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Las palabras de Seku

Por Serene Assir (responsable de prensa en emergencias, Médicos Sin Fronteras)

Ya no estoy en Túnez. En próximos post os daré cuentas de otra emergencia a la que he sido destacada como responsable de prensa, pero de momento quería cerrar la pequeña serie que iniciamos en marzo en los campos de tránsito en la frontera con Libia, con una historia que sigo recordando tantas semanas después.

Era mi último día en la frontera de Túnez con Libia, donde llevaba algo más de un mes con la unidad de emergencias de MSF. Ahlem, una de las psicólogas de nuestro equipo en el campo de tránsito de Choucha (a 7 kilómetros del paso fronterizo de Ras Ajdir), insistió en presentarme a Seku, un joven refugiado de Costa de Marfil, antes de que me marchara. Quedaba poco tiempo, pero ella insistía en que valía la pena. “Su historia es increíble,” decía Ahlem. “Y además, es poeta.”

Al rato apareció Seku en la tienda de campaña que había montado el equipo de MSF en el corazón del campo, en el que se habían llevado a cabo decenas de consultas individuales con personas que habían huido de la violencia en Libia. A día de hoy, más de 230.000 personas ya han cruzado la frontera tunecina con Libia, y aunque muchos de ellos son repatriados a sus países de origen con relativa rapidez, personas como Seku, cuyos países están inmersos en crisis, todavía no saben cuál será su destino.

“Al principio no quedaba claro si nos iban a repatriar a Costa de Marfil, a pesar de la situación ahí”, me contaba Seku, hablando en voz baja y con una tranquilidad que resaltaba debido al contraste con el peso de sus palabras. “Ahora sabemos que no nos enviarán de vuelta a casa a menos que la situación ahí realmente se calme.”

Seguimos hablando, y cuando le pregunté cómo se sentía estando en un campo de tránsito, donde por defecto estaría refugiado temporalmente, contestó: “si son tres o cuatro meses, vale. Pero si se trata de más tiempo, realmente tendríamos que saberlo. Y en eso nadie ha sido claro con nosotros hasta ahora. Nos dicen que esperemos. Pero, ¿hasta cuándo?”

Y entonces me pidió que comunicara su historia a “quienes dirigen el mundo”, y que le ayudara a cambiar su situación. Le dije que lo intentaría, pero que no sabía si me escucharían. “Eso depende de ti, no de ellos”, me contestó Seku. “Si escribes de manera que la persona que te lea sienta el profundo deseo de hacer algo para ayudar a cambiar el mundo, entonces tu lector se convertirá en un agente de cambio.”

Sus palabras me emocionaron. Me hizo recordar que todos tenemos en nuestras manos un gran potencial, el poder de hacer que las cosas cambien para mejor. Es solo cuestión de ponernos en  movimiento, de pensar creativamente y con sentido de compromiso con el mundo, más allá de los límites de nuestras vidas personales.

Para concluir, refugiándonos en la calma de la tienda de campaña de MSF, Seku me habló de su amor por su país, de lo verde y bello que es, y de lo mucho que desea que nunca más se haga la guerra. “Tendremos nuestra recompensa el día que ya no haya guerra en Costa de Marfil,” decía. “Ese día, te acordarás de mí.”

Las palabras de Seku siguen resonando desde lo más profundo de mi memoria.

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Foto: Seku, en el campo de tránsito de Choucha (© Serene Assir)

Tan lejos, y a la vez tan cerca

Por Serene Assir (responsable de prensa en emergencias, Médicos Sin Fronteras)

Es irónico. Esta es mi primera misión con MSF, y lo único que separa al equipo de emergencias posicionado aquí en Túnez de cumplir con su objetivo principal es precisamente una frontera. Estamos bloqueados, ya que no se nos permite la entrada a la zona occidental de Libia.

Seguimos trabajando. No porque no podamos entrar vamos a quedarnos parados. De hecho el ritmo de actividad del equipo causa vértigo. Y es normal: al fin y al cabo, estamos situados muy cerca de la frontera por la que queremos entrar, y también muy cerca del punto de entrada de un flujo masivo de refugiados que han huido de Libia durante los últimos días. Esa realidad te fuerza a trabajar, y apasionadamente. Es la única manera de sobrellevar el presente.

Han entrado en Túnez, a través de la frontera en Ras Ajdir, unas 100.000 personas. Casi todos son hombres migrantes, que habían viajado a Libia desde Egipto, Bangladesh, Vietnam, Somalia, Ghana, Marruecos y varios otros países de Asia y África para buscarse la vida. Hace unas semanas, nadie –ni ellos mismos, seguramente– habría imaginado que acabarían huyendo. Ya no para ganarse la vida, sino para salvársela.

Mientras tanto, sigo las noticias al detalle, y en parte la semblanza de saber algo de lo que están viviendo los libios me ayuda a mantener el enfoque. Las condiciones de vida aquí en Túnez no son buenas para los miles de personas que han cruzado la frontera. La incertidumbre y la tristeza cuelgan en el aire como buitres, sobre todo para aquellos que no tienen representación diplomática en Túnez, como los somalíes o los bengalíes.

Pero dentro de Libia, por lo relativamente poco que sabemos a través de los medios de comunicación y a través de algunos contactos de Médicos Sin Fronteras con médicos libios, ahí es donde tiene que doler estar vivo. Espero que la próxima entrada la escriba desde ahí. Porque ahora lo único que tengo son imaginaciones. Por mi parte, espero romper esa barrera, y entrar en la realidad.

Seguimos en contacto.

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Fotos: Miles de personas esperan a ser repatriadas a sus países de origen en Ras Ajdir, Túnez, en la frontera con Libia. Trabajadores inmigrantes, muchos de ellos son originarios de Bangladesh (© Serene Assir/MSF)