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«Vivir huyendo se convirtió en nuestro día a día»

Arfa de 30 años, "vivir huyendo se ha convertido en nuestro día a día”

Arfa de 30 años, «vivir huyendo se ha convertido en nuestro día a día”

Sara Creta, periodista de Médicos Sin Fronteras (MSF).

Dejó Afganistán hace 4 meses junto a su marido y sus hijos porque ya no podían seguir viviendo allí. Los talibanes amenazaban a su marido constantemente por no respetar la voluntad del mullah y él estaba seguro de que un día acabarían por asesinarle. Por eso decidieron irse a Irán.

En Irán tampoco les acogieron bien. Arfa me decía que no paraban de hostigarles y de molestarles, así que, tras 5 días, emprendieron de nuevo la ruta y se dirigieron hacia Turquía.

En Turquía les obligaban a trabajar 12 horas al día si recibir apenas nada a cambio. Incluso ella, que por aquel entonces estaba embarazada de 9 meses, tenía que trabajar en las mismas condiciones lamentables que todos los demás. Apenas 10 días después de dar a luz, Arfa y su familia decidieron que había llegado el momento de intentar cruzar el Egeo. Como miles de personas más, se subieron a bordo de una lancha neumática atestada de gente y se lanzaron al mar. Eran conscientes de que podrían haber corrido la misma suerte que las 3.000 personas que murieron el año pasado haciendo ese mismo trayecto, pero afortunadamente los guardacostas griegos les rescataron y les salvaron la vida.

Después de embarcar en un ferry desde las islas griegas hasta Atenas, se pusieron en marcha hacia Macedonia. Pasaron sin demasiados problemas; por aquel entonces, los afganos sirios e iraquíes todavía estaban bien vistos en Europa y las autoridades les permitían cruzar las fronteras.

Después llegaron a Serbia, y una vez allí, se dirigieron a la frontera con Croacia. En aquella nueva frontera les informaron de que debían volver a Serbia. Se quedaron esperando a la intemperie en tierra de nadie durante un día y medio, pero nadie les informó de la situación legal en la que estaban ni de cuáles eran los motivos por los que no podían pasar.

En Serbia les dicen que vuelvan a Macedonia para que les expidan un nuevo permiso, pero Arfa y su familia no quieren regresar ni confían en que les vayan a dar ese permiso. En la frontera con Croacia, los funcionarios les dicen lo mismo: «o nos traes un visado sellado por Serbia o no podrás entrar en Croacia».

Arfa tiene niños, ha pasado mucho frío y se queja de que la policía croata no les ha ayudado en nada.  Es más, les culparon de su situación y les preguntaron que por qué no se habían quedado en su casa. El caso es que llevan tres meses esperando y no saben si podrán pasar en algún momento.

Me dice que han llorado mucho, que lo han pasado mal. Ahora llevan dos semanas en el campo de Sid, cerca de la frontera de Serbia con Croacia, donde han sido atendidos por Médicos Sin Fronteras. Cuando la conocí, no paraba de preguntarme si sabía por qué estaban cerradas las fronteras y si podía decirle qué podían hacer una vez llegados a ese punto. Me hubiera gustado poder ayudarle, pero lo cierto es que no tengo respuestas para esas preguntas.

Lo que más me marcó de Arfa fue la frase con la que se despidió de mí: «Si quieren que volvamos hasta Afganistán es mejor que nos maten. No tenemos nada, lo hemos perdido todo».

Atrapados en la crisis de refugiados, los niños solos se cuidan a sí mismos

Por Christopher Tidey y Ashley Gilbertson, UNICEF Serbia

Es difícil entender el nombre del niño mientras trata de hablar entre sollozos. Está abrumado por las miles de personas que hay a su alrededor, por los policías y por el personal de UNICEF que intenta hablar con él en una lengua que no entiende. Su familia no está a la vista, y tiene miedo. Como los miles de niños refugiados y migrantes que están llegando a Europa.

“Hassan”, logra decir finalmente señalándose a sí mismo. Se llama Hassan. Levanta las dos manos para decirnos su edad: 10 años.

Un traductor árabe se une a nosotros para ayudar, y rápidamente logramos más información. Hassan viene de Siria y se ha separado de su padre entre la gran masa de gente que espera entrar en el centro de recepción de Presevo (Serbia), después de haber cruzado la antigua República Yugoslava de Macedonia.

Gracias a la rapidez de la policía y los trabajadores humanitarios, se localiza al padre de Hassan y padre e hijo se reencuentran. Aunque seguimos viendo el miedo y la angustia en su cara, Hassan está ya seguro con su padre.

Puede que estos niños no estén “solos” en sentido estricto –hay grupos de adolescentes viajando juntos, o un niño como Hassan puede quedar separado de sus padres momentáneamente en el caos del cruce de frontera- pero en cualquier caso son vulnerables y están en un mayor riesgo de sufrir una violación de sus derechos.

En casos como el de Hassan la razón por la que el niño queda separado o no acompañado es rápidamente identificable, y se soluciona fácilmente. Los niños pequeños están en un riesgo mayor de quedar separados de sus padres mientras se mueven entre las grandes masas de gente que se forman en los puntos fronterizos y en los centros de recepción, donde reinan la aglomeración y el caos.

Atrapados en la crisis de refugiados, los niños solos se cuidan a sí mismos

Ali y su hermano Ahmad, en la isla de Lesbos, Grecia / © UNICEF/NYHQ2015-2587/Gilbertson VII

Pero otros casos son mucho más complejos.

Hermanos viajando solos

Ali Abdul-Halim, de 17 años, y su hermano Ahmad, de 15, llegaron a la isla griega de Lesbos en un barco, junto con otros refugiados de Siria, Iraq y Afganistán. Todos los niños a bordo iban con sus padres, excepto ellos. Los niños, técnicamente “menores no acompañados”, habían viajado juntos desde Líbano a Turquía y después a Grecia. Su familia les envió a Europa porque en su comunidad había grupos armados. “No hay seguridad. No hay trabajos. Hay muertes cada día”, dice Ali.

En un momento de la travesía temieron ahogarse. En esos duros momentos, Ali solo pensaba en su familia. “Primero pensé en mi madre. Tenía mucho miedo, pensaba que podía morir en cualquier momento porque no sabía nadar. No era un barco adecuado, era un bote de goma con tanto peso que en cualquier momento podía volcar”.

Cuando llegaron a la costa llamó a sus padres para darles un mensaje breve pero potente: “Hola, os llamo para tranquilizaros. Hemos logrado llegar a Grecia”.

Su objetivo final es llegar a Alemania. “Me encanta Alemania”, dice Ali. “Siento que allí está el futuro. Tengo amigos allí. Todos me han contado que allí hay trabajo, y que podré vivir con dignidad”.

Ahora ha asumido el papel de cabeza de familia, como un adulto, trabajando y preocupándose por su hermano menor, aunque él mismo, a sus 17 años, sigue siendo un niño. Ha estado trabajando como peluquero desde que dejó el colegio. “Mi sueño es ser un buen hombre, y tener dinero para poder ayudar al resto del mundo, empezando por mi familia”.

En la mayoría de las crisis humanitarias los niños identificados como separados o no acompañados reciben atención especializada por parte de las organizaciones para garantizar su seguridad. Pero en el contexto de la actual crisis de refugiados y migrantes, los niños como Ali y Ahmad no tienen intención de que su viaje finalice por ser menores, lo cual dificulta que se les de apoyo y protección. Los niños harán todo lo que puedan para llegar a su destino final, cuidando de ellos mismos y de otros durante todo el camino.

No todos los niños que atraviesan Europa sin un adulto pueden contar con el apoyo de un hermano.

Un reto continuo

Con los niños separados y no acompañados, cada caso es diferente. Cada niño tiene sus necesidades y vulnerabilidades. Hassan, solo entre una pila de maletas en Presevo, necesitaba estar seguro inmediatamente, hasta que encontraran a su padre. Ali y su hermano podrían ver cómo se les escapa el sueño de llegar a a Alemania, porque no son técnicamente adultos.

El movimiento de niños separados y no acompañados es básicamente una crisis dentro de una crisis. Las soluciones pueden ser escasas, pero estos niños seguirán viviendo a Europa en busca de seguridad y una vida mejor. Y encontrar la manera de ayudarles es un reto en el que debemos seguir trabajando.