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“Nos fuimos sin nada, regresamos sin nada”

Por Néstor Rubiano, referente de Médicos Sin Fronteras de salud mental en Colombia

Independientemente de la edad, del género y del estado civil, la situación se repite. Todos dejaron historias, bienes materiales y seres queridos. Como la Flaca, que le tocó venirse sola a Colombia porque no dejaron pasar a sus familiares que nacieron en Venezuela. “Allá están con su papá. Mire, yo trato de estar ocupada en este albergue, de hacer algo porque si no me enloquezco de tanto pensar en mis hijos”.

Miles de personas han llegado a las ciudades fronterizas. Unas 3.000 se han instalado en una veintena de refugios temporales. Foto MSF.

Miles de personas han llegado a las ciudades fronterizas. Unas 3.000 se han instalado en una veintena de refugios temporales. Foto MSF.

La Flaca se fue de Colombia en el año 2000 huyendo de la violencia cuando un grupo armado entró el municipio de la Gabarra, en el departamento del Norte de Santander. “Usted no se imagina cómo fue de horrible ese tiempo, la primera vez que esos manes [hombres] entraron a la Gabarra, los actos que hicieron fueron horribles. De ahí con mi mamá nos vinimos para Cúcuta (ciudad fronteriza con Venezuela) y de allí fuimos volteando por todos lados hasta que decidimos irnos para Venezuela. Y mire los que nos pasa, nos toca regresar sin nada, como nos fuimos”.

Conozco a la Flaca en una de las consultas que Médicos sin Fronteras (MSF) ha puesto en marcha en varios puntos de la ciudad de Cúcuta donde el comentario de la mayoría de las personas, incluso fuera de la consulta, se repite: “Nos fuimos sin nada y regresamos sin nada”.

Me llama la atención como algunas personas tienen la energía de pensar en un futuro, de volverse a levantar, de volver a construir, a pesar de la situación que viven y de lo que perdieron. Una paciente que conocimos en el albergue La Venezolana me comentaba: “Claro que será duro, allá teníamos nuestra vida, pero estoy segura que nos vamos a levantar. Mi marido, que es venezolano y se vino conmigo, y yo ya tenemos un plan. Queremos poner un negocio de comida. Lo primero es organizar sus documentos, que tenga una cédula colombiana porque así puede trabajar.”

Al escuchar a esta paciente durante la consulta me surge la pregunta: ¿Adecuados mecanismos de protección?, ¿resiliencia? ¿primera etapa de duelo?, o sea, ¿negación? O, simplemente, ¿el desarraigo y las perdidas han sido tantas en la vida, que el perder es parte de su vida y simplemente queda la resignación? Asumo que el tiempo definirá cómo esta persona resuelva psíquicamente está nueva perdida, pero también está claro que la resolución dependerá de las oportunidades que se le presenten aquí en Colombia.

Médicos Sin Fronteras (MSF) ofrece atención primaria y apoyo psicológico a los colombianos que han sido deportados o han regresado en las últimas semanas desde Venezuela. Foto MSF.

Médicos Sin Fronteras (MSF) ofrece atención primaria y apoyo psicológico a los colombianos que han sido deportados o han regresado en las últimas semanas desde Venezuela. Foto MSF.

Mientras ese tiempo llega, desde MSF estamos brindando atención primaria y salud mental al colectivo de personas deportadas o retornados desde Venezuela ubicados en diferentes puntos en Cúcuta y en Villa del Rosario desde el pasado 1 de septiembre. Hasta el momento, nuestros equipos han realizado 33 consultas médicas y 87 consultas de salud mental en los diferentes albergues temporales y hoteles donde son alojados. Además, llevamos a cabo múltiples de psicoeducación y acciones de formación dirigidas a las psicólogas del sistema local de salud.

Nuestra dignidad yace en el fondo del Mediterráneo

Pablo Marco, miembro de Médicos Sin Fronteras

El escenario de la zozobra y el hundimiento de un barco de refugiados visto desde la cubierta del Dignity I, el barco de rescate de MSF que responde a la emergencia.

El escenario de la zozobra y el hundimiento de un barco de refugiados visto desde la cubierta del Dignity I, el barco de rescate de MSF que responde a la emergencia. Foto Marta Soszynska/MSF

Yo era uno de esos que se sentían orgullosos de ser europeo. Del continente que había superado sus demonios y abanderaba la promoción de la democracia, los derechos humanos y la solidaridad internacional. Era uno de esos, hasta que el otro día vi en el periódico la foto de los puntitos. ¿La habéis visto? Sí, esos puntitos que, si ampliamos la imagen, en realidad son las cabezas de centenares de personas tratando de mantenerse a flote en el Mediterráneo.

Esa imagen me atormenta por las noches. Quizás porque sé de qué huían esas personas. He visitado los hospitales en Siria, las salas llenas de cuerpos despedazados por las explosiones de los barriles bomba. He hablado con las familias iraquíes que huían de las atrocidades del Estado Islámico. He recorrido los pueblos calcinados por las milicias en Darfur y he visto a los niños morir por desnutrición o epidemias. Claro que huyen, ¿quién no lo haría? Esos puntitos de la foto habían recorrido miles de kilómetros en busca de un sueño, un lugar seguro donde poder criar a sus hijos, en Europa, la tierra de la democracia y los derechos humanos. Pero su viaje terminó en el fondo del mar, víctimas de los cálculos de nuestros líderes políticos.

Después de la decisión de la Unión Europea (UE) tras el fin de Mare Nostrum, la operación de rescate en el Mediterráneo sostenida por Italia, de instaurar Tritón, una misión de vigilancia con menos fondos y con un área operacional limitada a las costas italianas, todos sabíamos que miles de personas estaban siendo condenadas a morir ahogadas si continuaban en su empeño de llegar a Europa.

Médicos Sin Fronteras decidió entonces fletar tres barcos para asistir a personas en riesgo de naufragio frente a las costas de Libia. Desde que empezó la operación a principios de mayo hemos rescatados a más de 15.500 personas. Desgraciadamente, más de 2.500 personas han fallecido en estas aguas durante lo que llevamos de año. Cuando rescatamos a un grupo de náufragos, les mostramos en un mapa dónde están, y les explicamos a qué puerto vamos a llevarles, y cuáles son sus derechos una vez desembarquen.

Tripulación del Dignity I, el barco de salvamento de MSF, rescatan a supervivientes del naufragio del pasado 5 de agosto donde más de 200 personas podrían haber perdido la vida. Foto Marta Soszynska/MSF.

Tripulación del Dignity I, el barco de salvamento de MSF, rescatan a supervivientes del naufragio del pasado 5 de agosto donde más de 200 personas podrían haber perdido la vida. Foto Marta Soszynska/MSF.

Pero, ¿quién se atreverá a decirles toda la verdad? ¿Qué le diríamos?: “Ahmed, vienes de Siria, ¿verdad? Me imagino que huyes del horror de los bombardeos, la violencia que no cesa, las torturas, los recuerdos de tus amigos que murieron, la miseria, la desesperanza. Con tu mujer y tus hijos, cruzaste la frontera con Turquía, donde te acogieron con los brazos abiertos. Os ofrecieron un techo, salud y educación gratuita, y libertad para quedaros cuánto tiempo necesitáis. A ti y a otros dos millones de sirios refugiados en el país. Pero Turquía no puede brindar trabajo a todos y decidiste arriesgarte y venir a Europa. Volasteis a Argelia y os pusisteis en manos de un traficante que os llevó hasta Libia. Allí os subió a una chalupa atestada de gente y os lanzó al mar. Lo que no sabías, Ahmed, es que tu destino era morir ahogado, junto con tu mujer y tus hijos, porque la Unión Europea llegó a la conclusión de que rescatarte alimenta el efecto llamada. Mientras Líbano, Jordania y Turquía acogen a cuatro millones de sirios, los europeos ni siquiera nos pusimos de acuerdo sobre cómo acoger a los primeros cuarenta mil. Así que teníais que morir ahogados, Ahmed, para que los siguientes se lo pensaran dos veces antes de venir. Habéis tenido la suerte de que los chalados de Médicos Sin Fronteras decidieran fletar tres barcos y lanzarse a la mar, con más corazón que cabeza, para sacar gente del agua. A ti te hemos salvado, Ahmed, pero a muchos otros no pudimos”.

El fondo del Mediterráneo está poblado por miles cadáveres de hombres, mujeres y niños, que yacen junto con los principios e ideales europeos de los que me sentía orgulloso.

Hace unos meses, propuse bautizar con el nombre de “Europa” a uno de los barcos de MSF. Finalmente decidimos llamarlo “Dignity”. Mejor así, “Europa” debería ser el nombre del barco insignia de la flota que nuestros gobiernos ojalá envíen pronto para acabar con el horror del Mediterráneo. La flota que jubile al “Dignity”, y que recupere la decencia de nuestros países. Y no solo eso. Necesitamos que los líderes europeos, en vez de azuzar el miedo hablando de plagas de inmigrantes, tengan el coraje de explicar la verdad a nuestros ciudadanos. Que les digan que los que se están ahogando en la costa libia, y los que molemos a palos en la frontera de Macedonia, son familias que huyen de horrores que ni siquiera podemos imaginar, y que necesitan nuestra ayuda. Que nos recuerden que la solidaridad no se mide solo por el dinero que donamos a las ONG. Que la auténtica solidaridad es la del que abre la puerta de su casa para acoger al vecino en apuros. Que tenemos el deber de acoger a una parte de los que huyen de las guerras y la miseria. Entonces volveré a sentirme orgulloso de ser europeo.

 

Este post forma parte del Concurso de Post Solidarios que la Fundación Mutua Madrileña ha puesto en marcha con motivo de los III Premios al Voluntariado Universitario.

 

La salud mental en Acapulco: la tercera ciudad más violenta del mundo

Por María Simón, coordinadora el proyecto de MSF en Acapulco

Consulta psicológica realizada por MSF en Colonia Jardín/ MSF
Consulta psicológica realizada por MSF en Colonia Jardín/ MSF

En Acapulco no se da un conflicto armado tradicional. Sin embargo, esta ciudad, situada en la costa del estado mexicano de Guerrero está considerada como la tercera urbe más violenta del mundo, tras San Pedro Sula en Honduras y Caracas en Venezuela.
En los primeros 6 meses del 2015 se registraron 524 muertes por homicidio en la ciudad y esto es solo la punta del iceberg.

Los altos índices de violencia afectan a gran parte de sus habitantes, entre ellos a los de la colonia Jardín. En 2014, Médicos Sin Fronteras (MSF) puso en marcha una intervención, en colaboración con las administraciones sanitarias locales y la Pastoral Social de Acapulco, para proporcionar servicios psicológicos y atención a supervivientes de violencia sexual.

Acapulco, una ciudad conocida como destino turístico internacional en los años 70 y 80, se ve actualmente afectada por las brutales dinámicas de enfrentamientos entre los diferentes grupos del crimen organizado que se disputan su control. El aumento de la violencia ha generado unas consecuencias humanitarias devastadoras para la población: asesinatos, heridos, desapariciones forzadas, secuestros, extorsiones, reclutamiento forzado de menores, amenazas sistemáticas a la población, desplazamiento forzado y una clara ruptura del tejido social.

La población que reside en las colonias, como se denomina a los barrios de la periferia, está expuesta a las dinámicas ligadas a la violencia de forma cotidiana. Desde el estallido de la violencia en la ciudad han tenido que adaptar sus hábitos por el impacto qué este tiene en su ámbito personal, familiar y comunitario.

Los 60.000 habitantes de colonia Jardín donde trabaja MSF, sufren una elevada exposición a eventos potencialmente traumáticos pasados y recientes. El sufrimiento al que están expuestos los familiares de personas asesinadas o desaparecidas, las víctimas de secuestro o extorsión o los desplazados a causa de las amenazas y la violencia genera secuelas y daños en su salud mental. La violencia, además, ocasiona una ruptura en el tejido social, deserción escolar, disfunción y violencia intrafamiliar, desempleo, falta de oportunidades o suicidios.

En el ámbito de la salud mental, hemos abierto seis puntos de atención ubicados en los centros de salud y una parroquia, donde se prestan servicios psicoterapéuticos de forma individual, familiar o grupal. Nuestros psicólogos constatan diariamente que las consecuencias de la violencia son devastadoras para la población: los síntomas relacionados con la ansiedad, la depresión y los cuadros postraumáticos son frecuentes.

Atendemos a personas que, tras haber sufrido o presenciado eventos extremadamente violentos, tienen serias dificultades para continuar con sus vidas; se aíslan de su entorno, reviven una y otra vez lo que sucedió, les cuesta pensar con claridad y tienen alteraciones de la alimentación y el sueño.

En relación a la violencia sexual, la ruta de atención a supervivientes tiene serias carencias ya que no garantiza que las víctimas reciban atención médica de emergencia de forma oportuna. MSF ofrece atención integral a los supervivientes y para ello cuenta con un médico que refuerza las capacidades de sistema sanitario público y de su personal. Realizamos formaciones para el conocimiento de la normativa de México ya que ésta garantiza la atención médica integral y confidencial de los supervivientes.

El objetivo de esta intervención es reducir el sufrimiento y la afectación psicosocial de la población víctima de la violencia mediante la integración de servicios de salud mental desde el primer nivel de atención (en los centros de salud de atención primaria). También queremos garantizar el acceso de las víctimas de violencia sexual a atención médica integral de calidad.

Del dengue a la violencia
Nuestro primer contacto con colonia Jardín tuvo lugar en 2013 cuando llevamos a cabo un proyecto de dengue mediante el que fumigamos la zona y realizamos labores de sensibilización sobre la enfermedad y las formas de transmisión. A través de esta intervención pudimos conocer la realidad de esta población. El componente comunitario fue esencial tanto en el proyecto de dengue como en la intervención actual.

Desde el año pasado, trabajamos con un equipo local formado por habitantes de la propia colonia Jardín. A través de ellos se explica a la población quiénes somos, qué actividades realizamos y ofrecemos charlas psicosociales en diferentes espacios de la comunidad.

Resulta fundamental realizar labores de promoción y sensibilización a la población en materia de salud mental y violencia sexual para romper mitos y barreras y hacer que la población poco a poco se acerque a las consultas. Gracias a esta estrategia, muchas personas gravemente afectadas por la violencia están conociendo de la existencia de los servicios y acuden a ellos en busca de ayuda.

Cerca de la mitad de los pacientes que llegan a consulta son menores de edad que sufren las consecuencias de la violencia. Es el caso de los niños a los que atendemos y que han presenciado el asesinato de sus familiares. En éste tipo de casos son frecuentes las alteraciones en el desarrollo: problemas para controlar la orina o alteraciones del lenguaje y la conducta. En ausencia de atención adecuada, la afectación tiende a agravarse y puede tener un impacto irreversible en la vida de los pequeños.

Los retos a los que nos enfrentamos en Acapulco son muchos y entre ellos está terminar de establecer una estrategia comunitaria sólida que nos permita mantener el acercamiento a la población y seguir desarrollando estrategias de seguridad adaptadas a contextos de violencia urbana, contextos que son muy diferentes a los que habitualmente MSF se enfrenta en el ámbito de los conflictos armados.

 

Madeleine le gana la batalla al cólera

Dónal Gorman/Comunicación de Médicos Sin Fronteras.

Madeleine y la doctora Catherine Deacon en el área de recuperación del Centro de Tratamiento de Cólera de MSF en Munuki, Juba, Sudán del Sur.  © Donal Gorman/MSF.
Madeleine y la doctora Catherine Deacon en el área de recuperación del Centro de Tratamiento de Cólera de MSF en Munuki, Juba, Sudán del Sur. © Donal Gorman/MSF.

Madeleine fue una de las primeras pacientes en ingresar ​​en el nuevo Centro de Tratamiento de Cólera (CTC) que Médicos Sin Fronteras ha instalado en Munuki, una de las áreas residenciales de Juba, la capital de Sudán del Sur. Fue trasladada en ambulancia desde un centro de salud del Gobierno el 14 de julio. Su estado de salud era tan delicado, que el personal de MSF tuvo que poner en marcha un plan de tratamiento que sólo se utiliza con los casos de cólera más graves. “Cuando Madeleine llegó era incapaz de bajarse de la ambulancia. Tuvimos que ayudarla a entrar en el centro. Estaba muy grave; su pulso era casi imperceptible”, explica la doctora Catherine Deacon. “Inmediatamente pusimos marcha un plan de tratamiento con el que le administramos líquidos intravenosos de una manera mucho más frecuente que la habitual; unos cinco litros de líquido en apenas dos horas. En poco tiempo Madeleine se empezó a recuperar y en apenas unas horas ya podía comer y beber”.

“La enfermedad comenzó el martes. Sentí un fuerte dolor mientras preparaba la comida y comencé a sentirme mal. Alrededor de las cinco o seis de la tarde, cuando ya estaba atardeciendo, empecé a tener que ir al baño cada dos por tres. También comencé a vomitar”, explica Madeleine mientras descansa bajo la sombra de una de las carpas de la zona de recuperación del centro.

«Después empecé a sentirme muy mal, así que mi marido y yo decidimos que teníamos que ir en busca de ayuda. Primero fuimos al centro de salud de Gurey, donde me pusieron un gotero intravenoso. Habíamos escuchado por la radio que MSF estaba gestionando un centro de tratamiento de cólera en Munuki, y como en Gurev apenas mejoraba, pedí que me metieran en una ambulancia y me trajeran aquí”, continúa Madeleine.

Madeleine, una vez recuperada, se despide del personal del CTC. © Donal Gorman/MSF.
Madeleine, una vez recuperada, se despide del personal del CTC. © Donal Gorman/MSF.

Hoy Madeleine está mucho mejor y por eso hemos decidido trasladarla al área de recuperación. Ha dejado de vomitar y de tener diarrea. Todos sus signos vitales son normales de nuevo y es capaz de comer y beber por sí misma. La hemos enviado a la zona de recuperación para poder observarla durante seis horas. Así, en el caso de que tuviera una recaída, podremos ingresarla de nuevo y tratarla con rapidez”, explica Deacon. “Antes de irse a casa, Madeleine recibirá una formación sobre el cólera y sobre la importancia de lavarse las manos. Además, se le entregará cloro y jabón, por lo que si necesita limpiar algo en su casa, podrá hacerlo de manera segura. Se le proporcionarán sales orales para combatir la deshidratación y se le aconsejara que al menor síntoma de recaída vuelva de inmediato al centro”, concluye Deacon. Al final del día, Madeleine recibe por fin el alta. “Estoy contenta por la atención y el tratamiento que he recibido aquí. Ahora me siento mejor. Me gustaría decirle a todos aquellos que están sufriendo de cólera que hay un centro de MSF en Munuki que proporciona atención sanitaria, apoyo y comida. Ahora estoy bien y vuelvo a ser muy feliz”, dice Madeleine mientras sale del CTC junto a su esposo Paul.

Médicos Sin Fronteras está respondiendo a un brote de cólera en Juba y atendiendo a los casos sospechosos en la región de Bor. Hasta el momento el Ministerio de Salud y la Organización Mundial de la Salud ha informado de que se han diagnosticado más de 1.244 casos y de que ya se han producido 39 muertes.

 

Malaria: una emergencia silenciosa e invisible

Por Sandra Smiley, responsable de Comunicación de MSF en República Democrática del Congo

Son algo más de las ocho de la tarde. Acabo de llegar, jadeando y resoplando, a la base de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Bikenge, provincia de Maniema. El equipo de promoción de la salud – Albert, Daniel y Gaston – está ya allí, esperándome. Van lo suficientemente vestidos, con sus camisas de cuello, como para verse con la reina de Inglaterra; pero hoy nuestra tarea es concientizar la comunidad respecto a la malaria. «Lo siento, llego tarde», les digo sin apenas aliento. «Tuve que responder una llamada de emergencia.»

A medida que recorremos la avenida principal de Bikenge, intercambiamos jambos (“hola” en swahili) con otros peatones. Los ciclistas pasan bamboleándose. No hay coches en estas carreteras: las que conducen a la ciudad son tan malas que sólo los todoterrenos 4×4 las pueden transitar. Como resultado de esto las mercancías se mueven, dentro, fuera y alrededor de Bikenge, casi exclusivamente en bicicletas o en la espalda de alguien.

A la sombra de un bananero nos reunimos una multitud. Los chicos comienzan sus explicaciones. Hablan de que es la malaria: una enfermedad parasitaria transmitida por un mosquito que puede provocar síntomas desagradables. Sin tratamiento se transforma en una patología grave que causa complicaciones, como la anemia. Una vez que la enfermedad llega a este punto puede ser letal.

Daniel explica cómo se manifiesta la malaria en un niño. © Sandra Smiley/MSF
Daniel explica cómo se manifiesta la malaria en un niño. © Sandra Smiley/MSF

Lo que cuenta sobre la enfermedad un superviviente me permite comprender que saben de qué estamos hablando. Conocen que deben usar mosquiteras para protegerse, también saben la manera de identificar la malaria y que deben visitar una clínica médica cuando sus hijos enferman.

Pero el problema es, dicen, que los precios que se cobran por la atención sanitaria son demasiado altos. La mayoría de los hospitales y clínicas de la República Democrática del Congo operan sobre una base de recuperación de costes, lo que significa que, aunque el propio servicio sea formalmente gratuito, el paciente tiene que pagar por todo lo demás: guantes, pruebas, medicamentos… Tratar a un niño de la malaria puede llegar a costar más de 50 dólares, una suma que muy pocos pueden permitirse. Y, para cuando la situación es tan desesperada como para pedir dinero a sus familiares, amigos y vecinos, a menudo ya es demasiado tarde.

La charla pasa a centrarse en los signos y los síntomas de la malaria: falta de apetito, dolor de cabeza, escalofríos y vómitos. Y como si fuera una señal un sonido fuerte y desagradable surge desde el interior de la multitud. Alguien está enfermo. Todas las cabezas se giran hacia la fuente de ese ruido: una niña en brazos de su abuela, escupiendo, con episodios de tos y arcadas.

Desde luego, no soy un profesional de la medicina; mi formación médica se limita apenas a un curso de primeros auxilios y a un par de temporadas de Anatomía de Grey. Sin embargo, sé cuándo un niño está enfermo cuando lo veo. Por eso, pongo la mano sobre la frente de la niña: está caliente al tacto.

«¿Sabéis dónde está el centro de salud de MSF?», pregunto. La abuela dice que sí.

«Vamos. Veamos a las enfermeras de la clínica», le digo. «No le costará nada. Y es mejor hacerlo que lamentarlo”.

Mwinyi, el supervisor de enfermería del ambulatorio termina su papeleo. En un día corriente, más de la mitad de los pacientes a quienes atenderá tiene la malaria. © Sandra Smiley/MSF
Mwinyi, el supervisor de enfermería del ambulatorio termina su papeleo. En un día corriente, más de la mitad de los pacientes a quienes atenderá tiene la malaria. © Sandra Smiley/MSF

Por la tarde, de vuelta a la base, escaneo el último informe de actividad del centro de salud de Bikenge apoyado por MSF. En medio de tablas y gráficos, es preciso destacar un dato en particular: la mitad de los pacientes ingresados en urgencias la semana pasada padecía malaria.

Me gusta pensar que, de donde procedo, si uno de cada dos pacientes que entra en una sala de urgencias sufre de la misma enfermedad, potencialmente mortal pero prevenible, habría una respuesta y una acción masivas e inmediatas. Se llevarían a cabo campañas de prevención a gran escala y la ciudadanía exigiría que se depuraran responsabilidades.

Pero aquí nada de esto sucederá. La población parece haber aceptado que sus hijos enfermen. ¿Y por qué no habrían de tener esa actitud? ¿Qué más pueden hacer? A pesar de la manifiesta necesidad, las mosquiteras no se distribuyen. Las aguas estancadas -auténticas piscinas de malaria- no son drenadas y los centros de salud hacen pagar a gente que no tiene dinero.

Una enfermera toma una muestra de sangre de un niño para realizar  un test rápido de malaria en el área de triaje del centro de salud de Bikenge. © Sandra Smiley/MSF
Una enfermera toma una muestra de sangre de un niño para realizar un test rápido de malaria en el área de triaje del centro de salud de Bikenge. © Sandra Smiley/MSF

“Quiero estudiar y devolver la paz a mi país”

Anna tiene 21 años y es de Eritrea. Llegó al puerto siciliano de Pozzalo en un barco desde Libia.
Anna tiene 21 años y es de Eritrea. Llegó al puerto siciliano de Pozzalo en un barco desde Libia.

Anna, 21 años, dejó Eritrea, pero un día está decidida a volver

Por María Carla Giugliano, periodista de Médicos Sin Fronteras en Italia

La primera vez que Anna trató de salir Eritrea todavía era una niña. Fue arrestada y encarcelada. En la prisión fue atada y golpeada. Tras su liberación, Anna comenzó a elaborar el plan perfecto para salir del país. «Escapar de Eritrea no es ninguna broma«, afirma. «Quienes tratan de huir corren el riesgo de ser ejecutados

Anna tenía solo 16 años cuando logró cruzar la frontera a la vecina Etiopía. Permaneció allí cinco años con la esperanza de obtener el permiso para reunirse con su madre en Israel, pero sus solicitudes fueron reiteradamente rechazadas. Finalmente decidió salir de allí para embarcarse en el largo y peligroso viaje a Europa.

La parte del trayecto más difícil, cuenta Anna, tuvo lugar en Sudán. Tras caminar durante 13 horas sin parar, consiguió subir a una camioneta estilo ranchera, donde ya iban otras 25 personas. Sentía las piernas como si las tuviera paralizadas, recuerda. En el desierto, traficantes interceptaron el vehículo, les obligaron a desnudarse en busca de dinero. Los traficantes les robaron todo lo que tenían valor, incluso dejaron a algunas personas sin zapatos.

Anna se aferra firmemente a un ejemplar de la Biblia mientras habla. No llora, pero sus ojos se humedecen con lágrimas contenidas. «Tenía miedo», cuenta. «No sabía si lo lograría. Recé mucho porque confiaba en Dios».

En Jartum, la capital sudanesa, Anna coincidió con algunas personas que conocía y junto a ellas viajó a Libia. En la costa libia consiguió subirse en un barco de madera junto con a otras 300 personas. Apenas unas horas después de salir, el motor del barco se incendió. Los pasajeros lograron apagar las llamas, pero el motor había quedado inutilizado. Uno de los pasajeros llamó a los servicios de rescate de emergencia, que llegaron nueve horas más tarde y los trasladaron a Pozzallo, Sicilia.

Anna se encuentra en el centro de recepción de Pozzallo. Como la mayoría de los eritreos que están allí, sabe algunas palabras en italiano, aunque es gracias al mediador cultural de Médicos Sin Fronteras (MSF), Negash, que Anna puede contar su historia en su tigriña natal.

Nagash de Eritrea, es mediador cultural en MSF. En la foto está hablando con algunas jóvenes de Eritrea dentro de Centro de Recepción en Pozzallo, Italia.
Nagash de Eritrea, es mediador cultural en MSF. En la foto está hablando con algunas jóvenes de Eritrea dentro de Centro de Recepción en Pozzallo, Italia.

«Estoy viva y tengo mucha fe en Dios”, afirma Anna. «No sé a dónde voy a ir, tal vez vaya a Bélgica o quizás a Inglaterra, pero sí sé lo que quiero hacer: quiero estudiar Políticas. Quiero trabajar para devolver algún día la paz a mi país. Tengo un profundo deseo de volver a Eritrea«.

Médicos Sin Fronteras en Sicilia

Anna es una de las más de 66.000 personas que han cruzado el Mediterráneo para llegar a Italia entre enero y junio de 2015. El año pasado, más 170.000 migrantes, refugiados y solicitantes de asilo alcanzaron las costas italianas.

Muchas de las personas rescatadas de embarcaciones hacinadas y que carecen de las condiciones para realizar una travesía como la del Mediterráneo central son trasladadas a Sicilia. En el puerto de Pozzallo, en la provincia meridional de Ragusa, los migrantes son recibidos en el muelle por un equipo médico de Médicos Sin Fronteras (MSF) junto al personal del Ministerio de Sanidad italiano. El equipo de MSF – formado por médicos, enfermeras y mediadores culturales – realiza una exploración y reconocimiento a los recién llegados y proporciona asistencia médica a quienes lo requieren tanto en las  primeras horas tras desembarcar como durante su estancia en el centro de recepción inicial.

En 2014, los equipos de MSF en Italia llevaron a cabo 2.595 exámenes médicos y 700 valoraciones de salud mental. Durante los primeros meses de 2015, el operativo de MSF ha efectuado 4.862 reconocimientos.

En el centro secundario de recepción en la provincia de Ragusa, donde los migrantes esperan los resultados de sus solicitudes de asilo, dos psicólogos del equipo de salud mental de MSF proporcionan apoyo psicológico. Aquellas personas en las que se detectan problemas de salud mental más graves son referidas a un psiquiatra. En lo que llevamos de año, estos equipos han pasado consulta a 169 pacientes y facilitado apoyo en materia de salud mental a 76. Casi el 40% de ellos presentaba trastorno por estrés postraumático.

Dibujo realizado por Ahmad de Siria, niño de 10, con la ayuda del personal de MSF en el Centro de Recepción en Pozzallo. MSF trabaja dentro del centro respondiendo a las necesidades médicas y humanitarias de los migrantes, refugiados y solicitantes de asilo político.
Dibujo realizado por Ahmad de Siria, niño de 10, con la ayuda del personal de MSF en el Centro de Recepción en Pozzallo. MSF trabaja dentro del centro respondiendo a las necesidades médicas y humanitarias de los migrantes, refugiados y solicitantes de asilo político.

 

Depósitos acribillados en Sudán del Sur: el agua como objetivo

Paul Jawor, asesor de agua y saneamiento de Médicos Sin Fronteras en Sudán del Sur.

Paul se enfrenta al reto de restaurar el abastecimiento de agua potable cuando el equipo de MSF regresa al campo de desplazados de Denthoma 1, en Melut, en el norte de Sudán del Sur.

Desplazadas hacen cola para obtener agua potable una vez reparado el sistema. Foto: Paul Jawor / MSF

Desplazadas hacen cola para obtener agua potable una vez reparado el sistema. Foto: Paul Jawor / MSF

Melut es uno de los puntos críticos en la actual escalada de violencia que vuelve a experimentar Sudán del Sur. Médicos Sin Fronteras cuenta con un hospital en el campo de desplazados de Denthoma 1 en el que 20.000 personas han buscado refugio huyendo de los enfrentamientos.

Cuando a mediados de mayo los combates estallaron en Melut, nos vimos obligados a suspender nuestras actividades médicas y a evacuar al equipo. La interrupción de los programas se tradujo en que la población dejó de tener acceso a los servicios de salud que tanto necesitan en un momento crítico como el que sufren.

Una semana más tarde, un primer equipo de MSF pudo regresar a Melut para realizar una visita relámpago de cuatro días y se encontró un paisaje desolador: el hospital y las farmacias cercanas habían sido saqueadas y destrozadas. Además, el único sistema de suministro de agua potable del campo había dejado de funcionar y algunos de los tanques de agua mostraban agujeros de bala.

Las instalaciones, el hospital y la farmacia de MSF fueron saqueados y así se encontraban el 28 de mayo 2015 después de  que la lucha llegara hasta el condado de Melut, en el estado del Alto Nilo, en Sudán del Sur. Algunos pacientes que reciben tratamiento para enfermedades como el VIH, la tuberculosis y el kala azar se vieron obligados a interrumpir su tratamiento, lo que podría dar lugar a resistencia a los medicamentos y ser fatal. Foto: Miroslav Ilic/MSF
Las instalaciones, el hospital y la farmacia de MSF fueron saqueados. Algunos pacientes de VIH,  tuberculosis y kala azar vieron interrumpido su tratamiento. Foto: Miroslav Ilic/MSF

Denthoma 1 está situado a orillas del Nilo. Mis compañeros comprobaron que ante la falta de alternativas, la población desplazada llevaba tres días bebiendo agua del río. Para responder a esta situación, MSF puso en marcha un procedimiento de emergencia y distribuyó purificadores de agua y pastillas de potabilización a 4.000 familias de forma que pudieran filtrar y tratar el agua del río Nilo que estaban utilizando.

Se trata de una solución de urgencia: resultaba urgente resolver el problema de agua potable y por eso me enviaron de inmediato. No había tiempo que perder. Cuando llegué, lo primero que me enseñaron fue que varios de los tanques de agua presentaban multitud de agujeros de bala. Afortunadamente, el problema saltaba a la vista y no fue complicado arreglarlos.

También probamos el sistema de agua y, aunque funcionó durante un tiempo, finalmente el agua dejó de correr. Comprobamos las válvulas y descubrimos que estaban bloqueadas así que decidimos desmontar todo el sistema. En el saqueo del hospital también habían desaparecido las herramientas del almacén y tras recorrer el campo de desplazados encontramos una llave inglesa gigante. Con ella y con algunos utensilios de la caja de herramientas del coche pudimos empezar a desarmar el sistema.

Abrimos cada una de las válvulas y cuando palpamos en su interior encontramos botellas de plástico trituradas tapando las bocas de las válvulas. Eso era lo que estaba bloqueando el flujo de agua. Cómo llegaron esas botellas allí es un misterio, pero nos llevó todo un día abrir cada válvula y retirar el plástico que las bloqueaba.

Abrimos cada una de las válvulas y cuando palpamos en su interior encontramos botellas de plástico trituradas tapando las bocas de las válvulas. Eso era lo que estaba bloqueando el flujo de agua. Foto: Paul Jawor/MSF
Botellas de plástico bloqueaban las válvulas del sistema de distribución de agua. Foto: Paul Jawor/MSF

Pusimos en marcha la bomba, todo parecía ir bien pero a medida que el agua fluía a través del sistema y mientras procedíamos a llenar los tanques vimos que diez de los depósitos principales perdían agua como si fueran una fuente; mostraban claros signos de haber sido tiroteados también.

Como medida temporal, taponamos algunos de los agujeros con bolsas de plástico mientras que, en otros casos, empleamos parches de goma para reparar las cubiertas de los tanques. Se trataba de una reparación de emergencia; una vez que aseguráramos el suministro de agua todos los depósitos serían reparados adecuadamente.

El objetivo estaba conseguido: restablecer el suministro de agua para 20.000 personas. Cada uno de los habitantes del campo podría comenzar a recibir 10 litros de agua al día de inmediato.

El sistema de purificación de agua abastece ya el campamento con unos de 120 metros cúbicos de agua potable al día.
Los desplazados de Denthoma 1 ya no tienen que beber agua del río sin tratar, una práctica que ponía sus vidas en riesgo dado que podía propiciar la aparición de enfermedades transmitidas por el agua como la diarrea y el cólera.

Desplazados en Yemen: en huida constante

Por Cecilie Nilsen, enfermera de Médicos Sin Fronteras en Yemen

Me encuentro al noroeste de Yemen, no lejos de la frontera con Arabia Saudí. La población civil vive una crítica; los ataques aéreos son continuos y miles de desplazados se mueven por el país en busca de refugio y seguridad. Aunque es difícil saber el número exacto de desplazados se estima en más de un millón el número de personas que han tenido que abandonar sus hogares desde que empezó el conflicto. Y cada día hay más.

Dos familias de 23 miembros que viven juntas en una pequeña tienda de campaña en Khamer, Yemen. Las dos familias huyeron de sus casas en Sada hace dos semanas. Los padres de las dos familias cuentan que sus condiciones empeoran cuando llueve.  Fotografía: Malak Shaher/MSF
Dos familias de 23 miembros que viven juntas en una pequeña tienda de campaña en Khamer, Yemen. Las dos familias huyeron de sus casas en Sada hace dos semanas. Los padres de las dos familias cuentan que sus condiciones empeoran cuando llueve. Fotografía: Malak Shaher/MSF

Algunos han huido a casas de familiares y conocidos, otros viven en tiendas de campaña, mientras que la mayoría, los más vulnerables, viven a cielo abierto. Los bombardeos son aleatorios y, cada día, varían las zonas donde se producen los ataques. Por eso, muchos desplazados se ven obligados a estar en continuo movimiento, en una huida constante.

Un día tratamos a un hombre y a dos de sus hijos. El padre tenía heridas leves, pero su hijo, de unos nueve años, sufría quemaduras en la cara y en la garganta. Cuando llegó estaba inconsciente. Su hermana, de seis años, padecía graves lesiones en la mano y el brazo, heridas que, probablemente, obligarían a amputárselo. Aunque el padre llegó en un estado de gran desconcierto y confusión fue capaz de contarnos que nueve de sus hijos habían muerto tras sufrir un bombardeo la ciudad en que vivían. Solo él y dos de sus niños habían sobrevivido.

Desde Médicos Sin Fronteras (MSF) nos aseguramos de que los desplazados que están en cuatro campos de refugiados tengan agua suficiente. También distribuimos kits de higiene, utensilios de cocina y colchones. Operamos una clínica de emergencia abierta las 24 horas del día y estamos realizando el seguimiento de la situación alimentaria y sanitaria. Contamos con una ambulancia que recoge a los heridos y los traslada hasta nuestro centro de salud donde son estabilizados en primera instancia y luego son transferidos a hospitales.

En la sala de urgencias asistimos entre 100 y 150 personas cada día. Atendemos todo tipo de pacientes, desde personas con lesiones muy graves a enfermos crónicos que no tienen acceso a medicamentos para tratar su patología. Es el caso de los pacientes con diabetes que no tienen acceso a algo tan básico y vital para ellos como la insulina.

 

Niños y personas del distrito de Khamer van a  buscar agua, ya que la escasez de combustible ha provocado que los camiones de agua no sean capaces de llevar de agua hasta la región.  Fotografía: Malak Shaher/MSF
Niños y personas del distrito de Khamer van a buscar agua, ya que la escasez de combustible ha provocado que los camiones de agua no sean capaces de llevar de agua hasta la región. Fotografía: Malak Shaher/MSF

Desde marzo, el acceso a la ayuda humanitaria y a bienes que resultan esenciales como combustible, agua y fármacos está siendo extremadamente limitado. Entrar en Yemen ya es muy complicado y la distribución de artículos de primera necesidad dentro del país resulta una carrera de obstáculos que hace imposible que éstos lleguen a todas las zonas donde se requieren.  Además estamos viendo un número creciente de personas traumatizadas, tanto niños como adultos. Tratamos de centrarnos en su salud mental, a pesar de que esto no es fácil en un contexto como el del conflicto yemení.

Me integro en un equipo médico de diez personas, cinco trabajadores de enfermería y cinco médicos. Todos mis colegas médicos son de Yemen. Junto a ellos trabajamos tanto en esta emergencia como en la atención a personas refugiadas con las que llevamos cabo actividades de promoción de la salud y en la detección de casos de desnutrición infantil. En esta zona podemos ver, por lo general, bastantes niños con desnutrición y creemos que la situación empeorará en el futuro.  Me impresiona trabajar con compañeros yemeníes. La mayoría proceden de la capital, Saná, ciudad que recibe el martilleo constante de las bombas y en la que se producen víctimas a diario. Mis colegas viven en un constante temor por sus seres queridos, y muchos de los miembros de su familia están viviendo como refugiados en su propio país. Sin embargo, siguen luchando día y noche para que la gente en esta parte del país tenga acceso a una atención médica esencial.

Los días en los que las temperaturas se mantienen por debajo de 38 o 40 grados nos alegramos. La situación es extrema y es inevitable pensar en los desplazados que viven en condiciones lamentables. En mi caso estaré trabajando en el país durante poco tiempo; sin embargo, estas personas saben que su futuro va a ser muy duro y lo va a ser durante mucho tiempo.

El dolor de recibir un golpe en una herida abierta

Faith Schwieker-Miyandazi, periodista de MSF

En el primer terremoto que golpeó a Nepal el 25 de abril, miles de personas perdieron a sus seres queridos, sus hogares y sus pertenencias. Muchos no tuvieron otra opción que tratar de recuperar lo poco que les quedaba y empezar a buscar la manera en la que reconstruir sus vidas. Gente como Basu Biri, que vive en Sindupalchowk y lo ha perdido todo, estaban empezando a asimilar el golpe y tratando de ver cómo salir adelante, pero de repente, como quien ataca por la espalda a alguien desarmado, llegó el segundo terremoto. Vuelta a empezar; “fue como recibir un golpe en una herida abierta”, me explicaba Basu Bari hace unos días. Edificios medio destrozados por el anterior terremoto terminaron de desplomarse y aquellas personas que ya estaban llenas de incertidumbre y confusión, empezaron a sentir un terrible pánico ante la posibilidad de que la pesadilla que estaban sufriendo no terminara nunca.

Niños dibujando durante una sesión de atención psicológica en Nampha en el distrito de Sindupalchowk . Nepal. Copyright: Kamini Deshmukh / MSF
Niños dibujando durante una sesión de atención psicológica en Nampha en el distrito de Sindupalchowk . Nepal. Copyright: Kamini Deshmukh / MSF

En las elevadas montañas del noreste y este de Nepal, nuestros equipos están llevando a cabo actividades de salud mental para tratar de ayudar a los afectados. Kamini Deshmukh, una de nuestras psicólogas, me cuenta que una de las principales actividades que realiza es la de ‘primeros auxilios psicológicos’. Su objetivo, dice, es mejorar los mecanismos de todas estas personas para que puedan enfrentar el trauma que han experimentado y ayudarlos a lidiar con sus miedos y ansiedades. Kamini también lleva a cabo sesiones grupales para hombres, mujeres y niños que están adaptadas a sus necesidades específicas.

“Yo intento presentar la realidad de lo que ha sucedido de una forma muy transparente y honesta”, me explica. “Eso hace que sea más fácil para las personas lidiar con la situación. Lentamente aceptarán la realidad y serán capaces de seguir con sus vidas. Sin embargo, hay que asumir para muchos va a llevar un tiempo empezar el proceso de recuperación”.

“Con los niños, empiezo por lo básico: explicarles qué es un terremoto”, continúa Kamani. “Los animo a decirme qué están experimentando y organizo actividades para que canten y dibujen. De sus dibujos, puedo extraer mucha información sobre lo que están pasando y en función de eso puedo tratar de ayudarles”.

La mayoría de las comunidades tienen sus propios mecanismos para lidiar con la situación. Algunos se reúnen para realizar actividades en grupo y otros comparten sus experiencias con familiares y amigos.

En Katmandú, otro equipo de psicólogos de MSF está llevando a cabo sesiones de grupo en el campo Chuchepati, que ofrece refugio a aquellos cuyas casas fueron destruidas o no son lo suficientemente seguras para vivir en ellas, así como a gente que tiene demasiado miedo como para regresar a su hogar.

Kumari Dhakal, una viuda de 85 años que ha sobrevivido a tres grandes terremotos: uno en 1934, y los dos de este año en abril y mayo. Las grietas en las paredes de la casa en la que vive de alquiler, y el miedo a experimentar otro terremoto, llevó a Kumari y a su hija a buscar refugio en el campo. Al escucharla hablar de lo que vivió en esos tres terremotos, uno se emociona fácilmente. Su rodilla le duele, le es difícil sentarse erguida; y ha perdido visión y capacidad de oír. Es difícil hacerse a la idea de lo complicado que tiene que ser para una mujer de esta edad el tener que dormir ahora en una colchoneta, tirada en el suelo en una tienda de campaña que comparte con otras tres familias.

Vista aérea de una parte del pueblo de Diol. Diol es una aldea situada entre montañas, donde el acceso a la salud desde donde uno tiene que caminar largas distancias para recibir asistencia sanitaria básica. Copyright: Brian Sokol / Panos Pictures
Vista aérea de una parte del pueblo de Diol. Diol es una aldea situada entre montañas, desde donde uno tiene que caminar largas distancias para recibir asistencia sanitaria básica. Copyright: Brian Sokol / Panos Pictures

Al menos, ahora que hemos instalado tanques de agua en el campo, uno siente que estamos haciendo algo útil. Kumari y su hija me confirman que tienen agua limpia para beber, pero su lucha ahora se centra en conseguir comida. “El principal problema que tenemos ahora es la comida. No tenemos arroz ni dhal,” dice Kumari. “Todos sobrevivimos con lo que podemos conseguir, ya que no podemos regresar a nuestras casas. Tenemos miedo de que colapse sobre nosotros. Vivimos con miedo”.

Más allá del campo de Chichepati, tiendas de campaña y refugios improvisados con lonas y láminas de plástico han sido erigidos en todo Katmandú. Allí, en uno de esos refugios improvisados, fue donde encontré a Basu Biru, el chico del que hablaba al principio de mi relato. “He perdido todo, amiga mía”, me contó la primera vez que hablamos. “Antes tenía una casa y ahora ya no tengo nada. Y mi padre, que estaba enfermo, acaba de fallecer. No creo que los 13 días de duelo tradicionales que se han decretado sean suficientes, pues el dolor que siento por dentro es demasiado grande”.

Ver la situación en la que se encuentra toda esta gente le hace a uno sentirse abrumado. Sentir que son personas como cualquiera de nosotros, que hasta hace unos días estaban viviendo tranquilamente sus vidas y que de repente lo han perdido todo, es lo que te hace comprender lo duro que resulta el verse afectado por un golpe de esta magnitud. Por eso, aunque no estemos ni mucho menos solucionando el problema tan grande al que se enfrentan, reconforta bastante el ver que de alguna manera, a través de las actividades que estamos poniendo en marcha nosotros y otras ONG que están sobre el terreno, estamos pudiendo ayudarles.

Clínicas móviles en helicópteros para zonas remotas de Nepal

Por Emma Pedley, enfermera de Médicos Sin Fronteras en Nepal

Equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF) visitan una aldea en el distrito de Gorkha. © Brian Sokol/Panos

Equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF) visitan una aldea en el distrito de Gorkha. © Brian Sokol/Panos

El tiempo disponible para escribir durante los últimos días ha sido escaso. Los expatriados que formamos el equipo de enfermería hemos estado rotando durante estas jornadas en las salidas en helicóptero, que nos permiten realizar misiones exploratorias a zonas que aún no han sido exploradas tras el terremoto, e interviniendo en clínicas móviles en áreas remotas.

Los días que pasamos fuera, en los pueblos de montaña, han sido, por un lado muy estimulantes (no en vano era la primera que subía a un helicóptero) pero, al mismo tiempo, han supuesto una experiencia muy triste y aleccionadora. Muchos pueblos de la zona noreste de Katmandú han colapsado completamente, las casas de piedra y los refugios para animales están destruidos, las tiendas en las que se almacenaban la comida y las cosechas de esta gente están enterradas bajo los escombros.

A pesar de las dificultades a las que se enfrentan, en cada pueblo en el que hemos aterrizado nos ha recibido con abrumadora amabilidad y generosidad, sonriendo y dándonos la bienvenida, “Namasté”, ofreciéndonos sus escasas reservas, durante el tiempo que permanecemos allí con nuestras clínicas. En algunas aldeas al norte, cerca de la frontera tibetana y donde las tradiciones budistas son mayoritarias, nos regalan pañuelos de seda blancos tejidos con mantras, llamados Khata, como señal de respeto y bendición.

Angelo, integrante de uno de los equipos móviles de MSF, saluda y recibe una bufanda denominada “khada” empleada para la oración por parte del líder de la aldea como agradecimiento por la distribución de materiales para reconstruir tejados en el distrito de Gorkha. © Brian Sokol/Panos

Angelo, integrante de uno de los equipos móviles de MSF, saluda y recibe una bufanda denominada “khada” empleada para la oración por parte del líder de la aldea como agradecimiento por la distribución de materiales para reconstruir tejados en el distrito de Gorkha. © Brian Sokol/Panos

 Durante las últimas semanas he estado en unas 25 aldeas donde he escuchado algunas historias que no me puedo quitar de la cabeza: Un muchacho delgado, de unos 18 años, nos contó cómo, durante tres horas y a través de caminos destrozados y laderas cubiertas por deslaves, había llevado a una mujer gravemente herida desde su aldea hasta llegar a una carretera accesible para poder llevarla a un hospital

Un niño pequeño que me contó, en un sencillo inglés, con los ojos muy abiertos y mientras movía sus brazos cómo había visto las casas y los árboles balancearse “de un lado a otro” durante el terremoto. Me explicó que su casa se había derrumbado y que ahora dormía con otras 20 personas en un pequeño refugio de lona.

Una tímida enfermera de ojos brillantes cuyo puesto de salud había quedado aplastado por rocas y tierra que se habían tragado los medicamentos se mostró muy contenta cuando le dimos un kit completo de fármacos esenciales y apósitos.

Un anciano con el rostro surcado de arrugas se arrodilló y colocó sus manos nudosas y delgadas sobre el suelo gritando “Ram, Ram, Ram” (“Dios, Dios, Dios”) cuando se sintió una fuerte réplica. Y así se quedó, en esa posición, durante varios minutos. Estaba profundamente traumatizado por haber revivido el terremoto inicial.

El equipo de Anne, otra de las enfermeras, llegó a un pequeño pueblo cercenado a causa de tremendos deslizamientos de tierra. En la aldea pensaban que eran los únicos que han sufrido el terremoto y se pusieron a llorar horrorizados al conocer que muchas otras áreas estaban igualmente destruidas.

Es complicado gestionar una clínica móvil en un helicóptero. Hurgas entre las cajas de medicamentos, escuchas la traducción que realiza nuestro médico nepalí sobre las enfermedades y los síntomas de los pacientes, tratas controlar a la multitud… Se trata de un trabajo intenso.

Los vuelos entre las aldeas tampoco distraen de la realidad. A pesar de haber visitado Nepal dos veces antes de este seísmo, nunca había tenido el privilegio de verlo desde el aire hasta ahora. Es un país que, desde esta perspectiva, impresiona y deja sin respiración. La época del monzón se acerca y las nubes oscurecen los picos más altos. Algunos todavía se dejan ver y muestran sus cumbres blanquísimas apuntando al cielo.

En primer plano, justo debajo de nosotros, podemos ver terrazas esculpidas en las laderas, campos de arroz y maíz con sus paredes que siguen el contorno de las colinas fielmente, con más precisión que si una mano lo dibujara en un mapa. Allí donde el agua está más cerca, los campos muestran un verde aterciopelado y cuanto más ascendemos vemos cosechas que aún no han madurado. Desde el helicóptero los valles y laderas aparecen como un espacio muy delicado y frágil, especialmente donde han sido desgarrados por las cicatrices grises que han dejado los deslizamientos de tierra; cicatrices en más de un sentido.  

Además de materiales para reconstruir techos, los equipos de MSF también proporcionan mantas, utensilios de higiene y kits de cocina a través de helicópteros a las aldeas más remotas. © Brian Sokol / Panos

Además de materiales para reconstruir techos, los equipos de MSF también proporcionan mantas, utensilios de higiene y kits de cocina a través de helicópteros a las aldeas más remotas. © Brian Sokol / Panos

Los derrumbamientos han inutilizado los escasos caminos que unen estas aldeas tan remotas; los deslizamientos han destrozado campos de cultivo suponían los medios de vida y la seguridad de los habitantes de estas zonas. Hablamos de lugares donde la agricultura de subsistencia sigue siendo la norma y no una excepción.

Las dos prioridades más urgentes que tienen en mente las comunidades que hemos visitado son el refugio y el alimento, en ese orden. Está lloviendo y, a finales de mayo, las lluvias serán diarias y las condiciones climatológicas harán que volar de manera regular sea casi imposible. Nuestro objetivo es analizar las necesidades tantas comunidades como sea posible antes de que esto suceda.

Nuestro equipo de logística está trabaja sin descanso para poder seguir el ritmo de las exploraciones que hacemos los equipos médicos, con el fin de poder distribuir mantas, kits de refugio, kits de higiene y raciones de alimentos altamente calóricos antes de que llegue el cambio de estación. Mi único deseo es que podamos llegar a tiempo.