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Archivo de julio, 2018

Crecer en positivo: sobreviviendo al VIH/SIDA en Kirguistán

Por Leyla Alyanak, UNICEF en Kirguistán

Nurdin viene hacia mí y me tiende la mano para saludarme. Mientras nos sentamos para charlar, este niño de 10 años, bien vestido y reflexivo, alterna entre su móvil y sus lápices de colores. Hay una cosa de la que no hablará: el estatus de su VIH/SIDA, y cómo ha sufrido por ello.

No responderá preguntas sobre cómo le trataban los otros niños en la escuela. Ni hablará sobre el dolor de ser diferente.

El estigma que rodea al VIH/SIDA en Osh, la segunda ciudad más grande de Kirguistán, sigue vivo. Si no fuera así, podríamos utilizar el nombre real de Nurdin.

Nurdin tiene suerte de seguir vivo. Él es uno de los muchos niños infectados por VIH/SIDA debido a sangre contaminada en una epidemia que afectó a los hospitales de Osh entre 2007 y 2010.

Crecer en positivo: sobreviviendo al VIH/SIDA en Kirguistán

Muchos niños de Osh, Kirguistán, tienen VIH/SIDA debido a la sangre contaminada de un hospital / ©UNICEF Kirguistán

En el momento de la epidemia, los medicamentos antirretrovirales eran raros en esta parte del país. Cuando estaban disponibles, los doctores a menudo no tenían los conocimientos suficientes acerca de cómo administrarlos.

E incluso cuando los médicos sabían, a menudo los padres rechazaban las medicinas o no se las daban a sus hijos porque desconfiaban de un sistema sanitario al que acusaban de haber causado la infección.

Cinco niños murieron.

De la supervivencia al estigma

La provincia de Osh es la segunda del país con las tasas más altas de infección de VIH/SIDA. Los intercambios de agujas (desechar las usadas para utilizar esterilizadas), llegar a población clave y una mejor información pública son medidas que forman parte de la actual respuesta para mejorar la situación.

Todos estos esfuerzos están dando sus frutos. “Entre 2009 y 2010 teníamos 250 nuevas infecciones por VIH/SIDA cada año”, explica Elmira Narmatova, directora del Centro de VIH de Osh. “Este año tenemos menos de 100”.

Este centro proporciona un entorno adecuado para niños, un sistema de diagnóstico para que los recién nacidos reciban antirretrovirales lo antes posible y un sistema móvil de seguimiento de los pacientes. Aquí más del 95% de los niños con VIH/SIDA tienen acceso a tratamiento antirretroviral.

Pero por muy bueno que sea el sistema de apoyo, el camino de los jóvenes hacia una vida normal sigue lleno de dificultades.

“Seguimos sin haber abordado el estigma de los primeros días de la epidemia. La gente sigue sin poder aceptar que es una infección que puede afectar a cualquiera”, reconoce Narmatova. “El estigma ha disminuido entre el personal médico, y ahora lo ven más como una enfermedad crónica. Pero entre la sociedad sigue siendo muy fuerte”.

Las consecuencias en las familias

Hadija, la madre de Nurdin, conoce el estigma de primera mano. “Cuando mi marido se enteró, me acusó de haberle sido infiel y me abandonó”, nos cuenta.

Ella cree que tanto ella como sus hijos fueron infectados en la sala de maternidad. Ahora que su marido se ha ido, se mantiene trabajando como trabajadora social en el centro de VIH, ayudando a los niños a aceptar su enfermedad.

Otra madre, Mahabad, ha sido ligeramente más afortunada: al menos ella puede hablar del tema en casa. Entre su ex familia política –su marido también la abandonó- hay médicos, y la comprenden. Su propia hija es seropositiva y aún no lo sabe, pero pregunta por qué tiene que tomar tantas medicinas.

Crecer en positivo: sobreviviendo al VIH/SIDA en Kirguistán

Adolescentes con VIH/SIDA, jugando a un juego sobre la importancia de seguir el tratamiento / ©UNICEF Kirguistán

Nurdin podría elegir no hablar de ello, pero conoce su situación. Muchos niños no.

“Para estos niños es importante conocer su estado antes de llegar a la adolescencia”, asegura Cholpon Imanalieva, especialista de salud de UNICEF Kirguistán. “Tienen el derecho a saber, o se sentirán engañados. Esto podría llevarles incluso al suicidio”.

“Nos preocupa cómo integrar a los jóvenes en la sociedad, añade Narmatova. “Ellos preguntan a sus padres: ‘¿Por qué soy diferente?’, ‘¿Por qué mis compañeros de clase no toman pastillas como yo?’”.

Contar a tu hijo o hija que es seropositivo es doloroso. Para Aygul, otra madre del centro, la parte más dura fue la discriminación a la que se enfrentó su hijo cuando los profesores y compañeros de escuela se enteraron de que tenía VIH/SIDA.

“Necesitamos abrirnos a los profesores, que pasan horas con los niños, no solo a los padres y doctores”, opina.

La educación, cree, es la única respuesta. “Las actitudes deben cambiar. En vez de estigmatizar a un niño, debería haber un conocimiento general sobre el VIH/SIDA, para que estos niños sean aceptados como cualquier otro”.

Para Nurdin, la vida ya no es supervivencia. Ha aceptado su situación, pero sabe que es diferente, aunque prefiera no hablar de ello. Las madres también han mejorado en la aceptación. Ahora solo esperan una cosa: que la sociedad también les acepte.

Qué está haciendo UNICEF

UNICEF ayuda al Ministerio de Sanidad de Kirguistán, junto con ONUSIDA y el gobierno ruso, a proporcionar apoyo psicosocial a los niños y familias con VIH/SIDA. UNICEF también organiza formaciones en Osh para personas con el virus y para organizaciones no gubernamentales.

Este mes de julio, UNICEF y sus aliados han organizado un campamento para adolescentes con VIH/SIDA procedentes de Bielorrusia, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán. Aquí se reúnen niños que ya conocen que tienen el virus, para comprender mejor la enfermedad, así como su capacidad de vivirla de manera positiva.

Para muchos de los niños y adolescentes del campamento, esta ha sido la primera vez que han podido hablar abiertamente entre iguales acerca de su miedo a revelar su condición a amigos y familiares, su ansiedad acerca de su futuro, o sobre la discriminación que sufren cada día.

Con una vacuna, la vida de Nelly sería otra

Serge Wingi, UNICEF en República Democrática del Congo

Con motivo de una campaña de vacunación contra la polio hace un par de meses visité la aldea de Kayombo, conocida por la gran cantidad de gente que se opone a las vacunas debido a las creencias populares y tradicionales.

Al llegar al pueblo, me fijé en una joven de unos veintipico años. Parecía que estaba en las calles de Kinshasa, no en una pequeña aldea en medio de la provincia de Tanganica. Sentada a la sombra, con una trenza perfecta, la chica se maquillaba mirándose en un pequeño espejo. Intrigado, pregunté por ella a unos cuantos aldeanos, que rápidamente me dijeron que Nelly era la hija mayor del jefe de la aldea.

Con una vacuna, la vida de Nelly sería otra

Nelly ha aprendido a vivir con su estado /©UNICEF

Inmerso en mis actividades, me olvidé de la presencia de Nelly, que tanto me había llamado la atención al llegar. Solo por la tarde, cuando me iba, me acordé de ella. Venía detrás de nosotros gritando “¡esperad!, ¡esperad!”, porque quería venir con nosotros a Kalemie para vender allí comida.

Solo cuando la vi acercándose al coche comprendí que detrás de su gran sonrisa, sus ojos maquillados y su ropa moderna se ocultaba un gran dolor. Ella utilizaba sus brazos para moverse hacia nosotros. ¿Cómo una chica joven, con toda la vida por delante, podía llevar una carga tan pesada? Pasé la mayor parte del viaje entre la aldea y Kalemie haciendo preguntas a Nelly.

“Nací con buena salud, pero cuando tenía cuatro años de pronto no podía sostenerme sobre mis piernas”, me contó.

En ese momento, nadie en la aldea pensó en la posibilidad de la polio. “Mis padres atribuyeron la enfermedad a brujería”, continuó. Durante meses, la llevaron a todos los brujos y curanderos de la zona. “Pasé días enteros con el cuerpo enterrado hasta el estómago para estirarme las piernas”, recuerda. Pero no hubo ningún cambio, excepto que las posesiones de la familia desaparecieron ante sus ojos. Todos los “cuidadores” cogieron los caballos, gallinas, ropas o utensilios de cocina a cambio de cuidar de ella.

Solo tras incontables fracasos, los padres de Nelly decidieron llevarla a un centro de salud. Las pruebas de laboratorio rápidamente revelaron que era polio, una enfermedad que causa una parálisis irreversible.

Con ambas extremidades inferiores paralizadas, Nelly es incapaz de sostenerse sobre ellas, lo cual le obliga a arrastrase. “Mi estado me causa mucho dolor, pero con el tiempo he aprendido a vivir con ello”, me asegura. A pesar de su discapacidad, Nelly ha puesto en marcha un pequeño negocio para tener algo de independencia. La joven va y viene entre su aldea y Kalemie vendiendo productos que compra a los granjeros locales.

Como madre de una niña de dos años, Nelly sigue estrictamente el calendario de vacunación. “No quiero que le pase lo mismo que a mí”, explica. También anima a todas las madres de la aldea a vacunar a sus hijos.

Con una vacuna, la vida de Nelly sería otra

Nelly no quiere que a su hija le pase lo mismo que a ella /©UNICEF

Durante las recientes campañas de vacunación contra la polio, Nelly y su padre se implicaron mucho en su comunidad para encontrar a los niños no vacunados y animarles a vacunarse. “Mi hija está así debido a mi ignorancia”, me confesó el padre de Nelly con la voz entrecortada. Como jefe de la aldea, anima a todos los padres a vacunar a sus hijos para mantener la polio fuera del pueblo. “No puedo ver más casos de polio aquí. Los trabajadores sanitarios deben vacunar a nuestros hijos”, explica más convencido que nunca.

El trabajo de UNICEF y sus aliados.

Más de tres millones de niños recibieron sus vacunas durante las recientes campañas de vacunación en las provincias de Alto Lomami, Tanganica, Alto Katanga y Lualaba. Sin embargo, en algunas comunidades un número importante de niños sigue sin estar protegido debido a la continua oposición a las vacunas. UNICEF apoya al gobierno en la concienciación a los hogares reticentes y en la movilización de cientos de representantes comunitarios, movilizadores sociales y auxiliares.

Notas desde el Congo (y V) Asante Sana

Por Ida Moberg, doctora de MSF en la República Democrática del Congo

La doctora Ida Moberg concluye su primera misión con Médicos Sin Fronteras (MSF). Desde Numbi, en las montañas de la provincia de Kivu sur, al este de la República Democrática del Congo (RDC), relata en un diario de campaña el trabajo en esta zona minera donde el acceso a la salud es todo un reto para las comunidades locales.

Mulume tiene dos años. Su respiración es rápida y superficial. Tiene episodios de fiebre alta desde la noche anterior y carece de fuerzas para comer ni beber. Esa misma mañana ha sufrido convulsiones que han preocupado a su madre. Fue ella misma quién lo trajo a un pequeño centro de salud en la provincia de Ziralo, en el este de la República Democrática del Congo. Una vez allí, Mulume, muy pálido, dió positivo en el test de malaria. Un análisis de sangre confirmó que sufría anemia a causa de esta enfermedad. La enfermera del centro de salud derivó a Mulume al nuevo hospital de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Kusisa.

Nuevo hospital de Kusisa

Hasta la puesta en funcionamiento del nuevo hospital de Kusisa, en la imagen, muchos pacientes tenían que caminar durante horas hasta Numbi para recibir atención médica.

Ahora Mulume está acostado en una cama en la sala de urgencias del hospital de Kusisa. Mis colegas y yo efectuamos nuevos análisis de sangre. Los resultados muestran que su hemograma es tan bajo que necesita una transfusión de sangre. En previsión de eso, comenzamos el tratamiento para la malaria con artesunato intravenoso.

Afortunadamente, encontramos un donante de sangre compatible con Mulume para que podamos comenzar una transfusión. En el pasado, los pacientes en la provincia de Ziralo tenían que recorrer un largo camino para llegar a un hospital. Ahora, gracias al recién inaugurado hospital de Kusisa, Mulume puede recibir tratamiento contra la malaria y transfusión de sangre en apenas unas horas.

Cuando al día siguiente realiza la ronda de consulta con mi colega congoleño, Mulume ya se encuentra mejor. Ha desayunado algo y ha recibido tres dosis de artesunato intravenoso. Además, su conteo sanguíneo ha aumentado tras la transfusión. Cambiamos la administración del tratamiento a pastillas que deberá tomar durante los próximos tres días.

En la cama junto a Mulume está el pequeño Bahati. Tiene 6 meses de edad, pero pesa solo 3,5 kg, lo que generalmente corresponde al peso de un recién nacido. Está tan delgado que se le marcan las costillas. Su madre ha caminado durante ocho horas para llegar al hospital de Kusisa. Apenas tiene leche materna para amantar a su bebé. Tras examinar, medir y pesar a Bahati concluimos que está sufriendo una desnutrición aguda grave del tipo marasmo. Además, presenta signos de neumonía por lo que comenzamos un tratamiento con penicilina intravenosa.

Después de una semana de tratamiento contra la neumonía y la desnutrición, Bahati ya tiene más energía. Ahora me mira con firmeza y responde con una sonrisa cuando le sonrío. Ha ganado unos cientos de gramos. Tras una semana y media en Kusisa, ha subido aún más de peso y podemos darle de alta. Facilitamos a la madre paquetes de alimentos preparados ricos en nutrientes suficientes para una semana cuando tendrán que volver para una visita de seguimiento. Estos preparados contienen leche en polvo enriquecida y manteca de cacahuete y aportan los nutrientes que necesita un niño desnutrido para compensar sus deficiencias y ganar peso. Bahati lo come con buen apetito.

En República Democrática del Congo, no dices adiós cuando te marchas. Antes, cuando Bahati y su madre van a abandonar el hospital, nos tomamos las manos y decimos «tutaonana», que significa «hasta que volvamos a encontrarnos» en swahili.

Mi misión en República Democrática del Congo ha terminado y es hora de regresar a casa, a Suecia. Tras 6 meses en Numbi toca decir: ¡»Asante Sana» (muchas gracias) y «Tutaonana» (¡hasta que nos volvamos a encontrar) en el Congo!

Retos y supersticiones de la salud bucal en la India rural

Por Vicente Lozano, dentista voluntario de la Fundación Vicente Ferrer que visita pacientes en Anantapur.

Hace décadas que soy el coordinador de Odontología de la Fundación Vicente Ferrer (FVF). Mi labor y la de mis compañeros sanitarios, se ha centrado en diagnosticar y tratar las patologías orales que presentan los pacientes que hemos visitado, en los servicios de Odontología de los hospitales de Kanekal y Bathalapalli, en el sur de la India.

En nuestro Dental Office (Servicio de Odontología) de Kanekal tratamos a una media de 56 pacientes al día, y en el de Bathalapalli, a otros entre 35 y 40 pacientes diarios. Poseemos todos los medios a nuestro alcance, tanto para el diagnóstico como para los tratamientos orales, y la FVF no ha escatimado en recursos para obtenerlos. Damos gran importancia al diagnóstico clínico y a la observación de los tejidos blandos orales, ya que las casta bajas (dálits y grupos tribales), al ser en su mayoría masticadores de betel y tabaco, pueden presentar tumores malignos. Además, consideramos que la profilaxis y prevención oral son básicas. Por ello, recorremos las aldeas apartadas con las Brigadas Rurales organizadas por la FVF y la ONG española, Dentistas Sin Fronteras.

En esas zonas, alejadas de la civilización y prácticamente sin recursos, nos esperan para que hagamos la visita, les diagnostiquemos y se realice la operatoria oportuna. Hay días, que entre 15 licenciados en odontología, tratamos una media de 350 pacientes. El récord lo ostentamos en agosto del 2008, cuando atendimos en un día a 530 pacientes. Vicente Ferrer, que aún vivía, fue testigo de ello. Nos quería y cuidaba mucho.

Para nosotros es prioritaria la prevención oral. Por eso, explicamos en los colegios de las castas bajas, cómo tienen que cepillarse los dientes. En colaboración con la industria, les damos cepillos dentales a los críos, enseñándoles una profilaxis correcta tras cada ingesta. Hay un porcentaje elevado de diabéticos en nuestra zona, motivo por el que hemos de ser muy cuidadosos con las historias clínicas de los pacientes, antes de cada intervención.

Además la presencia excesiva de flúor (fluorosis) en las aguas de la zona, hace que se presente una mayor patología dentaria. Los pacientes van perdiendo el miedo al odontólogo, especialmente en las zonas rurales muy apartadas. Muchos creen, que tras una extracción de una raíz de un diente, pueden perder la memoria o no reconocer a los seres queridos; es una lucha titánica contra esas costumbres ancestrales, que muchas veces dificulta nuestra labor sanitaria.

También es prioritario para nosotros, tanto los que trabajamos en los servicios de odontología de Kanekal o Bathalapallli, como en las Brigadas Rurales de Dentistas Sin Fronteras, la atención a los más desfavorecidos, a los que nadie quiere en la familia: los menores con VIH, discapacitados físicos o psíquicos, ciegos, sordomudos, que sí son tratados en la FVF de forma gratuita, a la vez que reciben escolarización, alimentos y cobijo. Fruto de esta labor, hemos publicado trabajos de investigación en revistas de alto impacto, además de varias tesis doctorales de algunos de nuestros licenciados voluntarios.

Lo que más nos emociona a los voluntarios que tratamos a estas castas bajas y tribales durante todo el año, es el agradecimiento que nos muestra la población. No tenemos palabras para compensar la gratitud de los pacientes, porque ellos nos dan mucho más de lo que nosotros les ofrecemos. Sus sonrisas, darnos la mano, ofrecernos una flor o una galleta, son muestras de agradecimiento constantes, y hace que nuestro trabajo sea tremendamente gratificante.