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Archivo de la categoría ‘Sudán del Sur’

EL KM. 43

por Erna Rijnierse (Sudán del Sur, Médicos Sin Fronteras)*

Nada resulta fácil aquí. En solo una mañana, fuimos testigos de seis muertes en el Km. 43. Una mujer llegó tan deshidratada que murió nada más entrar en la clínica. La gente muere, sufre; lo que vemos aquí es una crisis en toda regla. No podemos quedarnos sentados mirando sin hacer nada, tenemos que hacer todo lo que esté en nuestras manos y presionar para que mejoren las condiciones de vida de estas personas.

Si quieres ver el testimonio de Erna Rijnierse desde el Km.18: http://bit.ly/LQwSpN

“El Km. 43”. Así es como se llama este punto en mitad de ningún sitio en el estado del Alto Nilo, en Sudán del Sur. Aquí se están asentando refugiados que llegan huyendo de la violencia en el vecino Sudán. Han llegado unas 30.000 personas en las últimas semanas, y los campos de refugiados ya están llenos, así que los últimos se están quedando en este sitio con escueto nombre de punto kilométrico, y en otro de similar apelativo, el Km. 18. Aquí los refugiados duermen bajo los árboles, sin cobijo y prácticamente sin comida.

Las carreteras que llegan hasta aquí son un infierno, especialmente tras las lluvias, cuando resulta casi imposible acceder a la zona. Disponemos pocas plazas en nuestros vehículos, así que solo podemos trasladar a los más enfermos, dejando atrás a gente a la que esperamos poder volver a ver con vida al día siguiente. Como médico, es algo muy doloroso. Pero no nos queda otra elección, tenemos que priorizar a los pacientes en estado más grave.

El problema en estos asentamientos temporales de refugiados es que no hay suficientes organizaciones humanitarias trabando aquí. Estas personas han estado caminado durante semanas y cuando llegan ya están muy débiles, especialmente los grupos más vulnerables como los ancianos, los niños menores de 5 años y las mujeres embarazadas.

Hemos estado distribuyendo agua en el Km. 43, pero el principal depósito en superficie, el que usamos para potabilizar y distribuir, se ha secado. Así que ya no hay agua en el Km. 43. También estamos tratando y distribuyendo agua en el Km. 18, pero el agua disponible pronto se acabará también. Por eso es tan importante que ACNUR (la agencia de la ONU para los refugiados) y sus contrapartes les trasladen con urgencia a un lugar mejor acondicionado.

Cada día vamos a las pequeñas clínicas de campaña que hemos montado en los dos asentamientos para ver a los pacientes y asegurar la atención médica a los casos más graves. Ayer, justo antes de marcharnos del Km. 18, nos trajeron a un pequeño en estado de shock. Conseguimos salvarle, un oportuno recordatorio de las razones por las que estamos aquí y de lo que podemos hacer, incluso en las circunstancias más adversas.

La semana pasada realizamos 537 consultas: 292 fueron por diarrea y 40 por enfermedades respiratorias. De los 342 niños que acudieron a las clínicas y fueron examinados para detectar síntomas de desnutrición, un 38% estaban desnutridos, lo que supera con creces el umbral de emergencia.

Con la estación de lluvias a la vuelta de la esquina, también estamos viendo los primeros casos de malaria. La gente vive hacinada y, al llover, hace más frío, así que seguro que veremos otras enfermedades. La neumonía, especialmente en los niños más pequeños, probablemente tendrá una mayor incidencia.

Además de dar atención médica urgente, quizá el mayor impacto que podemos tener será en la prevención de enfermedades. Esta semana empezamos una campaña de vacunación de sarampión para niños menores de 15 años. Esta enfermedad es potencialmente mortal y muy contagiosa, especialmente en campos de refugiados, donde hay gran número de gente concentrada en una zona muy reducida. Estas personas no han sido vacunadas, por eso lo incorporamos en nuestra primera respuesta de emergencia.

La situación es desesperada. Se ha avanzado muy poco en la identificación de un lugar para albergar a estos 30.000 refugiados, y la lluvia y los problemas logísticos han paralizado todos los desplazamientos organizados. Los refugiados ni siquiera tienen un pedazo de plástico para cobijarse por la noche, así que ya os podéis imaginar que esto no mejorará la situación sanitaria de esta población tan vulnerable. Estas personas necesitan ser trasladadas de inmediato a un lugar adecuado donde tengan comida, agua y abrigo, y donde su salud pueda quedar asegurada. El tiempo corre en su contra.

*Erna Rijnierse es responsable del equipo médico de MSF que asiste a los refugiados sudaneses en el estado del Alto Nilo, en Sudán del Sur.

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Fotos 1 y 2: Refugiados sudaneses, llegando con sus pertenencias a Sudán del Sur, el 10 de junio de 2012. (© Louise  Roland-Gosselin/MSF).

Foto 3: Refugiados sudananeses cogiendo agua en uno de los depósitos naturales de agua en superficie (ya agotados) en el Km. 43, el 9 de junio de 2012 (© Louise  Roland-Gosselin/MSF).

Días de guardia en Jamam

por Kirrily de Polnay (Médicos Sin Fronteras, Sudán del Sur)*

Me paso el día en el hospital de MSF, un poco aislada del campo de refugiados de Jamam. La mayor parte de las personas a las que atiendo son muy corteses, y hacen lo que todos solemos hacer cuando vamos al médico: arreglarse. Así que vienen bien vestidos, se muestran amables, hacen ese esfuerzo, y casi podrías olvidarte de que estás en un campo de refugiados. Y solo cuando llega un niño que lleva un mes con diarrea, que llegó la noche anterior con su familia del paso fronterizo de El Fuj, que todos llevan dos días sin comer ni beber, y que han sufrido cinco robos ese día, recuerdas de repente dónde estás.

Y los padres están tan angustiados, tan preocupados, y tú te vuelcas en el niño, le colocas un suero, le pones todo lo que puedes. Estos niños a menudo están desnutridos así que hay que hacerlo todo con gran delicadeza ya que podría sufrir con facilidad un fallo cardiaco o un edema pulmonar. Así que es un equilibrio muy delicado: no tratas a niños sanos que han enfermado, sino a niños que ya llegan con reservas muy bajas.

Tenemos muchos casos de diarrea. Intentas explicarles cómo tomar la solución de rehidratación oral, pero no tienen dónde prepararla. Incluso a mí me cuesta calcular cuánto es “la mitad del paquete”… les dices “tienes que beber agua, tienes que beber la solución que te damos”, y ellos asienten y dicen “sí”. Pero sabes que no tienen agua suficiente, reciben apenas unos litros al día. Así que les prescribimos algo que no pueden hacer, y sientes que lo haces es como poner una minúscula tirita para detener una gran hemorragia.

Hasta ahora todos hemos estado compartiendo los turnos de noche. Hay que estar ahí constantemente, sobre todo con los niños desnutridos, evaluando, buscando el equilibrio entre aportarles el suero suficiente por un lado y evitar provocarles un fallo cardiaco. Por el momento hemos podido hacerlo, pero no sé por cuánto tiempo podremos seguir trabajando a este ritmo.

Recuerdo a un paciente, muy pequeño, tendría dos o tres años, que estaba en tal estado cuando llegó que pensamos: “no hay nada que hacer, se acabó para él”. Afortunadamente, acabábamos de instalar la máquina de oxígeno, así que comenzamos con eso, le pusimos en tratamiento, ¡y al final del día el niño ya se estaba quejando, quería irse a casa! Fue increíblemente agradable: cuando un niño empieza a incordiar, ya sabes que la cosa va bien. En casos como este, le dejamos ingresado toda la noche. Quiero decir, que llegó moribundo, ¡tampoco puedes mandarle a casa el mismo día aunque haya mejorado! Pero a veces ocurre, niños que se recuperan de inmediato.

También tenemos recuperaciones asombrosas cuando referimos a un paciente a Doro, donde MSF tiene un hospital de campaña más grande que el que tenemos aquí. Te pasas un par de noches pensando cómo le estará yendo allí al paciente. El otro día sin ir más lejos tuve a un niño de 7 años que realmente no pensé que fuera a sobrevivir. Llegó en estado muy grave y no teníamos la capacidad de diagnóstico aquí necesaria para saber exactamente qué le pasaba.

Cuando nos le llevamos de urgencia a Doro, fue con mucha prisa, su abuela también tuvo que subir al vehículo, iba llorando y se te rompía el corazón al verla porque se la veía asustada y sola. Ese mismo día volvió con el crío, con una gran sonrisa, estrechándonos la mano a todos y haciendo que el niño también lo hiciera. Y aquello hizo que aquel mal día se convirtiera en algo mucho más llevadero.

Y luego está el tema de la traducción a tres bandas. Es muy complicada, y los intérpretes se cansan, porque pasamos de la lengua tribal al árabe y de ahí al inglés, y vuelta al revés. A veces tienes cuatro niños que han llegado con su abuela, o con una hermana mayor, y ellas no saben necesariamente qué ha ocurrido. Y esperan de nosotros que seamos capaces de adivinar. Intentamos explicarles que no podemos hacernos una idea si no nos cuentan ellas qué ha ocurrido, cuál ha sido el proceso hasta ahora. Pero les resulta extraño porque ven nuestros estetoscopios, y un estetoscopio significa que debes de saber lo que va mal ¿no? Sé que a los traductores les cuesta explicar estas cosas. Cualquier traducción es complicada, muy complicada.

En mi primera noche aquí, tuvimos que quedarnos con un niño que estaba muy enfermo. En un momento dado, nos dijeron que había otro niño también muy enfermo en la puerta, así que dejé al pequeño ingresado durante unos minutos para ir a examinar al recién llegado. Cuando pasábamos delante de los guardias, estaban matando a una descomunal serpiente que se había colado en el recinto. Y la verdad es que me dio por reírme, por lo ridículo de la situación. Imagina que se te cae la linterna, te tropiezas con una de las enormes grietas que hay en el suelo y vas y das de bruces con una serpiente gigante que probablemente es venenosa. Es una situación bastante extrema, así que si no te ríes, ¿qué te queda?

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* La doctora Kirrily de Polnay trabaja con MSF en el hospital de campaña del campo de refugiados de Jamam, en Sudán del Sur. Los campos de refugiados de Doro y Jamam acogen a más de 80.000 personas procedentes del estado de Nilo Azul, en el vecino Sudán. Malviven en un entorno hostil que no está preparado para cubrir las necesidades de tantas personas, por lo que los refugiados dependen totalmente de la ayuda humanitaria.

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Foto1: La doctora Kirrily de Polnay, con el pequeño Aman, en la «sala de urgencias» del hospital de MSF en Jamam, Sudán del Sur (© Robin Meldrum).

Foto2: Un paciente en estado muy grave, ingresado en el hospital de MSF en Doro tras su traslado de urgencia desde el hospital de Jamam (© Robin Meldrum).

 

Cuando se acabe el sorgo

por Younassa Lifa Lenya (refugiado en Sudán del Sur)

Soy enfermero en el hospital de campaña de Médicos Sin Fronteras en el campo de refugiados de Doro, en el noreste de Sudán del Sur; pero además soy refugiado en este mismo campo. Yo soy del país vecino, de Sudán, el estado de Nilo Azul, y llevo en Doro unos cuatro meses*.

Uno de nuestros principales desafíos es la estación de lluvias. Espero que podamos estar preparados a tiempo, porque conozco cómo es este sitio y lo difícil que puede ponerse.

Cuando vivía en Nilo Azul, trabajaba como agente comunitario de salud con otra ONG. Concretamente trabajaba con Kurmuk. Creo para que la gente que se ha quedado en Nilo Azul todo lo relacionado con la salud se ha puesto muy difícil. Todo el mundo  ha huido de allí, así que no hay ni médicos ni enfermeros.

Llegar al campo de Doro con mi familia fue complicado. Hicimos todo el viaje andando, creo que tardamos unos 30 días, y apenas podíamos encontrar agua o comida.

Antes de esto también fui refugiado en Etiopía. Fue hace mucho tiempo, éramos muchos. Creo que estuve allí como refugiado unos 20 años. Después pude regresar a Nilo Azul, pero ahora de nuevo hemos tenido que irnos y cruzar la frontera porque vuelve a haber combates. Y aquí estamos, en Doro.

Aquí no hay agua suficiente para todos. En nuestro caso, es mi mujer la que va a por agua. A veces sale por la mañana y no consigue encontrar nada hasta por la tarde. Cuando vuelve siempre me cuenta que ha tenido que pelearse por el agua con otras mujeres.

Además, recibimos comida en las distribuciones, pero no es suficiente. Hay quien regresó a Sudán para la cosecha de sorgo, porque aquí no hay comida para todos. Pero no me parece una buena opción, es muy peligroso.

Ahora que la cosecha ha terminado, creo que vamos a tener problemas. Podríamos tener problemas de hambre en el campo. Hasta ahora nos hemos mantenido con el sorgo que la gente ha ido trayendo. Pero ahora lo que necesitamos es que las organizaciones humanitarias nos distribuyan comida.

Como decía, la estación de lluvias también traerá problemas. No tenemos sitio para que los refugiados podamos cultivar algo nosotros mismos. Así que no podemos cubrir nosotros mismos nuestras necesidades.

* Los campos de refugiados de Doro y Jamam, en el noreste de Sudán del Sur, acoge a más de 80.000 personas procedentes del estado de Nilo Azul, en el vecino Sudán. Malviven en un entorno hostil que no está preparado para cubrir las necesidades de tantas personas, por lo que los refugiados dependen totalmente de la ayuda humanitaria.

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Foto1: Younassa Lifa Lenya, refugiado en el campo de Doro y enfermero en el hospital de campaña de MSF (© Robin Meldrum).

Foto2: Refugiados en una de los puntos de agua potable establecidos por MSF en el campo de Jamam (© Robin Meldrum).

“Se llevaron a mi única hija”

Testimonios de la violencia en Sudán del Sur (2ª parte): Testimonio de una paciente de 24 años que resultó herida de bala en una pierna y en la mejilla durante el ataque contra Lekwongole el 27 de diciembre de 2011.

Nuestra aldea fue una de las primeras en ser atacadas. Tres mujeres, incluida yo, escapamos corriendo con nuestro hijos: mi única hija, de 3 años, y dos de sus hijos, de 10 y 11 años. Sólo conseguimos llevarnos con nosotras agua para los niños, pero ni comida, ni ropa, nada.

Corrimos e intentamos escondernos entre la maleza cuando oímos que se acercaban. Pero escucharon a mi hija llorar y dieron con nosotras tres y los tres niños. Cogieron a mi hija y se la llevaron, y cortaron el cuello a los dos niños delante de nuestros propios ojos.

Nos dijeron a las tres que corriésemos, y a los 10 metros empezaron a dispararnos. Las otras dos mujeres resultaron muertas en el acto. Yo fui alcanzada por un disparo en la pierna y me caí. Vinieron hacia mí y me dispararon a bocajarro en la cabeza para asegurarse de que acababan conmigo y se marcharon dándome por muerta. Pero la bala me atravesó la mejilla y sobreviví.

Me arrastré hasta llegar al río para beber agua y permanecí allí sola durante siete días con mucho dolor. No sabía dónde estaba mi familia o qué había ocurrido con mi pequeña, mi única hija. Al octavo día, no podía seguir allí sola durante más tiempo así que, utilizando un palo, logré ponerme en pie y caminar durante dos horas hasta que tropecé con unos vecinos que me cuidaron durante siete días.

Me dijeron que mi madre había desaparecido. Luego me dejaron para ir a informar a mi familia sobre mi paradero. De nuevo me quedé sola durante dos días. Y de nuevo tuve que arrastrarme hasta el río para beber agua. Entonces el hermano de mi marido me encontró y me llevó a Lekwongole, donde llegamos al cabo de tres días. No podía andar, estaba muy cansada y sufría mucho dolor.

Cuando MSF a Lekwongole, se encargaron de llevarme en coche hasta Pibor. Al día siguiente supe que mi madre había muerto. Mi madre está muerta, sí. Si al menos si mi hija estuviese conmigo, me sentiría bien. Pero no estoy bien, ni siquiera sé qué ha sido de mi pequeña.

De mi familia, diez personas han muerto: cuatro mujeres y seis hombres. De la familia de mi marido, ocho más han sido asesinadas. También han raptado a uno de mis sobrinos, de 6 años de edad. Es muy doloroso porque toda mi familia ha sido asesinada. Se han llevado a mi única hija, me siento tan sola. Es tan doloroso.

Respecto al futuro, si consigo trabajo, trabajaré pero quién sabe. La gente suele quedarse atrapada aquí sin absolutamente nada.

* Testimonios recogidos por los equipos de Médicos Sin Fronteras entre los pacientes atendidos tras los ataques en Pibor y Lekwongole a finales de diciembre.

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Foto: Hospital de atención primaria de MSF en la región de Pibor (© Liang Zi)

Testimonios de la violencia en Sudán del Sur

Por Karel Janssens (Sudán del Sur, Médicos Sin Fronteras)*

Me presento brevemente: me llamo Karel Janssens, soy coordinador de terreno de Médicos Sin Fronteras en Pibor, en el Estado de Jonglei, en Sudán del Sur. Quiero haceros una rápida introducción a la que va a ser una pequeña serie de testimonios de pacientes recogidos por nuestros equipos tras la última ola de violencia en esta zona.

 

Por situaros: en Pibor, MSF proporciona atención sanitaria en tres estructuras de salud, tres clínicas: una en el pueblo de Pibor, una en Lekwongole y una en Gumruk. Y estas tres estructuras ofrecen la única atención sanitaria disponible para las 160.000 personas que viven en esta zona. El pasado 23 de diciembre, tuvimos que evacuar al equipo al saber que iba a producirse un ataque inminente contra Lekwongole y la propia Pibor, lo que de hecho se produjo: Lekwongole el día de Navidad, y Pibor un par de días después.

Regresamos a Pibor el 7 de enero y reanudamos las actividades médicas. Unos días más tarde, yo mismo me desplacé a Lekwongole para comprobar en qué estado estaba la clínica: me la encontré reducida a cenizas. Sólo quedaban las paredes y el techo, y del resto no queda nada, lo habían quemado todo, y lo que no, lo habían esparcido por todas partes. Un verdadero caos. Y en cuanto a Lekwongole, era un pueblo fantasma. Las llamas lo habían devorado todo, no quedaba ni una sola choza en pie. Apenas unas pocas personas vagaban por aquel siniestro paisaje, junto a perros callejeros y algunos pájaros.

Ahora hemos vuelto a trabajar en Lekwongole. Pasamos consulta a las personas que huyeron del pueblo y que se han instalado como han podido en los alrededores de Lekwongole. No se atreven a regresar a sus casas, primero porque ya no queda nada en pie, pero también porque tienen miedo de nuevos ataques. Así que la gente se acerca desde el campo en busca de comida -que esperan conseguir en la pista de aterrizaje- y en busca de asistencia médica.

Uno de los principales problemas a la hora de reanudar las actividades es el hecho de que nuestro personal local sufrió también las consecuencias de la violencia. Al poco de volver a Lekwongole seguíamos sin noticias de casi treinta de ellos; algunos regresaron después, pero de otros seguimos sin saber nada.

Tres semanas después de los ataques seguíamos recibiendo pacientes con heridas de bala y otras sufridas durante la huida. Pero también vemos muchos casos de malaria: casi la mitad de los pacientes que vemos la padecen. Vemos diarrea, infecciones respiratorias, y naturalmente esto se debe a que la gente se ha dispersado por el campo, buscando refugio como han podido entre árboles y matorrales, y duermen al raso y sin mosquiteras.

Estos han sido ataques de mucha virulencia. Yo mismo pude comprobar, viajando por la carretera que conduce desde aquí hacia el sur, que la mitad de las aldeas han sido atacadas e incendiadas. No es la primera vez que se produce un ataque en el Estado de Jonglei. El año pasado ya hubo varios, tanto aquí en Pibor como en Pieri, más al norte. Los equipos de allí también tuvieron los mismos problemas, con hospitales saqueados, evacuaciones, muchos heridos y entre ellos muchas mujeres y niños.

En los próximos posts me gustaría, simplemente, dejaros los testimonios de algunos de los pacientes que hemos atendido en estas últimas semanas, ya que no hay mejor forma de explicar lo sucedido.

(Continuará)

* Karel Janssens es coordinador de proyecto de MSF en Pibor, Estado de Jonglei.

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Foto superior: Pacientes atendidos en la clínica de MSF en Pibor tras los ataques (© Heather Whelan/MSF).

Foto inferior: Dentro de la clínica incendiada de MSF en Lekwongole (© Heather Whelan/MSF).

Nuevas formas de saludar cuando saludas mucho

Por Emmett Kearney (Médicos Sin Fronteras, Sudán del Sur)

Cada vez que voy caminando desde nuestra casa a la oficina siempre hay muchos “¿cómo estás?” y “estoy bien” y “buenos días” (incluso por la tarde), y “¿Kef?” y “Tammam”, y niños preguntando “¿cómo me llamo”, y nosotros contestando “No sé tu nombre, ¿quieres que lo adivine?

Los niños son una pasada. Por un lado, están los que vemos a diario, que viven en la principal ruta entre nuestra oficina y nuestra casa. Como el grupo de niños que hace un tiempo solían correr por la carretera al pasar con el coche, pidiendo que les recogiéramos porque alguien de nosotros lo había hecho en el pasado. Gritaban “¡tú! ¡tú! ¡tú!”. Creo que su madre les ha regañado porque ya no salen a la carretera y tampoco gritan tan alto como antes. O quizás la magia de nuestras planchadas camisetas de MSF ha desaparecido porque nos vemos todos los días.

En realidad debe de ser eso. Cuando elijo una ruta diferente o acabo andando por un camino nuevo, el entusiasmo y asombro que genero es mucho mayor. Somos la novedad.

Por otro lado, están los niños que son demasiado tímidos para responder. En general a los niños les gusta gritar ‘¿cómo estás?’. El otro día, cuando nos movíamos en coche por nuestro barrio, nos encontrados con dos grupos de niños totalmente independientes, cantando ‘¿cómo estás?’ una y otra vez. Ni siquiera escuchaban mi respuesta.

El apretón de manos es la última moda aquí, pero me he convertido en un poco probable defensor de método conocido como “chocar los puños de frente”. No es algo que yo haga habitualmente en mi país, pero de alguna manera me parece lo más práctico aquí. ¿Por qué? Si les das la mano a dos o tres niños de camino al trabajo, lo más probable es que la retires llena de cosas, de granos de arroz por ejemplo o restos de cualquier cosa. Pero lo mejor es que este método de saludo sorprende a la gente y es motivo de risa y diversión.

La primera vez, miran mi mano con aspecto de pensar “¿pero qué hace este, cómo le doy la mano a un puño?”, pero rápidamente replican el gesto. Les encanta esta nueva forma de saludarse que es diferente a la que están acostumbrados, aunque no tan diferente como para no reconocerla. Gran parte del personal nacional del hospital, la oficina y la casa se han pasado ya al “método puño”, esa otra novedad “que los extranjeros han traído a Raja”.

También he intentando “chocar los cinco”, pero no acabó bien. No fue trágico pero fue bastante peor que el primer “choque de puños”. A algunos niños les encantó, pero otros pensaron que iba a pegarles, y sus madres también. Fue divertido porque obviamente yo no iba a hacerles daño, pero si lo piensas, en realidad el asunto no tenía ninguna gracia.

Lo que intento en todo caso con estas cosas es crear una relación amistosa con la gente de Raja. Es un placer saludarles continuamente en carreteras y caminos. Recibo más saludos y saludo a más extraños aquí que en ningún otro sitio donde haya estado antes. Por cierto, todo bien por aquí.

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Foto: Desplazados en el campo de Aweil, actual Sudán del Sur. Abril de 2011 (© Marion Martane / MSF)

¿Por qué estamos aquí?

Por Emmett Kearney (Médicos Sin Fronteras, Sudán del Sur)

Si habéis leído recientemente algo en las noticias sobre el problemas o violencia en este nuevo país que es Sudán del Sur, seguro que no se mencionaba ningún lugar cercano a Raja, desde donde os escribo. Los enfrentamientos entre las diferentes tribus por el robo de ganado en Jonglei y la continua violencia en torno a Abyei y en el sur de Kordofán, sumados a los nuevos combates en la frontera (ahora internacional) que separa Sudán de Sudán del Sur, nos recuerdan que la independencia obtenida el pasado 9 de julio no ha supuesto el fin de décadas de violencia y luchas.

Algunas de las consecuencias de estos años de violencia, migraciones forzadas, y la incapacidad de la población para vivir una vida normal se encuentran en las contundentes estadísticas relativas al nivel de salud de la nueva nación, que os resumiré en estas pocas líneas, con datos que podéis encontrar en los informes de varias agencias de Naciones Unidas:

  • tres de cada cuatro personas no tienen acceso a atención sanitaria básica,
  • la malaria es hiperendémica, siendo la causa de más del 40% de todas consultas sanitarias,
  • una de cada siete mujeres embarazadas morirá,
  • una muchacha de 15 años tiene más probabilidades de morir de parto que de terminar la escuela,
  • sólo el 6,4% de la población tiene unas condiciones de saneamiento adecuadas.

A este listado hay que añadirle el coste de la guerra, que se estima en dos millones de muertos, cuatro millones de desplazados y un millón de refugiados. Y esto es sólo Sudan del Sur. Estas cifras no tienen nada que ver con Darfur. Es horrible. Resulta difícil hacerse una idea. Pensando en el futuro, uno se da cuenta de lo mucho que queda por hacer en este país. ¿Por dónde empezar? ¿Quién debería hacerlo y cómo? ¿Cuál es el papel de Médicos Sin Fronteras?

Como ya he mencionado, en Raja no nos encontramos cerca del actual foco de violencia, a diferencia de otros equipos de MSF que sí lo están, hasta el punto de haber registrado asaltos en nuestras clínicas. Pero ¿significa eso que en Raja no estamos respondiendo a una grave emergencia? O por el contrario, ¿demuestran las estadísticas expuestas más arriba que sí lo estamos haciendo? ¿Debería acaso ocupar nuestro lugar una organización más orientada al desarrollo? ¿O la simple falta de infraestructuras justifica nuestra intervención en Raja?

MSF es una organización médico-humanitaria que, permitidme que cite la Carta Magna de la organización, “aporta su ayuda a las poblaciones en situación precaria, a las víctimas de catástrofes de origen natural o humano, de conflictos armados, sin discriminación de raza, sexo, religión, filosofía o política”. Es por tanto una organización emergencista y nuestras actividades, orientadas a preservar la vida y aliviar el sufrimiento de personas en periodos de crisis, tiene poco que ver con el denodado esfuerzo de las organizaciones especializadas en desarrollo y cooperación que luchan por construir e implantar nuevos modelos de desarrollo.

Es cierto que lo que estamos viendo aquí es una población en situación precaria que, de otro modo, tendría un acceso mucho más limitado a la atención médica. Las últimas semanas hemos sido testigos de una explosión de malaria que ha colapsado la sala de pediatría. Hay muchas vidas en la cuerda floja. Pero, ¿no justificaría esto que abriésemos proyectos en muchos otros lugares? ¿Qué ocurrirá si nos vamos de Raja?

Una cosa que me gusta de MSF es el constante debate interno sobre quiénes somos, qué deberíamos hacer y cómo llevarlo a cabo. Por lo que las preguntas anteriores están abiertas. No nos falta autocrítica ni introspección organizativa.

Por ejemplo, mi misión anterior en Zambia fue un proyecto de prevención del cólera. Tras responder año tras año a brotes de cólera en los barrios marginales de Lusaka, se decidió emprender una acción preventiva que consistía en gran medida en clorar pozos sucios o superficiales y lanzar una campaña de educación para fomentar la higiene, para después intentar que el gobierno y otros actores siguiesen dichas recomendaciones.

¿Por qué tratar los síntomas y no la causa? Parece lógico, pero lo cierto es que hubo mucho debate interno alrededor del proyecto en su conjunto así como sobre qué actividades deberían llevarse a cabo. Aunque en ocasiones es frustrante, encontré que era saludable discutir y contrastar nuestras propuestas de acción con la filosofía de la organización.

Mientras tanto, en Sudán del Sur, las cosas todavía están en el aire. La situación es tranquila en nuestra zona, pero en estos momentos la lista de lugares que no lo están es larga. La realidad ha mejorado mucho pero es todavía precaria. Raja, con una población de 26.000 personas, está formada en un 90% por retornados, según la información de que disponemos. ¡Un 90%! Esto significa que sólo un 10% de la población local se quedó durante los peores años de violencia.

Me pregunto cómo debía ser esta ciudad con únicamente 2.600 habitantes. Cuesta imaginarlo. Quizás de la misma forma como cuesta imaginarnos el hecho de no estar aquí y de no tratar a las mujeres y niños que necesitan ayuda urgente.

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Foto superior: Desplazados instalados en refugios improvisados en la aldea de Juong, en el estado de Warrap, en Sudán del Sur. Los bombardeos y la violencia en la disputada región fronteriza de Abyei forzaron la huida de 100.000 personas a mediados del pasado mes de mayo (© Gaël Turine/VU).

Foto inferior: Vista aérea de la clínica de Médicos Sin Fronteras en Pieri, Sudán del Sur, saqueada y parcialmente incendiada durante los ataques en la zona el pasado 18 de agosto (© MSF).

Cosas en las que pensar: las tareas de limpieza

Por Emmett Kearney (Médicos Sin Fronteras, Sudán del Sur)

Ocurrió todo tan deprisa que me quedé congelado: no sabía qué hacer. El niño estaba en estado de shock y su estado podría haber derivado en cualquier cosa: tanto podía ponerse a llorar como romper a reír. Pero cuando la segunda ola de agua llegó a sus pies, salpicándole ligeramente las espinillas, estaba claro que, más bien, rompería a llorar.

Era cuestión de segundos y no había nada que yo pudiera hacer. Su hermano mayor, acostado en una cama, se reía de él y de sus pies bañados en agua mientras sostenía, como paralizado, un buñuelo a medio camino entre la bolsa de plástico y la boca. Simplemente no podía entender lo que pasaba. Era demasiado para él, estaba estupefacto. Por fin llegaron las lágrimas y, tras arrugar la cara, rompió a llorar.

¿Pero que estaba hacienda esta señora? Si le preguntas, te dirá que sólo estaba fregando. Pero desde mi punto de vista, su técnica era algo cuestionable: tiraba el agua al suelo, justo entre la línea de camas y la pared, sin importarle si había personas en la trayectoria, y luego la empujaba, parte de ella directamente hacia el pequeño. Era esa segunda “ola” de agua lo que puso de los nervios al crío. Molesta con los lloros, decidió sacarle de en medio y, cogiéndole del brazo, le sentó en la cama junto con su hermano. Y este estaba encantado claro, ya que además de poder seguir riéndose de él, ahora tenía la bolsa de buñuelos más cerca.

Vaya golpe de suerte para el hermano mayor. Por mi parte, me daba un poco de vergüenza estar divirtiéndome con la escena y también algo de desconsuelo ya que, cada vez que la veía tirar agua a los pies del chaval, intentaba hacer algo, pero no podía. La distancia que nos separaba, la barrera del idioma y tener las manos ocupadas me impidieron pasar a la acción. Estaba sentado en primera fila del espectáculo, pero no podía evitar las lágrimas del pequeño. Ni siquiera conseguí un buñuelo…

Pero hablando en serio, lo más curioso de todo es que si estaba en aquella sala en ese momento era precisamente porque había ido a preguntar a los enfermeros y a los responsables clínicos qué opinaban de la organización actual del trabajo de las limpiadoras, y si pensaban que podía mejorarse. Así que, siendo como soy también el responsable de que las tareas de limpieza funcionen, de alguna manera esta era precisamente el tipo de escena que necesitaba ver con mis propios ojos.

Para ser sincero, he de admitir que en el hospital los niños siempre están llorando, y que en general lo hacen por causas más justificadas, como por ejemplo cuando les pinchan para hacerles un análisis de sangre, les ponen una inyección o les colocan una vía intravenosa. Aunque también he visto a un niño fuera de sí porque no quería que le pesasen y su madre se reía de él. ¿Y este crío llora sólo por un poco de agua? Es lo que haría un bebé, aunque es cierto que apenas tendría unos meses más que un bebé.

También tengo que puntualizar que las limpiadoras son muy simpáticas y agradables. Como es evidente, me comunico con ellas a través de nuestro traductor de árabe, pero en nuestras reuniones siempre hay sonrisas, intentos de comunicarnos por gestos y algunas risas. No me hacen llorar, desde luego. Ya en las primeras reuniones se mostraron muy abiertas a participar en formaciones y a reorganizar sus rutinas, y nos han proporcionado información valiosa sobre las necesidades que ellas han identificado y las posibles mejoras.

No es fácil llegar e intentar cambiar la forma que la gente tiene de hacer las cosas, pero a veces es necesario. Así que al poco de llegar, tuvimos una semana de mucho trabajo en el departamento de limpieza. Reorganizamos los colores de los cubos que se utilizan para clasificar cada tipo de residuo y para cada tarea de limpieza. Sí, lo sé, ¡emocionante! Bueno, vale, no tanto… Organizar cubos no suena demasiado “cool” pero la verdad es que estos últimos días, al pasearme y ver los colores correctos en los sitios adecuados, me he puesto muy contento.

En las salas de ingreso de maternidad y pediatría, hay tres limpiadoras que se turnan durante las 24 horas del día, mientras que en las zonas de consulta externa y en el quirófano tenemos solamente turnos en las horas de actividad, durante el día. Pero a pesar de haber servicio continuado de limpieza en las salas de hospitalización, estas no están lo bastante limpias. O sería mejor decir que la situación puede mejorar. Hay guías que indican lo que hay que limpiar, con cuánta frecuencia y con qué tipo de producto, ya sea detergente o solución de cloro. Así que vamos a tener que insistir de nuevo en todo ello, incorporarlo en la práctica diaria y supervisar que se lleva a cabo.

Una cosa que ha mejorado, aunque sigue sin ser perfecta, es la quema de carbón en pequeños recipientes de metal en el vestíbulo trasero de la sala de pediatría, con el fin de calentar la leche para los niños. Aunque parezca mentira, antes de que empezáramos a trabajar aquí, esa actividad se realizaba dentro de los edificios, a veces incluso junto a las camas de los niños. Aparentemente terminamos con esa práctica hace algunos meses, pero me he tropezado ya una vez con una de estas pequeñas “barbacoas” dentro del vestíbulo.

Se lo comenté al encargado de logística del hospital, que se limitó a encogerse de hombros y decir que es “culturalmente inevitable” que lo hagan. Me explicó que cocinan dentro de los “tukules” (cabañas de ladrillo y techo de paja) y que por eso probablemente tampoco le dan importancia a que haya humo dentro del hospital. Pero esta costumbre no puede continuar. La cultura local tendrá que ceder en este punto.

El horario de limpieza tampoco es el más apropiado, como inundar y fregar toda la sala justo cuando empiezan las rondas de los médicos y cuando niños que detestan mojarse los pies descalzos andan por allí preparados para echarse a llorar. No es el momento más oportuno desde luego. Así que una de las mejoras más importantes en las que estamos trabajando con las limpiadoras es establecer una rutina de trabajo que no interfiera con las actividades médicas. Esto, por supuesto, requiere también cierta colaboración del personal sanitario, así como más observación directa por mi parte. Así que, bueno, me temo que aún tendrán que derramarse algunas lágrimas…

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Foto: Quirófano del hospital de MSF en Agok, en la región de Abyei, Sudán del Sur. (© Maimouna Jallow/MSF).

Mi nueva amiga ROSS*

Por Emmett Kearney (Médicos Sin Fronteras, Sudán del Sur)

 

Pasé la mayor parte de mi primera semana en la oficina de Médicos Sin Fronteras delante de mi ordenador, el mismo frente al cual había estado sentado la semana anterior en casa de mis padres, cerca de Chicago, en Estados Unidos. Cinco vuelos después, el escenario había cambiado sensiblemente. Los aeropuertos y los aviones se fueron volviendo cada vez más pequeños, hasta que aterricé en la localidad de Raja, en Sudán del Sur, en un avión monomotor del Programa Mundial de Alimentos.

La pista de aterrizaje, de tierra, se encuentra aproximadamente a una manzana de la oficina de MSF, que a su vez está separada del hospital en el que trabajamos por la distancia equivalente a un campo de fútbol.

Aunque la planificación e investigación que me tiene atado al ordenador es esencial para mi trabajo, siempre que puedo levanto la mirada por encima de la pantalla, alejándome, movido por la curiosidad de saber qué es lo que está sucediendo, y deseoso de “ensuciarme” las manos.

Como técnico de agua y saneamiento, en el hospital soy el responsable de supervisar las cuestiones relacionadas con la calidad y cantidad del suministro de agua, las letrinas y la higiene, así como de llevar a cabo el control vectorial (mosquitos, etc) y la gestión de los residuos procedentes de la atención sanitaria.

La parte técnica debería resultar sencilla: instalar tuberías, cavar zanjas, construir estructuras, sonreír y cortar la cinta. Pero estando en mitad de la nada, las cosas no son lo que uno espera. En este lugar perdido en el mundo, la mayor dificultad con la que nos encontramos es la provisión y abastecimiento de suministros.

El mercado local es un cuadro. En realidad me encanta, pero no encuentro nada que pueda servirme para mi trabajo. Ni siquiera está bien abastecido de comida. ¿Tuberías? Ni una. ¿Grifos? Lo siento, pero no. ¿Cemento? Tal vez, ¿para quién? ¿Cebollas? Sí, pero son caras. Aquí las cebollas son como el oro. Patatas ya ni siquiera se encuentran, pero tenemos un alijo gigante en la cocina. No hay vino… La escasez es genuina.

En el trabajo de gestión de equipos es donde las cosas se vuelven más complejas y difíciles para un técnico de agua y saneamiento. Se trata de formar a las personas, construir para ellas, o incluso muchas veces escucharlas. Como bien es sabido, los seres humanos somos bastante complejos por naturaleza, pero cuando no se comparte el mismo idioma, las mismas raíces culturales, ni se compra en las mismas tiendas, las relaciones pueden volverse mucho más complejas aún. ¿Cómo puedo diseñar letrinas para estas personas cuando llevo en su país menos de una semana? Lo que, por cierto, resulta ser una coincidencia, ya que este país , Sudán del Sur, sólo tenía una semana de vida cuando llegué.

 Por mucho que quisiera creer que mi trabajo es el más importante (que no salga de aquí, pero lo es sin ningún tipo de duda), somos una organización médica, y estoy aquí para apoyar esas actividades. Nuestra doctora argentina, una persona muy enérgica, me ha enseñado el hospital. Edificio por edificio, habitación por habitación, fue indicándome la insuficiencia de puntos de agua, las deficiencias en el sistema de gestión de residuos, los problemas con las estructuras existentes e ideas de cara al futuro.

Hizo todo esto mientras saludaba a hombres y grupos de mujeres y niños con una energía y naturalidad más propias de alguien que se presenta a un cargo público. “Salam aleikum. ¿Tammam?”. “Tammam”, contestaban ellos con una sonrisa. Hizo de todo excepto besar a los niños. Durante la ronda hasta tuvo tiempo de salvar la vida de un bebé: nuestra última parada fue en la sala pediátrica, y justo cuando estábamos terminando, un problema médico con uno de los pacientes requirió su intervención inmediata. Así es más o menos como fue la cosa:

“¿Así que aquí iría un dispensador de agua potable aquí y allí una estación para el lavado de manos?”, digo yo, bizqueando, mientras me ajusto las gafas con el lápiz.

Por encima del hombro, mientras alguien le entrega un bebé que apenas puede respirar, ella me responde: “Lo siento, tengo que conectar este bebé a la máquina de oxígeno, colocarle la vía intravenosa, explicar al personal nacional el tratamiento que debe seguir durante las próximas horas, enviar a alguien rápidamente para que le diga a Wilson que vuelva a encender el generador para así tener la energía suficiente que haga funcionar la máquina, y buscar un traductor que le explique a la madre lo que le estamos haciendo a su hijo”.

«No te preocupes, me quedo por aquí haciendo un pequeño croquis de la sala de pediatría para señalar con puntitos la ubicación de las estaciones de lavado de manos y los dispensadores de agua. ¿Te parece? Estupendo, me quedo aquí entonces.” Por supuesto, lo único que dijo antes de pasar a la acción fue: “Lo siento, Emmeeeett, espérate”.

 Después de pasarme varios días en mi mesa trabajando cuestiones técnicas, examinando las existencias en el almacén e inspeccionando las instalaciones de agua y saneamiento del hospital, me vino bien darme de bruces con esta experiencia médica: me recordó para qué estamos aquí. La visita relámpago que hice con ella fue exactamente lo que necesitaba para conectar las mejoras propuestas en agua y saneamiento, con las personas para quienes lo estoy haciendo y, al mismo, tiempo con cómo debe hacerse.

 De todas maneras, todavía necesito involucrar más al personal nacional –desde médicos hasta personal de la limpieza-, así como a los pacientes, con respecto a la importancia del agua y el saneamiento. Luego tendremos que trabajar para conseguir las piezas que necesitamos…

Eso es todo de momento. De aquí en adelante, intentaré arrojar alguna luz sobre nuestro trabajo y sobre la situación que se vive en este rural, hermoso y hasta ahora tranquilo estado de Bahr el Ghazal Occidental, perteneciente a la recién independizada República de Sudán del Sur (ROSS). ¡Hasta el próximo post!

 

* ROSS: República de Sudán del Sur, por sus siglas en inglés

Emmett Kearney es logista y experto de agua y sanemiento y gestión de residuos. Ha trabajado con diversas organizaciones no gubernamentales, por ejemplo en la frontera entre Myanmar y Tailandia. Su primera misión con MSF se desarrolló en Zambia.

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Foto: Emmett Kearney (© MSF)