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Internacional, Farmamundi, Amigos de Sierra
Leona, Sonrisas de Bombay y Arquitectura sin Fronteras.

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Una identidad legal, clave para los derechos humanos

Marta Pérez Reinoso, voluntaria Plan Internacional

Imagina que eres una niña que está en la escuela y acabas de recibir las notas de un examen difícil que hiciste hace poco. Lo has hecho muy bien y no puedes esperar para contárselo a tus padres, así que corres a casa y abres la puerta emocionada. Pero en cuanto los ves, sabes que algo no va bien. Puedes verlo en sus ojos. Tienen que decirte algo, así que te sientas y escuchas. Entonces te cuentan lo que ocurre: han acordado tu matrimonio con un hombre que te dobla la edad, porque no pueden permitirse seguir manteniéndote.

Esta es la historia de Rubi, de Bangladesh, que con sólo 15 años vio como su vida cambiaba en un  instante. Fue una situación horrible, pero en lugar de seguir el camino que sus padres habían marcado, Rubi hizo algo valiente y extraordinario: luchó contra ello.

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La niña había asistido a un foro local para jóvenes organizado por Plan Internacional, en la que la organización local Shomaj Unnoyon Proshikkhan Kendro les ofreció un dato: el 64% de las mujeres de Bangladesh de entre 20 y 24  años se había casado antes de los 18 años, algo que es ilegal. Rubi también sabía que el matrimonio significaría el final de su escolarización, y eso era algo a lo que no estaba dispuesta a renunciar, así que pidió ayuda.

Gracias a su certificado de nacimiento y con la ayuda de los organizadores del foro infantil y del presidente del consejo local, Rubi pudo demostrar quién era y qué edad tenía.

Le dije [al presidente] que yo tenía derecho a una educación hasta los 18 años y que mis padres debían respetarlo. El presidente fue a mi casa y habló con mis padres, pero al principio ellos no estaban convencidos” dice Rubi. Aunque no fue un camino fácil, finalmente sus padres aceptaron y anularon su matrimonio.

El certificado de nacimiento, clave contra matrimonio infantil forzado

Ahora Rubi tiene 19 años. Está estudiando Historia Islámica y quiere ser profesora, pero no ha olvidado aquella experiencia que a punto estuvo de cambiarle la vida, por lo que compagina sus estudios con charlas informativas.  “Antes en nuestra zona la gente no entendía las ventajas y desventajas del certificado de nacimiento. En los últimos cinco años hemos realizado diferentes actividades de concienciación, para que nuestra comunidad pueda entender la importancia de este registro. Ahora nuestra comunidad se preocupa por el tema” añade.

Aunque en los países del primer mundo puede parecer que el certificado de nacimiento es sólo un papel, su importancia en otras partes del mundo es enorme. Este papel cambió la vida de Rubi y puede ayudar a reducir los matrimonios infantiles y a aumentar los años de escolarización, puede cambiar la vida de miles de niños que en estos momentos no pueden defenderse, que carecen de derechos, que son anulados, explotados y manejados como marionetas, porque simplemente, son «invisibles» y, por tanto, no existen.

Alrededor de 230 millones de niños de todo el mundo, de los que 135 millones se concentran en la zona de Asia-Pacífico, no han sido registrados al nacer. Son «niños invisibles«, niños que pertenecen a grupos ya de por sí marginados y cuya inexistencia legal les pone en la vida un obstáculo más.  Estos certificados les darían la llave para el resto de sus derechos. El derecho a votar, a tener una educación, a firmar un contrato o a defenderse. Les daría en definitiva el derecho a gritar y ser escuchados, el derecho a no seguir quedándose fuera de la foto.

El brote de ébola provoca un aumento de los matrimonios forzados

Christiana, Youth Blogger de Plan International en Sierra Leona

Mi nombre es Christiana. Tengo 17 años y vivo en una pequeña aldea en el distrito de Moyamba, al sur de Sierra Leona. Perdí a mi padre cuando era un bebé y mi madre es comerciante.

He vivido los problemas que afectan al derecho de las niñas a la educación. Me obligaron a casarme. Por eso quiero alzar la voz para frenar el matrimonio forzado en Sierra Leona y en todo el mundo.

Tuve que dejar el colegio dos veces: cuando tenía 7 años en primaria y luego en secundaria durante un curso. Volví al colegio hace un año.

En mi colegio, Plan Sierra Leona estableció un club de niñas dentro del Proyecto Girl Power. Fui seleccionada por mis compañeros para ser la presidenta porque mi meta es ser embajadora por la educación de las niñas y contra el matrimonio forzado, los embarazos adolescentes y la mutilación genital femenina.

Chistiana habla sobre matrimonios forzados a las niñas de su comunidad

Chistiana habla sobre matrimonios forzados a las niñas de su comunidad

Escuelas vacías y abandonadas

Antes del brote de ébola, teníamos reuniones en grupo, con educadores dentro de la comunidad y visitas casa a casa para promocionar la educación de las niñas y desincentivar el matrimonio forzado, que es una práctica muy común en nuestra comunidad. A menudo digo que “si plantas un árbol y lo dejas crecer, entonces puedes esperar una fruta fresca”.

Ahora es imposible reunirnos como grupo porque las escuelas están cerradas. En mi aldea, las cosas han cambiado completamente desde que el gobierno decretó una emergencia sanitaria y prohibió todas las reuniones públicas. Los colegios están vacíos como un nido abandonado. Algunos colegios de la zona están llenos de maleza y sucios y se han empezado a usar como centros de cuarentena.

147 niñas embarazadas

Estoy muy triste. Estar en el colegio protege a las niñas de los embarazos y los matrimonios tempranos. Muchas de mis amigas están embarazadas y me he dado cuenta de que algunas han sido obligadas a casarse. Ya no podemos abogar en su nombre, ya no podemos ir a sus casas.

La pasada semana un trabajador social estuvo hablando en la emisora de radio de concienciación infantil del distrito sobre la situación de las niñas y los jóvenes. Según este trabajador, 147 niñas del distrito están embarazadas como consecuencia indirecta de este brote de ébola.

Yo puedo ofrecer un ejemplo de una niña de mi propia comunidad. Tiene 16 años. Un hombre mayor la dejó embarazada y sus padres la enviaron a vivir con ese hombre.

Ocultar la vergüenza con matrimonios tempranos

En mi zona, la gente piensa que es una falta de respeto hacia la familia que una chica se quede embarazada. En algunas familias, las niñas son obligadas a casarse con los hombres para ocultar la vergüenza de la familia. Alguna gente también cree que las niñas pueden entregarse a hombres mayores para ayudar a la familia.

Poner fin al matrimonio infantil en Sierra Leona es algo que necesita de la ayuda de los líderes locales. Yo he oído que existen estatutos locales para acabar con el ébola en algunas comunidades. Creo que estos líderes locales también deberían aprobar estatutos locales contra el matrimonio temprano ahora que el ébola está afectando de esta manera a las niñas.

En mi distrito empezamos a registrar casos de ébola el 19 de agosto. Me preocupé. Pasaba noches en vela preocupada por los mensajes de que el ébola iba a provocar el cierre de colegios, iba a afectar a nuestra economía y, en el peor de los casos, iba a hacer que perdiese a mis seres queridos o incluso mi vida.

Perdimos a algunos niños y jóvenes de nuestra comunidad, a algunos líderes locales, a un líder religioso y a algunos familiares de mis amigos.

En cuarentena y aislados

La situación ha empeorado, mi comunidad está en cuarentena y estamos aislados. He aprendido algunas palabras horribles: casas en cuarentena, centros de transición, cloro, kits para lavarse las manos, centros de tratamiento…Los parques de juego están abandonados.

No hay electricidad, así que todos los días camino hasta el pueblo de al lado para cargar el móvil y comunicarme con los jóvenes de Plan Internacional que también están viviendo en pueblos en cuarentena. Menos mal que Plan Sierra Leona me está ofreciendo crédito y el espacio para comunicarme con los jóvenes que están comprometidos con las actividades de respuesta al ébola.

Plan Sierra Leona y otras organizaciones lo han estado haciendo bien pero creo que se puede hacer más. Hay montones de historias de niñas jóvenes que están siendo obligadas a casarse en mi comunidad. Necesitamos ayuda ahora.

Algunas niñas han sobrevivido al virus, pero han perdido a toda su familia. Todos los días hay huérfanos que mueren.  ¿Qué esperanza nos queda? Volver al colegio será un gran reto para muchas chicas por que tendrán que cuidar de sus hermanos pequeños mientras intentan volver a estudiar.

Calidad de vida

Por Audrey Anderson, Coordinadora de la Campaña de Plan Internacional “Por ser Niña”

Shewaye vive con sus dos hijos en Akaki Kality, un slum a las afueras de Addis Abeba, Etiopía.  La pobreza en el barrio es evidente. Hay muchos habitantes, pero pocas fuentes de ingreso, por lo que la mayor parte de ellos viven en las calles.

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Shewaye es la tesorera de su grupo de ahorro

“Desde que mi esposo murió, siempre he buscado la manera de mantener a nuestros hijos”, confiesa Shewaye. “Una amiga me dio la idea de irme a otro país y trabajar como niñera. Llegué a sacar el visado para irme, pero no pude dejar a mis hijos aquí. Justo antes de morir, mi esposo me dijo: ‘si vuelves a casarte, debes encontrar a alguien que quiera con todas sus fuerzas a los niños”. Las lágrimas, se amontonaban en sus ojos al recordar. “Cuidar a mis hijos es más importante que cualquier otra cosa en el mundo”.

A las puestas de la adolescencia, las niñas, están en un momento crítico de sus vidas. Poder estudiar en el presente, es lo que marcará la diferencia en el futuro, por eso Shewaye está agradecida. A través de un sistema de becas escolares, enmarcado en la campaña “Por Ser Niña” de Plan Internacional, su hija Mebrate, tiene garantizada la educación que necesita para formarse y lograr un mejor futuro. Pero el objetivo no es que la escolarización de las niñas dependa de becas educativas, sino que los padres -como Sheware- tengan a su alcance herramientas que les capaciten para obtener los beneficios económicos necesarios para poder cubrir, entre otras cosas, los gastos escolares de sus hijos.

Como ella, son muchos los padres que reciben formación en microfinanzas y negocios y que aprenden a gestionar sus ingresos y generar ahorros que les permitan mejorar su calidad de vida en el futuro.

Cuando fui invitada por primera vez al grupo de ahorro, no estaba interesada. Estaba muy ocupada criando a mis hijos sola y pensé que sería una pérdida de tiempo. Pero cuando escuché las ideas que se desarrollaban en estos grupos, decidí intentarlo. Por aquel entonces, vendía café para ganar algo de dinero, pero aprendí muchas cosas y ahora estoy vendiendo comida también. Alquilé un espacio más grande con un préstamo de 500 Birr -unos 25 dólares-. Ahora sé que puedo manejar mejor mi dinero”.

Shewaye es la tesorera de su grupo de ahorro y asegura que todos los integrantes han mejorado sus ingresos, gracias a la puesta en práctica de los conocimientos adquiridos. Ahora tienen planes de unirse para montar una pequeña empresa mediante la que vendan zumos y alimentos a los hoteles.

«Gracias al grupo de ahorro, puedo cuidar mejor a mis hijos y darles lo que necesitan, sin separarnos», asegura Shewaye. Con una amplia sonrisa, concluye “espero que sigan apoyando a muchas familias”.

Violadas durante el conflicto, ahora se venden en las calles para sobrevivir

por Jane Labous. Plan Internacional

 Recuerdo que todo comenzó en una tarde calurosa. Caminaba por la colina en el condado de Bomi, Liberia, para conocer a un grupo de mujeres cuyas vidas son testigo del horror de la guerra.

“Durante la guerra, vi a un hombre utilizar un machete para cortar el vientre de una mujer embarazada y comprobar si era un niño o una niña». Blessing miró hacia adelante, con la barbilla recta y un nervio que se hace notable en su mejilla. Cuando se da la vuelta para mirarme, sus ojos están en llamas. «Así que sí, culpo a la guerra. No es de extrañar que las cosas sean como son”.

A sus 27 años, Blessing*, es una de las cientos de mujeres y niñas adolescentes del condado de Bomi que han convertido el trabajo sexual en una manera de ganarse la vida. Estaba ahí para hacer una película con ellas, sobre sus vidas y me bastó un minuto para saber que cada una de sus historias me acompañaría durante mucho tiempo. Son historias de esas que te hacen cambiar de una manera inexplicable.

Blessing, a la derecha, tiene  27 años y mantiene a sus tres hijos a través del sexo

Blessing, a la derecha, tiene 27 años y mantiene a sus tres hijos a través del sexo

Tanto Blessing, como las otras mujeres con las que compartí esos días, eran niñas durante la guerra. La mayoría quedaron huérfanas entonces. Fueron violadas y obligadas a abandonar la escuela, razón por la cual no poseen educación ni habilidades con las que poder enfrentar el futuro. La guerra (1999-2003) dejó secuelas en cada una de sus miradas. También en las de los hombres que podrían ser sus esposos. Ellos también enfrentan un día a día cargado de traumas y desempleo. No quieren asumir relaciones ni responsabilidades. Buscan a las mujeres para tener sexo sin compromiso, las embarazan y las abandonan.

Las palabras sociedad o familia se resquebrajan para todos ellos, hombre y mujeres que vivieron las atrocidades de un conflicto. Tener que dormir con extraños por dinero cada noche tras haber sido violada es una de las peores torturas que hay. Más aún cuando eres una niña.

Pero estas mujeres son fuertes. No sólo comprenden las razones de lo que son hoy, sino que hablan con certeza de aquellas que servirán a sus hijas para no repetir la situación que ellas viven. La educación, dicen, y el emprendimiento. Enseñándoles a desarrollar habilidades podrán salir de la calle y con la formación necesaria, comenzar negocios propios. Todas comparten el mismo miedo: que sus hijas sean como ellas.

 El primer día de rodaje, nos reunimos 23 personas en la habitación de una choza con techo de zinc. Hacía mucho calor y las gotas de sudor empezaban a rodar por nuestras frentes. Las mujeres se sentaron en silencio, mirándome con ansiedad, mientras Marc (mi colega y co-director) configuraba la cámara. Había desde adolescentes de 14 años hasta mujeres jóvenes de 30, y por una fracción de segundo no estuve segura de por dónde empezar a grabar. Sin embargo, cuando realicé la primera pregunta, el silencio se rompió. Sus nombres son Kassa, Blessing, Carmen, Silver, María, Ana, Temba y  Mamawa. Me hablaron de los hombres que las habían violado, de los clientes de la calle, de los novios que las dejaron embarazadas y de los motivos que las han llevado a terminar como trabajadoras del sexo, que se resumen en poder ofrecer alimentación y educación a sus hijos.

Mamawa de 23 años tiene una hija y trabaja en las calles para mantenerla

Mamawa de 23 años tiene una hija y trabaja en las calles para mantenerla

Conforme pasaba el tiempo, las respuestas se tornaban más impactantes y aterradoras. “Mi vida es miserable”, dice Mmawa “pero qué ganas  con llorar, si nadie vendrá a ayudarte”.

Hablaban de sus pensamientos por las noches, cuando se enfrentan a alcobas que no son la suya. Piensan en sus hijos y en que si no consiguen dinero, no habrá comida mañana. Sus historias, llenas de emoción, me hacían intuir que estábamos frente a mujeres necesitadas de dar a conocer lo que está ocurriendo. Están desesperadas por recibir ayuda. “Estamos destrozadas”, repetía Kassa, “no tenemos orgullo como mujeres”.

Estas jóvenes ganan alrededor de 75 dólares liberianos (un dólar americano) por cliente, lo que significa que deben dormir con muchos hombres para pagar la comida y otros gastos básicos del día siguiente. Kassa empezó a trabajar en la calle cuando tenía 10 años. Cuando acabó la guerra, se escondía en edificios destruidos para evitar ser violada. Iba a la escuela de día y por la noche trabajaba en las calles para poder comer. Mary, de 15 años, hacía lo mismo, porque su madre no podía mantenerla. Blessing es la única que encuentra algo positivo en toda esta situación: “La única cosa que me gusta es que mis hijos pueden ir a la escuela”, dice.

Cuando regresé al hotel aquella noche, no pude dejar de pensar en ellas. Marc y yo nos sentamos en el bar en silencio durante un largo rato. Al día siguiente las entrevisté una por una, no necesitaba todas las historias, pero entendía que cada una de esas historias necesitaba ser contada.

Silver de 29 años fue violada durante la guerra y es ahora una trabajadora sexual con cuatro hijos

Silver de 29 años fue violada durante la guerra y es ahora una trabajadora sexual con cuatro hijos

Silver de 30 años, vestía una camiseta con un grito en letras doradas: no me hagas daño. Fue violada durante la guerra por cuatro hombres y quedó embarazada. A penas gesticuló cuando hablamos de lo que siente al dormir con extraños. “No me hace sentir bien, pero ¿qué más puedo hacer?”.

Carmen es más joven, tiene 20 y cuando se sentó ante mí, empezó a llorar. Sollozando, me dijo que fue violada y quedó embarazada. Puse mis manos en su espalda y le dije que no tenía que terminar la entrevista. “No por favor, quiero contarte”, dijo.

Hablamos también con los hombres. Nos dijeron que nunca habían hablado de esto antes. “Sí, nos hemos vuelto insensibles”, dice John de 31 años. Era un adolescente cuando vió como violaban y mataban a su madre. “Quiero ser capaz de estar con una mujer, cuidarla y mantenerla, pero no puedo ni conmigo mismo. No tenemos manera de hacer una vida normal”.

 Plan Internacional está poniendo en marcha un programa de formación en habilidades que de la oportunidad a adolescentes y mujeres jóvenes a adquirir habilidades vocacionales para que puedan salir de las calles y emprender negocios.

                          

*El corto Daughters of war fue mostrado en la Cumbre Global para Eliminar la Violencia Sexual en los Conflictos, celebrada  en Londres, entre el 10 y el 13 de junio.

 *Todos los nombres de las mujeres han sido cambiados para proteger su identidad.

 

Registro infantil: una puerta al futuro

Por: Amrullah Amrullah. Experto en Protección de la Infancia. Plan Internacional en Indonesia.

 Las oportunidades son escasas para aquellos niños y niñas que viven en los barrios pobres de Yakarta, que con frecuencia recolectan botellas de plástico, se pasean por los basureros en busca de restos o  tocan el banjo en los autobuses locales para recolectar algunas monedas con las que sobrevivir. Es preocupante.

También lo es que muchos de estos niños y niñas no existan oficialmente. Sus padres no pueden cubrir los costes que implica la obtención de los certificados de nacimientos, limitando así el futuro de estos pequeños y su acceso a servicios básicos.

Los altos costes y un proceso excesivamente  burocrático, convierten la obtención de un certificado de nacimiento en Indonesia en una auténtica pesadilla.Sin una identidad legal, no hay acceso a la educación, tampoco ala asistencia sanitaria básica, a un pasaporte o a ejercer el derecho al voto. Sin un certificado de nacimiento, no puedes demostrar tu edad y pueden casarte a la fuerza a una edad temprana.

Un padre firma una constancia de recibido por el certificado de nacimiento de si niño

Un padre firma una constancia de recibido por el certificado de nacimiento de si niño

El Ministerio de Asuntos Sociales, hablaba en 2012 de 94.000 niños y niñas de la calle en Indonesia, de ellos 7.000 sobreviven en las calles de Yakarta. Sólo una quinta parte -el 22%- de ellos estaba registrado.

Indonesia posee una de las tasas más bajas de inscripción de nacimiento entre los países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático. En Camboya, Tailandia, Singapur y Vietnam, por ejemplo, más del 90% de la población está registrada.

El año pasado, Plan Internacional, realizó encuestas en cinco de los barrios más pobres de Yakarta y encontró que más del 60 % de los padres ni siquiera había tratado de registrar a sus hijos. La organización de protección y defensa de los derechos de la infancia, estima que, en Indonesia, cada año tres millones de niños y niñas se suman a los entre 30 y 35 millones de niños y niñas sin registrar.

El sistema de servicios públicos no proporciona oportunidades adecuadas para que los niños y niñas de la calle se registren,  ya que entre otras cosas, solicitan una larga lista de  documentos necesarios para poder emitirlo, entre ellos: certificado de nacimiento, carta de confirmación de nacimiento emitida por la jefatura del municipio, libro de familia o constancia de domicilio y un  certificado del estado civil de los padres.

La investigación llevada a cabo en 2013, arrojó que tan sólo el 54% de los encuestados tenía la notificación de nacimiento de sus hijos.La mayoría, el84%, no tenía unacarta de confirmación del nacimiento de la jefatura municipal.Sóloalrededor dela mitad teníalibro de familia/cartade domicilioy sólo el 40% de los encuestadosteníaun certificado de matrimonioexpedido porel RegistroCivil.

El Estado está obligado a desarrollar un sistema que garantice el bienestar y la protección de la infancia. Recientemente el Ministerio de Asuntos Sociales puso en marcha un programa nacional de protección de la infancia, cuyo  objetivo es dar a cada niño y niña una cuenta de ahorros con un depósito único de alrededor de $ 150 (90 €) para cubrir los gastos de educación y salud básicos. Sin embargo, es necesario que los niños y niñas estén registrados para beneficiarse de dicho programa.

Ani, de 15 años de edad, no puede obtener su certificado de nacimiento porque no sabe dónde está su padre.  “Me siento frustrada pues no puedo ser una ciudadana oficial de mi país”, dice.

Tri, de 15 años, asiste a una escuela informal y trabaja como cantante en la calle ganando cerca de 2 dólares al día (1,20 €). Es consciente del valor de conseguir un certificado de nacimiento, especialmente para su educación. «Mis padres se han divorciado. Mi padre está ocupado en el trabajo y no tiene tiempo para emitir mi certificado de nacimiento. Ni siquiera entiende su importancia», dice.

Pequeña niña enseña su certificado de nacimiento

Pequeña niña enseña su certificado de nacimiento

Desde 2012,Plan Internacional lleva a cabo un programa de Registro Universal de Nacimientos para los niños de la calle en Yakarta. A través del proyecto, se sensibiliza a los niños y niñas de la calle y sus familias sobre la importancia de estar registrado, y se facilita apoyo al gobierno para facilitar los trámites y hacer asequible el registro a la población. El año pasado, el Parlamento de Indonesia cambió la ley para hacerlo más económico y más asequible al ciudadano. Se eliminaron los  pagos adicionales y la obligación de que el certificado sea emitido en donde tuvo lugar el nacimiento.

Ya hay más de un millar de niños registrados desde que el proceso se simplificó. Esto demuestra que la unión entre los diferentes aliados de la sociedad civil, el sector empresarial, el gobierno y las comunidades puede producir grandes logros, en este caso apoyando y dando visibilidad a los niños y niñas excluidos.

Tres generaciones de Kamalaris: Abuela, madre e hija

Nicole Baltussen, Plan Internacional.

“Mi abuela, mi mamá y yo fuimos Kamalaris, pero yo no dejaré que mis hijas trabajen de esta manera”. La firmeza de sus palabras esconde años de servidumbre obligada. De los 14 a los 17 años, Lila Wati Chaudhary –ahora tiene 22- fue kamalari en casa de un terrateniente en Katmandú, Nepal. Kamalari, significa “esclava” en su lengua local y es una forma de trabajo infantil, basada en la servidumbre como pago por deudas adquiridas.

Tres generaciones de Kamalaris: Abuela, madre e hija

Tres generaciones de Kamalaris: Abuela, madre e hija.

Tres generaciones de su familia viven en una choza de barro con techo de paja en un pequeño pueblo Nepalí. La historia de Lila es común a la de muchas niñas de la zona cuyos padres trabajan cultivando en tierras fértiles pertenecientes a ricos hacendados.

Su padre, Ram Krishna, es Kamaiya, allí llaman así a los granjeros que trabajan la tierra de otra persona a cambio de una parte de la cosecha. En ocasiones, tras el reparto, los cultivos no son suficientes para que la familia viva y Ram, se ve obligado a comprar parte de lo que él mismo ha producido, al dueño. A menudo endeudándose al hacerlo.

Las deudas, los años de tradición del sistema kamalari y la falta de acceso a la educación, llevan en muchas ocasiones a que los campesinos, se vean obligados a vender a sus hijas como esclavas domésticas como pago por la deuda contraída. Algunas son enviadas a trabajar con tan solo seis años.

Lila sentada en su cama

Lila sentada en su cama

Lila empezó trabajando como Kamalari cuando tenía 14 años. Le daban comida, alojamiento y 500 rupias nepalíes al año (alrededor de 40 euros). Su madre Aangani de 40 y su abuela Fulrami de 68, también trabajaron como Kamalari cuando eran jóvenes.

A pesar de que, desde el año 2000, en Nepal existe una ley que prohíbe la servidumbre por deudas, es habitual que los propios oficiales que implementan dicha normativa tengan kamalaris trabajando en sus casas, por lo que aún queda mucho trabajo por hacer para erradicar esta práctica tradicional, que se calcula que todavía hoy afecta a miles de niñas nepalíes.

A pesar de todo, hay una generación de niñas que llega pisando fuerte. Niñas que crecen siendo educadas, aprendiendo a leer, a escribir, entendiendo sus derechos y recibiendo la oportunidad de formarse y poder tomar decisiones sobre su futuro.
Lila es una de ellas. Ella pudo retornar a la escuela gracias al programa de rehabilitación para niñas Kamalari de Plan Internacional. En la escuela ha aprendido sobre sus derechos y sobre cómo obtener la información y las herramientas necesarias para desarrollarse y progresar.

Lila con su madre Aangani

Lila con su madre Aangani

 

Su madre Aangani ha sido también beneficiada por el porgrama de Plan Internacional, formando parte de un grupo de ahorro en el que ha aprendido, junto a otras mujeres, cómo aumentar su producción de frutas y empezar nuevos negocios con la ayuda de microcréditos.

«Como kamalari tuve que trabajar duro todo el día», dice Lila. «No tenía tiempo para la escuela o para leer. Afortunadamente, eso ha cambiado. Ahora me siento bien y si tengo hijos más adelante, les ayudaré para que vayan a la escuela y tengan nuevas oportunidades.”

Los refugiados centroafricanos se enfrentan a grandes retos en Camerún

Por Tatangang Henri -Noel

Técnico de Reducción del Riesgo de Desastres de Plan Internacional en Camerún

 

La semana pasada viajé a uno de los campamentos de Lolo, en la región este de Camerún, para evaluar la situación de los refugiados de la República Centroafricana.

Durante la visita, me conmovió ver como una multitud de niños y niñas llegaban a los campamentos acompañados de sus familias. Allí conocí a Aisha, una niña de 9 años procedente de la comunidad de Buar y que había viajado unos 400 kilómetros desde la República Centroafricana. A su llegada al campamento, las autoridades competentes la registraron a ella y a su familia. Aproveché el momento para preguntarle cómo había sido capaz de caminar una distancia tan larga, su respuesta fue: «Hemos hecho el camino a pie durante varios días  y nos refugiamos en las casas de las familias que nos encontrábamos en el camino, quienes además nos dieron comida. Una vez que llegamos cerca de la frontera fuimos trasladados al campamento».

Dadas las circunstancias en las que se encuentran miles de personas como Aisha, que se  han visto forzadas a huir de su país por el estallido de una guerra en RCA, le pregunté a la joven si todavía tenía miedo, a lo que ella respondió: “No, porque ya no tendré que ver más a esos hombres malvados que iban armados”.

Aisha comentó que no sabía cuando podría volver a casa. Desde hace un año no va a la escuela debido a la alta inseguridad. El estallido del conflicto armado provocó el cierre de gran parte de las escuelas comunitarias y la huída de todos los maestros de la zona.

Miles de niños que huyen de la violencia en la República Centro Africana llegando al  campamento de refugiados de Lolo, en la Región Este de Camerún. Muchos de ellos han caminado cientos de kilómetros con sus familias y parientes en busca de refugio

Miles de niños que huyen de la violencia en la República Centro Africana llegando al campamento de refugiados de Lolo, en la Región Este de Camerún. Muchos de ellos han caminado cientos de kilómetros con sus familias y parientes en busca de refugio

Uno de los campamentos que pude visitar tiene actualmente cerca de 6.000 refugiados, otros 7.000 están de camino y se espera su llegada en los próximos días. Además de la difícil situación de estas personas, millones más se encuentran desamparadas debido a la ayuda limitada que llega a los campamentos. Tienen necesidades fundamentales en materia de ayuda alimentaria; acceso al agua, atención sanitaria, vivienda o protección. Actualmente son pocos los organismos que prestan ayuda a los afectados por este conflicto, lo hacen principalmente las agencias de la ONU y algunas organizaciones internacionales no gubernamentales.

El gobierno está garantizando seguridad en torno a las fronteras a través de un comité de crisis con el que se pretende ofrecer apoyo a las personas refugiadas. En este sentido, el trabajo en materia de protección a la infancia y educación es muy escaso, lo cual se convierte en  un gran problema ya que los niños y niñas afectados sólo se sentirán seguros si consiguen ser agrupados en actividades que los protejan de potenciales abusos. Esto también serviría para crear espacios que ayuden a estos niños a olvidar las malas experiencias vividas.

Gran parte de los refugiados son analfabetos y no pueden expresarse en francés, la lengua oficial de la República Centroafricana. El único modo de comunicarse con ellos es a través del idioma Fulfude o de un intérprete.

Hay cerca de 2.000 niños en el campamento y se estima que en toda la región hayan 23.000 mil niños refugiados. Hay más niños y niñas que adultos y algunos ya han nacido en los campamentos. En el que visité, el personal sanitario informó de  17 nacimientos la semana pasada, situación que les preocupaba ya que carecen de materiales para dar asistencia médica. Una joven, madre de tres hijos, quien ha dado a luz recientemente comentaba: «Doy gracias a Dios porque estoy viva y puedo tener a mi bebé después de todo el sufrimiento vivido durante el camino, a pie y en transporte público. Sólo puedo dar gracias a Dios, pero por favor, ayúdanos”.

Me encontré con uno de los líderes del campamento, Djoubero Amán, quien había montado una pequeña tienda en su propia casa en RCA. Dice: «Durante un tiempo, tuve que vender algunas cosas a través de la puerta de atrás y no tenía ingresos para reponer la mercancía. Cuando la situación se volvió muy dramática me vi obligado a cerrar todo y llevarme sólo lo esencial para poder irme con mi familia y refugiarnos». Emocionado, me contó que habla francés y ayuda de forma voluntaria como intérprete cuando hace falta.

Como Amán , miles de personas de la RCA se enfrentan a muchos desafíos, viven refugiados y en suelo extranjero. Muchos de ellos se alojan en grandes salas con capacidad para unas 50 personas hasta que se proporcionen carpas individuales para cada familia u hogar. Este es un proceso lento que los deja sin privacidad durante semanas. No existe libre movilidad y las familias se enfrentan al reto de sobrevivir sin ningún ingreso,  ya que la mayoría se ha visto obligada a dejar todas sus pertenencias atrás debido al estallido de los enfrentamientos.

Plan Internacional, organización humanitaria que trabaja por la promoción y  protección de los derechos de la infancia, está movilizándose para conseguir recursos suficientes para responder a las necesidades de protección de los niños y niñas afectados, teniendo siempre en cuenta que en los campamentos son más vulnerables a sufrir abusos y otros riesgos potenciales ya que  no van a la escuela. Se están creando Espacios Amigos de la Infancia en los que especialistas y animadores infantiles trabajan con niños y niñas para ayudarles a superar las dificultades vividas, a que vuelvan a jugar y puedan retomar los estudios.

La Malaria: prevención con escasos recursos

Andreína Figueroa, Plan Internacional.

Muchas personas siguen padeciendo e incluso muriendo como consecuencia de esta enfermedad, sobre todo en países africanos en condiciones de pobreza. Diagnósticos oportunos, tratamientos adecuados y el uso de mosquiteras tratados con insecticidas son las claves para evitarla

Madre colocando un mosquitero sobre su cama en Mali

Madre colocando un mosquitero sobre su cama en Mali

Saran conocía la Malaria, le habían hablado de ella, sin embargo no fue sino después de que su hija menor, Mamadi, fuera víctima de la enfermedad que tomó medidas de prevención. Desde aquella experiencia, no permite que ninguno de sus niños duerma sin mosquiteras sobre sus camas.

Fiebre y vómitos fueron los primeros síntomas que mostró Mamadi, de tan sólo 11 meses. Seis días más tarde empezaría a convulsionar y fue entonces cuando su madre decidió llevarla al Centro de Salud en Massakoundou, donde fue evaluada y referida a otro Centro de salud en Heremakono en el que recibió glucosa y quinina.   Saran  y su familia viven en Sinkambaya, una aldea localizada a 15 kilómetros del distrito urbano de Kissidougou.

Mamadi es solo un ejemplo de los millones de personas que han sido y están siendo víctimas de la Malaria en países africanos, siendo uno de los problemas de salud pública que más preocupan en la actualidad. De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, en su reporte sobre la Malaria en 2011, 19,6 millones de habitantes de Camerún están en riesgo de contraer dicha enfermedad y el 71% de ellos viven en zonas de alta trasmisión.  Es la principal causa de muerte de niños menores de cinco años y mujeres embarazadas. 

Es por ello que resulta imprescindible seguir promoviendo su prevención y asegurar que la población tenga cada día más acceso a tratamientos e intervenciones efectivas.

“Cuando vimos que estaba enferma le dimos pociones porque pensábamos que eran brujas que la habían atacado. Al pasar los días su condición empeoraba, incluso con los rezos (…) caminamos 5 kilómetros para llegar a Masskoundou, donde recibió cuidado médicos sin éxito. Decidimos entonces llevarla a la ciudad, a pasar de no tener dinero. Luego de que la evaluarán, le pedimos a los trabajadores que la trataran mientras sudábamos el dinero para pagar”, cuenta Gnama, tía de Mamadi.

Y es que  en comunidades africanas, son pocas las familias que cuentan con los recursos necesarios para prevenir esta enfermedad, que se ha convertido en la causa del 30% de la mortalidad de niños y niñas en países como Mali. Es importante entonces que la lucha contra la Malaria se realice a través de acciones constantes y sostenidas para de esta manera lograr que el número de personas afectadas siga disminuyendo.

En 2012, Plan Internacional llevó a cabo la distribución, junto a otras organizaciones locales, de 7,6 millones de mosquiteras a lo largo de Burkina Faso, lo que se traduce en una por cada dos personas. Fueron entregados por un grupo de trabajadores de salud de las comunidades que visitaron a las familias para enseñarles cómo se transmite la Malaria, cómo impregnar las redes de insecticidas y cómo atacar la enfermedad de manera  efectiva una vez que ha sido contraída.

Latifatou (10) con su abuela Zarata (aproximadamente 70) debajo de un mosquitero  en la región de  Sanmatenga en  Burkina, Faso el 25 de Febrero de 2014

Latifatou (10) con su abuela Zarata (aproximadamente 70) debajo de un mosquitero en la región de Sanmatenga en Burkina, Faso el 25 de Febrero de 2014

“Antes mujeres, niños y personas mayores se enfermaban de Malaria, especialmente durante la época de lluvia. Caíamos en cama con frecuencia por 10 días, pero gracias a los mosquiteros que nos han regalado, el número de enfermos por Malaria ha disminuido considerablemente”, dice Asseita Ouédraogo (51), habitante del pueblo de Boré, Comuna de Boussouma, Burkina Faso.

Desde el pueblo de Songodin, Arouna Ouédraogo (44) asegura que todos los años tenían muchos casos de Malaria, pero desde que recibieron los mosquiteros la situación ha mejorado notablemente.  “Los niños son quienes se enferman con más frecuencia en época de lluvia, porque los mosquitos les picaban. Teníamos que ir a la clínica a cada rato para recibir tratamiento”, reitera.

En 2012, Plan Internacional ofreció formación a 27.900 trabajadores y 3.800 profesionales de la salud en las comunidades en las que está presente y lleva a cabo programas de prevención, diagnosis y tratamiento de la Malaria en los países del Este de África. La clave está en que las personas que viven en zonas vulnerables a la Malaria, sean informados y educados sobre las consecuencias de la enfermad y cómo prevenirla y tengan un acceso temprano a los tratamientos.   

Mujeres embarazadas recibiendo mosquiteros en Mali

Mujeres embarazadas recibiendo mosquiteros en Mali

Guerra y lluvia: la doble problemática de la infancia desplazada en Sudán del Sur

Jonh Mayol, Coordinador de Plan Internacional en las comunidades de Bor
Betty Gorle, Coordinadora de Comunicación en Emergencias de Plan Internacional.

Miles de mujeres, niños y niñas desplazados en Sudán del Sur sobreviven a la intemperie y se refugian debajo de los árboles. La guerra les ha separado de sus hogares y no les deja regresar. El acceso al agua o los alimentos más básicos, es muy limitado.

El campo de refugiados de Mingkaman

El campo de refugiados de Mingkaman

El campo de refugiados de Mingkaman, situado en el estado de Lagos, acoge a un número muy elevado de personas, todos ellos son desplazados internos que -en su mayoría- llegaron desde la ciudad de Bor, situada en el estado de Jonglei. El conflicto ha provocado el desplazamiento de cerca de un millón de personas, de los cuales más de 390.000 son niños y niñas.

Debido a las necesidades extremas de la población desplazada, cualquier tipo de asistencia humanitaria es sólo una gota de agua en el océano y la situación está empeorando con la llegada de las lluvias. Las familias que viven en esta zona dependen íntegramente de la ayuda ofrecida por organizaciones como Plan Internacional, que trabaja para dar cobertura a las necesidades más básicas de la población desplazada.

La gente lo ha perdido todo durante el conflicto. Han sido testigos de sucesos horribles, que probablemente perdurarán en su mente de por vida. Muchos de ellos no quieren regresar a casa.

«Yo mismo fui víctima de la insurgencia que provocó la huida de miles de personas de Bor. Huí con mi familia hacia un lugar más seguro. Fuimos a un campamento de refugiados situado en Uganda. Hace unos días regresé. Descubrí que mi casa, los mercados y todo lo que había en la ciudad, estaba completamente destruido.»

Bor, era una ciudad con expectativas de prosperar, pero ahora está todo completamente destrozado. Es desolador y no hay nada que invite a regresar.

John Mayol con su familia.

John Mayol con su familia.

«Muchos, hemos utilizado nuestros últimos recursos para huir del conflicto armado. Algunas familias se han tenido que desplazar con el ganado a la región de Equatoria, otros se han ido hacia Awerial, en el estado de Lagos. Mi mujer y mis hijos están en un campamento de refugiados en la frontera con Uganda. Tenemos que ser fuertes porque hay que empezar desde cero.»

La temporada de lluvias suele empezar en abril y miles de personas desplazadas de Bor, podrían perder toda la cosecha. La anterior tampoco dio frutos, ya que muchos se vieron obligados a huir de la guerra dejándola atrás.

La necesidad de ayuda y asistencia humanitaria es cada vez mayor. Las lluvias ya han comenzado y al igual que está ocurriendo en los campos de desplazados de Tongping, Malakal o Bentiu, es previsible que cuando se intensifiquen en Mingkaman, se complique el acceso y la entrega de la ayuda a la población.

Por eso, en colaboración con el Programa Mundial de Alimentos, desde Plan Internacional estamos trabajando para garantizar la seguridad alimentaria de la población más vulnerable, organizando la distribución de alimentación suplementaria para mujeres embarazadas o en periodo de lactancia y para niños y niñas menores de cinco años que se encuentren en situación de malnutrición.

Cuando conseguir agua se convierte en un reto

Pantanos poco profundos, barrancos abruptos y acantilados que desafían a la muerte. Es el reto diario que millones de personas tienen que superar cada día para conseguir agua.
En los países en desarrollo, la pobreza está íntimamente ligada a la falta de agua. En Timor Leste, por ejemplo, muchas familias se ven obligadas a recorrer grandes distancias para recoger agua. A menudo la responsabilidad recae sobre niñas como Ludivina, que con tan sólo 9 años, cada día camina durante horas para que su familia pueda beber.

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Ludivina, se levanta con el sol para ir a recoger agua antes de ir a la escuela, le acompañan sus hermanos Pasquela y Cipriano de 7 y 6 años respectivamente. Cada día, han de abrirse paso a través de la hierba alta, cruzar un barranco escarpado hasta llegar al pantano -donde se halla una pequeña colina- y una vez allí bajar por un acantilado que les conduce al río, escaso en su caudal y con pocas garantías sanitarias.

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«Siento miedo cuando estoy de pie en la orilla del acantilado» afirma Ludivina. Para bajar de forma más segura, los niños arrojan primero las botellas y luego bajan ellos. «Es empinada, tened cuidado», advierte Ludivina a sus hermanos antes de bajar por el acantilado.

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Al llegar, los tres niños se ponen en cuclillas en el arroyo para intentar recoger el agua, en un pantano en donde el caudal es muy escaso. Previamente inspeccionan el lugar para recoger el agua lo más limpia posible.

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La responsabilidad de las niñas

Ludivina y su familia viven en una pequeña aldea situada en el distrito montañoso de Timor-Leste. Sobreviven gracias a la venta de vegetales que cultivan en un pequeño terreno aledaño. La venta de los cultivos da poco dinero por lo que todos los miembros de la familia tienen que contribuir y ayudar. La lista de quehaceres domésticos es larga y Ludivina es la encargada del agua. “Yo no quiero que mis hijos vayan a recolectar agua. Es inseguro y agotador para ellos”, asegura su padre.

En su comunidad, como en muchas otras aldeas rurales alrededor del mundo, es habitual que esta responsabilidad recaiga en mujeres y niñas. Se estima que la tarea de recolectar agua conlleva, en todo el mundo, cerca de 200.000 millones de horas. Ludivina y sus hermanos, caminan durante más de una hora para hasta llegar a su destino, y en ocasiones tienen que repetir el viaje tres veces.

A la hora se subir, se nota el miedo es sus rostros. Han de trepar por el empinado acantilado, pero esta vez cargando con los bidones. Al llegar arriba se detienen unos instantes para recuperar el aliento. La falta de recursos para recoger agua limpia afecta en todos los sentidos a la vida de Ludivina. Suele llegar cansada a la escuela y sabe que en ocasiones las impurezas del agua del río provocan que ella y sus hermanos enfermen. Muchas de sus amigas se han visto obligadas a dejar la escuela. Demasiadas horas de camino hacia la fuente de agua, y demasiados quehaceres diarios para echar una mano en casa.

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Pero Ludivina, ahora puede ver su futuro con más claridad. Plan Internacional apoyó a su familia con la instalación de una bomba de agua y ahora cuando se levanta, tiene tiempo de desayunar y prepararse para ir a la escuela. «¡Cuando me enteré de que teníamos una bomba de agua y ya no tendría que volver de nuevo al pantano, me puse muy feliz! «, dice Ludivina. «Ahora tengo tiempo para jugar con mis amigos, ir a la escuela y cantar!».

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El grifo de agua ha cambiado la vida de Ludivina y de su familia. Ahora, tienen agua para cocinar y limpiar y también pueden tener un huerto mejor con el que aumentar sus ingresos.

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Ahora la joven tiene tiempo para asistir todos los días a clases de inglés después de la escuela; es una de las mejores de su clase «Estoy feliz porque no tengo que ir lejos a buscar agua” afirma Ludivina en perfecto inglés.

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