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Divididos caeremos: Cómo la organización comunitaria es clave para vencer al sida

Por Solenn Honorine, periodista de MSF en Johanesburgo, Sudáfrica.

Mzwandile Mabusela recoge sus medicinas en Hospital Mpilo, en Bulawayo, Zimbabue.  Fotografía: Juan Carlos Tomasi

Mzwandile Mabusela recoge sus medicinas en Hospital Mpilo, en Bulawayo, Zimbabue.
Fotografía: Juan Carlos Tomasi

Hoy concluye la Conferencia Internacional del Sida en Melbourne que se ha venido celebrando del 20 al 25 de julio para explorar estrategias para vencer a la mayor pandemia de nuestros tiempos. El VIH sigue acabando con la vida de 1,6 millones de personas cada año, la mayoría de ellas en países pobres del África subsahariana.

Para hacer llegar el vital tratamiento antirretroviral (ARV) a los 16 millones de personas que siguen necesitándolo en todo el mundo, hay que conseguir superar una de las principales barreras: la distancia a los centros de salud. Los modelos comunitarios de atención médica son una de las fórmulas para simplificar el acceso al tratamiento. En el distrito de Gutu en la Zimbabue rural, la introducción del Grupo Comunitario de tratamiento antirretroviral por parte de MSF ha transformado la vida de las personas con VIH.

Cuando Arnon Chipondoro de 68 años supo que su hija Elizabeth era VIH positiva, se sintió profundamente aliviado. “¡Yo también!”, le dijo. Había estado viviendo con ese secreto durante tres años – un secreto que sospechaba que compartía con otros muchos en su aldea. En Zimbabue, uno de cada siete adultos vive con el virus que ataca de forma indiscriminada y que llega a sitios tan lejanos como la remota aldea de Lowlands, apenas un grupo de chozas con tejado de paja dispersas por la sabana.

Arnon Chipondoro y su hija Elizabeth forman parte ahora del grupo Grupo Comunitario de Tratamiento Antirretroviral Fotografía: Solenn Honorine/MSF

Arnon Chipondoro y su hija Elizabeth forman parte ahora del grupo Grupo Comunitario de Tratamiento Antirretroviral Fotografía: Solenn Honorine/MSF

Durante los tres últimos años, Arnon había estado saliendo sigilosamente de su casa a las cuatro de la madrugada para caminar a través del bosque bajo un cielo estrellado. Iniciaba su camino hacia el centro de salud con discreción: si los vecinos veían que iba allí con frecuencia, empezarían a rumorear sobre si era seropositivo o no. Arnon solo encendía la linterna de su móvil para cruzar el río que separaba su aldea de la ciudad de Gutu. Se subía los pantalones hasta medio muslo, con cuidado de no resbalar en las vacilantes rocas. “Es el mejor atajo”, explica. “Durante la estación de lluvias tenía que andar por la carretera y tardaba de cinco a seis horas en llegar al centro de salud”.

Cuando hacía bueno llegaba a la clínica a las siete de la mañana, lo bastante temprano de forma que solo las personas que habían dormido en el porche del centro de salud estuvieran por delante en la cola de pacientes que esperaban para ver a su enfermera o médico. Hacía mediodía regresaba corriendo a casa para llegara al caer la noche. “Y esto solamente para recoger los medicamentos, nada más. Ni siquiera veíamos al médico porque la gente como nosotros, que respondemos bien al tratamiento no necesitamos que nos examinen en cada visita”, interviene su amiga Varaidzo Chipunza. “Pero ahora es distinto. Ahora todo se ha agilizado y cuando llegamos a la clínica ya nos han preparado la medicación y no tenemos que hacer cola”.

Varaidzo pertenece al Grupo Comunitario de Tratamiento Antirretroviral de Arnon, un modelo creado por Médicos Sin Fronteras que fue introducido en el distrito de Gutu de Zimbabue hace un año. En estos grupos solo un miembro del tiene que desplazarse a la clínica cada vez para recoger la medicación de todos los pacientes que lo integran. Esto significa que, ahora, Arnon solamente tiene que desplazarse hasta la clínica una vez al año, cuando todos los miembros del grupo deben acudir juntos para su consulta anual con el médico y comprobar que su medicación funciona adecuadamente. En el resto de ocasiones, en lugar de desplazarse, recibe en su aldea, casi en la puerta de su casa, la medicación que necesita para sobrevivir gracias a miembro del grupo.

Varaidzo Chipunza y su marido Antony Chivanga viven con VIH desde hace tres años. Desde que se creó el Grupo Comunitario de Tratamiento Antirretroviral en su aldea de Lowlands resulta más fácil seguir el tratamiento. Fotografía: Solenn Honorine/MSF

Varaidzo Chipunza y su marido Antony Chivanga viven con VIH desde hace tres años. Desde que se creó el Grupo Comunitario de Tratamiento Antirretroviral en su aldea de Lowlands resulta más fácil seguir el tratamiento. Fotografía: Solenn Honorine/MSF

Todo ello se traduce en no tener que emplear todo un día de trabajo en el campo perdiendo además un día de unos ingresos ya de por sí bajos. En resumen, Arnon no tiene que elegir entre su salud a largo plazo y su supervivencia económica a corto plazo. Además, ahora forma parte de un grupo que le apoyará si tiene un problema con los efectos secundarios de las píldoras y con cuyos miembros podrá hablar sobre la carga que supone vivir con el VIH de por vida. Su grupo ya le ha ayudado a aliviar el peso que le suponía guardar su secreto.

En la aldea de Lowlands, Arnon, su hija Elizabeth y tres personas más, han decidido que su enfermedad no tiene por qué vivirse de forma aislada. En un intento por desafiar al virus han llamado a su grupo “Tashinga” – que en Shona significa “Hemos sufrido, pero luchamos”.

Elizabeth abre una delgada libreta llena de notas escritas a mano de forma impecable. “Es nuestra Constitución”, explica. Regla número uno: si un miembro del grupo tiene un problema, los otros tienen que ayudarle. Regla número dos: la participación en el grupo es obligatoria. Regla número tres: las discusiones del grupo son confidenciales. Y la lista continúa, ciñéndose a la ley que los cinco se han impuesto a sí mismos. Naturalmente, el dinero es una preocupación: cuando uno de ellos va a la clínica, recibe un dólar de cada integrante para compensar por el día de trabajo pedido en el campo, permitiéndole que coma en la ciudad. La solidaridad creada por un secreto compartido: como siempre sobra algo de dinero, el grupo lo guarda cada mes y está planeando poner en marcha una granja de pollo comunitaria.

Excepto que, en realidad, ya no hay secreto. El grupo Tashinga ya ha empezado a movilizarse, hablando con otros en la aldea de la necesidad de hacerse los análisis y comenzar el tratamiento cuanto antes. Esto no es solo fundamental para que no enfermen o mueran a causa del VIH si no que ha quedado demostrado que cuando los ARV funcionan bien, el riesgo de transmisión del virus se reduce hasta un 96%. La adherencia al tratamiento servirá para controlar la pandemia del VIH y esto solo puede ocurrir si la gente tiene acceso al tratamiento a pesar de los obstáculos. “Desde que se formó el grupo mi vida ha cambiado. Las reuniones con otras personas que viven con VIH me han ayudado a aceptar mi situación y ahora ya puedo hablar de ello en voz alta”, afirma Varaidzo.

Todos los miembros se conocían antes de la creación del grupo, no hay anonimato en una aldea del Zimbabue rural. Pero fue solo por casualidad que supieron de la situación de los demás, encontrándose en la clínica de Gutu. Hay al menos, dicen, cinco personas más en el pueblo que también han contraído el virus. “No quieren desvelar su condición, así que se esconcen yendo a otra clínica que incluso está más lejos”, explica Antony Chivanga, marido de Varaidzo. Se ríe. “Pero sabemos que al final acabarán por unirse a nuestro grupo”.

La estrategia de grupos comunitarios de Tratamiento Antirretroviral fue puesta en marcha por primera vez por MSF en Tete, Mozambique, en 2008. Forma parte un modelo comunitario de atención cuyo objetivo es superar las barreras para acceder y adherirse al tratamiento reduciendo la distancia a los centros sanitarios y el coste de los desplazamientos. El modelo está siendo progresivamente adoptado por otros países del sur de África y ha demostrado tener éxito en la continuación del tratamiento. Así, en Tete, más del 90% de las 8.100 personas que forman parte de los grupos seguían tomando antirretrovirales cuando la continuidad del tratamiento en todo el país era sólo del 64%. En 2012 el modelo de grupos comunitarios fue adoptado por el Gobierno de Mozambique como modelo para las personas con VIH.