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Testimonio en Siria: Madaya

Mientras conducíamos hacia Madaya, en un convoy de cientos de metros que serpenteaba por la autopista de Damasco, se me hizo un nudo en la boca del estómago. Sin saber lo que nos encontraríamos allí, recordaba las desgarradoras imágenes de niños demacrados suplicando con los ojos un descanso de este asedio. Me era difícil no estar angustiado con esa clase de angustia que se mete hasta los huesos.

El silencio era inquietante mientras atravesábamos las ciudades justo antes de llegar a Madaya. Hileras e hileras de restaurantes abandonados, tiendas cerradas con persianas oxidadas, casas atrancadas, jardines abandonados y arbustos sedientos que ya se habían vuelto marrones. El vacío y abandono eran desoladores.

Después de horas esperando en el check point entramos despacio en Madaya, en el momento en el que el sol empezaba a ocultarse. Me quedé inmediatamente impactado por lo que vi, pensando si estaba en el sitio correcto. Vinieron todos, sin importarles la hora, mientras conducíamos por la ciudad en nuestros coches de Naciones Unidas, lentamente con sus banderas izadas, seguidos de camión tras camión de suministros para salvar vidas.

Niños por todas partes corriendo junto al convoy. Su alegría era incontenible. Las mujeres observando desde los balcones, los jóvenes de pie, firmes en las esquinas de las calles, con mirada de sospecha pero algo aliviados de que estuviéramos ahí. Todos escoltaron el cargamento lo largo del camino.

Empezamos el descargue de suministros en el mismo instante en el que bajamos de nuestros vehículos. El equipo de UNICEF fue directamente a la clínica improvisada. Como el flautista de Hamelín, los niños y las mujeres nos siguieron, llamando a la médico de UNICEF que recordaban de otros convoyes, “¡Dra. Raija! ¡Dra. Raija!” Estaban tan contentos de verla otra vez, esperando que trajera más medicamentos…y algunas respuestas. Hicieron una fila en el exterior de la clínica, dispuestos a esperar lo que hiciera falta para verla.

UNICEF/2016/Syria Descargue de provisiones en Madaya

UNICEF/2016/Syria Descargue de provisiones en Madaya

Paciente tras paciente, pasaron a ver a la Dra. Raija, todos compartiendo historias. Padres de hijos que habían dejado de comer porque sus cuerpos no podían tolerar ya más que arroz y alubias. Niños que ya no podían andar erguidos por una falta de vitamina D y micronutrientes que había provocado raquitismo en sus huesos, o niños que habían dejado de crecer por completo por una falta de vitaminas esenciales. Una madre nos mostró la botella de su bebé rellena con agua de cocción de arroz, sus pechos se habían reducido tanto que necesitó cirugía. “Mira con lo que alimento a mi hijo”, nos dijo.

Prácticamente todas las personas con las que hablamos nos pidieron proteínas (carne, huevos, leche, vegetales) algo más para sustentarse que los productos secos que estaban disponibles. Una madre nos explicó que ahora, cada vez que su hija huele el trigo integral bullendo se pone a llorar.

La doctora nos informó de un número creciente de abortos, 10 casos en los últimos 6 meses, debido al estado nutricional de las madres. Durante el último año tuvo que llevar a cabo más de 60 cesáreas. Nos contó que estas cifras no se habían dado hasta la crisis. Pero las mujeres ya no tienen la fuerza para dar a luz, y muchos embarazos superan el plazo previsto, también debido a la paupérrima salud de las mujeres embarazadas.

No vimos tanta desnutrición como en visitas anteriores. Esta vez no fue la demacración física la que nos impactó, sino la demacración psicológica. Los médicos nos informaron de 12 intentos de suicidio, 8 de ellos mujeres. El asedio prolongado ha llevado a las personas al límite, y algunos han visto en la muerte la única salida.

El trabajador sanitario local recopila las historias: la madre de 5 niños que vio como no tenía más comida que dar a sus hijos, un estudiante de instituto al que no le permitieron abandonar Madaya para hacer sus exámenes, una recién casada de 21 años que acababa de perder a su marido por la violencia y no tuvo fuerzas para seguir sola, una chica de 16 años que no veía ningún futuro en medio de ese infierno…

Todas intentaron acabar con sus vidas como última salida, como única posibilidad de escapar de aquel horror diario. Era evidente que los mecanismos de las personas para hacer frente a aquella situación estaban derrumbándose, su capacidad de resiliencia se estaba poniendo verdaderamente a prueba en ese asedio que temían no tuviera fin.

Los médicos y profesionales de la salud por su parte han demostrado verdadera resiliencia. Trabajar en estas terribles condiciones, sin poder contar con la mayoría del equipamiento y suministros básicos. Uno de los médicos nos contó que había empezado a recurrir al gel de ducha para las ecografías, al no tener desde hacía tiempo el gel necesario. Nos enseñó su quirófano. Un batiburrillo de cajas de plástico, estantes antiguos de madera y suministros quirúrgicos en bandejas expuestas que esterilizaba con fuego, al haberse quedado sin alcohol. Y aun así continuaba, porque lo contrario no es una opción.

Y en medio de este sufrimiento, me encontré con una niña de 10 años. Desnutrida pero sonriente ante la doctora Raija, encantada de verla de nuevo. Le pregunté por el colegio y sobre lo que quería hacer cuando creciera. Me miró con unos enormes ojos marrones llenos de esperanza y dijo: “Quiero trabajar contigo”.

Revoloteó por la clínica hasta que el último paciente fue examinado, y mientras subíamos por las escaleras fuera de la clínica, que estaba en un sótano, me cogió de la mano y la agarró con fuerza. De vuelta, mientras recorríamos las calles, desapareció con su madre en la oscuridad. Rezo por volver a verla en una Madaya que volverá a estar de nuevo, algún día, a abrir sus puertas.

 

Mirna Yacoub, representante adjunta de UNICEF  en Siria