El Blog Solidario El Blog Solidario

Por aquí han pasado cooperantes de Ayuda en Acción, Cruz Roja, Ingeniería Sin Fronteras, Unicef, Médicos del Mundo, HelpAge, Fundación Vicente Ferrer, Médicos Sin Fronteras, PLAN
Internacional, Farmamundi, Amigos de Sierra
Leona, Sonrisas de Bombay y Arquitectura sin Fronteras.

Entradas etiquetadas como ‘msf’

Madre primeriza en Afganistán. El reto de dar a luz en Afganistán. Parte 2

Segunda entrega de «El reto de dar a luz en Afganistán«.

Elodie Barniet, enfermera pediátrica de MSF.

MSF ha puesto en marcha una maternidad en el hospital de Dasht-e-Barchi, uno de los barrios más pobres de Kabul, la capital de Afganistán, donde la mayoría de las familias no pueden permitirse pagar por una atención sanitaria privada.

Farzana está sentada en su cama. Parece agotada y ajena a todo lo que le rodea. Tiene un pendiente en forma de corazón en la nariz, la piel suave, y es, con mucha diferencia, la mujer más joven de toda la sala.

Al igual que la mayoría de los afganos, no sabe su edad “18, o tal vez 19”, se aventura a decir cuando le pregunto.

Mientras mira moverse a la pequeña niña a la que acaba de dar a luz, Farzana sigue ensimismada. Es como si aún no se hubiera hecho a la idea de lo que acaba de ocurrir.

El parto fue largo, como suele ocurrir en los primeros embarazos. El cuello de su útero se rompió y tuvieron que ponerle puntos, sin embargo ya le han dicho que no será necesario realizarle una cirugía. Cuando le pregunto cómo se encuentra, Farzana me describe el parto como un momento doloroso, difícil, y en el que reconoce que tuvo “miedo”. Me dice que no piensa que estuviera preparada para algo así y reconoce que el miedo a lo desconocido llegó a atenazarla. El dolor que sentía le provocaba bastante ansiedad, confirma la matrona de MSF.
Lee el resto de la entrada »

“Antes de intentar salvar el mundo, hay que tratar de entender cuál es el problema”

La mejora de la calidad del agua y del saneamiento son pasos esenciales para detener el cólera, una enfermedad que se transmite a través del agua. En Mozambique, donde el actual brote de cólera ya ha matado a 46 personas y ha afectado a más de 6.000, los equipos de MSF están trabajando para tratar de mejorar la situación. Sin embargo, para atajar un problema, la mayoría de las veces se necesita algo más que una buena solución técnica.

 

Desde el pasado enero, los Centros de Tratamiento de Cólera de MSF han recibido 2.578 pacientes La higiene es fundamental para combatir esta epidemia. © Luca Sola/MSF
Desde el pasado enero, los Centros de Tratamiento de Cólera de MSF han recibido 2.578 pacientes La higiene es fundamental para combatir esta epidemia.
© Luca Sola/MSF

Por Solenn Honorine, periodista de MSF

“¿Qué es exactamente lo que quieres? ¿Construir un punto de tratamiento de agua, o que la gente lo use?”, pregunta Eveline.

Las toscas botas de goma que llevamos puestas y nuestros chalecos llenos de polvo tras largas jornadas de trabajo, quizás no sean la vestimenta más apropiada para una “misión diplomática” de estas características, pero más o menos eso es lo que hemos venido a hacer esta mañana: escuchar, hablar, explicar y de convencer a los líderes locales sobre lo que pueden hacer para derrotar al cólera.

En el centro de tratamiento de cólera de Tete la afluencia de pacientes procedentes de Chimadzi, un barrio que está a medio camino entre lo que sería un suburbio de una gran ciudad y un pueblo tirando a grande, ha sido cada vez mayor.  Un brote de cólera se da porque el suministro de agua es insalubre y porque existe falta de higiene y de saneamiento; así que los “chicos watsan” (los especialistas en agua y saneamiento) como Mihail Papageorgiou juegan un papel clave en la respuesta a la emergencia. Él ya sabe lo que necesita instalar en la zona: una unidad de tratamiento de agua que recogerá agua del río, la limpiará, y la pondrá a disposición, de manera gratuita, de 3.000 familias.

“Este sistema de tratamiento de agua centralizado está diseñado para dar una respuesta rápida a una emergencia como esta”. Podríamos haber llegado con 20 chicos y haberlo hecho todo en tres horas; pim, pam; llegar, hacer el trabajo e irnos. Porque este es en realidad el objetivo principal de nuestra respuesta: establecer un sistema de tratamiento que permita a la gente acceder a un agua que no esté contaminada. Y técnicamente no es un asunto que reúna demasiadas complicaciones.

Sin embargo, el verdadero desafío en estos momentos radica en tratar de mejorar la comprensión y el uso correcto de este sistema por parte de la comunidad. Ya puedes estar produciendo todo el agua limpia del mundo, que si la comunidad no confía en estos sistemas o no los utiliza correctamente, el impacto que tendrás en su salud será muy pequeño. Por eso es en este momento cuando los equipos de promoción de la salud juegan un papel clave. “Queremos que la información y la educación que les demos permanezca una vez nos hayamos marchado, y eso lleva más tiempo”, dice. Mientras Mihail y el logista Iain Watermeyer examinan el área donde colocar la bomba de agua, y tratan de detectar dónde está la fuente de agua contaminada, la promotora de salud de MSF, Eveline Cleynen, charla con los líderes locales.

Gabriela, consejera de MSF, del equipo de promoción de la salud, habla con la comunidad en la aldea Degué, para explicar a la población local cómo prevenir el cólera. © Luca Sola/MSF
Gabriela, consejera de MSF, del equipo de promoción de la salud, habla con la comunidad en la aldea Degué, para explicar a la población local cómo prevenir el cólera. © Luca Sola/MSF

Manuel Faquero, el líder local, se compromete a mantener una reunión para hablar las cosas con la comunidad. “Voy a tratar de convencerlos, pero es difícil cambiar los hábitos”, dice. El cólera es una enfermedad que se transmite a través del agua; si tienes cólera es que probablemente has estado bebiendo agua sucia o que no se han respetado sencillas medidas de higiene personal, como lavarse las manos. “Deja de beber agua sucia. Lávate las manos con regularidad”. Suena sencillo, pero conseguir que esto se aplique es lo verdaderamente complicado.

A veces, la única fuente de agua que existe es esa misma que está contaminada. Y hay que tener en cuenta que mucha gente no tiene agua corriente en casa con la que lavarse las manos de una manera frecuente.  Además, hay otros factores que también entran en juego. Y entre todos ellos, podríamos destacar los siguientes: los hábitos establecidos, la falta de información o la desconfianza en el mensajero, ya sean trabajadores de las ONG o personal del gobierno.  Hay una enorme diferencia entre decirle a la gente qué tiene que hacer, y demostrarles que estás dispuesto a tratar de entender la situación.

Es importante probar y beber el agua cuando se instala un sistema de tratamiento. Y tener en cuenta otros aspectos como, por ejemplo, explicar bien por qué hacemos la cloración de un cubo. Estos hechos sirven para demostrar claramente que el cloro que estamos añadiendo no es prejudicial o que éste es la causa del cólera, como a veces se cree.

Bajamos hasta el río Chimadzi que discurre a unos diez metros de distancia de la bomba. Es caudaloso y tiene unos pocos cientos de metros de ancho, pero apenas un pie de profundidad. Las mujeres están limpiando la ropa; los niños saltan y juegan en el cauce completamente desnudos; pasa un carro tirado por burro. El lecho del río tiene marcas donde la gente coge agua: la arena actúa como filtro natural, y el agua allí es cristalina, pero está expuesta a todo tipo de contaminación.

Mikhaelis termina de recoger muestras, y pregunta a la gente qué agua prefieren beber. Las respuestas que recibe hacen que todo empiece a tener sentido: el agua de la bomba es ligeramente salada para ellos; la del río en cambio sabe a… agua. Con razón la población la prefiere, así que es algo a tener en cuenta cuando se termine el centro de tratamiento de agua.

Una vez que los primeros litros de agua tratada empiecen a salir del centro de tratamiento, la pelota estará en el tejado del equipo de promoción de salud y de los líderes locales. Habrá reuniones, habrá preguntas, y se espera que haya un cambio, al menos hasta que el brote termine.

Una de las secuelas de las inundaciones ha sido el cólera. Los pacientes enfermos de cólera reciben tratamiento en Centro de Tratamiento de Cólera  de MSF,  en el distrito de Tete , que es la zona más afectada en el país. © Luca Sola/MSF
Una de las secuelas de las inundaciones ha sido el cólera. Los pacientes enfermos de cólera reciben tratamiento en Centro de Tratamiento de Cólera de MSF, en el distrito de Tete, que es la zona más afectada del país. © Luca Sola/MSF

 

SUDÁN DEL SUR: atendiendo a los pacientes junto a la línea de fuego

Por Siobhan O’Malley, enfermera especializada en obstetricia de Médicos Sin Fronteras.

Poco más de un año después del comienzo del conflicto en Sudán del Sur, la situación humanitaria sigue siendo extremadamente complicada. La enfermera especializada en obstetricia Siobhan O’Malley proporcionó asistencia sanitaria tanto en Malakal como en Bentiu, las principales ciudades afectadas por los combates. A través de su relato, nos explica cómo se trabaja en primera línea del frente, prestando atención médica de manera neutral e imparcial a los más necesitados.

Siobhan O'Malley, enfermera especializada en obstetricia de MSF. Fotografía Anna Surinyach/MSF
Siobhan O’Malley, enfermera especializada en obstetricia de MSF. Fotografía Anna Surinyach/MSF

Situada en el Estado del Alto Nilo, Malakal es una de las mayores ciudades del Sudán del Sur. Cuando llegué en febrero de 2014, hace ahora un año, el conflicto ya había empezado y había advertencias de que la ciudad pronto sería invadida por las fuerzas de la oposición.

En cuanto dieron el aviso de que en breve se iban a producir combates, empezamos a ver riadas de gente corriendo hacia el recinto de Naciones Unidas (ONU) en busca de seguridad. Era espeluznante. Recuerdo ver a una mujer que huía sin llevar nada consigo, sólo a su bebé entre los brazos. Los días siguientes fueron tensos, escuchábamos disparos en la distancia y temíamos que ocurriera algo gordo.

Las fuerzas de la oposición atacaron en el medio de la noche. Unos días antes nos habíamos visto obligados a abandonar nuestra base en la ciudad y a entrar en el recinto de la ONU para protegernos. Recuerdo que estaba durmiendo en una tienda de campaña junto con otros miembros del equipo cuando el coordinador del proyecto nos despertó y nos dijo que nos preparáramos, que algo grave estaba pasando.

La ciudad de Sudán del Sur, Malakal, fue atacada el 18 de febrero de  2014. Los enfrentamientos entre el gobierno y las fuerzas opositoras obligaron a miles de personas a abandonar sus casas, hacia otros lugares o hacia los campos de refugiados de Naciones Unidas.  Alrededor de 21.000 personas llegaron a este campo. Fotografía Anna Surinyach/MSF
La ciudad de Sudán del Sur, Malakal, fue atacada el 18 de febrero de 2014. Los enfrentamientos entre el gobierno y las fuerzas opositoras obligaron a miles de personas a abandonar sus casas, hacia otros lugares o hacia los campos de refugiados de Naciones Unidas.
Alrededor de 21.000 personas llegaron a este campo. Fotografía Anna Surinyach/MSF

Las barreras internas situadas alrededor de nuestra base (situada también dentro del terreno que ocupa la ONU, pero fuera del recinto en el que se alojan ellos) estaban destrozadas, puesto que muchas de las personas que estaban huyendo habían tratado de acercarse lo máximo posible a nuestras instalaciones en busca de una mayor protección. Con los ojos muy abiertos, en tensión y en silencio, cientos de mujeres y niños estaban acurrucados en la oscuridad bajo los árboles y junto a nuestra tienda.

Entonces, la tierra empezó a temblar. Las bombas comenzaron a caer cerca del complejo. El ruido era ensordecedor. Corrimos hacia los búnkeres; en realidad seis contenedores de transporte reforzados con sacos de arena. Las mujeres y los niños corrían con nosotros. Nos metimos dentro. Estábamos hacinados y hacía muchísimo calor. Recuerdo que permanecimos sentados allí durante horas, tratando de escuchar lo que estaba pasando fuera.

Pasadas algunas horas, se nos informó del gran número de heridos que había y abandonamos el búnker para ir hacia el hospital. Nos hicimos paso como pudimos entre la multitud. El olor a quemado era insoportable, la ceniza caía desde el cielo y había torres de humo negro en el horizonte.

A través de la ventana del coche vi a una niña aterrorizada, de unos 12 años de edad. Tenía la mirada perdida y llena de rabia y balanceaba un machete para tratar de protegerse de cualquiera que se le acercara.

Esa noche en el hospital tratamos a centenares de heridos de bala y de machete y a multitud de personas con diversos tipos de traumatismos.

Con los suministros a punto de agotarse fui atendiendo paciente a paciente. Me pasé los meses restantes de mi misión centrada en tratar a heridos de guerra. Nada que ver con la idea que tenía cuando acepté lo que todos creíamos que sería un trabajo en una maternidad de Sudán del Sur. Y sin embargo, siento que ayudé a que miles de personas que no tenían más ayuda que la nuestra para que pudieran salir adelante. Lo que más rabia me da es que, cuando algo así ocurre, hay otras necesidades básicas, como por ejemplo la atención de partos complicados, que se quedan irremediablemente en un segundo plano. Y os aseguro que en Malakal la gente necesita de cualquier tipo de atención médica y humanitaria que podamos proporcionarles.

El Hospital de Malakal fue atacado por un grupo de hombres armados. Cuando el equipo de MSF volvió al hospital se encontró 11 cadáveres.  Algunos de sus pacientes fueron disparados en sus camas. Fotografía Anna Surinyach/MSF
El Hospital de Malakal fue atacado por un grupo de hombres armados. Cuando el equipo de MSF volvió al hospital se encontró 11 cadáveres. Algunos de sus pacientes fueron disparados en sus camas. Fotografía Anna Surinyach/MSF

Pakistán: seis meses en una unidad de neonatos

Por Yasmine Ley, doctora de Médicos Sin Fronteras (MSF), en Peshawar, en el norte de Pakistán. Yasmine ha encabezado durante 6 meses la unidad de neonatología del hospital de obstetricia y ginecología de MSF en el norte del país.

La hija de Irfan nació a las 29 semanas de embarazo y sólo pesó 990 gramos. Permaneció durante dos meses en el hospital de MSF en Peshawar, hasta que alcanzó los 1.6 kilos y antes de poder regresar a casa con su madre.
La hija de Irfan nació a las 29 semanas de embarazo y sólo pesó 990 gramos. Permaneció durante dos meses en el hospital de MSF en Peshawar, hasta que alcanzó los 1.6 kilos y antes de poder regresar a casa con su madre.

Irfan, su padre, no había susurrado el nombre de Alá cuando la pequeña nació*. No lo hizo hasta el vigésimo quinto día, cuando estábamos absolutamente seguros de que iba a vivir y no iba a tener secuelas. Fue un momento inolvidable para todos.

Cuando la madre llegó al hospital estaba en su vigésima novena semana de embarazo.

Al nacer, el bebé ni siquiera llegaba a pesar un kilo. Era el bebé prematuro más pequeño que había visto nunca.

De forma inmediata, el equipo médico organizó y puso en marcha la mejor asistencia posible para la pequeña. Le practicamos una transfusión de sangre y la mantuvimos caliente. Afortunadamente, respondió bien. Quería vivir; pero aún no estaba fuera de peligro.

Dos semanas después comenzó a sufrir apnea. Así, me pasé toda una tarde junto a su cama, despertándola cada vez que dejaba de respirar. Fue un momento muy difícil para su familia y para todos nosotros.

La madre, que tenía otros hijos esperándola en casa, permaneció al lado de su bebé en la unidad de maternidad durante semanas. Hasta que llegó el día. Un soleado y frío día de noviembre, Irfan pudo al fin llevar a su esposa y a su hija de vuelta a casa. La niña había ganado algo de peso y había alcanzado los 1,6 kilos. Y fue entonces cuando su padre le susurró en el oído el nombre de Alá y le dio un nombre.
Miles de bebés prematuros

En Pakistán cada año nacen miles de bebés prematuros, muchos mueren por falta de una atención adecuada y de servicios médicos disponibles. En las regiones más remotas, en ocasiones las madres se ven obligadas a caminar durante horas para llegar a un centro de salud. En invierno, el frío y la nieve empeoran las cosas.

La tasa de mortalidad materno infantil en Pakistán es de alrededor de 276 por cada 100.000 nacimientos frente al 4,7 en España. Según Unicef, casi uno de cada diez niños muere antes de su quinto cumpleaños. La mayoría de los fallecimientos están causados por diarrea, neumonía o enfermedades para la que existe vacuna.

Las complicaciones graves también surgen después de que se administre oxitocina a la madre, una hormona que se utiliza para estimular las contracciones del útero y para acelerar el parto; la oxitocina puede mezclarse con diazepam, un ansiolítico utilizado para relajar a las mujeres mientras dan a luz.

El problema es que esta mezcla paraliza, literalmente, la respiración de los recién nacidos. Así, tras el parto, acabamos ingresando a aquellos niños que después de nacer han padecido problemas respiratorios durante varias horas. Debido a la falta de oxígeno pueden sufrir secuelas irreversibles y muchos no sobreviven.

Hospital de ginecología y obstetricia de MSF en Peshawar
Hospital de ginecología y obstetricia de MSF en Peshawar

Pakistán, ha sido mi primera misión con MSF. Como personal médico, estamos allí para facilitar atención, salvar vidas, no para perderlas. Esto ha sido lo más difícil de sobrellevar.

Afortunadamente, tenemos un equipo fantástico: cuatro médicos, ocho enfermeras y ocho matronas trabajan sin descanso para proporcionar a los pacientes el mejor cuidado.

Nuestras prioridades son poner bajo observación durante las 24 horas siguientes al nacimiento tanto a las madres como a los recién nacidos en situación de riesgo, y garantizar su cuidado, limpieza e higiene. Así, hemos conseguido salvar muchas vidas.

La innovación también es importante. En este sentido, MSF ha autorizado a que, en ocasiones, los padres puedan visitar el hospital donde está ingresada su mujer embarazada. El resultado ha sido que se ha reducido el número de mujeres que abandonan el hospital en contra del consejo médico.
Nacimientos múltiples

Aquí no se trata solo de que las mujeres tengan muchos hijos, algunas hasta siete u ocho, sino que, además de los problemas que supone un nacimiento prematuro, a menudo se dan también partos múltiples. Así, en un mes asistimos a tres nacimientos de trillizos. Todos fueron partos naturales.

Por desgracia, en uno de los casos no pudimos salvar a los bebés. La madre estaba embarazada de unas 30 semanas cuando dio a luz; cuando nacieron los bebés aún eran muy pequeños y no tenían los pulmones correctamente formados.

A causa de los escasos historiales médicos y al pobre seguimiento que se realiza durante el embarazo, los equipos médicos no siempre saben la edad exacta de las madres o de los recién nacidos. Esto es más habitual en el caso de las personas que viven en las zonas tribales del país. Muchos pacientes llegan referidos desde el hospital de MSF en Hangu, situado a dos o tres horas de distancia por carretera, ya que allí carecen de unidad de cuidados neonatales.

Si bien existen numerosas maternidades privadas en el distrito de Peshawar, las unidades de obstetricia especializadas son de muy difícil acceso para las mujeres más vulnerables (refugiadas, desplazadas y mujeres sin recursos) o para aquellas que proceden de las Áreas Tribales bajo la Administración Federal (FATA). Además, tienen un coste prohibitivo para las familias o son de mala calidad.

Un día, una mujer dio a luz a gemelos, un niño y una niña. Cada uno de ellos apenas pesaba un kilo. El marido, se trataba de su quinta esposa, sólo había tenido hijas. Fue maravilloso ver cómo, cada vez que venía al hospital, sostenía con ternura a su hija en un brazo y a su hijo en el otro. Se sentaba allí, junto a su esposa, simplemente feliz de ser padre. Fue una imagen muy bonita.

* La costumbre es que el padre o un miembro respetado de la comunidad local susurre el adhan en el oído derecho del bebé.

Hospital de ginecología y obstetricia de MSF en Peshawar
Hospital de ginecología y obstetricia de MSF en Peshawar

 

 

Randa: preparada para avanzar hacia la paz

Nueva entrada de la serie Mentes Ocupadas

Por Mariam Qabas, trabajadora psicosocial de Médicos Sin Fronteras (MSF) en los Territorios Palestinos Ocupados

“Intentaba proteger la casa de mi familia para que no la destruyeran cuando un soldado israelí me apuntó con su pistola. Para defenderme, le aparté. Me acusaron de intentar matarle”. Randa* empieza así su historia mientras mira inquieta a su alrededor. Pidió un lugar seguro donde los niños puedan vivir en paz.

Randa. Territorios Palestinos Ocupados. Fotografía MSF
Randa, sobre las ruinas del que fue el hogar de su familia en los Territorios Palestinos Ocupados. Fotografía Muwaffaq Joulani/ MSF

Randa tiene 24 años y vive en una zona llamada Mfaqarain Massafer Yatta, en el sur de Hebrón. Mfaqara es uno de los pueblos considerados zona militar por el ejército de Israel, por lo que podría ser demolido.

Estaba durmiendo cuando el ejército de Israel vino a derribar la casa de mis padres. Pidieron a toda la familia que saliera fuera. Uno de los soldados me apuntó con su pistola para asustarme. Le empujé y le grité que era la casa de mis padres, donde habíamos vivido durante los últimos 25 años y que no debían demolerla. Los soldados me rociaron la cara con gas y perdí el conocimiento. Me subieron al todoterreno militar y no dejaron que mi padre y mis hermanos me acompañaran. Mientras, el resto de los soldados empezó a derribar nuestra casa delante de mi familia”, relata Randa.

“Primero me llevaron a la cárcel de Atsyiun –continúa Randa- y después a El Maskubia para interrogarme. Pasaron tres días hasta que me llevaron al juzgado. A mi familia le pidieron 5.000 shekels israelíes (más de 1.100 euros) para dejarme en libertad. Para nosotros es muchísimo dinero, pero no tuvimos más remedio que pagar. Después de diez días en la cárcel me dejaron salir con la condición de que no volviera a Mfaqara por un periodo de tres años y que no participara en ninguna manifestación o actividades contra el ejército de Israel”.

“Haber estado detenida daña la reputación de cualquier niña palestina que viva en el sur de Hebrón. Nadie querrá casarse con ella en nuestra tradición. Por ese motivo, estaba muy afectada por este incidente. No salía, no podía dormir y estaba furiosa conmigo misma” asegura Randa.

“Y no fue hasta que conocí al trabajador social de MSF y empecé a ver un psicólogo que recuperé la confianza en mí misma. Su ayuda me ha enseñado a sobreponerme a los efectos psicológicos que estaba sufriendo tras el incidente”.

“Decidí acabar mis estudios de trabajo social y ahora trabajo con estudiantes en la escuela de Tawny. Participé en una formación de MSF para líderes de la comunidad. He aprendido muchas cosas en este curso: cómo mejorar mis habilidades de comunicación, habilidades para estar tranquila y cómo buscar y localizar personas afectadas dentro de mi comunidad. Sé cómo proporcionarles ayuda psicológica de urgencia si sufren un incidente y dónde referirlos si necesitan más asistencia social”.

“Soy feliz.”

Y así concluye Randa su historia. Con una amplia sonrisa y con la firme esperanza de que puede cambiar las cosas en su comunidad, está preparada para avanzar hacia la paz.

*El nombre es ficticio para proteger la privacidad de la paciente.

Lovell y la Princesa, una historia sin final feliz

Por Massimo Galeotti, enfermero de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Sierra Leona

Mariatu, Lovell, Mohammed, Fatmata, Issa, Princess… cuantos niños y niñas he visto morir. Estos son solo algunos de los nombres de tantos y tantos que tanto mis colegas como yo hemos atendido y tratado en vano de salvar en el centro de MSF para pacientes de Ébola en Kailahun, en Sierra Leona.

Muchos llegaron al centro sin sus padres dado que, lo habitual era que éstos ya hubieran fallecido. De inmediato nos apegamos a ellos, les mimamos desde el primer momento y luego, demasiado a menudo, les acompañamos hasta que fallecen. Todavía hoy no sé cómo conseguimos soportar tanto sufrimiento y tanto dolor.

Lovell llegó desde una localidad a una hora de distancia en coche del centro de MSF, junto él venía Fatmata, a quién bautizamos con el nombre de‘Princesa’. Las ingresamos en la misma tienda, el chico tenía 7 años y la cría 9. Lovell estaba más grave. Al principio, el dolor, el miedo y la timidez hacían que se mostrara esquivo. Sin embargo, la experiencia me ha enseñado a vencer el recelo y la timidez de los niños.

Massimo Galeotti, enfermero de Médicos Sin Fronteras. Fotografía de Sandra Smilley
Massimo Galeotti, enfermero de Médicos Sin Fronteras. Fotografía de Sandra Smilley

Cada vez que entraba en la tienda le enseñaba a decir mi nombre aunque sin éxito dado que para él resultaba muy difícil de pronunciar. En cambio, ‘Princesa’ lo intentaba pero siempre lo pronunciaba mal y se echaba a reír provocando también nuestras risas. Desgraciadamente, la debilidad y el intenso dolor impedían a Lovell unirse a nuestras risas.

Un día, Lovell me dijo: «Uncle, come please». Uncle (tío en inglés) es un apelativo tan común y fácil de pronunciar que me ha gustado desde que llegué a Sierra Leona. Aproveché para contarle que cuando mi sobrino era pequeño, le enseñé a llamarme siempre por mi nombre y que no llamara ‘tío’ porque me sugería la idea de una persona no ‘demasiado’ joven. Conseguí que Matteo, mi sobrino, me llamara siempre Massimo.

Princesa era muy alta para su edad y siempre le gastaba bromas diciéndole que de mayor sería modelo. Se reía con los ojos cerrados porque la luz le lastimaba. «Eres tan bonita que pareces una princesa», era la frase que más le gustaba.

El día en qué murió, Princesa me pidió que la llevara fuera de la tienda, que tenía demasiado calor dentro. La tumbé en una colchoneta en el corredor donde los pacientes buscan un poco de refugio al calor que hacen en las tiendas. Le di un analgésico para calmar el dolor y se quedó dormida. Una hora después volví a entrar en la zona aislamiento e inmediatamente corrí a ver como estaba. La encontré apoyada sobre un costado; agonizaba.

«El ‘tío’ está aquí Pricesa, a tu lado, todo va a ir bien, no te preocupes». Mi temor era que se diera cuenta que se estaba muriendo y que no hubiera nadie junto a ella. Llamé a mi compañera Kate y nos quedamos para acompañarla, apretándole la mano y acariciándole la cabeza. La respiración se hizo más débil y comenzó a cerrar los ojos. Ya no era necesario seguir luchando por combatir el dolor, Princesa había muerto y con ella todos sus sueños de niña.

Lovell, que llegó estando más grave que Princesa, permanecía en su cama, débil pero vivo. Haciendo un gran esfuerzo abrió los ojos. «Hola Lovell, el tío está aquí, ¿necesitas algo?», le dije. Con un ligero movimiento de cabeza me hizo saber que no. Pugnaba por levantar la mano, quería que le diese la mía. A estas alturas, la experiencia me ha enseñado a comprender cuáles son los momentos previos a la muerte.

Bromeaba sobre el hecho de que él, que no era mi sobrino, me podía llamar «tío» y mi verdadero sobrino no. Siempre sonreía cuando se lo decía. «Es imposible no amar a alguien cuyo nombre es Lovell ¿verdad?», le decía porque sabía que era una frase que le encantaba. Esta vez, sin embargo, no hubo respuesta, su pequeño corazón dejó de latir antes de que pudiera responder.

Es una sensación extraña la que se experimenta cuando acariciamos las manos de un niño que está apunto de fallecer: en esos momentos que parecen durar una eternidad, sientes una energía interior muy fuerte que no comprendes de donde surge. Te sorprendes de no romper a llorar. Sabes que estás haciendo lo más justo para aquel niño y no piensas en otra cosa que no sea él.

Entonces, te despiertas de repente como de un hechizo, y te encuentras solo, en una tienda de un centro para pacientes de Ébola, junto al cuerpo de un niño de 7 años. Y regresan la rabia y las ganas de gritar y llorar.

Aunque el dolor experimentado ha sido tan grande, por una parte, me consuela haber tenido el honor de dar a Lovell, a Princesa y a otros niños una última caricia que espero les haya infundido algo de aliento y coraje cuando llegó el momento del miedo y la oscuridad.

 

Mentes Ocupadas: Obstáculos diarios

Por Mohammed Imter, psicólogo de Médicos Sin Fronteras en Hebrón

Wady Lighrous es una zona en el este de Hebrón donde viven unas 4.500 personas. Está situada entre dos asentamientos israelíes (Kiryat Arba y Kharsena) y cerca de una base militar ubicada en la carretera 60 que cruza todo el área. Está considerada una zona C, lo que significa que no está permitido construir nuevos edificios ni ampliar las casas existentes.

Las fuerzas israelíes han demolido casas en el pasado y el día a día de los palestinos que viven en la zona está repleto de obstáculos y barreras.

Médicos Sin Fronteras (MSF) ha realizado seguimiento psicológico de una familia de nueve miembros que ha padecido numerosos incidentes violentos durante los últimos años. Hace dos, una psicóloga de MSF realizó sesiones de terapia con una de las niñas, de 17 años, y con su madre, de 52. La niña había resultado agredida a los siete años por un colono que le mostró los genitales y corrió hacia ella cuando iba al colegio. Consiguió huir y no sufrió ningún ataque físico pero, como consecuencia de este episodio, había desarrollado problemas psicológicos serios con episodios de agresividad, miedo, pesadillas y preocupación constante. Dejó de ir al colegio.

Wady Lighrous es una zona situada al este de la ciudad de Hebrón, donde viven unas 4500 personas. Este enclave está entre dos asentamientos (el de Kiryat Arba y Kharsena) y cerca de una base militar, en la carretera 60. Se considera una zona de clase C, lo que significa que nadie puede construir nuevos edificios o ampliar su propia casa. Algunas casas han sido demolidas por las fuerzas israelíes y las personas que viven allí se enfrentan diariamente a gran cantidad de obstáculos impuestos por el ejército israelí y los colonos. Fotografía Médicos Sin Fronteras.
Wady Lighrous es una zona situada al este de la ciudad de Hebrón, donde viven unas 4500 personas. Fotografía Médicos Sin Fronteras.

Otro hijo de la familia, de 14 años, estaba acostumbrado a recibir golpes y ser detenido por los soldados israelíes cuando iba a la escuela: el año pasado cambió de colegio para evitar a los soldados de los puestos de control pero los militares de la base del Ejército, muy cercana a su casa, han llevado a cabo incursiones muy violentas en su casa, le han agredido en compañía de su padre e incluso ha sido arrestado. El pasado octubre el niño fue retenido en un centro de detención durante seis horas donde sufrió golpes mientras le interrogaban. Su madre llamó a MSF pidiendo ayuda y nos contó que el menor vino a casa con hematomas en los costados y mostrando mucho miedo. Por suerte, no se quejaba de mucho dolor físico. Les pusimos en contacto con organizaciones de derechos humanos y les hicimos una visita para ofrecerles ayuda psicológica inmediata tanto al niño como a su madre.

Hemos estado siguiendo su caso para comprobar si siguen necesitando apoyo psicológico y hemos llegado a la conclusión de que madre e hija necesitan seguir terapia. Su madre está constantemente preocupada; está triste y muy angustiada. Sufre por el bienestar de su familia. Actualmente, un psicólogo les atiende regularmente y la familia aprecia el apoyo ofrecido.

El último incidente ocurrió recientemente. El abuelo, de 85 años, estaba enfermo y padecía hipertensión, diabetes y Alzheimer. Soportó golpes del ejército israelí en varias ocasiones. En noviembre, la ambulancia que le trasladaba a un hospital estuvo retenida en un puesto de control durante dos horas hasta que los soldados dieron luz verde para que pasara. Desde ese momento, su salud no dejó de empeorar hasta que falleció hace apenas unos días.

La visita del ‘suluby’

Por Ana de la Osada. Minova (R.D. Congo)
Referente médico de la campaña de vacunación de Minova


A finales de septiembre el suluby llegó a Karango, un pueblo de la región de Minova encaramado en las montañas que rodean el lago Kivu, en el este de la República Democrática del Congo (RDC).

El suluby, más conocido para nosotros como sarampión, bajó a Karango, siguiendo la ruta que baja desde los llamados Hauts Plateaux, la zona más alta del lugar. Aprovechó la pobre cobertura de vacunación que caracteriza esta zona del país para instalarse cómodamente y atacar, cómo no, a los más vulnerables. A principios de octubre, el visitante se cobró en una semana la vida de cuatro niños del pueblo, todos ellos menores de 5 años.

Campaña de vacunación en Minova.República Democrática del Congo. Fotografía  de la Osada / MSF
Campaña de vacunación en Minova.República Democrática del Congo. Fotografía de Ana de la Osada / MSF

Miembros del equipo de urgencia de MSF España en la provincia de Kivu del Sur (RUSK) nos desplazamos al lugar para responder a la epidemia que empezaba a extenderse por el litoral de Minova. El suluby no se había conformado con Karango y ya había aparecido en otros pueblos cercanos, como Ruhunde y Nyamasasa.

Nuestro objetivo era claro: hacerle frente. Era necesaria una vacunación masiva, pero a la vez había que asegurarse de que la población afectada por la epidemia tuviera acceso gratuito a los centros de salud y el hospital para prevenir y frenar las complicaciones que puede provocar el virus del sarampión. Se hicieron donaciones de medicamentos, se apoyó a los equipos de los centros sanitarios se estableció un sistema para referir los casos graves al hospital.

La diferencia entre la vida o la muerte para un pequeño con sarampión puede ser tan sencilla como que su madre tenga o no dinero para pagar la consulta y el tratamiento médico. En la mayoría de los centros sanitarios de esta zona el acceso a la salud no es gratuito y desgraciadamente no está al alcance de todos.

El primer día que fuimos a Karango nos acercamos al centro de salud para hablar con el equipo. Era sábado, día de consulta prenatal, y aprovechamos para hablar con las mamás que esperaban turno. Cuando les explicamos que se iba a organizar una campaña de vacunación masiva y que el tratamiento sería gratuito empezaron a aplaudirnos. Una madre nos explicó que había perdido a dos de sus tres hijos, los más pequeños. La falta de medios económicos le impidió llevarlos al centro de salud y murieron en casa sin que ella pudiera hacer nada por impedirlo. El suluby no tiene piedad de los que tienen menos recursos.
A finales de octubre empezamos a recorrer todo el litoral del lago en la zona Minova para asegurar el tratamiento gratuito de casos y animar a la comunidad para que participara en la campaña de vacunación, dirigida a todos los niños entre 6 meses y 15 años. El primero de diciembre se dio el pistoletazo de salida: comenzó la campaña con el objetivo de inmunizar a unos 75.000 niños durante algo más de dos semanas. Una buena cobertura de vacunación es la mejor arma contra la expansión del sarampión. Eso es precisamente lo que tenemos que conseguir.

Durante la primera mañana, aun con el sol saliendo, pensaba mientras subíamos hacia Karango en todas esas madres con las que habíamos hablado y de todos los niños de ese pueblo que habían recibido la visita del suluby, con mejor o peor suerte. Durante los tres primeros días vacunamos todo el área de Karango: un total de 5.200 niños. No fue nada fácil mantener el orden en los puntos de vacunación, pero las mamás tenían muy claro su objetivo y aguantaron de pie varias horas, algunas desde las 6 de la mañana, ansiosas por ver como sus hijos recibían la protección.

 

Un niño es vacunado contra el sarampión en Karango, en la región de Minova. República Democrática del Congo. Fotografía Ana de la Osada / MSF
Un niño es vacunado contra el sarampión en Karango, en la región de Minova. República Democrática del Congo. Fotografía Ana de la Osada / MSF

 Mientras escribo esta historia hemos pasado el ecuador de la campaña. 66.250 niños han sido vacunados y aún nos quedan varios días de trabajo intenso. El cansancio se hace notar y cada madrugón pesa, pero ahí seguimos. Calculamos que al final de la campaña cubriremos con creces el objetivo, llegaremos a vacunar a unos 100.000 niños.

 El suluby ya empieza a sentirse incómodo en la zona del litoral de Minova.


En las dos primeras semanas de diciembre, un equipo de MSF realizó una campaña de vacunación contra el sarampión en el área de Minova (provincia de Kivu del Sur, en el este de la República Democrática del Congo) en la que fueron inmunizados 90.887 niños y jóvenes de entre 6 meses y 15 años, un 20 % más de los previstos inicialmente.

 El sarampión puede ser mortal en los niños si no se trata, pero es muy fácil de evitar mediante la vacunación. Desde hace décadas, el país ha sufrido epidemias de sarampión con un resurgimiento importante de la enfermedad desde el año 2010. Un estudio realizado por Epicentre, el centro de investigación epidemiológica de MSF, indica que entre 2010 y 2013 se registraron en el país casi 300.000 casos y que algo más de 5.000 pacientes (1,7% del total) fallecieron. Según el informe, el número de casos descendió más de un 20% tras las primeras campañas de vacunación.

 

 

 

 

Ébola: una carrera de fondo

Por Patricia Carrick. Enfermera de Médicos de Sin Fronteras en Sierra Leona.

Ponerse el traje de protección para acceder a la zona de riesgo, donde se encuentran los pacientes que han dado positivo por Ébola y donde realizamos la mayor parte de nuestro trabajo médico, lleva bastante tiempo. Algunas veces me recuerda a cuando vistes a los niños con el uniforme completo de hockey hielo. Incluso sucede que, al igual que los niños, una vez que te has vestido te entran ganas de ir al baño. Debo de reconocer, aunque a regañadientes, que esto de envejecer tiene algunas desventajas.

Una vez que te has puesto el mono de plástico que no es transpirable, los dos pares de guantes, la capucha, las gafas que no se empañan y las pesadas botas de plástico, bajo los más de 32 ºC que golpean la tarde, comienzas una carrera de fondo contra el tiempo.

Enfermeras preparan el reparto de comidas a los pacientes en la zona de alto riesgo. La comida se distribuye en envases desechables que son eleminados en el propio centro.

Enfermeras preparan el reparto de comidas a los pacientes en la zona de alto riesgo. La comida se distribuye en envases desechables que son eleminados en el propio centro. Fotografía: Fathema Murtaza/MSF

Tienes que moverte con cuidado para evitar cualquier contacto que pueda poner en peligro la integridad de tu equipo de protección o de tu compañero: no caerte, no realizar movimientos innecesarios, pero, aun así, tienes que hacerlo mientras llevas a cabo el mayor número de tareas posibles durante el tiempo que estás en la zona de riesgo. En esta ocasión estuvimos una hora dentro. Siendo nueva y recién llegada, salí agotada y temblando.

Esta vez, entramos para preparar el alta de una paciente. Se trata una mujer mayor, ciega y que no puede de andar pero que, asombrosamente, ha superado el virus.

Hasta el momento, y a pesar de que había vencido a la enfermedad, se mantenía reticente a abandonar el centro de tratamiento. Quizás temía encontrarse aislada a causa de su discapacidad o no tener para comer. Aquí en el centro de Kailahun había recibido tres comidas al día; recibía saludos y cariño.

Los promotores de salud, la versión en Médicos Sin Fronteras (MSF) de los trabajadores sociales, la llevaron en un vehículo de la organización hasta un punto de encuentro, donde un sobrino, les recibió y se comprometió a acompañar a su tía hasta su casa. Ha vuelto a su antigua vida, se ha recuperado de la terrible enfermedad, pero no sabemos qué futuro le espera.

“No podemos hacer nada por ella, Patricia”

Pasan los días y la gente se sigue muriendo: en ambulancias mientras vienen hacia nosotros, silenciosamente en las esquinas de nuestro centro, bajo las camas, o mientras se desplazan con grandes dificultades, víctimas de esta terrible enfermedad. Las últimas fases de esta enfermedad son, en muchos casos, agonizantes.

Esta es la verdad que los medios de comunicación y las estadísticas no pueden describir; es el día a día que vemos los que estamos aquí.

Ayer por la tarde fui a dar de alta a pacientes junto a Konneh, el responsable de uno de los cuatro equipos de enfermeros locales de  MSF del centro para pacientes de Ébola de Kailahun, Sierra Leona. En el área que llamamos “C2” (allí donde están los pacientes cuyos dos test resultaron positivos), encontramos el cuerpo de una mujer bajo la cama de otra paciente, una aterrorizada niña de unos 11 años.

El rostro de la mujer sobresalía de debajo de la cama y mostraba un gesto de tensión extrema, una expresión que, desgraciadamente, estoy aprendiendo a reconocer. Todavía respiraba, pero no pudo responder, siquiera gemir.

A pesar de la introducción que realizamos en Bruselas, de las formaciones en Freetown, Bo y Kailahun, de la acumulación cada vez mayor de historias y de mi propia experiencia, admito que me quedé atónita. Me di cuenta de que no había nada, absolutamente nada que hacer. Me volví estupefacta hacia Konneh y, bendito sea, desde las profundidades de su traje de protección personal, tuvo la compasión de decírmelo en pocas palabras: «No podemos hacer nada por ella, Patricia”. No pudimos moverla, levantarla; ni siquiera sacarla de debajo de la cama. No teníamos el equipo adecuado, el tiempo y la energía eran limitados, y habíamos entrado para cumplir otras tareas: dar de alta a los supervivientes. Fue un punto y aparte.

Un higienista guía el proceso de desvertirse y rocía con una solución de cloro cada uno de los elementos del traje de protección. Fotografía: Fathema Murtaza/MSF

Un higienista guía el proceso de desvertirse y rocía con una solución de cloro cada uno de los elementos del traje de protección. Fotografía: Fathema Murtaza/MSF

Movimos a la niña a la otra cama y tratamos de hacer que se sintiese cómoda. Volcamos la cama que cubría a la mujer para quitarla de la visión de la niña y para que nosotros pudiésemos verla mejor. Sí, respiraba, pero se estaba muriendo. La tapamos con su manta, en el suelo, porque el viento había ganado intensidad y la lluvia había comenzado a arreciar, haciendo que la temperatura bajase. Y se quedó ahí, la dejamos ahí.

¿Dónde están los enfermos y moribundos?

Kathryn Stinson, epidemióloga de Médicos Sin Fronteras. Adaptación al castellano: Fernando G. Calero. 29 de octubre

El conductor golpea su puño contra la bocina con insistencia, indicando a los vehículos, las personas y los animales que se aparten de nuestro camino. Hay que tratar de no perder el ritmo para no quedarse encallado, pero también tenemos que ser conscientes de que, por muchas prisas que llevemos, lo que no se va a apartar de ningún modo de nuestra ruta es el frondoso bosque que nos rodea y que invade la carretera en cada curva que damos.

Nuestro vehículo gira y se retuerce en el camino de tierra, con los neumáticos salpicando pedazos de barro en todas las direcciones. Ha llovido de forma intermitente durante toda la tarde y la carretera está cada vez más difícil de transitar.

El otro Land Cruiser se queda atascado por un momento, tratando de revolucionar su motor para no perder nuestra estela. De repente, el coche se mete de cabeza en un bache de medio metro de profundidad y nuestros cuerpos son violentamente arrojados hacia adelante: “Bienvenidos a Kailahun», anuncia el conductor.

Centro para pacientes de Ébola de MSF en Kailahun, Sierra Leona. Fotografía: Magali Deppen/MSF

Centro para pacientes de Ébola de MSF en Kailahun, Sierra Leona. Fotografía: Magali Deppen/MSF

El trayecto desde Bo hacia la base en Kailahun comenzó con deseos de ‘Bon voyage’ sonando desde todas las radios de mis compañeros. Y para llegar a Bo, habíamos tomado un minibús en Freetown al amanecer, lleno hasta los topes con el equipaje y el personal del proyecto.

Tuvimos que pasar por una media docena de puntos de control entre Freetown y Bo: en cada uno de ellos nos registraron el vehículo, hicimos la preceptiva cola para que nos tomasen la fiebre y, ocasionalmente, nos pidieron que nos laváramos las manos en agua clorada.

El personal con batas blancas del Ministerio de Salud nos medía la temperatura y leía el resultado en voz alta mientras los soldados vestidos con ropa de camuflaje se quedaban mirándonos. “Yo soy de África occidental”, me dice uno de los soldados con una sonrisa de oreja a oreja. “¿Tú de dónde sales?”; “de Sudáfrica”, le respondo. «Perfecto, ¡todos somos africanos!», añade otro con aire de complicidad. Me costó unos segundos darme cuenta de lo que estaba pasando. Sabía por mis experiencias anteriores con Médicos Sin Fronteras (MSF) que un Mundial de fútbol puede llegar a unir a personas que viven a miles de kilómetros, pero lo que nunca me hubiera imaginado es que la epidemia más desgarradora que hemos conocido en años también pudiera hacerlo.

Puesto de control en Mono Junctione, entre Bo y Kailahun. En el puesto de control se realizan pruebas para la detección de síntomas relacionados con el Ébola. Fotografía: Sylvain Cherkaoui/Cosmos

Puesto de control en Mono Junctione, entre Bo y Kailahun. En el puesto de control se realizan pruebas para la detección de síntomas relacionados con el Ébola. Fotografía: Sylvain Cherkaoui/Cosmos

Circular por Sierra Leona no es tarea sencilla a día de hoy, pero lo cierto es que nosotros lo tuvimos fácil. Llevamos unos pases especiales y una inscripción del Ministerio de Salud en la ventana delantera del autobús en la que dice: «permitir el paso– RESPUESTA AL ÉBOLA». En cada control nos hacían la señal para que pasáramos rápidamente a la parte delantera de todas esas colas de más de un kilómetro de largo, mientras decenas de camiones, coches y motos– con madres, niños y hombres sierraleoneses de todas las edades – tenían que esperar su turno bajo un calor sofocante.

El Gobierno ha implementado zonas de cuarentena, de las que no se puede salir libremente hasta que hayan pasado 21 días del último caso. Parece que ahora se ha relajado todo un poco, porque empiezan a ser conscientes de los estragos que esas restricciones de movimientos estaban causando en las vidas de las personas y en el transporte de suministros a todo el país. Para mí, este desplazamiento por el interior del de Sierra Leona fue el primer encontronazo con la realidad que describen todos esos carteles que aparecen pintados en las casas y en los árboles que vemos junto a los caminos: «EL ÉBOLA ES REAL”, pero aún me costaba darme cuenta de dónde había ido a parar.

Nos detuvimos a las afueras de Bo para que pudiera hacer un primer reconocimiento de nuestro centro de tratamiento. A pesar de que sólo tardaron cinco semanas en construirlo, ya está capacitado para ingresar a 100 pacientes al mismo tiempo. A día de hoy, tiene hasta un helipuerto. La siguiente fase incluirá un laboratorio, para no tener que enviar las muestras de sangre a otro lugar y poder así acortar el tiempo que se tarda en conocer los resultados de los análisis.

Pocos centros tienen laboratorios in situ, y eso hace que las muestras se tengan que transportar por carretera a lugares que están a varias horas de distancia. El transporte ya conlleva un riesgo de por sí, pero lo que más nos preocupa es que, debido a ese tiempo de espera, los casos sospechosos que darán negativo en el análisis se mezclarán durante varias horas con aquellas personas cuyos test serán positivos.

Según se me voy acercando por primera vez a pie al centro de tratamiento, mi asombro va creciendo cada vez más: hileras e hileras de tiendas de campaña blancas, de distintos tamaños y con diferentes funciones, forman algo muy similar a lo que sería una ciudad utópica, como si hubiera salida de un sueño extraño o de una película de ciencia ficción. Sin embargo, soy consciente de que, además del asombro, esas tiendas invocan en todo el mundo el temor y la intriga que generan las noticias que todos hemos visto en la televisión.

En el interior, el centro está organizado cuidadosamente en zonas de alto y bajo riesgo. Lo primero que te encuentras al entrar son todos esos puntos de lavado de manos, que consisten en bidones de plástico que contienen agua clorada a los que se les pone un cubo debajo para que no se encharque todo. Están colocados estratégicamente por todo el centro. Echo un vistazo alrededor y veo que todos los caminos que atraviesan las distintas zonas están acordonados con vallas naranjas y un sistema de drenaje de aguas que parece cuidadosamente planificado.

 

Distribución de alimentos a los pacientes confirmados de Ébola en la zona de alto riesgo. No existe contacto entre el personal que viste los trajes de protección en zona alta de riesgo y la zona de bajo riesgo. Una nutrición de calidad es importante para mejorar el sistema inmunológico del paciente y ayudarle a combatir el virus.

Distribución de alimentos a los pacientes confirmados de Ébola en la zona de alto riesgo. No existe contacto entre el personal que viste los trajes de protección en zona alta de riesgo y la zona de bajo riesgo. Una nutrición de calidad es importante para mejorar el sistema inmunológico del paciente y ayudarle a combatir el virus.

Desde ahí observamos a algunos miembros de nuestro personal nacional poniéndose su equipo de protección personal, una capa tras otra, mientras nosotros nos quedamos de pie, sudando dentro de nuestras ligeras batas médicas y de las botas de goma.

“¿Dónde están los enfermos y moribundos?”, me pregunto yo. Un paciente sale de la zona de alto riesgo y se sienta detrás de la valla de color naranja. A pocos metros de distancia, detrás de otra de las vallas, un promotor de salud le dice: «Estás haciendo grandes progresos. Hace días que no tienes síntomas y estás mejorando rápidamente. Ojalá los test nos muestren que ya no tienes carga viral y podamos mandarte de inmediato a casa”.

Intento asomarme para ver si desde algún lugar se puede ver a los enfermos que están en una de las tiendas de la zona de alto riesgo. A lo lejos, veo al personal sanitario enfundado en sus trajes de protección, moviéndose con lentitud y cuidado. Poco más: compruebo con satisfacción cómo las divisiones que se han hecho en el interior de la gran tienda permite que los pacientes mantengan su privacidad, bloqueando tanto nuestra mirada curiosa como la de los demás enfermos.

Retomamos el camino a Kenema, en ruta a Kailahun. En Kenema el mercado está a rebosar de personas y la gente no parece tener miedo de los otros. Están todos comprando y vendiendo bienes y alimentos. ¿Dónde está el Ébola?, ¿dónde está el miedo del que todo el mundo me hablaba? No puedo parar de pensar cuáles son los motivos para que la población no se mantenga alejada del centro de la ciudad y continúen haciendo su vida normal como si nada ocurriera. A simple vista, no parece tan grave como lo pintan. Pero sé que sí lo es. No me queda duda. Está escondido, pero está ahí fuera. Lo noto.

Los hermanos Haja, Abivatu y Lamphia celebran con Sallia Swarroy enfermera  del centro de pacientes de Bo  haber sobrevivido al virus.

Los hermanos Haja, Abivatu y Lamphia celebran con Sallia Swarroy enfermera del centro de pacientes de Bo haber sobrevivido al virus.

Pocos minutos después la realidad me golpea de frente y confirma mis temores. Llegamos con el coche a una rotonda en la que hay formado un buen atasco: un hombre yace postrado en la carretera, demacrado, con su rostro marcado por el dolor. Con un brazo intenta protegerse los ojos, pero ya está demasiado mal, muy lejos de aquí. Sacudimos nuestras cabezas, damos aviso por radio por si una ambulancia pudiera venir a buscarle y seguimos hacia adelante. Miramos una vez más hacia atrás. Ahí es cuando me doy cuenta de que nadie va a acercarse a él. Lo más probable es que se muera solo porque ni siquiera hay ambulancias y nadie parece muy preocupado en enviarlas. Sí, el Ébola, es real. Ahora lo veo claro.