de cultivo. Se dirigían a Mpati. Les pregunté si el viaje era seguro. Se encogieron de hombros, sonriendo. «Depende de la suerte que tengamos. A veces nadie nos detiene. A veces nos detienen hombres armados y nos pueden robar todo o nos dejan algo. No son violentos siempre y cuando hagamos lo que ellos digan. Ya nos han robado todo el maíz, pero al menos nos quedan otros cultivos «.

Algunas semanas después, por fin conseguimos recuperar los tanques de agua, muebles y otros materiales. Hemos empezado a nuestros servicios de maternidad y volvemos a ser un centro de salud.

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Fotografía: Mujeres a la espera de ser atendidas en Kivu Norte, República Democrática del Congo (© Peter Casaer).