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Las aplicaciones móviles: un salvavidas para los jóvenes sirios que huyen de la guerra hacia Europa

Por Lely Djuhari, UNICEF

Jehad mece el teléfono móvil en su mano. Para este adolescente sirio de 15 años que ha llegado a Europa después de varias semanas de viaje, su móvil es uno de sus bienes más preciados.

«No veo a mi padre desde hace un año. Con esto puedo tener noticias suyas desde Alemania y saber cómo salen adelante mi madre, mi hermana y mi hermano en Jordania”, nos cuenta Jehad, que usa habitualmente  WhatsApp, Facebook y Viber para conectarse con su familia y amigos.

Conocí a Jehad hace muy poco, en un espacio amigo de la infancia apoyado por UNICEF cerca de Gevgelija, en la ex República Yugoslava de Macedonia. Allí hizo una parada de un día después de cruzar la frontera con Grecia.

Las aplicaciones móviles: un salvavidas para los jóvenes sirios que huyen de la guerra hacia Europa

Jehad, de pie en el espacio amigo de la infancia que hemos instalado en el centro de recepción de refugiados próximo a Gevgelija, en la antigua República Yugoslava de Macedonia, después de cruzar la frontera con Grecia. ©UNICEFMK-2015/Emil Petrov

Él es una de las 3.000 personas que están llegando a diario. Se les da permiso para permanecer durante 72 horas en el país y presentar formalmente la solicitud para obtener la condición de refugiado. Sin embargo, la mayoría continúa su viaje a la vecina Serbia, Hungría y, finalmente, a los países de Europa occidental o del norte.

La familia de Jehad abandonó Siria huyendo de la violencia y la inseguridad hacia Amman, la capital de Jordania, donde ha estado viviendo durante los últimos años. Pero atrapados por las dificultades económicas, decidieron escapar y buscar una nueva vida en Europa. Su padre se marchó primero. Un año después, Jehad se fue de casa con su tío y varios de sus amigos.

Nos relata el angustioso viaje que sufrió en una débil lancha de goma junto a otras 60 personas intentando cruzar el tormentoso mar de Turquía a Grecia.

«Fue muy aterrador. Si te sentabas, el aire se escapaba. Estuvimos siete horas en el mar. La lancha se llenó de agua. Daba mucho miedo y había familias y niños. Cuando la lancha se desinfló y se llenó de agua, todos los adolescentes de mi edad saltamos al agua y nadamos. Dejamos a las mujeres, niños y ancianos en el bote. Tratamos de empujarlos hasta la playa. Nadamos hasta la playa y cuando llegamos allí caminamos varias horas hasta llegar al campamento”.

Las aplicaciones móviles: un salvavidas para los jóvenes sirios que huyen de la guerra hacia Europa

Jehad responde a los mensajes pendientes en su teléfono móvil. ©UNICEFMK-2015/Emil Petrov

Es un nuevo trauma que se une a los numerosos que muchos ya han acumulado con las guerras de Siria, Irak y Afganistán. Pero aún así siguen viniendo.

Noor es una joven de 17 años, también de Siria, que está tratando de conseguir «noticias de casa» y «asuntos domésticos» en su móvil. En lugar de buscar información sobre cómo obtener ayuda, quiere saber cómo continuar con sus estudios y lograr un trabajo en Suecia.

Me enseñó una aplicación llamada Gherbtna, hecha por un refugiado emprendedor sirio, Mojahid Akil, para ayudar a los refugiados en Turquía que se enfrentan dificultades como la obtención de la residencia y la apertura de cuentas bancarias, para obtener información sobre ofertas de empleo o para ayudar a la gente que no tiene acceso a información.

«Turquía ya estaba a tope. Tuvimos que irnos. Sería muy útil contar con una aplicación como esta para Suecia «, dice.

Y con una mirada nostálgica, agrega: «Me pregunto si todo el mundo en Europa piensa que somos gente pobre que no quiere trabajar o ganarse el pan y sólo recibir dinero del Estado. Quiero ser programadora informática como mi padre». Noor prefiere que no la fotografíen; teme por su madre, que aún se encuentra en Damasco.

Jehad dice que solo le llevará un año estudiar alemán y que después podrá estudiar para ser arquitecto.

Entrecerrando los ojos bajo un sol cegador, descubre que la pantalla de su móvil se había apagado. No hay ningún sitio para cargar su teléfono. Al menos puede descansar a la sombra, beber y comer un poco de pan. Los niños más pequeños se divierten con juguetes y participan en actividades de canto y dibujo. Otros han recibido ayuda médica de Cruz Roja. Los problemas más habituales son la deshidratación, ampollas, resfriados, diarrea y quemaduras solares.

El centro de recepción próximo a Gevgelija estará muy pronto equipado con dos grandes tiendas de campaña apoyadas por UNICEF, con un espacio amigo para madres lactantes, bidones de agua, instalaciones de saneamiento y más baños.

Estoy impresionado con niños como Jehad y Noor. Impresionado por su tenacidad, resistencia y deseos de aprender. Como especialista en Comunicación de UNICEF, he hablado con muchos expertos sobre cómo los niños se expresan en el mundo online usando los medios sociales y cada vez más el móvil. Ahora más que nunca soy muy consciente de lo mucho que significa un teléfono móvil como salvavidas para los niños en tránsito, además de su necesidad de protección, salud, alimentación, educación, vivienda y apoyo emocional.

Esta semana, sigo en contacto con Jehad a través del WhatsApp.

«Estoy en Hungría desde hace tres días. Duermo en el suelo, pero hay demasiado ruido en la estación de tren. Un hombre nos está proporcionando un lugar para cargar nuestros teléfonos. Todo el mundo dice que es imposible pasar a Alemania. Pero todavía tengo esperanzas«, me cuenta.

Nuestra dignidad yace en el fondo del Mediterráneo

Pablo Marco, miembro de Médicos Sin Fronteras

El escenario de la zozobra y el hundimiento de un barco de refugiados visto desde la cubierta del Dignity I, el barco de rescate de MSF que responde a la emergencia.

El escenario de la zozobra y el hundimiento de un barco de refugiados visto desde la cubierta del Dignity I, el barco de rescate de MSF que responde a la emergencia. Foto Marta Soszynska/MSF

Yo era uno de esos que se sentían orgullosos de ser europeo. Del continente que había superado sus demonios y abanderaba la promoción de la democracia, los derechos humanos y la solidaridad internacional. Era uno de esos, hasta que el otro día vi en el periódico la foto de los puntitos. ¿La habéis visto? Sí, esos puntitos que, si ampliamos la imagen, en realidad son las cabezas de centenares de personas tratando de mantenerse a flote en el Mediterráneo.

Esa imagen me atormenta por las noches. Quizás porque sé de qué huían esas personas. He visitado los hospitales en Siria, las salas llenas de cuerpos despedazados por las explosiones de los barriles bomba. He hablado con las familias iraquíes que huían de las atrocidades del Estado Islámico. He recorrido los pueblos calcinados por las milicias en Darfur y he visto a los niños morir por desnutrición o epidemias. Claro que huyen, ¿quién no lo haría? Esos puntitos de la foto habían recorrido miles de kilómetros en busca de un sueño, un lugar seguro donde poder criar a sus hijos, en Europa, la tierra de la democracia y los derechos humanos. Pero su viaje terminó en el fondo del mar, víctimas de los cálculos de nuestros líderes políticos.

Después de la decisión de la Unión Europea (UE) tras el fin de Mare Nostrum, la operación de rescate en el Mediterráneo sostenida por Italia, de instaurar Tritón, una misión de vigilancia con menos fondos y con un área operacional limitada a las costas italianas, todos sabíamos que miles de personas estaban siendo condenadas a morir ahogadas si continuaban en su empeño de llegar a Europa.

Médicos Sin Fronteras decidió entonces fletar tres barcos para asistir a personas en riesgo de naufragio frente a las costas de Libia. Desde que empezó la operación a principios de mayo hemos rescatados a más de 15.500 personas. Desgraciadamente, más de 2.500 personas han fallecido en estas aguas durante lo que llevamos de año. Cuando rescatamos a un grupo de náufragos, les mostramos en un mapa dónde están, y les explicamos a qué puerto vamos a llevarles, y cuáles son sus derechos una vez desembarquen.

Tripulación del Dignity I, el barco de salvamento de MSF, rescatan a supervivientes del naufragio del pasado 5 de agosto donde más de 200 personas podrían haber perdido la vida. Foto Marta Soszynska/MSF.

Tripulación del Dignity I, el barco de salvamento de MSF, rescatan a supervivientes del naufragio del pasado 5 de agosto donde más de 200 personas podrían haber perdido la vida. Foto Marta Soszynska/MSF.

Pero, ¿quién se atreverá a decirles toda la verdad? ¿Qué le diríamos?: “Ahmed, vienes de Siria, ¿verdad? Me imagino que huyes del horror de los bombardeos, la violencia que no cesa, las torturas, los recuerdos de tus amigos que murieron, la miseria, la desesperanza. Con tu mujer y tus hijos, cruzaste la frontera con Turquía, donde te acogieron con los brazos abiertos. Os ofrecieron un techo, salud y educación gratuita, y libertad para quedaros cuánto tiempo necesitáis. A ti y a otros dos millones de sirios refugiados en el país. Pero Turquía no puede brindar trabajo a todos y decidiste arriesgarte y venir a Europa. Volasteis a Argelia y os pusisteis en manos de un traficante que os llevó hasta Libia. Allí os subió a una chalupa atestada de gente y os lanzó al mar. Lo que no sabías, Ahmed, es que tu destino era morir ahogado, junto con tu mujer y tus hijos, porque la Unión Europea llegó a la conclusión de que rescatarte alimenta el efecto llamada. Mientras Líbano, Jordania y Turquía acogen a cuatro millones de sirios, los europeos ni siquiera nos pusimos de acuerdo sobre cómo acoger a los primeros cuarenta mil. Así que teníais que morir ahogados, Ahmed, para que los siguientes se lo pensaran dos veces antes de venir. Habéis tenido la suerte de que los chalados de Médicos Sin Fronteras decidieran fletar tres barcos y lanzarse a la mar, con más corazón que cabeza, para sacar gente del agua. A ti te hemos salvado, Ahmed, pero a muchos otros no pudimos”.

El fondo del Mediterráneo está poblado por miles cadáveres de hombres, mujeres y niños, que yacen junto con los principios e ideales europeos de los que me sentía orgulloso.

Hace unos meses, propuse bautizar con el nombre de “Europa” a uno de los barcos de MSF. Finalmente decidimos llamarlo “Dignity”. Mejor así, “Europa” debería ser el nombre del barco insignia de la flota que nuestros gobiernos ojalá envíen pronto para acabar con el horror del Mediterráneo. La flota que jubile al “Dignity”, y que recupere la decencia de nuestros países. Y no solo eso. Necesitamos que los líderes europeos, en vez de azuzar el miedo hablando de plagas de inmigrantes, tengan el coraje de explicar la verdad a nuestros ciudadanos. Que les digan que los que se están ahogando en la costa libia, y los que molemos a palos en la frontera de Macedonia, son familias que huyen de horrores que ni siquiera podemos imaginar, y que necesitan nuestra ayuda. Que nos recuerden que la solidaridad no se mide solo por el dinero que donamos a las ONG. Que la auténtica solidaridad es la del que abre la puerta de su casa para acoger al vecino en apuros. Que tenemos el deber de acoger a una parte de los que huyen de las guerras y la miseria. Entonces volveré a sentirme orgulloso de ser europeo.

 

Este post forma parte del Concurso de Post Solidarios que la Fundación Mutua Madrileña ha puesto en marcha con motivo de los III Premios al Voluntariado Universitario.

 

Crisis de Siria: la historia de una valiente mujer en la asolada Alepo

Por Malene Kamp Jensen, UNICEF

Esraa Alkhalaf es una chica dulce pero fuerte a la vez. Ha vivido los disparos de los francotiradores, fuertes enfrentamientos, cortes de agua y electricidad y la destrucción de su ciudad, reducida a escombros. A pesar de todo, sigue en Alepo por dos razones: su compromiso con los niños y mujeres de la ciudad y su sueño de alcanzar su doctorado.

El mes pasado, los dos sueños se unieron. Esraa aprobó su doctorado con honores y completó un viaje que simboliza la fuerza y perseverancia de tantas personas en esta ciudad asolada por la guerra.

El conflicto de más de 4 años ha generado una división importante en la mayor ciudad del país y también ha separado a Esraa de su familia. Sin embargo, no ha dejado de trabajar; por el día, en la respuesta humanitaria de UNICEF; por la noche, estudiando a la luz de las velas durante los cortes de energía.

“Desde que era pequeña, mi sueño fue convertirme en profesora de universidad”, me explica esta mujer de 33 años desde una de las ciudades más antiguas del mundo. “Pero durante esta crisis me di cuenta de que podía ayudar a la gente a través de UNICEF”.

Crisis de Siria: la historia de una valiente mujer en la asolada Alepo

La doctora Esraa con una niña en uno de los campamentos de desplazados de Alepo ©UNICEF/Syria/Kumar Tiku

Se mudó a Alepo en 1998 para asistir a la universidad de medicina y se marchó durante unos meses en 2013 por motivos familiares. Cuando regresó a Alepo en octubre de ese año “no reconocía la ciudad”, dice.

Esraa había perdido su casa y la clínica pero se negó a dejar la ciudad de nuevo. Forma parte de la docena de trabajadores de UNICEF que siguen en Alepo y que se coordinan con los aliados para apoyar a los habitantes que permanecen allí. “La vida ahora es muy diferente”, dice. “Los edificios están destruidos y apenas hay nadie en las calles al caer la noche. Antes, Alepo nunca dormía. Pero lo más descorazonador es ver cómo de cansada y agotada está la gente, sobre todo los niños”.

Como confirma Esraa, Alepo es uno de los lugares más peligrosos del mundo pero cuenta con algunas de las personas más resilientes. “Los niños hacen colas muy largas para conseguir agua con un calor abrasador”, dice resaltando que los cortes de agua a veces se prolongan durante semanas. “Pero intentan no perder la sonrisa”.

La situación en el país es muy triste. Más de 12 millones de personas en Siria necesitan ayuda humanitaria; casi la mitad de ellos son niños. Solo el 43% de los hospitales funcionan con normalidad, la disponibilidad de agua potable así como la tasa de escolaridad se han reducido a la mitad y la desnutrición ha aumentado de forma drástica. En todo el país, y a pesar de los riesgos, UNICEF y sus aliados han proporcionado material para tratar agua para 16 millones de personas, trabajan para asegurar que millones de niños continúan su educación y reciben vacunas, y han distribuido suplementos nutricionales entre otros tantos de miles.

Hala es una de las pequeñas pacientes de Esraa. Era una de los 1.350 niños con desnutrición en Alepo. Entre Esraa y los aliados cuidaron de ella. Este caso subraya los problemas sociales alimentados por la crisis y las desventajas a las que se enfrentan especialmente las mujeres.

Los trabajadores sanitarios descubrieron a Hala mientras examinaban a los niños de los sobrecargados centros para desplazados. Con 6 meses, esta niña se aferraba a la vida. Su hermano gemelo ya había muerto después de sufrir una grave diarrea. La pequeña y su madre llegaron al hospital, seguidas de un marido enfurecido porque no había dado su aprobación. “Entró de forma violenta, cogió a su mujer y comenzó a golpearla en frente de nosotros”, cuenta Esraa. “Llamamos a seguridad e intentamos intervenir, pero la arrastró fuera. Fue muy violento”. Por suerte, dejaron a la niña y, durante 10 días, los voluntarios no se separaron de ella. La madre regresó a por la niña y Esraa y su equipo continúan visitándolas para asegurarse de que están bien.

A pesar de los riesgos, Esraa permanece en Alepo y emplea su tenacidad y su humor como herramientas para sobrevivir.

Un día del pasado invierno, cuando cruzaba un estrecho pasaje que conecta la ciudad dividida, tuvo que esquivar el fuego de los francotiradores junto a un grupo de personas. Tuvo que inclinarse, mirar hacia abajo y correr para salvar su vida. Llovía y la carretera estaba llena de barro. “Vi a gente que llevaba consigo su equipaje, sus niños y su tristeza”, cuenta Esraa.

Con un hiyab para cubrir su pelo y un largo abrigo rosa y gris, se dispuso a cruzar a la zona más conservadora de Alepo cuando ocurrió. “De repente escuché la voz enfadada de un hombre que gritaba: ‘¡Eh! ¡La de rosa! ¡Sí, tú, María Antonieta! ¡Agacha la cabeza y muévete!’ Y, ¿sabes? Con el abrigo levantado para no llenarlo de barro, ¡realmente me parecía a ella!”.

Pero Esraa cambia rápidamente la risa por la tristeza y lanza un claro mensaje desde el corazón. “Quiero decirle a cualquiera que pueda ayudar a traer la paz a Siria y ayudar a estos niños que por favor, ¡por favor!, lo haga”.

Niños de Siria: trabajar para sobrevivir

Por Soha Boustani, UNICEF Líbano

Cuando entré en el barrio de refugiados de Ghazieh, en el sur de Líbano, me quedé impactada por las condiciones de vida: mujeres, hombres, ancianos, niños, bebés… Todos hacinados en pequeñas habitaciones por las que pagan un alquiler de 270 euros al mes. Su situación es horrible. No tienen baños ni cocinas.

Estaba en una de los muchos lugares de Líbano donde las familias sirias se refugian en edificios vacíos, garajes y otras estructuras aún en construcción. Me encontraba allí para hablar con los niños sirios sobre su día a día como refugiados. Una niña llamó mi atención pero, según me acerqué a ella, corrió hacia las habitaciones de sus vecinos. Unos minutos más tarde volvió y me miró fijamente, pero no quería hablar, así que empecé a conversar con otras mujeres que estaban por allí.

Una hora más tarde, la niña, que respondía al nombre de Yasmeen, se acercó y me dijo que quería contarme su historia. «Llegué hace tres años con mi hermano pequeño y con mi tío. Mis padres se quedaron en Siria para cuidar del resto de mis hermanos. Ahora tengo 14 años y mi hermano tiene 12. ¿Te lo puedes creer? Solo tenía 11 años y él 9 cuando la vida nos puso en el camino del exilio«.

Niños de Siria: trabajar para sobrevivir

© UNICEF

Yasmeen aceleraba sus palabras a medida que hablaba. «Cuando iba al colegio en Siria era de las mejores estudiantes. Me fui del colegio y hui con mi hermano sin saber nada de este mundo. ¿Sabes lo que siente una niña cuando no está con sus padres? ¿Sabes cómo se siente cuando tiene que trabajar y arreglárselas sola con 12 años?», me decía.

Mientras hablaba, pensaba en los miles de menores no acompañados que han huido de Siria a otros países en la región. También pensaba en mí cuando tenía su edad. Yasmeen insistía en que la escuchase mientras me contaba su día a día.

«Me levanto a las 4 de la mañana y trabajo 10 horas por 5 euros. Cuando vuelvo, hago las tareas de casa, cocino hasta el atardecer y me voy a dormir. Mira cómo están mis manos de todo el trabajo; duras como piedras. Me duele la espalda«.

Niños de Siria: trabajar para sobrevivir

© UNICEF

«Llevo aquí tres años, pero parece una eternidad. Cada día es igual. No pasa nada nuevo. Tienes que trabajar, tienes que sobrevivir y tienes que pagar el alquiler. ¿Es esta una vida que merezca la pena?».

Le pregunto que de qué tiene miedo. «De la vida, del mundo«, me dice.

«Por la noche, pienso en mi familia y me preocupo por si mueren en Siria. Estoy muy preocupada por ellos. Me da miedo que nos pase algo a mí o a mi hermano. Me siento como si tuviese 20 años. No puedo soportar tantas preocupaciones. Todavía soy muy joven«.

“Los suministros médicos están cubiertos con la sangre de los que arriesgaron sus vidas para llegar hasta aquí”

A., médico sirio y director de uno de los ocho hospitales de campaña apoyados por MSF al norte de Homs

En el norte de Homs, MSF da apoyo a todos los centros médicos de la zona; un total de 8 hospitales de campaña y 3 consultas médicas.

En esta zona, cerca de 350.000 personas han vivido sitiadas durante más de un año. Los barriles bomba y los enfrentamientos son su realidad cotidiana, su día a día.

Además, existe una importante escasez de agua, de electricidad y de suministro de alimentos básicos. MSF es la única organización internacional que apoya a las redes de médicos sirios en el norte de Homs, proporcionando aproximadamente el 50 % de las medicinas y de los suministros que estas redes e instalaciones necesitan.

Hoy en día, debido a las enormes necesidades existentes y a que apenas reciben ningún otro tipo de apoyo, MSF está tratando de ampliar su asistencia para llegar a cubrir el 80% de las necesidades que algunos de estos hospitales tendrán en los próximos meses.

El doctor A. es el director de un hospital de campaña con un alto valor estratégico y que está situado en Al Houleh, en el norte de Homs, un área con aproximadamente 90.000 personas que viven en estado de sitio.

Un paciente herido es atendido en un hospital de campaña improvisado en el norte de Homs. MSF

Un paciente herido es atendido en un hospital de campaña improvisado en el norte de Homs. MSF

Lo llamamos masacre en mayo de 2012, cuando un centenar de personas, la mayoría de ellos mujeres y niños, murieron en una sola tarde. Fue un día terrible, pero las cosas siguen empeorando en Al Houleh. En las noticias lo llaman “bombardeo intermitente”, pero la verdad es que los ataques apenas se detienen. Hay momentos en los que se trata de artillería pesada y otros en los que son armas ligeras, pero las detonaciones nunca cesan.

Hemos creado este hospital de campaña desde de cero. Proporcionamos atención de emergencia y también una serie de servicios que incluyen la atención primaria y la cirugía. Tenemos sólo unas pocas camas, y están siempre ocupadas.

En enero contabilizamos 50 ataques con barriles bombas en una sola semana. Los hospitales de campaña que están en la zona donde el conflicto está más activo luchan para hacer frente al elevado número de heridos. Teniendo en cuenta que los suministros son muy limitados y que apenas queda personal médico en la zona, en el fondo están haciendo mucho más de lo que pueden. En los pueblos todo el mundo se conoce, y aun así, debido al estado en el que quedan algunos cuerpos después de los ataques, muchas veces tenemos dificultades para saber quiénes son las víctimas. Realizamos muchas cirugías y demasiadas amputaciones.

Hoy en día, en todo Al Houleh sólo contamos con un cirujano general y un cirujano ortopédico. Entre ambos tienen que cubrir las necesidades médicas de una población de más de 90.000 personas.

Nuestra prioridad ahora mismo está en tratar de conseguir los medicamentos y el material que necesitamos para realizar cirugías y atender las emergencias. Luchamos cada día para obtener lo básico, como por ejemplo gasas, pero también ponemos todos nuestro esfuerzos en tratar de conseguir otros suministros mucho más difíciles de localizar; por ejemplo los anestésicos. Además, tenemos muchos pacientes que padecen enfermedades crónicas, niños con infecciones respiratorias y madres embarazadas que necesitan seguimiento médico. Nadie tiene dinero para ir al médico o para comprar medicamentos. Ahora mismo la gente de esta región se encuentra en un estado de pobreza verdaderamente crítico.

La ciudad de Al Houleh está rodeada. Los puestos de control no dejan que entre nada; a veces ni siquiera permiten la entrada de un pedazo de pan.

Llegar hasta el norte de Homs con suministros ya es de por sí muy difícil, pero entrar en Al Houleh es imposible. Geográficamente es un valle, pero estamos rodeados de montañas y de puestos de control; en realidad, esto es como una isla poblada por 90.000 personas que se encuentran viviendo bajo un asedio aún más intenso que el que hay en el norte de Homs. De hecho, han pasado tres años desde que esta región dejó de ser accesible en coche a través de carreteras regulares.

Tanto si se trata de un alimento, como si lo que intentas es transportar medicinas o combustibles, sólo podemos ir caminando a través de un camino lleno de barro al que sólo se puede acceder a pie, en burro, o utilizando pequeños botes para cruzar el lago Houleh.

Lo llamamos el camino de la muerte, porque hay francotiradores desperdigados por todas partes. Y vemos que todos los suministros (y personas) que nos llegan hasta aquí, están cubiertos de la sangre de cientos de personas anónimas que han arriesgado sus vidas para traerlos hasta aquí.

 Los suministros de MSF llegan a una zona sitiada del norte de Homs. MSF

Los suministros de MSF llegan a una zona sitiada del norte de Homs. MSF

Gracias al apoyo de MSF al menos recibimos algunos medicamentos que cubren más de la mitad de nuestras necesidades, pero todavía seguimos teniendo muchas rupturas de stock.

Es imposible que podamos almacenar las medicinas; estamos permanentemente consumiéndolas. Y en cualquier caso, es complicado almacenar medicamentos cuando sólo podemos permitirnos, para no exponernos aún más, transportar una sola caja cada vez que atravesamos el camino.

Mucha gente está bebiendo agua contaminada y llega al hospital con infecciones. Hace tiempo Al Houleh era conocida por sus cultivos y por la calidad de sus productos agrícolas. Ahora es demasiado peligroso salir al campo y cosechar la tierra. Los alimentos básicos que están disponibles en el mercado son demasiado caros para la mayoría. La gente viene al hospital enferma a causa de beber agua en malas condiciones y una baja nutrición.

Hay días en los que sólo tenemos 2 horas de electricidad, y semanas en las que estamos totalmente a oscuras. Por suerte, nuestro hospital funciona a través de generadores. Contamos con las dos únicas camas neonatales que están disponibles en toda la región, y a veces nos vemos obligados a poner a dos bebés en una única cama. Médicamente, esto es inaceptable, pero no tenemos otra opción.

El hospital en el que estoy trabajando ha sido bombardeado en tres ocasiones. La última vez fue hace siete meses. Los aviones de combate volaban bajo y sus ataques iban dirigidos claramente hacia el hospital. No había posibilidad alguna de que estuvieran equivocándose en lo que hacían. Sus disparos fueron certeros: golpearon la construcción que estaba justo al lado de la que yo me encontraba y dos personas murieron. Es por ese motivo que nuestros departamentos médicos están distribuidos en diferentes edificios; así evitamos perder todas nuestras instalaciones en un mismo bombardeo.

No paramos ni un instante; vemos pacientes día y noche. Los días son muy largos, y la idea de tener tiempo para otra cosa que no sea trabajar es un sueño lejano, pero cuando puedo, trato de pasar tiempo con amigos y familiares. Intento recordar que una vez, no hace tanto tiempo, vivimos buenos tiempos. Y quiero creer que eso volverá a suceder. Es lo único que puedo hacer para reunir fuerzas y poder continuar».

Cuando volvió a abrir los ojos, apenas podía creerlo:

«Las historias son muchas, y todas son desgarradoras. Nunca olvidaré a aquel hombre de 60 años cuyo corazón se había detenido. Utilizamos el material básico para reanimarlo, para ayudarle a respirar. Nuestros equipos son muy viejos. Estuvo en coma durante 2 días y medio y el equipo médico hizo turnos, también durante la noche, tratando de mantener su respiración a través de un sencillo dispositivo manual que consiste en apretar una bolsa con la que introducir aire en sus pulmones.

Cuando volvió a abrir los ojos y me preguntó por su esposa, apenas podía creerlo. No podía creer que estuviera despierto y que su cerebro funcionara. Hoy en día aquel paciente sigue vivo y reside en Al Houleh. Y estoy orgulloso de saber que eso fue posible gracias a nosotros. Yo, mientras la guerra sigue, trato de recordar historias como ésta. Estoy seguro de que cuando todo esto termine, algunos de nosotros dejaremos para siempre la medicina. Hemos visto tantas cosas tan difíciles de asimilar, que apenas nos quedan fuerzas ni ánimos para seguir adelante”.

 

Irak: «En el campo de Domeez, nuestros propios compañeros también son refugiados»

Sólo unas semanas después de abrir sus puertas por primera vez, el 4 de agosto, la unidad de maternidad en el campo de refugiados Domeez, en el norte del Kurdistán iraquí, ya está llena de mujeres sirias, muchas de ellas a punto de dar a luz. Todas quieren aprovechar la amplia gama de servicios de maternidad – desde controles prenatales a vacunas postnatales – proporcionados por el personal de Médicos Sin Fronteras. La particularidad de  estos trabajadores es que también ellos son refugiados.

Por Talia Bouchareb, periodista de MSF en Domeez.

Ayla Hamdo, nacido el 4 de agosto, fue el primer bebé de la nueva maternidad. Su peso al nacer fue de 3,2 kg y su estatura de 52 cm. Copyright: Gabrielle Klein/MSF
Ayla Hamdo, nacido el 4 de agosto, fue el primer bebé de la nueva maternidad. Su peso al nacer fue de 3,2 kg y su estatura de 52 cm. Copyright: Gabrielle Klein/MSF

 

El Campo de Domeez, que se encuentra a unos 10 km al sur de la ciudad de Dohuk, fue planeado inicialmente para una población de 30.000 personas. Tres años después, alberga el doble de esta cifra, por lo que es ya el mayor campo de refugiados en el Kurdistán iraquí. A medida que los meses van pasando, y con pocas esperanzas de que sus residentes puedan regresar a sus hogares, el campo se parece cada vez más a un animado pueblo sirio, con tuktuks (bici-taxis) llevando personas de un lado a otro y tiendas en las que venden desde shawarma, hasta ordenadores. También hay locales donde se hacen cortes de pelo o se venden vestidos de novia.

Como los matrimonios y los nacimientos se han multiplicado, y la población del campamento ha crecido, también lo ha hecho la necesidad de una unidad médica dedicada a la maternidad. Los estudios que manejamos nos desvelan que uno de cada cinco habitantes del campamento es una mujer en edad reproductiva, y que 2,100 bebés nacen en el campo cada año.

Como resultado de esta situación, hemos decidido ampliar los servicios de salud en el campamento. Llevan ya funcionando dos años, pero hemos creído conveniente dar un paso más en cuanto a la cantidad y a la calidad de los mismos.

Hasta hace poco, nuestra clínica había estado proporcionando servicios básicos de salud reproductiva, pero las mujeres tenían que hacer el largo camino hasta la ciudad para dar a luz en un hospital que está muy saturado. Sin embargo, con la nueva unidad de maternidad en marcha y funcionando, ahora sólo tenemos que referir los partos de alto riesgo a Dohuk, lo que libera mucha de la presión sobre el hospital.

El equipo de MSF felicita a la madre de Ayla. Copyright: Gabrielle Klein/MSF
El equipo de MSF felicita a la madre de Ayla. Copyright: Gabrielle Klein/MSF

Hoy he visitado a Golestan, una orgullosa madre de tres hijos, que está descansando en la cama. Su hijo recién nacido, bien envuelto, duerme junto a ella. «Yo di a luz en el hospital de Dohuk el año pasado, porque mi parto tenía complicaciones que no podían ser atendidas aquí», me dice. «Sin embargo, esta vez me han animado a permanecer en cama durante unas horas, las enfermeras revisan mi estado a cada rato… es como estar de vuelta en la Siria de hace unos años, sólo que aquí es gratis”, me explica emocionada.

«Ayudar a las mujeres durante el parto es sólo un aspecto de la atención que ofrecemos aquí, pero además de ayudar a las mujeres a dar a luz de forma segura, también nos aseguramos de darles un seguimiento adecuado – desde el comienzo del embarazo hasta el final del proceso, a través de consultas postnatales. Con este enfoque integral también podemos proporcionarles vacunas, ayudar con la lactancia materna y ofrecer consejos de planificación familiar, todos los cuales tienen un gran impacto en el bienestar de las madres y los niños», me explica Adrián Guadarrama, responsable médico de MSF en Domeez.

Antes de que la unidad de maternidad abriera, muchas mujeres sirias en Domeez optaban por dar a luz en sus tiendas de campaña en el campamento, en lugar de viajar al hospital de Dohuk. Zozan, otra mujer que ya hace siete meses que dio a luz y que hoy ha venido en busca de vacunas para su niño, es uno de los muchos ejemplos que nos hemos encontrado: «Llamé a una partera siria para que me ayudara a dar a luz en casa, y todo fue bien, pero hubiera sido mejor estar cerca de los médicos: en una tienda de campaña siempre hay un riesgo«. Como medida para evitar que las mujeres sigan dando a luz en sus casas, las autoridades locales han dejado de emitir certificados de nacimiento a los bebés que no nacen en los centros asistidos por personal sanitario.

Parteras rellenando el partograma para hacer el seguimiento del primer parto que tuvo lugar en la nueva maternidad de MSF en Domeez. Copyright: Gabrielle Klein/MSF
Parteras rellenando el partograma para hacer el seguimiento del primer parto que tuvo lugar en la nueva maternidad de MSF en Domeez. Copyright: Gabrielle Klein/MSF

«Nuestra unidad de maternidad se creó en un tiempo récord, con la ayuda de las autoridades locales de salud. Todo sucedió muy rápido. Presentamos nuestra propuesta, las autoridades la aprobaron de inmediato y luego proporcionaron los materiales de construcción y todo el equipo médico. Ahora la unidad es gestionada por parteras, y muchos de los nuevos empleados han tenido que adaptarse a una manera diferente de trabajar», me dice Adrián. «El principal reto ha sido encontrar y capacitar a las parteras porque muchas están acostumbradas a trabajar a la sombra de los médicos. Cuando les dijimos que llegaría un día en el que ellas estarían gestionando el lugar, casi no se lo podían creer, pero ahora aquellas promesas se han convertido en una realidad».

Margueritte, una de estas parteras, me dice que «el primer paso es siempre darse el tiempo para examinar a las pacientes y escucharlas. Hemos estado enseñando a todas las nuevas parteras un enfoque más completo de cómo atender los partos».

Lo bueno y novedoso al mismo tiempo es que aquí nuestro personal tiene una estrecha relación con los pacientes, ya que la mayoría de ellos también son refugiados de Siria. Actualmente contamos con un ginecólogo, nueve parteras y cuatro enfermeras, que son las que proporcionan la atención continua.

Un familiar se ocupa de Ayla mientras su madre recibe los cuidados post-parto. Copyright: Gabrielle Klein/MSF
Un familiar se ocupa de Ayla mientras su madre recibe los cuidados post-parto. Copyright: Gabrielle Klein/MSF

Nuestros promotores de salud han recorrido durante estas semanas el campamento para informar a las mujeres acerca de los nuevos servicios que se ofrecen, mientras que el boca a boca también ha sido fundamental para atraer a las mujeres a la nueva unidad. Su apertura también apareció en la primera página del periódico local del campamento (sí, sí, aquí ya han creado hasta un periódico local), así que ahora tenemos a mujeres que ni siquiera estaban en el campo y que vienen desde una cierta distancia para poder dar a luz aquí.

Ahlam, que se prepara para salir de la unidad con su bebé recién nacido, se ha registrado en el campo de refugiados Gowergosk, a unas dos horas en coche de Dohuk. «He oído por mi cuñada que había parteras sirias y una maternidad nueva», me dice, «así que me mudé aquí hace unas semanas, sólo para poder dar a luz. Una vez me que me sienta más fuerte voy a volver a Gowergosk «.

Y la verdad es que es un placer poder observar lo fácil que resulta el poder devolver un poquito de esperanza a toda esta gente que lo está pasando tan mal y que no saben si algún día podrán vovler a sus casas. Al menos, aquí han construido algo que cada vez se va pareciendo más a un hogar.

Refugiados sirios. Entre la miseria y la desesperación

“Los refugiados de Siria en Egipto están viviendo una vida de miseria, desesperación y condiciones escolares desafiantes”.

  Arjimand Hussain, Coordinador de Respuesta en Emergencias de Plan Internacional.

Alejandría, Agosto de 2014Es una tarde calurosa en Alejandría. Nadia se encuentra sentada sobre la arena frente al mar Mediterráneo. “Mamá,-dice mirando a su madre- ¿regresaremos a Siria?”.Sí, por supuesto, mi niña. Muy pronto”. Responde su madre, con los ojos puestos en el mar.

Sin embargo, su madre lo sabe bien. Si el conflicto en Siria continúa, los niños y niñas como Nadia, no podrán regresar. Están abandonados a su suerte en Egipto, extrañando sus familias, hogares y escuelas.

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A menudo, Nadia señala con su dedo el mar, apuntando hacia Siria, donde dejó a su padre. Allí, en una playa parecida a la que pisa ahora, solía jugar con sus amigos. Ahora, su vida ha cambiado.

Refugiadas en Alejandría y separadas de todo lo que amaban, Nadia y su madre, comparten un piso alquilado en un popular barrio de la ciudad junto a otras doce personas, entre ellas algunos de sus antiguos vecinos sirios.

Nada asiste a una escuela pública local, en la que dice, hay demasiados alumnos. Extraña su anterior patio de recreo y reconoce algunas diferencias en los métodos de enseñanza y el plan de estudios. Prefería los de su escuela, en Siria.

Nadia y su madre, escaparon de su ciudad, al norte de Siria, huyendo de los combates. «Nadia estaba horrorizada, temblaba, lloraba y se me abrazaba con mucha fuerza», recuerda su madre.

El padre de la niña prometió reunirse con ellas una vez que llegaran a Egipto. «Todos los días espero que aparezca, pero nunca llega”,murmura la niña con voz angustiada. Su tez, pálida, deja entrever la anemia que padece. La falta de medios, provoca escasez de alimentos en la cesta de la compra.

Adaptarse a la escuela, le está costando más de lo que esperaba. La diferencia en el acento dificulta la comunicación con sus compañeros egipcios. Tampoco ha hecho amigos. Sólo tiene un deseo: volver a casa y a su  escuela, aunque quizá esas aulas hayan quedado derruidas por los combates. Al igual que otros cientos de niños y niñas refugiados, si no aumentan las ayudas, se verá obligada a dejar la escuela. Las becas escolares para la infancia más vulnerable que presta la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, se han reducido a la mitad. Hacen falta más fondos.

“Para Nadia es casi imposible entender las lecciones impartidas en la escuela a la que asiste. Se agobia al sentarse en aulas masificadas y suele decirme que se siente insegura en los baños. Están sucios y no cubren las necesidades específicas de las niñas. Está demasiado distraída y su actitud ha cambiado «, dice su madre.

Nadia es sólo una de los miles de niños y niñas sirios que se enfrentan a enormes desafíos para hacer frente a la vida de refugiados en Egipto. Ante las dificultades, algunos, se han visto obligados a renunciar a la escuela y han comenzado a trabajar para contribuir con el ingreso familiar.

Aunque el gobierno de este país ha permitido que la infancia proveniente de Siria se matricule en las escuelas públicas, su acceso se ve obstaculizado por la falta de recursos para cubrir el pago de cuotas, libros escolares o uniformes y la escasez de servicios básicos en las instituciones educativas. Además son pocos los profesores, en relación al número de alumnos, que se ha visto incrementado por los niños y niñas desplazados que se han incorporado a las aulas.

Para paliar esta situación, Plan Internacional, la organización para la que trabajo, está trabajando con cientos de niños y niñas como Nadia para favorecer su acceso a la escuela. En colaboración con otras organizaciones locales, facilitamos becas y materiales escolares, así como clases de apoyo para dar seguimiento a las lecciones impartidas y ayudar a mejorar la comprensión del acento Árabe- Egipcio. También trabajamos con los maestros de las escuelas brindando formación y apoyo con el fin de motivar la participación de niños y niñas sirios y egipcios,  promoviendo la socialización y la libertad de expresión.

A pesar de todo, aún queda mucho que hacer por las niñas como Nadia y sus familias.