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Las madres coraje de Siria. Segunda parte

Testimonio de Fátima*, proveniente de la Gobernación de Dar’a, Siria

 “Nunca en mi vida había visto la felicidad como algo tan lejano e inverosímil”.

Fatima, una madre siria de 45 años recibe medicamentos en Irbid. Fotografía: Maya Abu Ata/MSF

Fátima, una madre siria de 45 años recibe medicamentos en Irbid. Fotografía: Maya Abu Ata/MSF

«Miedo, ataques aéreos, bombardeos… esos fueron los motivos que me llevaron a salir de Siria. Dejé el país hace seis años. Todavía recuerdo cómo me sentí el día que abandoné mi país. Mi marido, los niños y yo creíamos que la muerte sería más misericordiosa que permanecer allí. La terrible guerra en Siria no solo me obligó a abandonar mi país para buscar protección para mi familia y para mí en otro lugar, sino que también tuvo un impacto en la salud de mi marido, que sufrió 21 ataques a causa del miedo y de la tensión constante bajo la que vivíamos. Nos aterrorizaba la idea de algo malo pudiera pasarle a nuestros hijos y ese estrés continuo acabó pasándole factura. Y sí, es cierto que mi marido ya era un hombre enfermo desde hacía bastantes años, pero al final su estado de salud se deterioró tanto que tuvieron que amputarle una pierna.

En aquel momento, yo solo pensaba en cómo podría encontrar un lugar seguro para mi familia; un sitio que estuviese suficientemente alejado de las crueles zarpas de la guerra. Y, cómo no, en obtener un tratamiento médico que pudiera aliviar el continuo dolor de mi marido.

Nunca podré olvidar aquellas jornadas en las que cruzamos a Jordania; sé que se quedarán marcadas a fuego en nuestra historia. Fueron dos días de absoluta tristeza y desesperación, con mi marido apoyándose en mi hombro para mantenerse en pie. Formábamos un espectáculo dantesco e inolvidable; un amputado, su esposa, dos hijas y tres hijos. Una familia que no tenía nada, excepto la ropa que llevaban puesta, un pesado dolor en el pecho y muchos viejos recuerdos. Eso fue todo lo que nos pudimos llevar; lo demás, todas aquello que nos resultaba querido, lo dejamos todo atrás.

Estaba preocupada y estresada. Me encontraba constantemente pensando en qué podía hacer para ayudar a mi familia y ayudarles a ponerse a salvo. Permanecimos cuatro meses en el campo de refugiados de Zaatari, donde pasamos la mayor parte del tiempo en el hospital marroquí. Cuando llegamos al campo de Zaatari sufría de hipertensión. Mi marido, aparte de todos los problemas que ya veía arrastrando, tampoco salió indemne: los acontecimientos en Siria también le afectaron y en Zaatari le dijeron que sufría de diabetes e hipertensión.

«Nuestra miserable situación llevó a mi marido al borde de la desesperación».

Tras esos cuatro meses, decidimos abandonar el campo. Teníamos la esperanza de que la situación mejorase, pero no lo hizo. Sí, es cierto que conseguimos dejar atrás la cultura de las «caravanas del desierto», dónde vivíamos entre el polvo y la arena, pero en nuestro nuevo hogar la nieve y la lluvia llegaron sin previo aviso y cubrieron nuestra «casa» con el manto del crudo invierno.

Durante este tiempo, mis hijos trataron de trabajar para pagar el alquiler y mantener a la familia. Nuestra miserable situación llevó a mi marido al borde de la desesperación, una vez más, pero no permití que se me contagiase ese sentimiento de desesperanza. Visitaba regularmente el dispensario médico para tratar de obtener medicamentos y el tratamiento que necesitaba mi marido. Y traté también de aliviar el agotamiento que se dibujaba tan claramente en las frentes de mis hijos. Les di apoyo psicológico, les pedí que tuvieran paciencia y que resistieran, recordándoles lo fuertes que habíamos sido. Y así logré que no perdieran la esperanza.

Las constantes dificultades y penalidades acabaron por derrotar a mi marido: un día sufrió un infarto cerebral y falleció de inmediato. Aquel día supe lo duro que puede llegar a ser el sufrimento. Nunca en mi vida había visto la felicidad como algo tan lejano e inverosímil. Me di cuenta de que a partir de ese momento estaba sola y que tendría que luchar por mí misma contra todas las mareas sorprendentes de la vida. Tenía que seguir adelante, sobrevivir y ayudar a mi familia, porque, como me repetía a mí misma constantemente, no habíamos hecho nada malo a nadie, nos merecíamos vivir en paz.

Cuando nos trasladamos a Irbid, mi hijo menor estaba haciendo sus estudios de tercer grado. Yo le animé a que completara su educación a pesar de nuestra difícil situación y de nuestras limitaciones económicas. Hoy en día ya está en séptimo y quiere continuar su formación para poder llegar a ser médico en el futuro y poder prestar una atención médica como la que hoy nos proporciona Médicos Sin Fronteras (MSF).

Conocí esta organización y sus servicios unos meses antes de la muerte de mi marido. Un médico que conozco me dijo que MSF era una organización médica internacional que proporcionaba servicios gratuitos. Así que los busqué, me registré y desde entonces recibo la atención médica que necesito, incluyendo un apoyo psicosocial que en este momento resulta imprescindible para mí. Me enseñaron cómo hacer frente a las presiones psicológicas de una manera saludable, y cómo adaptarme a mis problemas financieros y hacer frente a los problemas familiares. Además, nunca dejo de orar y alabar a Dios cada vez que tengo ese sentimiento de asfixia. La oración me da cierta sensación de confort, pero también necesito el apoyo psicológico que me da la organización. Ahora me doy cuenta de que me siento más cómoda y aliviada que durante mi periplo hasta aquí, ya que tengo a mis hijos conmigo. Me siento más segura y estable, lo que despierta una sensación de alivio dentro de mí.

Fatima, una madre siria de 45 años recibe medicamentos en Irbid. Fotografía: Maya Abu Ata/MSF

Fátima, una madre siria de 45 años recibe su tratamiento en Irbid. Fotografía: Maya Abu Ata/MSF

Seguiré siendo fuerte para poder mantener a mi familia. A pesar de las duras circunstancias, me esfuerzo al máximo para encontrar un rayo de luz, algo de esperanza para esta humilde familia. Continúo buscando trabajo, mientras tanto proporciono a mi familia apoyo moral, pero no puedo prestarles apoyo financiero.

Al fin y al cabo, soy madre, y todo el mundo sabe cuál es la definición de la madre y qué significa ser madre y refugiada siria.

* Se ha modificado el nombre para mantener su confidencialidad.