Por Kate Donovan, Pathai (Sudán del Sur), de Unicef.
La situación de aislamiento en que se encuentra la nueva casa de Cuaca hace que sea un lugar difícil para criar a sus tres hijas. No hay carreteras, mercados, hospitales ni escuelas. Dos de los cuatro pozos en el pueblo están rotos, pero la población que depende del agua se ha duplicado.
Después de que estallara la violencia en su ciudad natal de Bor, Cuaca y sus hijas – Mawiek, de 4 años, Nyawech, de 2, y la bebé Nyadieng– viajaron a pie durante 10 días para llegar a Pathai, en el estado de Jonglei, con ninguna pertenencia excepto la ropa que llevaban puesta. Durante el trayecto, Nyadieng viajaba en una cesta colocada hábilmente en la cabeza de su madre. Cada noche, la familia dormía bajo las estrellas con otras personas que habían huido para salvar sus vidas.
“Hui porque tengo miedo de las armas y tengo miedo de que me fusilen y me maten”, dice Cuaca, una mujer elegante de 22 años que está esperando en la fila para registrarse con UNICEF y el Programa Mundial de Alimentos (PMA), que han llegado aquí por helicóptero con suministros y servicios vitales, la primera ayuda humanitaria en nueve meses.
Pathai sufre los efectos de una crisis alimentaria que afecta a más de 2 millones de personas en Sudán del Sur. Al principio, los residentes locales compartían con los recién llegados la poca comida que habían almacenado, pero los suministros se agotaron rápidamente. La salud de los niños de la población desplazada, así como de la comunidad de acogida, se deterioró rápidamente, poniendo en peligro a miles de personas.
Así que ¿cómo han sobrevivido durante tanto tiempo sin nada? “Estamos comiendo hojas de los árboles”, dice Cuaca, haciendo un gesto hacia el árbol que hay detrás de ellos. Mientras cuenta su historia, la hija más pequeña mastica hierba, y Cuaca hace una pausa para ofrecer una explicación. “Tiene hambre.”
LA ÚNICA PROTECCIÓN
Cuaca se casó cuando tenía sólo 14 años. Su madre y su padre acababan de morir y, sin medios para mantenerse a sí misma, necesitaba un marido. Cuando su esposo la dejó más adelante, ella se convirtió en la única fuente de protección para sus hijos, con algún apoyo de su hermano.
Al enterarse de que una misión de UNICEF y el PMA había llegado a la aldea, Cuaca acudió de inmediato, con la esperanza de recibir comida para sus hijos. Junto a ella hay miles de personas necesitadas de asistencia, la mayoría mujeres y niños, y pasarán varias horas antes de que Cuaca pueda registrarse y recibir un vale de alimentos del PMA. Pero, por primera vez en varias semanas, sus hijas podrán disfrutar de una comida nutritiva.
A continuación, las niñas son examinadas para detectar si padecen desnutrición y vacunadas contra el sarampión por UNICEF. Al final de la misión, 30.000 niños y adultos habrán recibido asistencia vital.
Cuaca espera que el conflicto acabe pronto para que sus hijas puedan terminar la escuela y tengan más oportunidades que ella.
“Si pudieran recibir una educación, podrían ayudarme en el futuro”, dice. “Pueden casarse cuando tengan 18 años, no 14, como yo”.
También le gustaría regresar a su casa y volver a ver a su hermano en Bor.
CONTRA VIENTO Y MAREA
Desde que la violencia azotó al país en diciembre del año pasado, la gran mayoría de los 1,4 millones de personas desplazadas en el interior de Sudán del Sur han huido a lugares remotos, refugiándose en el monte, en las islas de los ríos o en las aldeas remotas. Durante meses, han sobrevivido contra viento y marea, esperando desesperadamente la paz y el retorno a la normalidad.
La desnutrición y la falta de agua están detrás de la mayoría de las 17.000 muertes diarias de niños menores de 5 años, que UNICEF está intentando reducir.